En el nombre de la madre
–Jean-Baptiste Poquelin Molière
Mi compañera y yo tenemos 24 semanas de embarazo y los dos somos primerizos. Nuestro futuro niño se llama Isaías. Hace unos días Luz (mi amor), tuvo que visitar con Isaías al obstetra, y como siempre allí estaba yo como un rabo haciendo el trío. Tener un hijo en este mundo me parece una apuesta que en cierta forma nos convierte en masoquistas, y fácilmente termina uno sintiéndose como si llevara encima al mundo entero, aún cuando haya sido resultado de nuestras propias decisiones, y estemos muy contentos con el hecho.
No obstante, en ciertas circunstancias la responsabilidad de la crianza se convierte en una razón para desfallecer. Puedo fácilmente imaginar a una mujer pobre, sola, y con poca educación, ante la tarea de ser madre y considero que cualquier acto desesperado o suicida que le provoque el rol, sería una respuesta tan humana, como la pasión por la vida que en mí y en mi compañera, la misma situación despierta.
Como seres vivos nunca podremos dejar de sentir los impulsos del instinto que le son inherentes a nuestras cualidades materiales, pero sí tenemos la capacidad de decidir qué hacer socialmente para balancear el espectro de consecuencias que de sus leyes se desprenden. Nuestro deber como individuo, a mi entender radica en luchar por el equilibrio. Por eso me parece tan absurdo que nuestro sistema de educación pública permita a maestros enseñar de dios en el aula impunemente, mientras sabotean la educación sexual; y que insista en pasar por alto el funcionamiento de nuestro propio cuerpo, pero nos enseñe a rezar.
Las visitas a los consultorios médicos siempre me han parecido una tortura. El fenómeno de vender y comprar la salud se me antoja un tema enorme como las serpientes de Silvio. Yo creo que todo queda claro al estudiar el rol de las farmacéuticas en la política de salud pública1. Las corporaciones farmacéuticas, son carteles legales de la droga, que se dedican a remendar con compuestos químicos los síntomas de enfermedades que no existirían si no tuviéramos la porquería de salud pública que ellos mismos nos vendieron. La “Medicina” por ser una carrera costosa, lo que de partida descarta a muchos de aprenderla, es exorbitante también como servicio. Su valor si muy bien responde a la importancia que tiene para todos la “salud”, también es parte de una trampa.
La mayoría de los doctores diagnostican como lo haría cualquier algoritmo de página médica en internet. Y por cada “Dr. House”, existen millones de “doctores Chapatines”. No obstante, su proceso se trata en la mayoría de los casos como algo incuestionable. Su autoridad, así como el “performance” que le acompaña, crea la ilusión de control y seguridad, que en el fondo es lo que se compra cuando se visita a un “profesional de la salud”.
A pesar de esa ilusión de control sobre el cuerpo o la naturaleza2 , que nos tragamos por ignorantes frente a un “experto en medicina”; aún si pasamos por alto que por ser tan inaccesible el conocimiento acumulado de la ciencia, no tenemos otra opción que rendirnos a los veredictos de los especialistas; aún con todo esto dicho, la “Medicina” tiene cosas buenas.
No podemos negar que ha tenido logros relevantes, como la aparente erradicación de algunas enfermedades, así como la cura o prevención de otras muchas, lo que ha concluido en la extensión de la expectativa de vida del ciudadano promedio en los países ricos. Ese éxito del conocimiento científico, sin embargo, logró convertirlo en mercancía. En estas circunstancias el saber acumulado tiene que obedecer al mercado, en donde el producto que no sea rentable desaparece.
Para que algo exista en “nuestra” economía tiene que poder comprarse o venderse, y un doctor en medicina como administrador de saber, vende la idea de paz mental disfrazada de conocimiento científico. Pero además de vender esa quimera del control sobre la vida, que claramente nadie tiene, el sistema económico convierte a un médico en una especie de profeta, porque su servicio consiste del manejo de elementos que para el resto de las personas es inaprensible.
Que alguien obtenga estatus y riquezas porque procure el bienestar de otro, no parece difícil de aceptar. Claramente tiene mucho valor social la persona que prolongue la buena vida de su semejante, pero me parece contraproducente que existan especialistas con el poder exclusivo para administrar tratamientos que mejoren nuestra calidad de vida, cuando de eso deberíamos saber y gozar todos. Esa misma razón es la que nos hace igual de inútiles, cuando tampoco sabemos cómo producir los ingredientes que componen la comida que comemos.
Tratar nuestro cuerpo debería ser conocimiento popular o al menos de acceso gratuito, así como sembrar, criar animales, cazar, o pescar. La vida debe reproducir los hábitos que le garanticen vivir, pero nuestra economía de especialistas, nos enajenan de las necesidades más elementales de la vida, y nos hace depender de este sistema vicioso, para obtener bienes o servicios de supervivencia. El mundo del capitalismo mundial, bajo la dictadura del mercado, y el poder de unos pocos, todos los días nos compra y nos vende nuestros propios cuerpos. Y me pregunto: ¿Por qué si la vida es lo que nos define, nos enseñan a ignorarla para luego tener que vernos obligados a confiársela a personas que sólo nos consideran medios para sus fines?
Como les decía, en la visita al obstetra, éste nos receta un sonograma para tomar medidas de Isaías en otro centro especializado, y allá fuimos obedientes a ser tratados. Lo que me lleva al punto de mi historia. Resulta, que en el centro radiológico, se negaron a dejarme pasar al cuarto de sonogramas con mi compañera.
Asumir que únicamente envuelve a la mujer el atender un embarazo, me parece ofensivo3, porque saca de la ecuación de la crianza al padre ya desde antes del parto, despachando el asunto como cosa de mujeres. Así que entro sin permiso porque me dejaron esperando afuera, y camino por un pasillo lleno de puertas, hacia saloncitos en donde daban diferentes servicios. El cuarto para sonogramas quedaba a pasos de otros cuartos donde se hacían radiografías. Todos eran tan pequeños como en el que estaba mi compañera y al que no me dejaban entrar porque no cabía.
Ante mi insistencia vinieron varias empleadas a tratar de disuadirme. Todas decían que me lo enseñarían luego, porque el espacio era muy pequeño para que yo entrara ((Estos centros ahora ni dejan grabar con el teléfono celular la imagen del sonograma, porque venden el DVD de la sesión en 40 dólares.)). Luego, llega el mismísimo doctor, y pensando que al repetirme por enésima vez que la sala era muy pequeña, yo tenía que derribar todas mis objeciones, alzando la voz me dice: “…aquí el que manda soy yo, y se hace lo que yo diga.” Cualquiera diría que esa razón sería muy buena; y claro, a primera vista yo quedo en esa situación como un escandaloso, ¿no? Así que cuando le contesto que entonces si es así nos vamos, él me dice que su cliente es mi compañera y no yo, lo que también les parecerá a algunos una respuesta convincente, claro, obviando que le acababa de llamar a mi amor, “cliente”. Allí paralizado imagino mi cara de pasmado, mientras pensaba: ¿qué será lo que le hará creer al “doctor” que mi compañera se quedaría viendo el sonograma de nuestro niño sola, y me dejaría a mí por loco?
Éste sistema que defiende el control privado de un conocimiento al cual debería tener acceso todo el mundo libremente, convierte en un medio para la acumulación de riquezas a la Medicina, y por consecuencia todas las acciones, decisiones e ideologías que le emanen, se deberían considerar altamente sospechosas. ¿Qué incentivo que no sea el dinero, el estatus, o la amenaza de perderlos, tiene un doctor en esta cultura? Pero sobretodo, ¿podrán ser capaces de notar, que su única prioridad es el beneficio propio, y que lo esconden tras la legalidad de vender la “salud”? Que sea legal comprar y vender “salud”, a todas luces, es beneficioso sólo para algunos pocos.
Lo que más me molestó sin embargo, no fue que me quisieran botar, sino que no vieran lo absurdo de hacer tan pequeños los cuartos en donde se hacen sonogramas para mujeres embarazadas. Para mí es clara evidencia por un lado, de la insistencia en tratar a la gente como producto en línea de ensamblaje, cosa que ha sido consistentemente una amenaza para la salud pública y que todavía se mantiene con descaro y sin revisión, permitiendo que la mujer siga siendo engañada en la misma tradición de las víctimas de las esterilizaciones masivas de los 19504: dándoles tratamientos sin dirigirles la palabra, sin explicaciones, y manipulándolas como si no estuvieran en su propio cuerpo. Mientras por otro, demuestra la insistencia de mantener a la sociedad fuera de su responsabilidad con la crianza. En este esquema la mujer sigue siendo la única responsable social de los hijos, pero eso sí, el Estado interviene cuando quiera, y por lo general para castigar antes que para intentar resolver problemas; y cuando finge hacerlo, sólo consigue perpetuar sus prejuicios favoreciendo su propia estructura de poder, lo que redunda frecuentemente en menos control para la mujer sobre su cuerpo.
Pero la razón más clara para tener cuartos pequeños, para mí tiene que ser el querer maximizar espacio, y atender la mayor cantidad de personas en la menor área posible. Esa es la lógica detrás de la producción en masa. Para ellos es procedimiento estándar que a una mujer se le explore sola con una máquina, dentro de un cuarto minúsculo. La situación me recuerda a esos procesos que se hacen en granjas avícolas de producción en masa para clasificar pollos, y que considero ofensivos inclusive en esos casos.
Pienso que nuestras pocas opciones ante ese sistema que trata al embarazo de una mujer como una enfermedad, es un problema serio. Para la mayoría de nuestro país no existe una opción al parto de hospital, en donde la mujer si se pudiera se metería en el extremo de una máquina y se sacaría por el otro con el bebé en los brazos y la factura del plan médico. Me parece que un sistema como éste revela una ideología autodestructiva.
El pobre doctor adinerado que nos trató de tratar, no fue capaz de ver que mi reclamo no era un capricho, sino una diferencia de principios. Yo sólo quería acompañar a mi compañera, porque eso es lo que hace un compañero. Allí, en aquellas condiciones y siendo maltratados, la furia me consumió y salimos de aquellas oficinas, sintiendo que ese mundo no está hecho pensando en nosotros. Me sentí impotente ante la fuerza que tiene su “política de servicios”, y lo raro que nuestro reclamo les puede parecer. Nosotros estábamos allí con la intención de experimentar juntos ese avistamiento pasajero de nuestro niño, y si yo no cabía, el problema no era mío, sino del doctor que diseñó su consultorio pensado en hacerlo rentable por sobre todas las cosas.
El proceso del embarazo como yo lo veo, es puro autodescubrimiento. Verse en otro el existir, nos da la capacidad de reevaluar todo lo que hemos considerado hasta ese punto como importante. Ver a mi hijo mensualmente hacerse de un cuerpo en el universo de su madre, me conmueve, me revitaliza, me enorgullece, me hace sentirle amor a la vida, y al mundo, y me une afectivamente con mi compañera. Privarme de esa experiencia, o desvirtuarla como lo hace la economía de la Medicina, me parece que está muy vinculado a nuestra incapacidad para regirnos a nosotros mismos y poder liberarnos de engaños y opresiones. Nacer es algo que tendremos que hacer mientras existamos como especie, y ese proceso revela tanto de nosotros que no participar del mismo es enajenarnos. Así que concluyo diciendo que salimos de allí convencidos de la necesidad de ir entrevistando a Dulas y Parteras.
- http://www.taringa.net/posts/info/1279566/EL-negocio-de-la-Salud.html [↩]
- Los Mayas amarraban las frentes de los recién nacidos para que tuvieran sus cabezas una hermosa forma puntiaguda. También, provocaban el estrabismo colocando unas bolitas de resina colgando de los pelos para que los bebés se vieran obligados a verlas, y se les desviaran los ojos. Hoy día nos parecería absurdo, pero para la cultura del mundo Maya era su deber ciudadano cumplir con ese valor estético-religioso. Cualquiera se escandalizaría de hacerle esto a un bebé, pero en el mundo judío cristiano de hoy, el 60 porciento de los niños sigue siendo circuncidado como parte de una estúpida tradición heredada de tribus nómadas de hace más de 4,500 años, y justificada solamente por una alucinación que tuvo un tipo, que hoy sería considerado fácilmente un desajustado mental, llamado Abraham, cuando tenía 90 años de edad. Génesis 17. [↩]
- El debate sobre el feminismo, y la maternidad que provoca el “Attachment Parenting”, puede echar luz sobre lo que busco como alternativa al rol social actual de la madre aislada. Ver: http://www.nytimes.com/roomfordebate/2012/04/30/motherhood-vs-feminism/attachment-parenting-is-feminism [↩]
- http://www.youtube.com/watch?v=qQNl87lfm8I&feature=youtu.be [↩]