Elle: Sangre de horchata helada
La escena que inicia este filme, negro como la boca de un lobo, es aterradora y desquiciante. Michèle Leblanc (Isabelle Huppert) una mujer rica es violada por un hombre enmascarado en su casa en un suburbio de Paris. Su gato es testigo de la escena y lo hace con la apacibilidad que puede tener su especie. Es también algo nunca antes visto. Primero, porque es un animal observando un acto llamado “animal”, aunque el ultraje no ocurre entre los animales; segundo, porque nos prepara para cómo va a reaccionar Michèle. Esta se levanta, recoge los platos rotos, limpia la escena y no hace ni un aguaje de llamar la policía. Todo esto ocurre como si fuera la anfitriona de un soirée chic para los clientes de su compañía, que diseña juegos de video, y con el sigilo de un gato.
El filme se convierte en un thriller en el que Michèle busca a su atacante. Sospecha de uno de los que trabajan para ella, pero hay varias posibilidades. Lo más curioso es que, cuando en el trabajo le preguntan cómo se hizo el machucón que lleva en la cara, responde que se cayó de una bicicleta. Más curioso es que va a cenar con su exmarido Richard (Charles Berling) y una pareja de amigos y les cuenta lo del ultraje con el desprendimiento que podría usarse para rechazar el postre. Todos quedan horrorizados, y se preocupan que esté viviendo en una casa relativamente aislada, en la que no hay alarmas, las puertas tienen cristales y algunas no cierran bien. ¿Qué le pasa a esta mujer? ¿Tiene sangre de horchata?
Michèle va a una tienda de armas y compra un hacha y un aerosol de pimienta como protector. También consigue que uno de los que trabaja con ella le enseñe a disparar, actividad en la que muestra una habilidad sorprendente. Nos estamos preparando para una búsqueda que tiene la venganza como el motor propulsor, pero el guión de David Birke nos tiene muchas sorpresas. Según se expande el número de posibles candidatos como perpetradores del ataque, nos vamos enterando de cosas sobre Michèle: su pasado, sus secretos sexuales, sus relaciones con los trabajadores en su compañía y sus vecinos. En fin, cosas que no les puedo revelar porque en sus detalles está la respuesta a la psicología del personaje que es lo que determina sus acciones.
Sin recato alguno, la trama, basada en la aclamada novela “Oh…” de Philippe Dijan, nos muestra el lado oscuro de la psique de una mujer que ha ido sublimando sus miedos y fobias, sus deseos y fervores, en su trabajo, y cuyas relaciones más cercanas son materia de una vida burguesa sórdida y patética. Su madre Irène tiene amantes que podrían ser sus nietos y contempla la posibilidad de casarse con el más reciente. Josie (Alice Isaaz), la novia de su hijo Vincent (Jonas Bloquet) lo maltrata a más no poder, y es dudoso que el hijo que tiene sea de él. Además, están las fantasías sexuales de Michèle, quien ha desarrollado un deseo intenso por el marido de la vecina de al frente (Laurent Lafitte, quien en ciertos ángulos parece haber sido clonado de alguna célula de Mario Lanza). Pero hay algo peor en el pasado de Michèle que es la explicación parcial al misterio de su comportamiento.
Cuando parece que nos estamos acercando a la solución del misterio, la cinta se convierte en una fantasía sadomasoquista en la que los protagonistas de esas acciones están pidiendo salvación de sus condiciones patológicas. La película se va poniendo más negra aún, más devastadora, y vemos cómo la transferencia de culpabilidad de una persona a otra determina el veredicto de crímenes que no tienen nombre.
Este es un filme despiadado y brillante, pero que sería un vehículo tan lleno de artillería que no podría permanecer a flote sin su capitana, Isabelle Huppert. Esta gran actriz ha creado un personaje con la complejidad de Electra en reverso. Cada escena brilla porque ella obtiene de los actores que la rodean unas respuestas que abundan al misterio de su personalidad. La consistencia de sus actos están enfatizados de forma precisa por pequeños gestos que detallan la personalidad de Michèle: precisa, calculadora, sensual, despiadada, amorosa, e inmune a la violencia. Esto último lo canaliza a través de sus juegos de video que uno entiende son exitosos porque manifiestan su crueldad controlada (está evidente en el ejemplo del juego que vemos en el filme). Al mismo tiempo, en una escena maravillosa que tiene que ver con una pajarito herido, Huppert revela la ternura oculta en la mujer que tanto trauma ha sufrido. Es una actuación monumental que hay que apreciar y entender para poder disfrutar la película.
Con este filme el director Paul Verhoeven logra regresar al nivel que obtuvo en la década del 90 del pasado siglo, y lo hace con un filme diferente y chocante que se distingue, por su dureza, de la mayoría de las películas hollywoodienses.