Época del «low cost»
Cada vez es más descarado. He observado el fenómeno desde hace un tiempo, pero la muestra es incesantemente más numerosa, molestosa y preocupante. Fíjese estimado lector y estimada lectora en los artículos que utilizamos a diario. Tomemos como ejemplo las rasuradoras. Note el abaratamiento del material con el que están hechas. Compare usted cuánto ha empobrecido su calidad desde que acostumbra consumir dicho producto. Invito a que haga el experimento de observación del objeto, y que lo extienda a otros artefactos (audífonos, materiales de publicaciones, abanicos, papel higiénico), incluidos también los productos de alimentación (galletas, café, jugos). Sospecho que del aumento del precio ya se ha percatado antes. Es probable que hasta haya sido tema de conversación entre sus allegados sino, cuando menos, sus finanzas han sufrido cambios.
Esto ocurre hace rato. Claro, hay una crisis económica en casi toda la orbe y la inflación ya roza demasiado nuestra vida cotidiana. El asunto es que es muy jodido el tema. Por un lado, pagamos considerablemente más y por el otro, la cosa que compramos es cada vez de peor calidad. Pienso en los electrodomésticos para seguir el listado, como las planchas y las parrillas. Antes no se concebía que un celular se fuese a romper de la primera ocasión por caer al suelo. Los microondas eran unas aparatosas maquinarias, similares a los televisores en tamaño, que además de calentar en poco tiempo, duraban años. Hoy día, sus diseños son mucho más sencillos pero suenan como un avión y demoran 15 minutos en calentar cualquier “comida” que deposites dentro. Lo que antes eran materiales naturales, ahora son sintéticos y lo que era de cristal, ahora es de plástico y de muy mala calidad.
Hoy día, la máxima materialista del consumo de cualquier empresa con relación a su mercado es continuar hacia adelante, limitando la calidad en todo y, por supuesto, encareciéndolo. Con esta modalidad abaratadora de construir todo mucho más rápido para venderlo durante mucho menos tiempo y para aumentar los beneficios a corto plazo y subsanar los costes, se genera un deterioro paulatino de los productos. No es que antes las empresas multinacionales o productoras de electrodomésticos, materias primas, entre otras estuvieran comprometidas con el consumidor por buena fe y justicia. No es eso. Pero al menos se podía ver una paridad entre lo que pagabas y cierta calidad material. Ahora todo lo que se compra es cada vez más frugal de lo que solía ser. Fíjese en los textiles, en los materiales de construcción, por ende en las viviendas y demás infraestructuras.
Este abaratamiento masivo y cotidiano en los costos de producción de las grandes corporaciones en general tiene cierta resonancia histórica en la industria aérea. Se le llamó low cost airline or low-cost carrier al corte de presupuesto que llevaron a cabo las líneas aéreas que renunciaron al confort y al lujo de antaño como propuesta de tarifas más bajas. Esta movida para atraer al mayor número de personas –génesis de ofertas de última hora y promesas objetables por parte jetblue, spirit airlines, vueling, easy jet, etc.- comenzó en casos extremos y risibles al quitar una aceituna de los menús aéreos para ahorrarse cientos de miles de dólares. El resto es historia está viva pues los servicios aéreos cada vez son peores y las calamidades al viajar también las padecemos en piernas propias. Ni hablar de la reducción de espacios y de estructuras en los aviones.
Si dejamos al vuelo el asunto anterior, regresamos al punto de que por nuestras manos pasan artefactos procedentes de diversos rincones del mundo. Como en la entelequia del libre comercio la competencia es positiva, el asunto no pinta del mismo color ni forma para muchos países en desarrollo. Si ponemos por delante a las mentadas multinacionales que van fusionándose con otras, el resultado es sabido: unas pocas decenas de compañías, situadas entre Japón, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, rigen la actividad comercial del planeta. Esta integración es cuidada, cada país recibe con brazos abiertos la empresa ready made que se “merece”, bajo la más campechana de las operaciones de oferta y demanda. De ahí la proliferación de Wal-Mart, McDonald’s y Walgreens en suelo nacional.
La mayoría de los productos que encontramos en el supermercado pertenecen a cuatro empresas: Nestlé, Phillips Morris, Unilever y Sara Lee. Asimismo, en el sector energético está Exxon Mobil; en las aseguradoras encontramos a Citigroup y; en automotriz General Motors y Ford. Mientras cientos de países son formados por vastos territorios trabajados por grupúsculos de producción primaria (campesinos, artesanos, negociantes pequeños, etc.), quienes dependen de exportar lo suyo -entiéndase la materia prima que trabajan con sus manos- existe otra gente cuya vida ordinaria está a la merced de las bolsas europeas y estadounidenses, deleznables figuras con molleros imponentes para el comercio internacional y que los atropellan aún cuando los “necesitan”. Así, la lógica capitalista apuesta a que ya vendrán otros con necesidades (quizá sus propios herederos) y estarán dispuestos a bailar al son que les dicte la necesidad o la codicia. Quién sabe.
El agotamiento de los recursos naturales, la contaminación, los despidos, la explotación e injusticias laborales entre otras “medicinas muy amargas” son los penosos (y eufemistas) efectos secundarios, que bajo el criterio más descarnado de quienes los rigen, tenemos que soportar los demás, la gente corriente. Me permito recordar esta sucesión de eventos cotidianos para contextualizar lo propicio que se vuelve acudir a los pequeños comerciantes, a los artesanales, los independientes, los ambulantes y de comercio justo, sobre todo éstos últimos, que aunque constituyen actividad minoritaria dentro del escenario internacional de la actividad mercantil, tienen como filosofía el respeto por el medio ambiente y los y las trabajadoras.
Los principales valores del Comercio Justo conllevan salarios y condiciones de trabajo dignas, sus productos deben ser de la mejor calidad, respetan al medio ambiente, condenan agresivamente la explotación infantil y el trabajo esclavizante, y la organización de sus productores se dice que es democrática. Ahí también hay igualdad entre hombres y mujeres, los beneficios se destinan en parte a mejoras sociales y existe un compromiso comercial a largo plazo.
La pregunta es oportuna ¿comprar más barato es necesariamente comprar mejor? Pasemos entonces de tanto consumo falaz hacia productos abaratados. Hagamos conciencia cuando veamos ese objeto que se ve de lo más mono y además es barato, perfecto para el regalo de temporada, entonces recordemos que es muy probable que sea a costa de personas que necesitan trabajar a cualquier precio, incluyendo niños y niñas. Los exhorto no sólo a que se fije en cuán rebajada es la calidad versus el precio pero además que incluya otro renglón: ¿dónde fue manufacturado?
Seamos capaces de hacer cambios, pero los cambios no se logran si repetimos los patrones. Ocúpate (ahora que está tan de moda) de hacer lo tuyo de modo distinto. Es fácil echar culpas al sistema, las empresas, las bolsas de valores, pero estas instancias producen porque hay (habemos) lamentablemente gente que las auspicia.