El canto del cisne negro
Aunque los zoólogos lo niegan, los poetas aseguran que los cisnes cantan antes de morir. El cisne negro, por más peculiar y raro que se le considere frente a sus congéneres blancos, seguramente comparte esa pasión instintiva por el canto sublime in extremis. En el mundo poco lírico de las finanzas, el cisne negro como metáfora de lo catastrófico-impredecible se puso de moda a partir de la crisis financiera global de los años 2007 a 2009. Hoy, ese cisne parece que canta su despedida, y, sin embargo, todavía no está claro cuál será la herencia de ese torbellino que puso en riesgo la estabilidad económica mundial.
Se atribuye a Nassim Nicholas Taleb, un teórico y practicante de las finanzas, utilizar la imagen del cisne negro para designar acontecimientos de baja probabilidad que son difíciles o imposibles de predecir, pero que tienen consecuencias muy graves. En este sentido, la quiebra de Bear Stearns, uno de los bancos más grandes de Estados Unidos y del mundo, en marzo de 2008, fue un black swan. Y cuando ya muchos pensaban que el mundo financiero regresaba a la normalidad después de ese estremecimiento, sobrevino la quiebra de Lehman Brothers y la amenaza de una racha de quiebras en cadena. Súbitamente, el cielo de Wall Street se ensombreció con una verdadera bandada de estas aves raras.
Tres años después de la caída de Bear Stearns, la crisis comienza a parecer historia antigua. Millones de personas perdieron empleos, ingresos, propiedades y ahorros acumulados a lo largo de muchos años, pero a un extraterrestre que aterrizara hoy en Wall Street le daría trabajo creer que las instituciones más grandes y poderosas de la industria financiera estuvieron al borde del colapso hace apenas unos años. Una operación de rescate que quizá sea la más grande de la historia logró detener la reacción en cadena que desató la quiebra de Lehman Brothers, y ya hoy se celebran ganancias jugosas en algunos de los bancos-insignia del capitalismo globalizado. La otra crisis; la de la economía real (léase empleos, salarios, ingresos, etc.), sigue siendo una realidad dolorosa hasta en los países más ricos y avanzados, pero ya no parece tan urgente como hace tres años el proteger a los genios de las finanzas de su propia imprudencia.
Hubo un momento en que parecía que los gobiernos de Estados Unidos, Europa, Japón y otros países y regiones, estaban dispuestos a adoptar medidas de gran alcance para reformar la reglamentación del sistema financiero, pero en ese momento creían que la economía mundial estaba en la antesala de una segunda Gran Depresión. Pasado el susto, al costo de millones de millones de dólares, el afán reformista ha cedido considerablemente; casi se puede escuchar un suspiro colectivo de alivio entre los partidarios de la desregulación financiera. Se puede aventurar una predicción: no pasará mucho tiempo antes de que comience a circular una apreciación revisionista de la crisis que celebre la elasticidad o resistencia del sistema financiero desregulado en un entorno de recesión global.
La derecha de Estados Unidos se movilizó rápidamente para resistir las propuestas de reforma que consideraba más amenazantes para los intereses de la industria financiera, como la de crear mecanismos rigurosos de protección de los consumidores o la de reglamentar directamente el manejo de ciertas transacciones financieras en las que se combina la falta de transparencia con el riesgo excesivo. A fin de cuentas, es muy posible que la “reforma” se limite a endurecer los requisitos de capital y de liquidez de las instituciones y a controlar las prácticas más irresponsables en la creación de préstamos hipotecarios. Nada que ver con rehacer la “arquitectura financiera internacional”, como se dice pomposamente cada vez que una crisis amenaza la gobernabilidad del sistema global.
La fama intermitente de Keynes y Minsky
A finales del 2008, el temor a una Gran Depresión II, que de momento parecía no sólo posible, sino inminente, atizó las brasas casi apagadas del pensamiento de John Maynard Keynes—el gran crítico leal de la ortodoxia económica y financiera en los años treinta del siglo pasado. En la corriente central del pensamiento económico y de la política económica, la figura de Keynes había retrocedido casi hasta el olvido después de tres décadas de ataques sostenidos por parte de los teóricos del mercado libre y el Estado minimalista. La crisis sacó a flote las famosas advertencias de Keynes sobre los riesgos que enfrenta una economía monetaria empresarial—como llamaba él a la economía capitalista avanzada—cuando el sistema financiero crece y se expande hasta divorciarse de la economía real de la producción, el empleo y la inversión. De paso, los medios de comunicación y los consejeros de la política pública recordaron las propuestas de Keynes sobre cómo combatir la Gran Depresión—o cualquier recesión moderna—mediante la expansión del gasto público y el impulso a la demanda agregada. Se auguraba el comienzo de un nuevo periodo keynesiano como el que vivió la economía mundial entre los años cincuenta y setenta.
La crisis también puso de moda las ideas de uno de los seguidores de Keynes que era prácticamente desconocido para el público educado e incluso para muchos economistas: Hyman Minsky. Minsky es el autor de la Hipótesis de la Inestabilidad Financiera, una teoría que parecía describir al pie de la letra el desarrollo de la crisis, desde sus inicios en los años noventa hasta su estallido violento en el 2008. Se le puso a la crisis la etiqueta de “momento Minsky”; la frase con la cual los partidarios de este teórico denominaban a la etapa final y explosiva de una expansión financiera que termina en colapso. Lo curioso es que las que usaban esta terminología eran publicaciones que ordinariamente exponen las visiones ortodoxas y conservadoras del mainstream neoclásico. Era como si la presencia de tantos cisnes negros hubiera provocado una revolución del pensamiento económico al nivel de los medios de comunicación.
La reacción no se hizo esperar. Desde la segunda mitad del 2009 se ha visto en Estados Unidos y en Europa una fuerte corriente antikeynesiana. En estos días, la versión más cruda de esta corriente es la paranoia antidéficit del tea party republicano en el Congreso de Estados Unidos. Pero la resistencia a la rehabilitación de Keynes y de los keynesianos a la Minsky no se circunscribe a los grupos más estridentes de la derecha, sino que incluye a muchos economistas respetados y figuras encumbradas de la política económica. Cuando Richard Nixon dijo, décadas atrás, “ahora todos somos keynesianos”, no irritó tanto a las fuerzas conservadoras como cuando Barack Obama trató de articular un programa keynesiano de estímulo económico. Debe ser porque el Keynes de Obama, revivido en medio de una crisis tan devastadora como la de los años 2008 y 2009, resultaba mucho más real y amenazante que el de Nixon, cuyo keynesianismo tenía mucho de retórica “con las muelas de atrás”.
Al debate feroz sobre política económica que se desarrolla ahora mismo en Estados Unidos le sigue en paralelo otro debate sobre el futuro de las teorías económicas ortodoxas que fallaron tan catastróficamente como falló el mercado mismo en el tramo final de la década pasada. Algunos auguran el triunfo de un keynesianismo renovado, pero posiblemente subestiman la capacidad de resistencia de una economía política dominante que por lo pronto se bate en retirada. Lo que sí parece probable es que veamos un esfuerzo titánico de reconstrucción teórica en el campo conservador. Y, ¿quién sabe?, el canto de los cisnes negros podría anunciar el comienzo de un nuevo ciclo largo en la historia accidentada del capitalismo; un ciclo de recuperación después del empobrecimiento relativo de los trabajadores en tres décadas de neoliberalismo.