Ese minúsculo fuego
— ¿Lo atrapaste, papa?
— Si, sí, lo atrapé, lo atrapé. Míralo ahí.
El niño se acerca y observa fijamente donde indica su padre.
— Ya lo veo, papa. Y es uno de los grandes. ¡Wao!
— Viste, te dije que lo iba a coger. Papá no falla. Soy un mostro en esto. El mejor.
El niño lo celebra dando pequeños gritos y agitando las manos. Ríe a carcajadas. Realmente piensa que su padre es el mejor.
— ¿Cómo lo quieres?
Antes de contestar el niño lo piensa unos segundos. Frunce la boca y hace muecas exageradas aparentando dudas al respecto. Al fin dice:
— Lo quiero well done.
— ¿Seguro?
— Súper seguro, papa. Así me gusta que queden.
— Hecho. Sale un well done para José Miguel.
Sin dilación, el padre aprieta el botón de la raqueta eléctrica y el mosquito se achicharra. Crepita. Y una minúscula llama abraza el cuerpo del insecto, que parece bailotear al son de la electricidad. Huele muchísimo. Un perfume para carnívoros.
El niño lo ve todo. Concentrado. El asombro instalado en sus ojos por el descubrimiento de ese minúsculo fuego. El fuego y su poder. Entonces ríe más, mucho más. Grita, aplaude, brinca. Gozoso y goloso. Mientras, por su cabeza se suceden otras muchas escenas de electricidad, fuego y algún que otro cuerpo bailoteando a merced de ello.