El Capitaloceno: necrófago, necrótico y entrópico
La vida, el aumento de entropía, la aproximación de la muerte de la especie humana le es indiferente al capital: su racionalidad se funda en su existencia abstracta y no en la afirmación de la vida humana. Es una lógica entrópica mortal.
–Enrique Dussel. 16 Tesis de Economía Política
El capitalismo es la transmutación recíproca de la vida en muerte y de la muerte en capital.
–Justin McBrien. Accumulating Extinction Planetary Catastrophism in the Necrocene
La muerte ronda gozosa las zonas muertas. Al referirme a las zonas muertas, una noción tan lúgubre y espantosa, no me refiero al escenario de un cuento de horror o el de una distopía futura del género de la ciencia ficción. Tampoco me refiero a un lugar habitado por fantasmas o espíritus errantes todavía aferrados a la zona de los vivos. No me refiero a la zona muerta del cerebro de Johnny Smith en The Dead Zone, el famoso libro de Stephen King. En un sentido ecológico, una zona muerta es una región del océano en la que, como consecuencia de la actividad antropogénica que contamina los mares, escasea el oxígeno necesario para sostener la vida allí. Se estima que existen más de 400 zonas muertas, equivalentes a más de 95,000 millas cuadradas (Perlman, 2008). En el Golfo de México existe una de las zonas muertas más grandes, de unas 8,776 millas cuadradas, más o menos el tamaño de New Jersey y más de dos veces el de Puerto Rico (Dapcevich, 2019). Otra de las zonas muertas más notorias es la del Mar Báltico. En estas zonas sucumbe la vida marina y se regocija la muerte.
La muerte también ronda, aparte de la vida marina, a numerosas especies terrestres. Muchas especies o están en peligro de extinción o ya se extinguieron, añadiéndole más pérdidas a la llamada Extinción Masiva del Holoceno (del Antropoceno para algunos). La creciente desaparición o muerte reciente de numerosas especies, particularmente de insectos, vertebrados y plantas preocupa a muchos científicos y ambientalistas. Las consecuencias ecológicas de su extinción, tanto para los humanos como para otras especies, dada su interdependencia, son potencialmente desastrosas (Gray, 2019). La muerte, llena, pero glotona, sonríe.
Toda esa muerte consumada o posible no ha pasado desapercibida. Muchos ambientalistas y científicos la han denunciado. También ha sido discutida ampliamente en los medios de comunicación, en los que abundan los relatos antropocenistas. Toda esa extinción, conocida también como la Sexta Extinción, coincide con lo que algunos llaman el Antropoceno. Es por ello por lo que los antropocenistas responsabilizan al Antropos, la humanidad. Pero, el relato antropocenista toma como punto de partida el Antropos abstracto, un sujeto genérico e indeterminado, no el Antropos concreto o históricamente delimitado (Anazagasty, 2019). Los antropocenistas olvidan que como nos recuerda Elmar Altvater (2016): “¡Es el Capitaloceno, estúpido!” Para él, la fuerza causante de la transformación y crisis ambiental no es la humanidad abstracta, sino la gente viviendo y trabajando en el contexto de las relaciones de clase, una realidad marcada por la explotación y las desigualdades e injusticias típicas del capitalismo y su acumulación de capital. Para él, y para Enrique Dussel, esto significa que la creciente entropía del sistema socio-ecológico global, entendida como una medida de desorden ecológico, es en gran medida producto del modo capitalista de producción. Dussel afirma, basándose precisamente en los estudios del “capitalismo fósil” de Alvater (2007), que la actividad económica capitalista aumenta la entropía del sistema socio-ecológico global, que Moore (2015) llama la ecología-mundo.
El nivel de entropía de la ecología-mundo, en aumento formidable, es el resultado del sistema actual de energía fósil. Para Altvater (2007), en la transición de la sociedad agrícola a la sociedad industrial, la congruencia del capitalismo, el racionalismo, el industrialismo y la energía fósil se volvió central. Pero, la función clave de la energía fósil en esta tendencia la ha ido convirtiendo en un obstáculo para el desarrollo y la acumulación de capital. Lo es porque los combustibles fósiles eventualmente se agotarán y porque los efectos adversos que produce su combustión deterioran considerablemente las condiciones de vida en el planeta. En adición, extraer y distribuir el petróleo y otros combustibles fósiles, cada vez más difícil, agrava el cambio climático, el calentamiento global, el agotamiento de la capa de ozono, la deforestación, la desertificación, y la pérdida de biodiversidad, entre otros. Con ese régimen, fundado en los restos de vidas pasadas, los fósiles, transitamos a una grave crisis socio-ecológica, para algunos nuestra extinción. Y nuestro óbolo a Caronte es la masiva riqueza capitalista acopiada a lo largo del Capitaloceno. Pero, la entropía producto del “capitalismo fósil”, y la cuestión energética en general, develan lo que Dussel llama “el límite absoluto material-ecológico del capital” y que James O’Çonnor (1998) llamó “la segunda contradicción del capitalismo”. Los medios de producción finitos, como los combustibles fósiles, se van convirtiendo, a medida que el capital los agota, en límites insuperables que van frenando la acumulación de capital. Es decir, el capital atenta contra sí mismo, contra su propia vida, no sin antes acabar con mucha de la vida en el planeta. El tímido giro a las fuentes renovables de energía está muy lejos de proveernos una solución conclusiva del problema energético. Mientras tanto, el capital insiste en el uso de los combustibles fósiles.
El capital, un Midas, convierte todo, hasta los fósiles, en capital. Pero su toque también mata, con o sin violencia. Es Midas, Tánato y las Keres a la vez. Todo lo vivo que toca muere para convertirse en capital. Para Justin McBrien (2016), el capital es la muerte misma, la Sexta Extinción personificada. Este historiador describe el capital como un necrófago necrótico, un ser que ingiere lo muerto mientras que su roce produce necrosis y entropía, condiciones favorables para más muerte. El capitalismo es mortífero, dejando a su paso la desaparición de especies, lenguas, culturas y poblaciones mientras premedita otras muertes:
Este devenirse extinción no es simplemente el proceso biológico de la extinción de especies. También es la extinción de culturas e idiomas, ya sea a través de la fuerza o la asimilación; es el exterminio de los pueblos, ya sea a través del trabajo o el asesinato deliberado; es la extinción de la tierra en el agotamiento de los combustibles fósiles, raros minerales terrestres, incluso el elemento químico helio; es la acidificación y eutrofización de los océanos, la deforestación y la desertificación, el derretimiento de las capas de hielo y el aumento del nivel del mar; el gran parche de basura del Pacífico y la sepultura de desechos nucleares; McDonalds y Monsanto (McBrien, 2016) [Traducido por el autor].
El acopio de capital implica entonces la acumulación de extinción, lo que requiere para McBrien que reconozcamos el Necroceno como la otra cara del Capitaloceno. Esto nos permitiría reescribir la historia de su desarrollo como el proceso de hacerse extinción, devenir de la muerte. El capitalismo es desde esa perspectiva la transmutación recíproca de la vida en muerte y de la muerte en capital. De hecho, el capital reproduce sus medios y condiciones de producción destruyéndolos. Según McBrien, el capital, oportunista, es saprofito y parasítico: se alimenta tanto de lo vivo como de lo muerto. Marx le llamó vampiro. El capital, a medida que ejerce su poder sobre la extracción de recursos de una naturaleza abaratada y depreciada, agota los recursos y añade contaminantes al ambiente, más necrosis y extinción en su ecología-mundo. Aun la vida que produce, la genéticamente modificada, envenena y mata.
El Necroceno es la sombra doble del Capitaloceno: su sublime monstruoso y su recóndita paradoja. Sus mortíferos vicios e impulsos son hoy socialmente aceptados, pero profundamente contradictorios. Por un lado, la extinción es el éxito inmediato que implica la creciente subsunción capitalista de la naturaleza. Pero, es por el otro lado, el fracaso de no poder subsumirla absolutamente, de no lograr trascender todos sus límites. El capitalismo, infiltrado en la red de la vida, subsume la naturaleza mientras produce y reproduce sobre sus restos una ecología-mundo. Se trata de lo que David Harvey (2010) llamó la “creativa destrucción” del ambiente a manos del capital. Pero, ni siquiera esa segunda naturaleza es dominada completamente por el capital. En sus esfuerzos por explotar y controlar la naturaleza amontona una imponente cantidad de valor negativo. El Necroceno subraya precisamente la relación entre ese valor negativo y la acumulación de capital, que se manifiesta en los límites que la creciente degradación ambiental y el rápido agotamiento de recursos le imponen al capital. Estas son barreras que la lógica productivista del capital no puede superar perennemente.
El Necroceno/Capitaloceno ha sido, sin embargo, encubierto por el extincionismo y el catastrofismo. En los relatos catastrofistas, el violento monstruo calamitoso que extingue vidas es el Antropos, no el capital. Desde esa perspectiva son los seres humanos, naturalmente destructivos, los causantes de tanta extinción. Aunque algunos antropocenistas y catastrofistas proponen grandes proyectos de geoingeniería para salvaguardar la vida, algunos extincionistas, los miembros del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, abogan por la extinción gradual de la especie humana. En cualquier caso, los antropocenistas, extincionistas y catastrofistas ofuscan lo histórico, confundiendo las condiciones contextuales de la organización y actividad productiva, predominantemente capitalista desde hace varios siglos, con los aspectos supuestamente innatos de la humanidad. La idea de que la humanidad se encuentra al filo de su extinción es una posición que si sucumbe al derrotismo podría ser bastante perniciosa. Esta impide y hasta reprime nuestra capacidad para pensar y actuar; contienen la praxis necesaria para enfrentar el necrófago y necrótico capital. Estas nociones, como notó McBrien (2016), son una “política basada en mil Cassandras anunciando la muerte de la civilización”, una que “conduce a un neoprimitivismo fatalista o a una lucha darwiniana-malthusiana fascista para sobrevivir”.
El fatalismo o el fascismo no son las únicas opciones. Para empezar, y como expliqué antes, la subsunción capitalista absoluta de la naturaleza es un mito. El capital no escapará los límites de su materialidad; solo puede postergar su extinción. Pero, no por eso podemos sentarnos a esperar su colapso. El capital posee una tremenda capacidad de regeneración, por lo que todavía puede ocasionar muchísima extinción. No podemos sino actuar para solventar la entropía y frenar las extinciones producto de la acumulación de capital. Como alternativa, para prolongar la vida en el planeta y mejorar su calidad, Dussel propone tres criterios. Primero, la tasa de uso de los recursos renovables no debe superar la tasa de su regeneración. Segundo, la tasa de uso de los recursos no-renovables no debe superar la tasa de invención y uso de los sustitutos renovables. Tercero, la tasa de emisión de contaminantes y de los residuos de la producción no debe ser mayor que la tasa que permita reciclarlos. Para Dussel (2014), hacer cumplir esos criterios le provocaría una “crisis terminal” y definitiva al capitalismo, pues son contrarios a la lógica capitalista de acumulación. Eso nos deja con una pregunta de vida o muerte: ¿Extinguimos el capital?
Referencias
Altvater, E. (2007). The Social and Natural Environment of Fossil Capitalism. Socialist Register, págs. 37-59.
Altvater, E. (2016). The Capitalocene, or, Geoengineering against Capitalism’s Planetary Boundaries. En J. W. Moore (Ed.), Anthropocene or Capitalocene? Oakland: PM Press.
Anazagasty Rodríguez, J. (19 de Abril de 2019). Las abstracciones antropocenistas. Obtenido de 80grados: https://www.80grados.net/las-abstracciones-antropocenistas/
Carrington, D. (22 de March de 2018). Paul Ehrlich: ‘Collapse of civilisation is a near certainty within decades’. Obtenido de The Guardian: https://www.theguardian.com/cities/2018/mar/22/collapse-civilisation-near-certain-decades-population-bomb-paul-ehrlich
Dapcevich, M. (11 de June de 2019). 2019 Gulf Of Mexico “Dead Zone” Is The Second Biggest On Record. Obtenido de IFL Science!: https://www.iflscience.com/environment/2019-gulf-of-mexico-dead-zone-is-the-second-biggest-on-record-/
Dussel, E. (2014). 16 Tesis de Economía Política. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Gray, R. (04 de March de 2019). Sixth mass extinction could destroy life as we know it– biodiversity expert. Obtenido de Horizon: https://horizon-magazine.eu/article/sixth-mass-extinction-could-destroy-life-we-know-it-biodiversity-expert.html
Harvey, D. (2010). The Enigma of Capital. Oxford: Oxford University Press.
McBrien, J. (2016). Accumulating Extinction Planetary Catastrophism in the Necrocene. En J. W. Moore (Ed.), Anthropocene or Capitalocene? . Oakland: PM Press.
Moore, J. W. (2015). Capitalism in the Web of Life. New York: Verso.
O’Connor, J. (1998). Natural Causes. New York: TheGuildford Press.
Perlman, D. (15 de August de 2008). Scientists alarmed by ocean dead-zone growth. Obtenido de SFGATE: https://www.sfgate.com/green/article/Scientists-alarmed-by-ocean-dead-zone-growth-3200041.php