Elogio del ‘Boletín’ veleta: Cayetano Coll y Toste en la archivística caribeña
No fue así en el caso de Coll y Toste. La ley 76 disponía más recursos y colocaba al Historiador a cargo de una «Biblioteca Insular» para la cual debería “compilar todos los años una crónica comprensiva de aquellos acontecimientos políticos, científicos, judiciales, literarios, religiosos, legislativos, sociológicos y económicos, que ocurran en Puerto Rico durante el año, que tengan un interés general y cuya memoria sea digna de conservación”. Esta documentación debería estar preparada de tal forma que pudieran darse a la publicación en una revista o volumen de acuerdo con las asignaciones presupuestarias de la Asamblea Legislativa. “Los ejemplares que se impriman serán distribuidos gratis, o vendidos, según lo acordare la Junta de la Biblioteca Insular.”
Coll y Toste cumplió con la tarea de recolectar y preparar documentos de interés general para beneficio de un público amplio a través de la publicación regular de los números de su Boletín Histórico de Puerto Rico. Sin embargo, no acató el mandato de producir una crónica de los acontecimientos ocurridos en la actualidad bajo el régimen norteamericano. Casi todos los ensayos, cartas, y documentos que conforman el Boletín Histórico atañen el periodo colonial bajo España. El Boletín prosigue incólume con las polémicas, obsesiones e intereses que guiaron la historiografía del liberalismo autonómico antes de 1898: la cuestión del lugar de desembarco de Colón en la isla; el periodo de la gobernación de Ponce de León y su exploración de la Florida; el “gallardo” papel de los oficiales españoles y la milicia criolla en la defensa de San Juan durante los ataques de 1595 , 1625 y 1797; la denuncia de los abusos arbitrarios de los gobernadores “infames” del siglo XIX; y los avatares de la toponimia indígena y su supervivencia durante el dominio español. Coll y Toste sólo dedica el cuarto volumen –uno entre catorce- para publicar documentos relacionados con el desembarco norteamericano y la nueva hegemonía política.
La lectura conjunta del Boletín, la tarea archivística, las leyendas y la función oficial de Coll y Toste bajo el orden colonial dictados por la ley Foraker y luego por la ley Jones en Puerto Rico nos muestra cómo lo que Arcadio Díaz Quiñones ha llamado la “paradoja de la tradición autonomista” bajo España (la de «defender la patria –la isla- sin renunciar a la nación –España-«) supone una nueva forma en la obra de Coll y Toste tras el cambio hegemónico. Para defender la patria (el territorio) incorporada a una nueva nación (EE.UU.), tanto en el Boletín como en sus leyendas Coll y Toste insiste en arraigar la personalidad histórica del puertorriqueño en las dimensiones positivas de la gesta colonial española sin apenas comentar o reconocer la injerencia actual de la presencia norteamericana en el acontecer del país. En Coll y Toste la lealtad a la espiritualidad latina parece aumentar a la vez que crece el deseo de asimilar el pragmatismo modernizador del Norte. Esta ansiosa contradicción anima el nostálgico proyecto archivístico y la redacción de leyendas de Coll y Toste: ambos son sendos simulacros de la hispanidad en el momento transculturador de la injerencia norteamericana. El historiador decretado por la oficialidad colonial se dedica a incrementar e intensificar la producción del ficcionario de la puertorriqueñidad.
II
Salvo contadas excepciones, las últimas generaciones de historiadores puertorriqueños han puesto en entredicho la inmensa labor de compilación documental que hizo Coll y Toste en los catorce tomos de su Boletín Histórico. Los catorce ejemplares de este Boletín se publicaron entre 1914 y 1927 mientras fungía como “Historiador Oficial”. Cada volumen del Boletín consiste de cientos de páginas en las que el compilador transcribe documentos primarios de distintas fuentes oficiales relacionadas, en su gran mayoría, como hemos dicho, con el periodo colonial español. Junto a este caudal de documentos también incluyó ensayos suyos de “rectificación”, biografías de puertorriqueños ilustres, conferencias y cartas de información emitidas desde su oficina. Vale notar que durante estos mismos años Coll y Toste escribe y publica en la revista Puerto Rico Ilustrado una serie de noventa “leyendas puertorriqueñas”, narraciones breves de tema histórico escritas con gran estilización plástica según los géneros de la “tradición” de Ricardo Palma y las estampas fantásticas de los costumbristas románticos españoles. Estas leyendas fueron luego reunidas en dos volúmenes publicados en San Juan, Puerto Rico en 1925 y reimpresos en Barcelona en 1928.
La crítica al proyecto del Boletín la empiezan a articular los miembros de lo que hoy se conoce, en la genealogía intelectual puertorriqueña, como la generación del cuarenta. Los historiadores del cuarenta desestimaron la avidez con la que, “sin poderoso freno metodológico, sin espíritu de sistema”, Coll y Toste acumuló indiscriminadamente los materiales para su Boletín. Si bien reconocieron la “marcada generosidad didáctica” que caracteriza su obra, estos académicos optaron por favorecer el manejo más depurado y selectivo de fuentes en las monografías y libros sobre el proceder histórico de la isla de su contemporáneo, el sociólogo Salvador Brau (1842-1912). En un comentario de 1950 sobre el Boletín Histórico, escribe Arturo Morales Carrión: “sería difícil clasificar a Don Cayetano como un verdadero historiador, de riguroso método y amplias concepciones, rasgos éstos que se dan tan cumplidamente en la obra de Brau”. Morales Carrión entonces pasa lista de las carencias metodológicas en la producción del Boletín Histórico: errores de transcripción, desorden en la cronología, ausencia de índices, procedencias dudosas o sin identificar.
El Boletín Histórico, resume Molares Carrión, es “una mescolanza documental”, “una maraña de cartas, memoriales, reales cédulas y bandos” tomados “a saco” de numerosas fuentes no reconocidas, una “desordenada colección [que] confunde y apabulla al lector sistemático”. Escribe en 1957 la historiadora Isabel Gutiérrez de Arroyo: ”por razón de la mayor amplitud y diversidad de su obra y quizás tambien por motivos de temperamento, no priva en la obra de D. Cayetano Coll y Toste con persistencia uniforme, el rigor metodológico y la cuidadosa elaboración de las obras de Brau”. Tanto para la generación del cuarenta como para las subsiguientes escuelas historiográficas en Puerto Rico, incluyendo la llamada “nueva historia” en la década del setenta, es Brau, y no Coll, el iniciador de la historiografía profesional de rigor en la isla. El que Coll y Toste usase sus hallazgos de archivo más bien para ingeniar leyendas en vez de documentar trabajos monográficos seguramente contribuyó a consolidar este juicio negativo.
No debemos, sin embargo, descartar tan fácilmente a Coll y Toste al reflexionar sobre los procesos de consolidación archivística que ocurren en el complicado escenario colonial puertorriqueño antes de y a partir del 1898 y, por ende, de lo que representa organizar y fundar un archivo histórico del Caribe en el Caribe. La falta de sistema de la que se acusa a Coll y Toste más bien ha sido la regla y no la excepción en la conservación documental y la historiografía caribeña. Si pensamos en lo que fue la empresa collytostiana en su transversalidad —la creación conjunta de mito y de archivo para un territorio, la urdimbre sistemática entre un documento y una leyenda, del dato verídico y su simulación— podremos situar mejor su obra como precursora de una tradición híbrida que concilia la ficción conjetural con la investigación “positiva”. Este proceder ha rendido importantes obras literarias en la región del Caribe tales como El reino de este mundo, El arpa y la sombra y otras novelas de Alejo Carpentier, El mar de las lentejas y Mujer en traje de batalla de Antonio Benítez Rojo, La noche oscura del niño Avilés de Edgardo Rodríguez Juliá, El castillo de la memoria de Olga Nolla, Falsas crónicas del sur de Ana Lydia Vega, El capitán de los dormidos de Mayra Montero, entre muchas más. Si examinamos la gula documental junto con la tendencia hacia la leyenda en la obra de Coll y Toste, damos con un síntoma “simulador” o “ficcionalizador” en la historiografía caribeña que nos ayudaría a entender mejor la insistente intervención de lo literario en la constitución, transformación y tergiversación del archivo puertorriqueño y caribeño antes y tras el cambio hegemónico de 1898.