El camino de la errancia, sobre Ciutat, de Zaira Pacheco
Ciudad siempre es una palabra extranjera. Refiere a ese lugar al que asisten los otros y también, la forma de nuestra identidad menos conocida. Todos los días arribamos al encuentro con nosotros mismos, a ese lugar intrínsecamente ajeno, distante; el paisaje inevitable que es habitarnos. Por eso la palabra ciudad, puede ser otra manera de nombrar la soledad, una isla o un espejo. Porque, en ocasiones, el único lenguaje posible es la poesía.
Ciutat, primera publicación de Zaira Pacheco (La Secta de los perros, 2016) es el diario de una caminante. Desde este lado del libro, Barcelona, el mar Mediterráneo, la avenida Aragó y el invierno, irradian metáforas del sujeto migrado. Compuesto de treinta y cinco poemas breves que atisban en algunos momentos el lenguaje reflexivo del argentino Sergio Chejfec y también la poética de la soledad del nicaragüense Francisco Ruiz Udiel, en cada una de las piezas del poemario emerge la voz de quien intenta documentar la incertidumbre y la fatalidad del tiempo. En sus páginas no se pretende llegar a ninguna parte. Por el contrario, la nada es asunción: una forma de conciencia vital:
Asisto a la víspera de mi partida
[…]
Calculo el volumen que conforma
cada partícula del lapso
en donde ya no estoy.
Con la valentía de quien observa sin la pretensión de entender o solucionar, cada poema de Ciutat se vuelve espejo con que develar un estado del alma. Pues, tal y como sucede en las páginas del libro, lo no conocido se transforma en sapiencia para quienes atravesamos esta ruta de vida, en este preciso momento. Ahora, en esta realidad que nos ha tocado, cuando cualquier instante es anacrónico si se mira con deseo. Ahora, cuando nada nos pertenece y nos toca asumirlo. Ahora es mañana y el pasado tampoco ha sucedido. Lo aparente es la realidad. “Mi extinción habita el paisaje que contamina”, dice la poeta.
Tal parece que volvimos a Vallejo. Expresa sobre la joven poesía latinoamericana de este crucial periodo, el crítico Julio Ortega. Ha emergido una poesía que es también un modo de supervivencia, una decodificación de la errancia, una nueva forma de ser, parecer y satisfacer con las palabras:
Yo hago que te escucho
pero solo rememoro conversaciones que dije mañana
Repito algunas frases en catalán que he memorizado.
Asida de la imprecisión, Zaira Pacheco formula un lenguaje concreto de preguntas: ¿Cómo reinventar el espacio? ¿Hacia dónde caminar cuando el lugar siempre es otro? ¿Qué hacer cuando el camino es una grieta, el rastro de una herida que se aproxima sin que podamos salvarnos? Dice el poema IV:
No es el encierro.
Es la puerta a medio abrir.
La holgura donde no estamos.
Si bien nada nos pertenece, Ciutat propone el desprendimiento, el saldo de la carencia como una ganancia. De ahí que las certezas que entrecruzan el libro son contundentes. Son certezas porque son deseos: la única forma de prosperidad:
Sé del mar cuando anochece.
Allí entierro todo lo que prospera.
El deseo de encontrar algo
entre la negrura del oleaje.
Ni la oscuridad, ni la errancia obstaculizan la vida. Después de todo, como reza uno de los versos del poema XI: “No siempre encontramos la paz/ en el sosiego” y también el poema XIV: “Los únicos paraísos posibles son los perdidos”. Por eso, en este panorama imbricado de querencias, el futuro no existe. “Los después se escurren”, dice el poema XXIV. El deseo es al mismo tiempo brújula y llegada. La voz poética interpela esta contradicción:
Me gustaría ser avisada
de esta tendencia engañosa
del tiempo.
Ciutat es ese no lugar que busca encontrarse en la realidad, por fin, tratando de nombrar todo aquello que ahora solo parece o que simplemente no existe. Sin embargo, la voluntad no siempre engendra un camino. La poesía de Zaira Pacheco así lo cuenta; que tal vez haga falta otro lugar en donde estar a salvo, una ocasión en que la “ciudad” suponga estabilidad y sentido de pertenencia:
Pero no soy capaz de huir.
Las llaves se pierden como de costumbre.
{…}
Se pierden las brújulas.
La geografía se desentiende.
La ciudad que nos presenta Zaira Pacheco también podría llamarse intemperie. Ese desamparo que, erigido en su voluptuosidad, nos hace parecer más pequeños. Sin embargo, todo es apariencia. Pues ni siquiera el fracaso es alcanzable. En ese camino de la errancia hasta “la fragilidad pesa. / Es de todo menos frágil”, dice el poema XXII.
Leído el libro Ciutat, queda la sensación de haber construido un mapa. Porque mirar una ciudad en otro idioma, es descubrirnos también de otro modo. Tratar de construir aquello que nuestra voluntad no alcanza. Si afuera, en la realidad, siempre es de noche y distante, escapar es inútil. Ser extranjeros también nos puede devolver a casa. Solo tenemos que asumirlo. Vivir y terminar de apagar todas “las luces de esta calle” porque, como afirma la poesía de Zaira Pacheco, solo “en la opacidad irradiamos”.
*Publicado originalmente en En Rojo, Claridad.