Es momento de escuchar y conversar
Lo primero que quiero establecer es que el éxito que yo haya podido tener en radio, televisión, música o como escritor, ha sido el producto de haber escuchado y de haber seguido los consejos de mujeres poderosas con las cuales tuve el privilegio de interactuar desde mi niñez.
Considero una falacia y una falta de respeto la frase de que detrás de cada hombre exitoso hay una mujer. Delante y alrededor de un hombre exitoso hay muchas mujeres a las que ha tenido que escuchar y a las cuales tal vez no les ha dado el crédito merecido. Por eso quiero reconocer las mujeres poderosas en mi vida. Y comienzo con mi madre que, aunque vivía en la pobreza, me enseñó a mirar siempre el lado positivo de la vida. Humortivación es un concepto que creé y desarrollé en varios libros, que quiere decir motivación con humor. Ese concepto está inspirado en el ejemplo que vi en mis padres: el humor, de mi padre, que tiene 103 años, y la motivación de mi madre, de 93.
El sistema patriarcal que observé de mi padre y en el barrio donde me crié, no es saludable para ningún hombre porque está basado en la creencia de que el hombre tiene que pretender ser lo que realmente no es. Y es triste decir que aún eso sigue siendo una realidad al día de hoy. Cuando mi papá se incapacitó por un accidente en el trabajo, su autoestima se laceró porque ya no era el proveedor de la casa.
Hay una necesidad en nuestra sociedad de criar hombres más sensitivos con la inteligencia emocional suficiente para que puedan conectar y expresar sus sentimientos. Porque cuando somos capaces de expresar la tristeza, el desamparo, la compasión, lejos de mostrar nuestras debilidades, estamos demostrando nuestra mayor fuerza.
Además de mi madre, otra de las grandes mujeres de mi vida fue la bibliotecaria de mi escuela superior. Ella, con mucha sabiduría, me indujo a convertirme en un lector voraz. Se inventó un premio al estudiante que más libros sacara de la biblioteca y pasara un examen de comprobación de lectura. Lo gané por tres años consecutivos, no tanto porque me encantara leer, si no por el premio, ya que viniendo de una familia pobre no había regalos en mi casa. Gracias a esa mujer sabia desarrollé el hábito de la lectura. Si se quiere ser un buen escritor hay que ser un mejor lector. He leído cientos de libros y gracias a eso he escrito algunos libros que han ganado premios.
Otra mujer instrumental en mi vida fue la directora de coro de mi escuela. Me enseñó las maravillas del mundo de las armonías vocales y de la disciplina que se requiere para ser un buen músico. Gracias a la música, he tenido extraordinarias oportunidades en mi vida que me han convertido en la persona que soy hoy. Un detalle adicional: en el coro, las voces femeninas son tan importantes como las voces masculinas, pero… las voces femeninas están al frente… como debiera ser.
Fue una mujer la que creyó que yo podría convertirme en un buen columnista de un periódico cuando me invitó en 1983 a escribir en El Reportero. En ese momento, aunque yo escribía guiones para teatro y televisión, no me creía capaz de ser columnista de un diario. Ella creyó en mí y yo creí en lo que ella estaba viendo en mí. Al día de hoy he sido escritor permanente en casi todos los periódicos del país por los pasados 35 años, una disciplina que me ha dado la práctica y los fundamentos de lo que significa escribir. Y en el proceso de escribir, siempre han sido mujeres las editoras de los libros que he publicado.
También he tenido compañeras de vida, a quienes he escuchado, que me han enseñado que ser vulnerable, sensible, amoroso y compasivo, es parte de mi masculinidad. Cuando me divorcié por primera vez, mi ex esposa y yo acordamos que compartiríamos tiempo y responsabilidades por igual con nuestros hijos, que eran gemelos. Y lo mismo hice con mis otros hijos en el futuro.
Hace algunos años me enfrenté a una operación por cáncer de próstata. Mi mayor preocupación como “hombre” era cuándo iba a recuperar completamente mis funciones sexuales. Mi esposa me dio una de las más grandes lecciones de mi vida: “Eso no es lo importante”, me dijo. “Concéntrate en sacar de tu cuerpo el cáncer, en sanar, y en tu recuperación completa.” “Y escucha”, añadió, “yo no me casé contigo por tu masculinidad, me casé porque estaba enamorada del hombre extraordinariamente sensitivo que eres”. ¡Qué tremenda lección!
Esa mujer, usando el extraordinario recurso del humor, me ha ayudado a identificar la parte femenina en mí, aceptarla y a estar orgulloso de ella. Juntos hemos trascendido la noción de que todo lo femenino es sinónimo de hembra y todo lo masculino sinónimo de varón.
Es a través de esta dinámica de respeto y crecimiento mutuo que he aprendido que ser vulnerable es mi mayor fortaleza y que es a través de la vulnerabilidad que mejor se llega a la intimidad con tu pareja.
Además de esa extraordinaria esposa, tengo un hijo, que además es mi mejor amigo, y es un hombre sensible y vulnerable, y cuatro hijas, cada una de las cuales se ha convertido en mi maestra. Mariem, la mayor, ha logrado en la industria del cine lo que todavía es un sueño para mí: realizar una gran película. Junto a su esposo crearon Maldeamores, película premiada en innumerables certámenes internacionales de cine.
Yarí es mi segunda hija y ha dedicado su vida al magisterio. Una vez traté de dar clases y salí tan exhausto del salón de clases que apenas terminé el semestre, y ya. Ahora, que próximamente regresaré a la cátedra, la tendré como consejera. Yarí es una gran profesional y una excelente madre.
Andrea, mi tercera hija, luego de graduarse de la Universidad de Miami, me dijo que quería ir a Uganda y a Sudán, en África, como voluntaria a un orfanato. Esa experiencia le cambió la vida. Luego, en el 2010, cuando el terremoto en Haití, empacó sus cosas y allá se fue. Organizó una fundación sin fines de lucro y transformó la comunidad en la que escogió trabajar.
Y Cecilia, la menor, vive en Londres, y tuvo la valentía de comunicarle a la familia y amigos que era lesbiana y que no iba a ocultar su orientación sexual. Ella es una mujer valerosa que encontró que su felicidad estriba en ser y reconocer lo que ella verdaderamente es. Y se convirtió en una activista de los derechos de la comunidad LGBTTQ.
Si hoy puedo decir que soy un hombre feliz, y lo soy, es porque he escuchado a las mujeres sabias que he tenido a mi alrededor, y porque no me he apegado a esa masculinidad estereotipada que es responsable de la sociedad discriminatoria, exclusiva y disfuncional en la que vivimos.
El mundo vive en este momento un punto de inflexión donde es mandatorio estar conscientes para contribuir y multiplicar lo que está sucediendo. Los movimientos #MeToo y #TimesUp y las demostraciones políticas como la Marcha de las Mujeres, han emergido con fuerza. También las extraordinarias demostraciones del 8 de marzo en el mundo entero, demostraron que las mujeres están empoderadas y que les ha llegado el momento de llevar el feminismo a otro nivel.
Precisamente, en este momento, hay una abierta y necesaria conversación sobre los derechos de la mujer y la necesidad de que nosotros, como sociedad, sigamos evolucionando para dejar atrás los condicionamientos sociales que conducen a la devaluación, maltrato y violencia en contra de la mujer.
Son muchas las que han vivido la experiencia de tener salarios más bajos que hombres en la misma posición. Muchas las que han regresado a casa de noche, con las llaves de la residencia ya en la mano con miedo de ser atacadas. Muchas que han sufrido algunas de las diversas formas de violencia sexual, emocional, física e institucional. Estamos en momentos en que es urgente y necesario tener un diálogo sobre estos asuntos. La cortina ha caído y no podemos seguir ignorando lo que siempre ha estado ahí.
Como hombre, es mi responsabilidad aceptar el reto de ser parte de esta conversación. Para las mujeres entiendo necesario continuar integrando a todo el mundo en este diálogo, porque trascender estos asuntos depende de todos. No habrá progreso si los hombres no nos convertimos en aliados. Pero reconozco que una parte importante de nuestra participación en esta conversación es ESCUCHAR.
Hay una gran diferencia entre oír y escuchar. Los hombres oímos, rara vez escuchamos. Y cuando escuchamos, a veces no entendemos. En este momento histórico, si no estamos dispuestos a escuchar, la historia nos puede dejar a la vera del camino. Y solos.
Rebeca Solnit, en su libro Men explain things to me, usa el término mansplaining, y se refiere a la manía de los hombres de explicarle cosas a las mujeres, de forma condescendiente, sin que ellas les hayan preguntado. Por eso no vine aquí hoy a pretender explicarle nada a las mujeres. No lo necesitan. Todos los años las empresas lideradas por mujeres se multiplican, y cuando hablamos de empresas lideradas por mujeres latinas esos números son más impresionantes aún.
Pero en este momento en que celebramos estos logros, debemos reconocer que hay muchos lugares en el mundo donde aún el derecho de una mujer a vivir libre de violencia física y sexual, de mutilación o simplemente de algo tan sencillo como participar de la vida pública, es un sueño por alcanzar.
Sé que, con toda esta discusión, debe haber mucho hombre confundido. ¡Qué bueno! ¡Ya era tiempo! Siempre hemos estado confundidos, pero no nos hemos atrevido a aceptarlo. Sentirse confundido, y más aún, aceptarlo, es ya un paso en la dirección correcta. Nuestra vida comienza cuando nos salimos de la zona cómoda del vientre de nuestra madre. Quedarse en la zona cómoda no nos permite crecer. De la misma forma en que las mujeres de los años sesenta y setenta se preguntaron qué significaba ser mujeres en esos tiempos, los hombres, aunque sea muchas décadas después, nos debemos preguntar lo mismo, qué significa ser hombre en estos tiempos.
Y esa es la contribución que tenemos que hacer: provocar esta discusión. Le seguiré hablando a los hombres de la necesidad de escuchar y dejar de pensar que nos lo sabemos todo. Y ustedes, sigan exigiendo, exigiendo y exigiendo respeto e igualdad. La mujer latina en el nuevo contexto de la política de los Estados Unidos tiene un gran reto por delante.
En 1967, la sociedad machista creía que una mujer no podía correr más de 2.5 kilómetros, casi 2 millas. Kathrine Switzer quiso retar esa creencia y decidió participar en el Maratón de Boston, un evento que por 70 años había sido exclusivamente masculino. Para inscribirse puso K. Switzer, y los organizadores juraron que era un hombre más en el evento.
Ese día, hacía frío y llovía y casi todo el mundo llevaba abrigo, lo que le facilitó el pasar desapercibida. Ella corría con su entrenadora, Arnie, y su novio, Tom, a su lado. Cuando la guagua que llevaba los camarógrafos pasó por su lado y en las cámaras apareció su figura, el organizador del evento –Jock Semple– se puso furioso, bajó de la guagua, corrió a donde ella, la agarró por el brazo e intentó sacarla de la carrera. Ella se resistió y el novio evitó que Jock Semple se saliera con la suya.
Kathrine terminó el maratón en 4 horas, 20 minutos, por encima de cientos de hombres, la primera mujer en hacerlo. Y luego dijo: tenía que terminar la carrera porque si no, nadie creería que lo podíamos hacer. Ahora mismo no hay Maratón en el mundo donde no participen mujeres, y gracias a ella, se instituyó el maratón para mujeres en las Olimpiadas de Los Ángeles en 1984.
Son muchas las Kathrine Switzer. Continúen sus carreras, nunca paren, y jamás permitan que un hombre machista las saque de carrera.
* Versión editada del mensaje ofrecido en una premiación de mujeres destacadas en Orlando, Florida.