Espectacularizantes crisis y la narrativa del país ideal
El trabajo hecho por algunos medios con el caso de Cuba e Iraq es notorio. De igual forma, cómo olvidar el filme Wag the Dog de 1997, en el cual se presenta cómo mediáticamente se creó una crisis bélica en un país que muy poca gente conocía: Albania. Nada de lo anterior debe sorprender. De hecho, si no ocurriese me sorprendería muchísimo. Sin embargo, lo que precisamente incomoda es que tanto en lo escrito como en lo audiovisual, las críticas a Venezuela se hacen desde unos portaestandartes morales que no dejan clara su procedencia. Es decir, escuchar, por ejemplo, a Jaime Bayly criticar a Maduro es preguntarse, al mismo tiempo, ¿cuáles son los referentes desde lo cuales Bayly habla? ¿Qué sociedad ideal existente Bayly usa para contrastar con Venezuela? Es decir, en el fondo un problema central de todo esto es que la espectacularidad de las crisis nacionales creadas por los medios de comunicación pretenden ser sustentadas con lo que he denominado las narrativas del País ideal del que, al parecer, muchos de los críticos sienten provenir. Entonces, las críticas de todos los aspectos que muchos entienden como negativos se establecen con una autoridad moral que resulta increíblemente ridícula.
La misma lógica de la exposición mediática hace de cualquiera que opine un “experto” de cualquier tema. De hecho, la multiplicidad de exposiciones espectacularizantes va de la mano con la destructiva realidad de que en la era de la información, la desinformación es la reina. No importa comprender el contexto, la profundidad, los procesos que se viven en Venezuela. ¡No! Para lo espectacularizante lo fundamental es indignarse con el vídeo de la tanqueta atropellando manifestantes o quedarse estupefacto ante la imagen de gente buscando comida en un contenedor de basura que tan torpemente utilizó Jorge Ramos. En esta vía cabe hacer una pregunta esencial: ¿por qué si Jorge Ramos sabe de la miseria de millones en México y por qué si sabe de los desaparecidos de Ayotzinapa, no se le ha escuchado mucho afirmando que hay que acabar con el régimen estatal mexicano? ¿Por qué hay que acabar con Cuba y Venezuela y no con otros lugares en los que acontecen situaciones similares o peores?
Las respuestas saltan: porque hay una agenda de Estados Unidos; porque las derechas cubanas y venezolanas controlan algunos medios de importante difusión y muchas otras. Sin embargo, hay que aceptar que muchas de las críticas liberales contemporáneas no se afincan en ejemplos históricos sino, y más bien, en un catálogo de características que, cuando mucho, componen una sociedad solo existente en la literatura. Lo espectacularizante aterriza lo negativo en Macondo o Comala y lo positivo en el Dorado de Voltaire. Así las cosas, las narrativas del País ideal parten de premisas supremas que no se han concretado nunca pero los que ejercen esta postura no cesan de ejercer el rol de policía y combatir a los países que se entienda que no cumplen con el catálogo de características idóneas. En este tipo de acercamiento, el realpolitik y las conexiones informadas no parecen tener mucho peso. Lo que importa es señalar qué país lo está haciendo mal y acusar de cualquier cantidad de cargos morales a sus líderes. Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Muhamar Gaddhaffi y Saddam Hussein son miembros, para este tipo de visión, de la misma pandilla. Ellos son la encarnación del fraude, pillaje, corrupción, represión, dictadura, insensibilidad, inflación, escasez, devaluación y quién sabe de cuántos otros horrores. Ciertamente, y esto debe quedar sobre el tapete, la crítica a estos males sociales no debe cesar. Todo lo anterior va encaminado a que la crítica no se haga exclusiva hacia unos y no a todos (o la mayor parte) de los contextos en donde los mismos problemas se manifiestan en diversas modalidades e intensidades. Derechos humanos se violaban en el Iraq de Hussein y en la Francia de Chirac, en el México de Díaz Ordaz y el Estados Unidos de Kennedy. En el fondo, el problema de Cuba, Venezuela, Estados Unidos, Francia y muchos otros Estados es que han asumido por antonomasia un diseño de Estado-nación que se habría cuajado a finales del siglo XVIII y durante el XIX y que ya a estas alturas no está en condiciones para aplicarse ante las heterogeneidades, transversalidades y las complejidades de la vida contemporánea. De hecho, desde sus comienzos fue un proyecto difícil. En los casos de Francia, Estados Unidos, Italia y Alemania implicó violencia, como es sabido.
Entonces, más allá de la agenda de algunos medios por fastidiar a Cuba y Venezuela, está el problema de cuál sería el ejemplo a seguir. Mientras la lógica ejemplificante sea la norma, es decir, mientras haya un modelo a seguir, seguirá habiendo los problemas que hemos visto en muchos países. Cuando un ejemplo quiere encajarse a como dé lugar en un contexto específico, sin tomar en cuenta las consideraciones específicas del lugar, el modelo estatal nacional (con su aspecto hipercentralizante y uniformador a ultranza) seguirá dando frutos de exclusión, violencia, desigualdad y monopolio político de partidos o de grupos de élite. De esta manera, los vicios de las monarquías absolutistas que el Estado moderno se suponía aboliera seguirán teniendo una vigencia aplastante.