Puerto Rico en el espejo del Caribe colonial contemporáneo
Propongo que visitemos las trayectorias conocidas de las colonias contemporáneas en nuestra región, para entre otras cosas, repensar nuestros actos políticos como puertorriqueños. Me pregunto, por dar solo algunos ejemplos, si acciones como votar por partidos independentistas o anexionistas, la lucha armada o la que hacemos por Facebook, la protesta en la calle, las huelgas, el boicot, o el presentarnos religiosamente ante el comité de la ONU, que este año aprobó por consenso su trigésima octava resolución a favor de la autodeterminación de Puerto Rico, y en donde se volvió a denunciar el imperialismo estadounidense sin consecuencia alguna, podrían llegar a rendir frutos descolonizadores algún día. Me pregunto igualmente, qué quedaría de la lucha por la autodeterminación si descartáramos las acciones que no han funcionado hasta este día. Por esto y muchas otras cosas que iré apuntando, entendí importante buscar ángulos de acercamiento a nuestro problema colonial, que nos ayuden a plantearnos esfuerzos políticos que consigan resultados anticoloniales concretos a corto y mediano plazo. No estoy haciendo ni un diagnóstico profundo ni buscando una receta, y en el fondo todo esto es una reflexión muy personal, inspirada por mi deseo genuino de luchar contra el imperialismo.
Además de la lucha de clases, que considero urgente e impostergable, entre otras posibles condiciones materiales que podríamos provocar como puertorriqueños, con miras a resolver nuestro problema colonial, me parece que se encuentra el empezar a caracterizarnos como un país que es parte íntegra de la región caribeña. El punto de vista que nos coloca dentro del Caribe histórico ha sido sistemáticamente invisibilizado por la tradición política y cultural de Puerto Rico, pero se ha perfilado en la historiografía local de muchas formas. Entre algunas de las investigaciones históricas que en lo personal me han hecho reflexionar sobre nuestro lugar en el Caribe, se encuentra gran parte de la obra de Jorge Rodríguez Beruff así como algunos trabajos de Humberto García Muñiz y Gloria Vega Rodríguez, en donde se discute la zona desde la perspectiva militar. Desde la historia política y económica puedo mencionar a Antonio Gaztambide y a Carmen Gautier Mayoral entre otras. Desde la historia de la era pre colombina y la general, la Isla ha quedado descrita como parte del Caribe con Jalil Sued Badillo y Sebastián Robiou Lamarck, por mencionar solo algunos. Igualmente me parecen emblemáticos desde el punto de vista de una identidad cultural caribeña, los trabajos de Ángel Quintero Rivera alrededor de la música popular. Puerto Rico como parte de la región del Caribe se ha visto definida también desde la arqueología, la antropología y hasta desde la genética, cuando por ejemplo, el biólogo y geneticista Juan Martínez Cruzado, definió la composición genética de una parte importante del caribe insular, valiéndose de estudios del genoma humano en la región. Finalmente, para una visión política de conjunto, y como pretexto inmediato a este ensayo, tenemos a Aarón Gamaliel Ramos y su libro Islas Migajas.
Por lo tanto, y a la luz de nuestra participación en la historia de la zona, trataré: 1. De esbozar o sugerir elementos que me permitan relacionar a Puerto Rico con el resto de los territorios no autónomos del Caribe; 2. poner en perspectiva la gestión histórica de la ONU en la descolonización de la región, apuntando a su contexto internacional, y 3. Identificar desde mi agenda antiimperialista, proyectos políticos que hayan ejecutado otros territorios coloniales del Caribe, para en algún futuro, compararlos con las luchas de Puerto Rico. No busco hacer un análisis pormenorizado de la historia política caribeña o un contrapunteo balanceado entre las colonias contemporáneas y Puerto Rico, sino que solo intento abrir la puerta hacia el caribe colonial, con el fin de observarlo desde mi perspectiva política, y determinar qué exactamente significaría entendernos como parte de nuestra región geográfica e histórica.
Para empezar, aclaremos que en la lista oficial de los 17 países considerados como colonias por la ONU, hay enumerados 8 que pertenecen al Caribe pero no se incluye a Puerto Rico. Puerto Rico fue retirado de la lista de países no autónomos en el 1953, y tras haberse aprobado la Constitución del Estado Libre Asociado en el 1952. Sin embargo, y en un sinnúmero de eventos históricos sucedidos desde entonces, se ha demostrado sin espacio para la duda, que seguimos siendo una colonia. Solo durante el 2016, tanto con el caso Puerto Rico vs. Sánchez Valle[1] como con la ley PROMESA, tendríamos prueba suficiente del imperialismo estadounidense en Puerto Rico. Estas decisiones de las instituciones del Imperio, entre otras imposiciones de derecho y falsa representación, manifestadas en las Cortes Federales y el Congreso, demuestran claramente nuestras desventajas. Pero además, sufrimos de una explotación económica descarada por parte de corporaciones, bancos e individuos estadounidenses, en esquemas de robo de recursos naturales, fabricación de deuda, apropiación inconstitucional de tierras y la creación de leyes que nos convierten en un paraíso fiscal solo para millonarios extranjeros. Nunca hemos dejado de ser ciudadanos de tercera categoría en franca desventaja con los habitantes de la metrópolis y al menos el Comité de Descolonización de la ONU ha sido útil en reconocer eso. En junio de este año volvieron a recalcar el derecho de Puerto Rico a su autodeterminación e independencia; sin embargo, no han colocado a la Isla en la lista de los “territorios no autónomos”, confeccionada por la propia organización.
La mayoría de los países que todavía son considerados por la ONU como colonias en el Caribe, son islas de tamaños breves y poblaciones pequeñas, que a partir de la Segunda Guerra Mundial se han visto influenciadas, determinadas y hasta controladas por los intereses económicos y militares de los Estados Unidos, aún cuando en muchos casos mantengan relaciones políticas serias con sus metrópolis históricas, o se hayan declarado independientes. Por lo tanto, más que discutir si la ONU tiene o no la capacidad de adelantar la independencia de Puerto Rico, cuando nos considera ya un territorio autónomo e ignoran el neocolonialismo en la región, prefiero hablar del contexto histórico de su rol en la era de la descolonización contemporánea. En resumidas cuentas, presento tanto con el texto como en las tablas adjuntas, una de las muchas caracterizaciones que se podrían hacer sobre las colonias caribeñas, con la intención de colocar a Puerto Rico entre ellas y vernos desde ese otro punto de vista. Entiendo que este acercamiento enriquece nuestro marco histórico porque generalmente, cuando reflexionamos sobre la descolonización de Puerto Rico, hemos mirado más la historia de las naciones que pertenecen al renglón de los países con mucho más recursos, riquezas y población, y hemos pasado por alto la historia de las naciones o colonias que comparten con nosotros equivalencias sustanciales, en lo que respecta a las condiciones materiales que nos definen. Con esto no quiero decir que Puerto Rico carezca de recursos, riquezas o personas suficientes como para ser independiente, sino que entiendo que nos parecemos más a las Antillas Menores de lo que hemos querido reconocer, o al menos nos parecemos más a ellas que a las repúblicas continentales que hemos usado como paradigmas. Estimo que hemos evitado compararnos con las Antillas Menores en parte porque como pueblo nos hemos ido moviendo históricamente desde dos premisas opuestas, o entre dos polos ideológicos y sentimentales que además de antagónicos, son provocados por nuestra condición colonial. De un lado, tenemos a las personas que subestiman nuestras capacidades productivas y nuestras condiciones materiales, mientras del otro, tenemos a la gente que consistentemente las sobreestima y hasta las hiperboliza.
Para presentar la discusión a la que aspiro, además de los historiadores mencionados arriba, he usado como pretexto el libro de Aarón Gamaliel Ramos, titulado Islas Migajas: Los países no independientes del caribe contemporáneo,[2]porque me parece pertinente establecer que existe el interés desde hace algún tiempo, de ir pensado en el colonialismo de Puerto Rico desde la historia colonial de los territorios del Caribe dominados por imperios europeos. Considero que el proyecto independentista en la Isla se ha visto muy afectado por la idea de que existe un método correcto (cada quien tiene el suyo) o un proceso único, para adquirir libertad y justicia política. Cada cual tiene también su propia definición de libertad y partimos por lo general, de la ilusión de que esa libertad política que vislumbramos como producto, ya sea de la lucha en “la calle”, o sea desde la toma de las instituciones, nos divorciaría de la hegemonía estadounidense. En muchos casos se ha llegado inclusive a entender que podríamos evitar la imposición económica, política y hasta cultural del Imperio si provocáramos algún acto de independencia contundente. Hemos insistido históricamente en que la independencia está al alcance de nuestro respaldo a una estrategia bien organizada y ejecutada, y así hemos convertido nuestros propios modelos imaginarios de luchas, tanto en las precondiciones necesarias para la libertad, como en su principal traba. Sin embargo, la independencia no estriba solamente en el arrojo o el valor de un grupo oprimido de individuos aislados del poder imperial, porque en un mercado mundializado, la autodeterminación de un pueblo dependerá del mundo. Tradicionalmente hemos responsabilizado a la voluntad boricua del éxito o el fracaso de la lucha descolonizadora, aún sabiendo que hasta los países libres como Venezuela, Cuba o México, por mencionar los más reconocidos, al tratar de ir por encima de los intereses del imperio estadounidense, lo han pagado con su paz social y el sacrificio de partes importantes de sus libertades y riquezas.
La historia de los países más parecidos a Puerto Rico en el Caribe, tanto en tamaño como en recursos, ha demostrado que es posible sobrevivir dentro de un amplio espectro de alternativas políticas y con una gama enorme de niveles de autonomía aún cuando se sufran las desventajas del tamaño. Cuando me refiero a los países caribeños, incluyo desde la república socialista de Cuba, la mayor de las Antillas Mayores y en donde nuestra Isla cabe muchas veces, hasta Saba, un municipio especial de Holanda, con apenas 1,991 habitantes y una superficie de solo cinco millas cuadradas. Al referirme al área de superficie o al monto poblacional, debo aclarar también, que lo hago partiendo de un principio dialéctico que entiende la cantidad como un factor necesario al momento de definir las cualidades de las cosas. En otras palabras, parto de la premisa de que la cantidad, ya sea de tierras, personas o riquezas, siempre debe considerarse como un factor determinante al momento de caracterizar cualquier fenómeno político en la historia.
Sin embargo, entiendo igualmente lo difícil que se nos hace como “boricuas” reconocer el tamaño como una desventaja para la autodeterminación, máxime, cuando sobrevalorar o ignorar los límites de nuestras dimensiones y riquezas, ha sido parte del discurso del nacionalismo cultural, así como del nacionalismo político y del independentismo en general, con el fin de promover la dignidad de nuestro pueblo y elevar nuestra autoestima. Una vez hecho el relevo emocional, debo insistir en que no puede pasarse por alto que el tamaño es relevante desde cualquier acercamiento racional que hagamos. Debemos asumir de una vez, el hecho de que existen fuerzas políticas que dependen de una masa crítica dentro del desarrollo económico de un pueblo y que esa fuerza, dependiente de la producción de riquezas nacionales, es la que sustenta los discursos separatistas y en la historia ha sido la base de todas las propuesta de independencia conocidas. Con esto no quiero decir que no se pueden hacer revoluciones pequeñas y pobres, sino que apunto a que la historia demuestra que las luchas que no llegan a ser tan grandes como sus enemigos, suelen ser aplastadas sin remedio. Aquí de seguro podrían refutarme aludiendo al caso de Cuba, por ejemplo, pero para efectos de nuestro análisis y el periodo histórico, la isla hermana debe ser entendida como una colonia rusa.
Un proyecto de autodeterminación tiene que venir impulsado por el poder económico de la población nativa de un territorio y por el convencimiento generalizado entre la gente, de que se tiene la capacidad, más que para gobernarnos, para generar riquezas. En otras palabras, sí entiendo que Puerto Rico es relevante dentro del marco económico y geográfico del Caribe insular, porque tenemos las condiciones para construir una base económica estable, y adquirir con ella poder político. Pero si bien tenemos una economía que genera riquezas, la mayoría de éstas se expatrian. Por lo tanto, la salida de nuestra condición colonial requerirá de un salto cualitativo que se dará solo cuando tengamos más control local sobre una mayor cantidad de nuestros recursos y riquezas. Si bien sabemos que hasta las naciones libres están colonizadas de formas directas e indirectas por el mercado capitalista internacional y la deuda, si tuviéramos más control sobre la producción local podríamos liberarnos de algunas relaciones de desigualdad aún desde nuestras desventajas políticas.
Aquí haré un paréntesis porque me parece importante recordarles que hace apenas unos años atrás, exactamente el 22 de mayo de 2014:
Yashei Rosario y Julián García, dos residentes de la isla-municipio de Vieques, comparecieron al Congreso de los EE.UU. para demandar que su isla se separe del archipiélago de Puerto Rico. En particular, ellos desean que la isla sea declarada un territorio autónomo y tratada de forma independiente a los asuntos de la Isla Grande por parte del Congreso (vea más aquí).
Para efectos de ilustrar los pormenores del caso y para que nos sirva de ilustración en nuestro argumento más adelante, debemos igualmente añadir que en Vieques:
…la cantidad de puertorriqueños, como en el resto de la isla, ha descendido. En el 2000, había 8,660; en 2010 eran 8,602. El estimado de 2017 dice que en Vieques hay hoy 8,528 boricuas. [además…] Estas estadísticas apuntan a que la población estadounidense aquí era el 5% en 2000, el 7% en 2010 y el 10% hoy. En resumen: desde la salida de la Marina, la población de estadounidenses ha crecido en un 113%, mientras la de boricuas ha bajado en 2% (El énfasis es mío, vea más aquí).”
Si pudiéramos sacar a un lado lo que se ha llamado la “gentrificación”, o el aburguesamiento de la isla/municipio, lo que en parte podría estar motivando el interés de autonomía entre ciertos grupos de viequenses, y tomáramos los datos geográficos y poblacionales como factores que justifiquen el pedido de separación, no sonaría tan descabellado el reclamo de Rosario y García, en especial, cuando sabemos que esto mismo se ha hecho a través de los pasados 60 años, en múltiples colonias caribeñas de menor tamaño y población que Vieques y con sus respectivas metrópolis europeas. Por ejemplo, con menos habitantes que Vieques, las islas de San Eustaquio y Saba, ambos Municipios Especiales de Holanda; así como Dominica y Monserrat, entendidos como Territorios Británicos de Ultramar; y San Bartolomé, declarada como Colectividad Territorial de Francia, han conseguido acuerdos negociados con sus imperios directamente, logrando su integración de una forma u otra al sistema de sus metrópolis, y consiguiendo condiciones políticas y económicas que no tenemos en Puerto Rico. Aún así, el Caribe sigue siendo el rastro que ha dejado la explotación imperialista por más de cinco siglos en la zona, y si algo tenemos en común con el resto del Caribe tanto como país, como por viequenses, sería que los imperios siempre han encontrado formas de mantenernos produciendo para ellos y que las decisiones que históricamente han tomado, se han hecho desde sus intereses por mantener el control sobre las Antillas.
Aimé Fernand David Césaire (1913-2008) político y poeta de Martinica, le llamó Islas Migajas a las Antillas Menores en un poema contenido en su famoso Cuaderno de un retorno al país natal. Los versos del poema van describiendo a las islas como los restos de un botín que se han llevado otros. Césaire también las llamó “Islas Cicatrices” e “Islas informes”, resumiendo genialmente los orígenes políticos de éstas desde sus funciones administrativas y militares, cualidades que comparten todas las islas con Puerto Rico. El libro de Aarón Gamaliel Ramos, Isla Migajas, toma su título de este poema de Césaire, y como señala desde la portada, busca repasar la historia colonial de los países caribeños no independientes. Está dividido en dos partes; la primera, discute las formas coloniales originales, así como sus instituciones, incluidas las identidades culturales que de ellas se desprenden. Ramos le llama a ese imperialismo inaugurado por España, el colonialismo histórico. La segunda parte, consiste de un acercamiento a las antiguas posesiones coloniales de las principales potencias europeas, tras la Segunda Guerra Mundial, lo que el autor llama la “Era de la Descolonización” o el período del colonialismo contemporáneo.
Bajo el tema de la era descolonizadora, Ramos repasa los procesos económicos, políticos y sociales que van evolucionado las relaciones entre las posesiones territoriales y sus metrópolis. En el trascurso, nos deja ver que muchas de las fuerzas transformadoras, que consiguieron o pretendieron descolonizar el Caribe, estuvieron, salvo contadas excepciones, gestadas desde las cúpulas de los poderes metropolitanos y desde relaciones provocadas por las propias potencias europeas, más que desde las luchas a la usanza de las revoluciones independentistas y socialistas que conocemos. Argumentamos con esto, que parte importante de las gestiones descolonizadoras en la región, fueron ponderadas como alternativas, solo cuando las luchas por la independencia en territorios colonizados por las potencias europeas alrededor del mundo, se iban acumulando. Podemos argumentar que las victorias independentistas en las grandes colonias, entiéndase, las derrotas que las metrópolis modernas tuvieron tras la Segunda Guerra Mundial tanto en la India como en África, terminaron favorecieron la mutación de los estatus políticos en las colonias más pequeñas. Aún cuando es importante reconocer que las iniciativas descolonizadoras del Caribe insular se fraguaron al calor de las luchas independentistas por el mundo, no fueron pocos los territorios caribeños que por su lado, intentaron también tomar el control político de sus naciones, desde intereses que aunque endémicos, estaban influenciados por las ideologías revolucionarias en boga, como fueron los casos de Granada y Anguila.
Anguila consiguió su independencia del Reino Unido tras una consulta electoral en el 1967. Ese mismo año Puerto Rico tuvo también un referéndum en donde el ELA ganó con un 60% de los votos, seguido por la estadidad con el 39% y la independencia con .6%. Sin embargo, Anguila, aún bajo el dictado de un voto por la independencia, fue invadida en el 1969 por los británicos, y el imperio se impuso nuevamente sobre el territorio. Más tarde, en el 1980, Anguila decidió separarse de la federación que componía junto a San Cristóbal y Nieves y lo logra como una gestión administrativa. La separación de la isla de Anguila, de su islas vecinas también poseídas por Inglaterra, nos recuerda lo que propuso el dúo viequense citado arriba, cuando le pidió al Congreso en el 2014, la separación de Vieques del resto de Puerto Rico. En el 2007, también San Bartolomé se separó de Guadalupe y San Martín, lo que a mí parecer ya sugiere una tendencia. Sin embargo, más que demostrar la existencia de fuerzas nacionalistas y secesionistas, pienso que es la propensión a defender las necesidades específicas de las regiones solicitantes, dentro de jurisdicciones más complejas, lo que motiva las peticiones.
Granada por su lado, consiguió su independencia del Reino Unido en el 1974 y se declaró un estado socialista entre el 1979 y el 1983, bajo el liderazgo de Maurice Rupert Bishop. El proyecto socialista fue derrotado tras una invasión militar estadounidense en el 1983 y la isla fue convertida en una monarquía parlamentaria como parte de la Mancomunidad de Naciones británicas, a partir del 1984. Debe establecerse además, y sin menospreciar la hazaña política de los granadinos y el movimiento de “New Jewel”, que la Isla tiene un área superficial de 135 millas cuadradas, entiéndase que es más pequeña que Ponce, y cuenta con una población que apenas ronda los 90 mil habitantes, lo que equivale a menos de una cuarta parte de la población de San Juan, y 55 mil personas menos que la Ciudad Señorial. El proyecto descolonizador de Granada ocurre dentro de un marco que debe incluir entre sus factores determinantes, además del tema de la raza y la lucha de clases, el tamaño territorial y el de su población, al momento de estudiar tanto su éxito como su eventual derrota. De igual forma, Anguila y su movimiento independentista, contaron con el apoyo electoral de una fracción mayoritaria de su población, compuesta por casi 15 mil personas, en sus 35 millas cuadradas de superficie. Anguila tiene una extensión territorial que equivale más o menos a la mitad del área de Vieques (52.12 mi²) y tiene menos habitantes que Jayuya. Gamaliel Ramos, mientras describe los procesos históricos de las colonias contemporáneas a grandes rasgos, va tomando nota de sucesos como los mencionados, que podrían entenderse como prueba de la existencia de múltiples y dispersas conciencias e identidades nacionales en el Caribe. Sin embargo, y si bien hay luchas políticas y económicas en todas las islas desde las revueltas de esclavos del siglo 19, las colonias caribeñas contemporáneas carecen de fuerzas populares importantes o “robustos”, que consideren como parte de sus luchas reivindicativas, la separación total y completa de sus respectivas metrópolis.
La Organización de Naciones Unidas se fundó en el 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, y en el 1946 confeccionó su primera lista de colonias, identificando a más de 80, lo que equivalía a una tercera parte de la población mundial, pero no fue hasta el 1961 que se fundó el Comité de Descolonización. Un año más tarde, el mundo experimentó su punto más cercano a una guerra nuclear, con la crisis de los misiles rusos en Cuba, durante el 1962. No es casualidad que fuera después de la crisis de los misiles, que los territorios británicos empezaron a conseguir la independencia y todos los territorios coloniales del Caribe alcanzaran en conjunto, mayor autonomía de sus respectivas metrópolis europeas. Estados Unidos fue una fuerza importante tras esa tendencia en la región, porque su intención era expandirse militarmente y crear una zona fiel a su proyecto capitalista. Fue durante el 1941, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, que EE.UU. construyó bases militares en Vieques y Culebra. Puerto Rico llegó a tener 9 instalaciones del ejército estadounidense operando al mismo tiempo. En el Caribe EE.UU. tiene bases en Puerto Rico y en sus Islas Vírgenes, pero también en el territorio extranjero de Aruba y Curazao, así como en Antigua y Barbuda, y destaca en especial la base de Guantánamo, en Cuba. En fin, los procesos económicos que favorecieron la autonomía en el Caribe, también empujaron los territorios caribeños hacia el poderío militar de Estados Unidos.
Las luchas secesionistas por el mundo provocaron la presión internacional que permitió argumentar el caso de la autodeterminación para los territorios de la zona del Caribe desde un beneficio político para Estado Unidos. La amenaza del comunismo ruso y la revolución socialista en Cuba, ayudaron a que se propusiera la autonomía como parte de un intento de estabilizar el área, que terminó entregándole el control a Estados Unidos. Ayudó a lo mismo, el hecho de que las potencias europeas hayan tenido que enfrentar su incapacidad para manejar sus posesiones de ultramar en el contexto de la guerra. En las colonias que existieron durante la Guerra Fría también se empezó a fomentar desde las metrópolis y sus instituciones, una clase política local, dominada por tecnócratas, que facilitaron (con represión y seducción) tanto la eventual autonomía como la estabilidad social. De la tendencia a la autonomía salió una nueva gama de fórmulas políticas: países miembros de la Mancomunidad de Naciones Inglesas, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, los Departamentos franceses, los Países autónomos y los municipios especiales holandeses, entre otras propuestas que se establecieron y se disolvieron en pocos años, como lo fueron las federaciones creadas entre islas inglesas, francesas y holandesas. En el proceso, se terminaron resolviendo muchos de los estatus coloniales, y sacando de la lista de territorios no autónomos de la ONU, a países que en la mayoría de los casos, terminaron integrándose por completo al sistema político de sus metrópolis. Como en Puerto Rico, también se crearon constituciones nacionales en muchos territorios, que al mismo tiempo se mantenían subordinados legalmente a sus metrópolis. Muchas islas desarrollaron movimientos políticos basados en la raza y en la clase y sus intelectuales construyeron teorías complejas que reescribieron la historia de colonización de forma brillante, como es el caso Ibrahim Frantz Fanon (1925-1961) de Martinica, y sin duda un destacado representante del antiimperialismo en la zona. Muchas colonias igualmente, dependieron y aún dependen de ayudas económicas, así como de las instituciones metropolitanas de justicia y de defensa.
Las islas caribeñas en su mayoría fueron productoras especializadas con mano de obra esclava, dentro de la distribución internacional del trabajo, por lo que arrastran las desigualdades raciales que las empujaron a satisfacer los intereses económicos de los mercados internacionales en contra de su voluntad y de su libertad personal por siglos. Por lo mismo, hoy las obligan con su lastre, a desarrollar la industria del servicio y el turismo, manteniendo con esto una relación histórica de desigualdad económica con el mundo, que perpetúa sus desventajas con los centros de poder tanto locales como metropolitanos y dificulta la consolidación y popularidad de movimientos nacionales.
Puerto Rico, tras todo lo dicho, además de ser un país que cabe fácilmente en el marco caribeño, forma parte de una tradición colonial que ha sido testigo de un sinfín de posibilidades descolonizadoras. Esto me hace pensar, que frustradas muchas de las vías conocidas de resistencia al imperialismo estadounidense, ya sea por la represión, por nuestras desventajas materiales, la impotencia, o sea por el cansancio y la frustración, nos queda sumarnos a las fuerzas masivas de lucha en los principales centros de poder tanto en la metrópolis como en el mundo y empezar a provocar la denuncia internacional desde abajo. Considero que podemos concluir que las transformaciones al interior de los países más pequeños como el nuestro, colonizados por una potencia viva, han ocurrido solo en el contexto de una lucha mundial creada por las crisis cíclicas del capitalismo. Pienso además, que mirando al Caribe y la historia de sus colonias contemporáneas, podríamos reconocer fórmulas de autonomía que, antes de pretender satisfacer una idea de libertad abstracta basada muchas veces en la idea de que es posible abandonar el mercado estadounidense, se concentre en apoyar las luchas por la erradicación de las relaciones económicas de desigualdad que la metrópolis nos impone unilateralmente y que mantienen a nuestra población empobrecida tanto aquí como en el continente.
Cuando les invito a que miremos a Puerto Rico en el espejo de las colonias del Caribe, no quiero decir que debamos abandonar el independentismo porque existan pocos territorios que hayan optado por esa alternativa, sino que reconozco que con el ejercicio de repasar nuestras semejanzas con el resto de las islas caribeñas, podremos sopesar mejor nuestras desventajas respecto al Imperio y entender los límites materiales de nuestras estrategias políticas. No debemos olvidar, cuando luchamos por erradicar nuestras desventajas coloniales, que en este momento ningún estado en América, y no solo los pequeños, podría pensarse como independiente de la hegemonía del imperio militar estadounidense y su mercado. Por lo mismo, no podremos liberarnos de su opresión sin contar con sus masas revolucionarias internas y con el apoyo de las luchas concretas que su imperialismo genere por el mundo, así como ocurrió durante la “era de la descolonización” y lo que permitió entre otras cosas, resolver el estatus de muchos de los territorios coloniales del Caribe. En conclusión, mientras el mundo entra en crisis, debemos luchar dentro y fuera de la Isla en contra de las leyes coloniales que nos empobrecen.
Referencias:
[1] In Puerto Rico v. Sanchez Valle, the Supreme Court applied this longstanding doctrine to the Commonwealth of Puerto Rico and held that it did not constitute a “sovereign” for double jeopardy purposes.
[2] Aarón Gamaliel Ramos. Islas Migajas: Los países no independientes del caribe contemporáneo. Travesters & Leduc Editores: San Juan. 2016. 353 págs.