Estamos perdiendo la química del amor
Aseverar que estamos perdiendo la química del amor no es osado. Los seres humanos producto de la modernidad estamos sufriendo cambios en la personalidad, concretamente en la capacidad de amar. Al trascender los tópicos de la pérdida de los buenos valores y lo corrupta que está la sociedad planetaria, la dureza de la calle o las transformaciones que se padecen por la indiferencia hacia el otro, es posible encontrar datos científicos que revelan que el origen de la creciente apatía humana está cifrado en lo que se conoce como periodo primal. Este término se refiere al momento de la concepción y se extiende hasta el primer año de vida de los individuos.
La forma en que venimos al mundo tiene sugerentes implicaciones en la salud y la visión de mundo que desarrollamos a lo largo de nuestra vida y de generación en generación. Hago alusión a los hallazgos generalizados de la base de datos del Primal Health Centre de Londres, liderado por el revolucionario médico francés Michel Odent.
Odent estuvo en Puerto Rico el pasado mes de abril como invitado del Primer Congreso Internacional de Puerto Rico: Integrando la ciencia y el arte de nacimiento donde dictó una eminente conferencia en torno al concepto del periodo primal y los estudios realizados para probar que nuestra salud está modelada desde el momento de la fecundación. De hecho, existen razones teóricas para suponer que el aumento de ciertas condiciones y patologías puede estar relacionado con el modo en que se interfiere con el proceso fisiológico durante el periodo perinatal, así como con el lugar, las circunstancias en las que nacemos y el primer año posterior al nacimiento.
Cerca de 830 casos examinados consecutivamente desde 1986 han sido almacenados en una innovadora y apoteósica base de datos del Primal Health Research Databank (PHRD). De los archivos se evidencia que la oxitocina –mejor conocida como la hormona del amor– está disminuyendo en los individuos modernos.
Esto se traduce en que el ser humano cada vez más, y en mayor grado, va perdiendo la facultad de amar, de sentir empatía por sus semejantes. Por consiguiente, no es extraño que palabras como asesinatos, homicidios, maltrato, autismo, suicidios, anorexia nerviosa, violencia, drogadicción, discrimen, entre otras, estén forrando nuestra mirada cotidiana.
Pero la oxitocina no sólo afecta la socialización, también interviene en ciertas facetas del aprendizaje. Si bien es cierto que lo que nos distingue de otras especies es nuestra compleja capacidad intelectual para anticipar sucesos y sentimientos –en gran parte por el acondicionamiento sociocultural y el ambiente que creamos, o al que nos exponemos–, también somos muy similares a los animales. Poseemos igualmente una receta fisiológica que determina qué partes de nuestro cuerpo responden a las sensaciones de bienestar y armonía interior, estados naturalmente alcanzados por el desencadenamiento de la química fisiológica. En cambio, en nuestra especie estos procesos se perciben y se codifican a través del lenguaje (epítome del intelecto) de modo que le asignamos nombres a las sensaciones, como ocurre con el concepto del amor.
A manera de ejemplo, Odent expuso que si a una oveja se le interviene con oxitocina artificial (pitocina) para inducirle el parto, o se le practica cesárea, mostrará desinterés por la criatura. Esto sucede porque al inhibir la liberación natural de la hormona en el sistema, su función disminuye. Sucede igual con el sistema natural de oxitocina humana. No obstante en el proceso de maternidad humana resulta muy difícil separar lo cultural de lo biológico.
El periodo primal en la era epigenética
Pero volvamos a nuestro punto de partida: el periodo primal. Las investigaciones del mentado periodo pertenecen a una rama de la epidemiología que incluye todos los estudios que exploran las correlaciones entre lo que pasa al principio de nuestra vida y lo que se manifiesta más tarde en ella, como las enfermedades. Por esta razón, recientemente se le asignó una nueva función epigenética al PHRD, ya que los científicos continuamente se hacían las mismas preguntas: qué parte jugaba el factor genético y qué parte jugaba el factor ambiental en el origen de los padecimientos.
Ahora bien, situémonos en la era epigenética, es decir, en el presente. Hasta hace pocos años los científicos estudiaban el origen de una enfermedad con la colaboración de los geneticistas, quienes trataban de investigar cómo los genes estaban vinculados con ellas. Pero la perspectiva práctica de los avances de esta disciplina hoy no se enfoca tanto en el genoma sino en ese momento posterior a la concepción en el cual los genes reciben una “etiqueta” o capa informativa con los factores epigenéticos: interacciones entre genes y ambiente que se producen en los organismos. Conviene mencionar que aunque los epigeneticistas identifican que la secuencia del DNA no se modifica, el heterogéneo juego de los genes es acallado, no se manifiesta y su función es menos útil. Lo mismo tiende a suceder con ciertos órganos, que como resultado van perdiendo algunas habilidades fisiológicas en la línea de descendencia.
Hilando fino, la pregunta principal que deben responderse los epigeneticistas tiene que ver con la temporalidad (timing); ¿cuál fue el periodo crítico de la interacción de genes y ambiente? Por medio del PHRD lo que se ha descubierto es que la naturaleza de un factor ambiental es menos importante que el momento preciso de poder detectar el cambio. El cuándo fue que ocurrió dicha exposición ambiental es para estos efectos lo determinante.
Por lo tanto podemos hablar de que existen funciones humanas que están mermando, como la competencia de parir vaginal y naturalmente. Es necesario recordar que varios aspectos de la vida sexual de la mujer están protegidos por la oxitocina. Es la hormona que se libera durante el orgasmo, durante el parto y cada vez que el niño(a) mama. Además de producir la contracción de varias fibras musculares, la oxitocina afecta la conducta.
El uso y costumbre en los hospitales de administrar pitocina para “facilitar” el proceso de expulsión del bebé está debilitando el propio sistema de oxitocina natural humana. En muchísimos casos la interrupción es tan habitual que se les suministra la hormona sintética hasta para expulsar la placenta, o incluso antes de saber si la mujer va a parir o si le harán cesárea.
Para Odent –autor de 12 libros traducidos a 22 idiomas y estudioso de Ivan Illich– es obvio que la capacidad para dar a luz de forma natural se está debilitando. De hecho citó varios estudios realizados en Japón, Gran Bretaña y Holanda que demuestran que los “partos modernos son cada vez más difíciles”. Lo significativo del estudio, publicado en el American Journal of Obstetrics (2010), es que las estadísticas recopilan también los partos realizados en el hogar. Con todo eso, el porciento de éxito de las mujeres que planifican parir naturalmente fluctúa entre 36 y 45. Una reducción significativa al tomar en cuenta que el nacimiento es el evento ininterrumpido más cotidiano desde el principio de la humanidad.
El futuro está en el pasado
El efecto transgeneracional de los epigenomas es la conclusión del renombrado estudio sueco (Pembrey & Bygren, 2005) que revela que los marcadores de los epigenomas pueden ser transmitidos y producen cambios semipermanentes en la línea germinal. Es un avance importante en la ciencia pues estamos aprendiendo cómo un rasgo adquirido no natural proveniente de las madres, padres, abuelos, e incluso bisabuelos puede llegar a afectar directamente la salud de una persona.
Una vez más, la manera en que nacemos tiene consecuencias en la salud y en nuestros rasgos de personalidad. Se ha descubierto que los factores principales de riesgo tales como diabetes tipo 2, enfermedades del corazón y obesidad aparecen en el periodo fetal. Asimismo, se ha podido correlacionar el cáncer en la próstata con la preeclamsia padecida durante el embarazo. El autismo es otro ejemplo: 12 estudios especifican factores de riesgo en el momento de nacer. Odent advierte que se necesitan muchos más estudios para concluirlo, pero los archivos de PHRD hasta ahora lo evidencian.
Próximamente en Hawai (del 26 al 28 de octubre 2012) expertos mundiales de diversas disciplinas acudirán junto Odent al Mid Pacific Conference on Birth and Primal Health Research (www.WombEcology.com) para exponer y discutir los recientes hallazgos. Pero también para inspirar preguntas vitales adaptadas a situaciones sin precedentes en la evolución humana y al mismo tiempo ofrecer una mirada particular sobre las necesidades que tienen que ver con el futuro del sistema de la oxitocina humana, las relaciones de los seres humanos y el mundo de los microrganismos en relación al nacimiento.
La historia de la civilización va en direcciones opuestas. Por un lado, la cesárea se ha vuelto una operación fácil y rápida, y por el otro, los recientes datos científicos sugieren que el periodo perinatal es muy importante para optimizar las capacidades de aprendizaje y amor. “Es responsable cuidar el modo en que se percibe y se trata el periodo primal porque se está pensando en la civilización a largo plazo”, acotó Odent.