El caminante y su sombra: «Simone» de Eduardo Lalo
La condición del hombre es estar ahí.
–M. Heidegger
¿Cómo insistir sobre la condición del nómada si solo se pueden recorrer las mismas calles una y otra vez? ¿No será el nómada ya una figura anacrónica, más bien una elaboración conceptual exotizante que oculta la incapacidad de renunciar a un mundo ya agotado? ¿Cuál es la función de hablar del nómada en una sociedad cuyo desplazamiento más significativo es cibernético? ¿Qué tipo de caminante puede proponerse ahora que cada vez estamos más cerca de una especie de inmovilidad gozosa? Estas preguntas sobre el movimiento y el desplazamiento están en el corazón del texto narrativo más reciente de Eduardo Lalo, Simone. Hablando con mayor precisión, la trama de la novela no versa sobre el nomadismo o el movimiento en lo más mínimo, pero son estos conceptos los que organizan las acciones de los personajes y los que le dan coherencia argumentativa al texto. Funcionan como fantasmas escurriéndose por las grietas de las palabras.
La novela narra en clave de suspenso una historia de amor y su decepción. Es también, como lo son muchos de los libros de Lalo, una reflexión sobre la escritura y su relación con el paso por el mundo y con la residencia en un lugar; residencia que es otra manera de decir resistencia. La primera parte del texto es fácilmente confundible con la estructura de otros textos de Lalo, los ensayísticos (donde, Los países invisibles), pero un giro sorpresivo lleva la narración hacia el espacio exclusivo del relato. Se diría que el narrador es básicamente raptado por el deseo y se lleva a cabo una suspensión de la voluntad ensayística ante el imperativo del cuento por-venir.
En la primera sección se aprecia como la historia brota, primordialmente, del efecto del caminar en la formación de la conciencia del escritor / narrador. Lo de primordial lo digo en más de un sentido; en el más específico que da la palabra, “muy importante”, “fundamental”; sin embargo, quiero subrayar aquí otro sentido, la noción de primitivo, y, si se quiere, arcaico. Lo primordial es un sentido que hay en estos textos donde funciona la siguiente fórmula, escritura / inscripción en la piedra / movimiento, que Lalo ha expresado en otros escritos. Solo el caminante puede dejar la marca de la escritura. Las huellas dejadas en las cuevas por pueblos primitivos fueron marcas de las que se implica el movimiento, un grupo iba pasando por el lugar e inscribió en la piedra la prueba de la itinerancia. Escribir es caminar. Lo primordial es un espacio de inmanencia que guarda el texto, un espacio en el que se arcaiza un cuerpo para encender el discurso en la piedra del presente.
Esta noción de la escritura como pauta nomádica adquiere un mayor espesor cuando se piensa que Lalo es un escritor meditativo, para el que la pausa y la quietud son particularmente importantes. Las intensidades de su palabra brotan de una tensión constante entre devenir imperceptible en los recorridos de la ciudad y la lentitud radical del momento del pensamiento vuelto trazo. No debe sorprender que Lalo sea un lector cuidadoso de las filosofías orientales y un practicante de la meditación Zen. El viaje hacia el sentido se lleva a cabo en el interior pero solo el cuerpo-ahí puede significarlo, un cuerpo que se desplaza por San Juan como el lugar-en-clave de la pesquisa.
Simone es muchas cosas, pero el eje dramático que atraviesa la historia es la relación entre el narrador y una muchacha china, Li Chao. Esto le sirve a Lalo para especular extensamente sobre la comunidad china en Puerto Rico. No se me ocurre un texto narrativo de la literatura puertorriqueña que trabaje con la representación de la comunidad china. Simone es el primero que leo. (Un buen amigo historiador me ha comentado que Miguel Meléndez Muñoz tiene un cuento sobre los chinos en la construcción de la Carretera Central, pero al momento de escribir esta reseña no me ha sido posible consultarlo.) En Puerto Rico el “otro” emblemático es el dominicano, el indocumentado que recoge simbólicamente la ira y el escarnio escondidos en incontables chistes burdos y repetitivos. Sin embargo, vale la pena pensar que el chino lleva escurrido por las grietas de la sociedad puertorriqueña más de cien años y apenas se nota su presencia si no es por los ubicuos restaurantes que no hacen otra cosa que subrayar su invisibilidad. Son algo así como el margen afuera del margen. Es posible preguntarse si no hay una voluntad de ocultamiento en los mecanismos de representación, un deliberado –aunque inconsciente- esfuerzo por no ver.
Es precisamente en esta comunidad en la que el narrador encuentra la fuente para describir cierta desolación en el presente, que produce separados, seres apartados. El chino que aparece en el texto es un desarraigado, una especie de desperdicio que la máquina capitalista lanza a las franjas lejanas del sistema –cuyo motor, paradójicamente, es ese desperdicio que genera-, como las gotas grises de los trapos viejos luego que han sido exprimidos cien veces, el excedente siempre desprovisto de agencia sobre la plusvalía. Li Chao llega a Puerto Rico niña desde una provincia remota en China. Un familiar de un familiar de un familiar la localiza en una familia de propietarios de restaurantes y cuando Chao crece rápidamente entra en un ciclo de dependencia semi esclavista compuesto de meseras, cocineros y dependientes. Y el lector sospecha que así es para muchos chinos en Puerto Rico. El panorama es desolador, muchos apenas llegan a hablar algunas palabras de español y están atados a deudas contraídas por familiares en China que no conocieron o no recuerdan.
Lalo extrae de este caldo el jugo para describir la situación de la trama, una situación que irradia discursivamente hacia otros aspectos conceptuales y filosóficos implícitos en el argumento. La marginalidad es una condición del viviente que expande el efecto de la invisibilidad por todo el tejido social. El narrador es un apartado en el sentido en que muchos otros también lo son porque cada vez importa menos lo que realmente se ve o no se ve, lo que realmente importa o es un episodio de chismografía. El mundo del narrador es uno académico (es un profesor), un microcosmos que se asemeja a una especie de circo pobremente dirigido, ya no quedan fellinis. El narrador, posiblemente por opción y por temperamento, hace lo posible por mantenerse al margen de todo y solo descubre un grado de empatía con Máximo Noreña, otro escritor que como él escribe para nadie, contra los desfiles de moda del figureo intelectual. Así se deduce que el escritor / pensador debe esmerarse en corroer los imaginarios, en no concederle espacio a los fabuladores del consenso. Hace pensar en eso que dice Adorno sobre la actitud moral de “no sentirse en casa en la propia casa”. Sin embargo, Lalo no parece estar interesado en hacer una teoría moral sobre el presente, sino más bien en montar caseta en la tierra baldía, en dejarle a otros el diagnóstico, en la cueva se está bien, gracias, me reservo el gozo de saber que no hay escapatoria. El narrador de Simone lleva a sus consecuencias paroxísticas la noción de exiliado de Edward Said: hay cierto ángulo de mirada, una constante inconformidad, que invita al observador a ser marginal, ¿por qué integrarse, al fin y al cabo, a un mundo en el que aparenta ser normal que bastas franjas de la población se mantengan en condiciones humanas abyectas (chinos, dominicanos)? Para el escritor exiliado, aquí llamado el apartado, existe una partícula corrosiva en el pensamiento que muestra que a veces observar sugiere no participar. La obra de Lalo es un ensayo en ética radical.
La comunidad china en Simone describe alegóricamente la condición del habitante invisible para el que existe un desfase entre cuerpo viviente y lugar de residencia. El texto sugiere que esta condición no es ya exclusiva del emigrante. En cierto momento Li Chao le dice al narrador: “El problema no es la lengua sino la imposibilidad que tienen los demás de imaginarme.” (97-98) Palabras de gran profundidad que atraviesan el texto simbólicamente de principio a fin. En esa imaginación se cifra una relación entre la condición del habitante y la estética. Que Chao haya escogido la palabra “imaginar” sugiere que el paso por el mundo debería ir entrelazado con una -¿primordial?- actitud estética hacia sí mismo y hacia los demás.
“En estas páginas hago la bitácora del paso del tiempo.” Anuncia el narrador en las primeras páginas de Simone, casi sugiriendo un viaje al interior del tiempo. Temprano el texto adquiere la forma de la intriga. El narrador comienza a recibir una serie de notas anónimas de quien aparenta ser un emisor culto o, al menos, leído y consecuentemente se siente interpelado en su ego de profesor de literatura. Algunas notas están firmadas por “Simone”. En el trasfondo de lo que aparenta ser un asedio se encuentra la ciudad, que va poco a poco apareciendo mientras la trama de las notas y de la itinerancia del narrador por muchas calles va adquiriendo espesura. La bitácora del paso del tiempo es mejor entendida como el diario del espacio por el que se desplaza el tiempo, el lugar más el transcurso.
La interrelación entre deambulancia por la ciudad, notas anónimas y escritura permite especular sobre la noción de Wandersmänner de Michel de Certeau. Argumenta de Certeau que hay una forma de práctica ordinaria de la ciudad, cierta forma de caminante que experimenta la ciudad, que no solo la habita sino que construye con su práctica itinerante algo que puede llamarse un “texto urbano”. Este “texto” ensaya una escritura de los lugares invisibles, que hace aparecer en la textura del relato de su caminar una ciudad-otra. Puede considerarse que el narrador de Simone es una suerte de Wandersmänner, un paseante que escribe su historia en la ciudad pero que también escribe la historia de la ciudad que nunca cesa. “He pensado a propósito de ciertas calles y aceras que si las suelas de mis zapatos tuvieran pintura quizá para esta época mis pisadas habrían cubierto por completo su superficie. La idea es absurda como son absurdos tantos pensamientos reales. Así, con mis zapatos brochas, con estos zapatos-marcas expreso la ciudad autobiográfica, la ciudad cuyo cuerpo mi cuerpo ha cubierto”. (76) El narrador entonces apuesta estéticamente por el mundo en una suerte de autobiografía como texto urbano que escriba y se deje escribir por / de los lugares paroxísticos. El texto se expande hacia el dolor, hacia las múltiples tachaduras que se despliegan en el campo de lo perceptible.
Significativamente los momentos más intensos del texto son eróticos, Lalo oculta con sumo cuidado estos momentos para producir en la lectura una efecto de descubrimiento. No de una verdad sino de una búsqueda. Es cierto, no hay salida, pero la terapéutica de los acorralados es el andar; como Diógenes, solo el caminante puede conjurar al callejón. Los placeres del cuerpo se cifran en el texto como una forma de resistencia, de tal forma que se puede plantear la existencia de un principio hedonista informando la voluntad narrativa. El texto propone así una actividad (ética y estética) que surja ahí donde la vida parece estar regulada por poderes invisibles, esos neutralizadores del devenir. Sobre Li Chao el narrador comenta: “Era una de esas personas para las que la cultura no tenía que ver con privilegios o entretenimientos, sino que robándole tiempo al sueño y al trabajo y sufriendo la incomprensión de su entorno, le había servido como un arma de supervivencia.” (100) La escritura es una inscripción en el presente que funciona como estrategia de evasión, pero es una evasión hacia el mundo.
En la obra de Lalo el póstumo, el quínico, el quedado y lo que aquí llamo el apartado, han descubierto una señal hidden in plain sight colgada en la calle del presente: Dead End. Sin embargo, el descubrimiento del letrero no se transforma en desasosiego, sino en una cruel lucidez que es siempre afirmativa, nunca pesimista. Por el contrario, la literatura es una estrategia, lo que aparece en la conciencia para corroer los límites, una especie de erótica de los caminos apartados.
La escritura no es una investidura, en el sentido de una unción que te permite la entrada a un club; sino una (des)vestidura, es el gesto, la grafía en la caverna del que descubre constantemente que es un apartado. La ciudad-escrita es un mapa por el que se pasea un hombre desnudo. Así concluye el texto, con un cuerpo desnudo, porque en esa desnudez se cifra una creación orientada hacia la felicidad.