Enlazados por siete pecados
Con el mayor de los tactos le pedí que me explicara, pues la idea del ceñimiento contemporáneo a un código ético del año de las guácaras (y además, generador de culpas y flagelaciones) me desordenó la cabeza momentáneamente. Uso, aclaró, los sietes pecados capitales como referente para que las pasiones no me arrastren hacia el desequilibrio. No me propongo una existencia de privaciones, puntualizó, busco forjarme una vida mesurada que me dé paz (algo así, según recuerdo). Tras respirar sosegadamente, entendí aquella práctica –más de la Nueva Era que de Torquemada-y fue espontáneo un examen de conciencia de siete estaciones a la velocidad de la luz: envidia, soberbia, codicia, lujuria, gula, pereza e ira. También, cavilé sobre cómo la violenta manifestación en sociedad de estas siete pasiones nos desmiembra. Basta con recordar cómo opera la política, la economía, la religión, el discrimen, el hambre y la pobreza para darle la razón a la comedida amiga. Un afán de componer música acudió de inmediato.
Días más tarde ya convocaba a mi amiga poeta y compañera de farras, enhorabuena poco “mesuradas”, Nydia Fernández Toledo. Ella, de profunda conciencia social, espléndido sentido del humor y escritura voladora, sin duda le daría verbo a la música. Tertuliando con Nydia largas horas sobre el tema, repasamos no solo los siete pecados capitales, pululamos por las siete virtudes, los siete chacras y su relación con los pecados, las siete notas de la escala de do mayor, los espectros lumínicos asociados a ellas, Dante Alighieri, santos, demonios y no sé cuántas mitologías oscuras más. Así, se afianzó el empeño de una puesta libre de banalidades, una representación sin bufonerías que nos invitara a mirar las profundidades del yo en sociedad. Al coro le sumamos una orquesta, dos solistas y un cuerpo de baile. Daniel Alejandro Tapia Santiago, mi colega director en el Orfeón, acogió pacientemente este nuevo asomo de locura, ya que un proyecto de tal proporción nos lanzaría en una vorágine de desvelos. La asignación inicial quedó adjudicada: Nydia redactaría el texto y Daniel asumiría la dirección musical. Yo me enclaustraría a escribir música.
No discurrió una semana cuando llamaba a un colega procurando el número de móvil de Denisse Eliza, fundadora y primera bailarina de la compañía de danza CoDa21. El sofisticado trabajo de Denisse me había trastocado con asombro años antes. Café en mano (descremado en el puño de Denisse y en combinación calórica en el mío) se concretó la cita de proposición. Una sonrisa de gratitud acogió el ambicioso emprendimiento: Vamos a hacerlo, contestó sin vacilar. Hace más de un año que ese vamos reafirma solidaridades. Ese vamos nos embarcó en la belleza del trabajo colectivo, y amarró los finísimos vínculos del arte. Y la partitura fue habitada por los bailarines; y sus cuerpos exploraron la poesía de Nydia; y Daniel hizo vibrar al coro y a la orquesta; y genéticas de movimiento y sonido gestaron nuevas vidas. Los cuarenta cantantes del Orfeón San Juan Bautista tuvieron un divertido encuentro con los catorce bailarines de CoDa21. Y a ellos se les sumó Rafa Sánchez de Tantai Teatro y Gerónimo Mercado, maestro de la video proyección. ¡Ni hablar de la capacidad de impartir orden de Aníbal Rubio! Llegaron, también, dos sopranos ponceñas de gran refinamiento: Melliangee Pérez y Magda Rodríguez Lupeschi. Veintitrés talentos encumbraron la orquesta, y un ánimo de rigor y compromiso lo permeó todo.
Pasado un año de trabajo, de diseñar luces, de construir la escenografía, de elaborar el vestuario, de buscar fondos, de trabajar en menesteres publicitarios y decenas de cosas más (sobre todo ensayar, ensayar y ensayar) estamos a filo de levantar el telón. CoDa21, el Orfeón San Juan Bautista y Tantai Teatro, tres organizaciones culturales autónomas, unen fuerzas el sábado 19 de septiembre a las 8:30 de la noche, y el domingo 20 a las 4:00 de la tarde en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré (Santurce). Listos para la entrega de VII, ochenta y tres artistas hacen del pecado, arte; y del arte, un lugar de conciencia.