El reto a la historia en el giro digital
“I have been seeking to stress that the thread that may connect us with the Enlightenment is not faithfulness to the doctrinal elements, but rather the permanent reactivation of an attitude – that is, of a philosophical ethos that could be described as a permanent critique of our historical era”.
¿Qué ha de hacer una disciplina de espalda a las transformaciones sociales que las nuevas tecnologías digitales generan? Esa es, después de todo, la posición que han asumido todos los programas de historia en las universidades del país. Ninguno de éstos incluye algún grado simultáneo en archivística y preservación digital, ni siquiera un curso que verse sobre las nuevas vertientes o debates de la archivística o sobre cómo utilizar fuentes documentales digitales. La historia permanece, al parecer, anclada en la pretensión de estudiar el pasado sin dar cuenta de su presente ni de los medios con que se arma. Perdura desentendida de los desafíos que le interpone el giro digital.La distancia entre la práctica de la archivística y la de los historiadores no es una que sólo vemos en Puerto Rico. Claire Potter ilustra cómo en Estados Unidos también la abrumadora mayoría de los programas graduados de historia no cuentan con enfoques que integren una preparación en preservación digital. En vez de que estos programas estén dirigidos exclusivamente a producir académicos dedicados a la docencia, podrían, como bien argumenta Potter, preparar estudiantes para carreras en las que puedan combinar la producción académica y la preservación de documentos. Se preguntará, ¿cuál es la importancia de esto?
La documentación digital es prácticamente ubicua, desde nuestros estados de cuenta bancarios y las interacciones sociales producidas con amistades en Facebook, YouTube y otras redes sociales hasta la avasalladora cantidad de blogs, periódicos y revistas digitales. Todas estas experiencias virtuales y la producción de contenido que las caracteriza llevan consigo la frágil semilla de la inmediatez y la impermanencia. Mucho de este contenido puede ser eliminado por quien lo produjo, la data puede dañarse hasta el punto de ser irrecuperable y el software utilizado para leer la información podría ser descontinuado, entre otros posibles problemas. Similarmente sucede con el precario sistema de preservación del material producido por instituciones estatales, como correos electrónicos, memorandos y otros documentos en formato digital. Esto conlleva, por consiguiente, que importantes pedazos de nuestro pasado “desaparezcan”.
Un día tenemos acceso a la fotografía del decapitado contratista de Moca y al siguiente, el medio que la colgó, El Vocero, la elimina como si ese acto de publicación del sufrimiento ajeno no hubiera sucedido. Sólo los cibernautas que se reconozcan como curadores de contenido, una vertiente de la archivística digital, habrán grabado un screenshot de la publicación con el motivo de que ese instante de pobre ética periodística no quedara en el olvido.
Roy Rosenzweig, cofundador del importante Center for History and New Media, sostiene en su ensayo “Scarcity or Abundance? Preserving the Past” (2003) que los historiadores han estado (mal) acostumbrados a pensar las discusiones sobre archivística y el archivo como asuntos técnicos que no le competen a su disciplina. Sin embargo, cualquier historia que armemos depende irremediablemente del archivo, de esa red de trazos del pasado que “evidencia” algún suceso o proceso. Se podría decir, incluso, aunque con evidentes limitaciones, que es el archivo el esqueleto con el que se anima la historia.
La utilización de sitios en Internet como fuentes primarias constituye un reto a la práctica tradicional de la historia porque el espacio de agencia que predomina es la del pasado reciente y esto no sienta bien con quienes esperan que exista suficiente distancia entre el objeto/sujeto de estudio y el historiador. Esta distancia es, en parte, un aspecto fundamental para los defensores de la “objetividad”. Asimismo, la profusión de información producida e intercambiada por Internet presenta un duro desafío para quien persigue otorgarle sentido a la realidad. Por último, la utilización de fuentes digitales como blogs, y comentarios y vídeos colgados en redes sociales compone una transformación del sujeto histórico que ya no es aquel “claramente” identificable sino que, tras el velo de un relativo anonimato, incide en los procesos sociales. Es ese anonimato, que paradójicamente hace más visible lo invisible, un elemento fundamental del giro digital.
Así como durante las décadas de 1960 a 1980 se habló y aún hablamos de una especie de giro lingüístico,1 sugiero que nos encontramos en medio de un giro digital. En el primer giro –no se tome esto como que cada giro responde a alguna especie de etapa histórica y progresiva– se enfatizó la manera en que el lenguaje no es un medio neutral ni transparente para comunicar la realidad sino que es un medio por el cual hacemos la realidad. El actual giro digital conlleva el desdoblamiento de nuestras vidas “reales” y las “virtuales” al punto que es difícil concebir una sin la otra. Ni hablar de distinguirlas.
De igual manera, hay una transformación de la materialidad de las fuentes documentales –esa tortuosa tarea de acumular papeles, carpetas, cajas o de transcribir y fotocopiar– por la impermanencia e inmaterialidad de los flujos de información digital y de la red. Esa importante forma de medir nuestras vidas, el tiempo, se encuentra atravesado por el giro digital. Se produce, entonces, el irregular colapso de las temporalidades de larga duración y nos “impone” la hegemonía de una inmediatez que se desboca por su fugacidad.Esto significa que no sólo producir historia del pasado reciente (de los pasados 20 años) es una experiencia intelectual distinta a la producción durante las décadas de 1960-1990 sino que la manera en que podemos estudiar e investigar esos años y los anteriores también se ha transformado profundamente. Esperemos, pues, que pronto se defiendan tesis de historia cuyo formato sea un sitio web y que sus fuentes primarias sean todas digitales; que lleguemos al momento en que los programas de historia del país ofrezcan, como parte de su preparación, cursos que atiendan los debates de la archivística y las transfiguraciones que se generan con el giro digital; que pasemos de las discusiones (virtuales) de pasillo a profundas e importantes reflexiones sobre cuánto las nuevas tecnologías han cambiado las formas de escribir historia y a la propia disciplina.
Si la práctica de la historia continúa anquilosada en la destronada y encumbrada creencia de que nuestro objeto de estudio es solamente el pasado, pronto nos quedaremos sin futuro.
- Véase el trabajo de Ludwig Wittgenstein, Jacques Derrida, Julia Kristeva, Richard Rorty, Michel Foucault, Hayden White, Jean-François Lyotard y Michel de Certeau, entre otros y otras más. [↩]