Estatua de Colón “rompe el silencio”
Me reuní con la estatua de Colón en su nueva y, hasta el momento, definitiva morada en la costa de Arecibo, donde han comenzado las obras para levantarla. Su español es bastante fluido, con un marcado acento ruso. Percibo en su voz metálica el intento de disimular un evidente estado de ansiedad. Sus ojos esquivan mi mirada.
“Cuando el Sr. Amolao, (se refiere al Hon. Edwin Rivera Sierra, antiguo alcalde de Cataño) me trajo a esta isla, yo pensé que finalmente había llegado a la linda tierra que me buscaba a mí. Estaba muy equivocado. Primero, me tiran, literalmente, de un pueblo a otro. Y encima, se ríen de mí. Yo lo sé. Yo escucho los comentarios. Pero ya verán quién seráel último en reír”.
Creada como un regalo conmemorativo del “descubrimiento de América” para los Estados Unidos por el artista ruso Zurab Tsereteli, la estatua ha sido rechazada y convertida en objeto de burla, en varias ocasiones. Su nombre oficial es “El nacimiento del nuevo mundo”, pero en Columbus, Ohio, primera ciudad a la que se la ofreció Tsereteli, la llamaron con espanto: “Chris Kong”. Los estados de Nueva York, Baltimore y Maryland también rechazaron el regalo, tildándola: “From Russia with Ugh”. El regalo de 600 toneladas de bronce venía condicionado por costos de manejo de alrededor de 20 millones de dólares, y la titularidad de Tsereteli, quien cobraría altos honorarios de supervisión. En agosto de este año, Tsereteli visitó y aprobó un lote costero en la ciudad de Arecibo, donde el empresario José González Freire levantará su pieza como atracción de un ambicioso complejo turístico. El artista ruso estuvo alojado en el Ritz Carlton de San Juan junto a su equipo de trabajo.
En Arecibo, la estatua de Colón observa el Atlántico, ahora con una expresión menos neutral y más agobiada. Escucha mis preguntas, pero se demora en responder. Parece estar navegando un mar de pensamientos turbios.
“¿Y si me caigo? ¿Te imaginas el escándalo internacional? A la prensa le encantaría, ¿no? Ya sé que no tengo qué temer. Para acá han traído a más de treinta obreros rusos que, no te ofendas, son mucho más confiables que los puertorriqueños. Y sé que papá Zurab volverá en algún otro momento para supervisar que todo vaya bien, pero yo tengo ya casi 25 años, más de 2,500 piezas, y nunca me he levantado (…) Mucho he tenido que aguantar. Sé que los críticos se ríen de que mi cabeza ridículamente pequeña para mi cuerpo. (…) Creo que un poco de ansiedad es comprensible”. La estatua de Colón cierra los ojos. Aspira profundo, exhala lentamente, y continúa: “Una turista norteamericana me enseñó a hacer hummings, a meditar, y me ha venido bien. Gracias a mí vendrán millones de turistas… ya verán… (Vuelve a respirar) Eres grande…(Exhala) Nada va a caer”.
Una vez terminada, la estatua de Colón sería la estatua más alta en nuestro hemisferio, duplicando el tamaño de la Estatua de la Libertad sin su pedestal. Intenté obtener su reacción a las críticas que han rodeado su levantamiento:
¿No cree que una obra tan pretenciosamente monumental resulta desproporcionada y de mal gusto, sobre todo en un país pequeño como Puerto Rico?
La estatua de Colón aspira profundamente y guarda silencio.
Muchos alegan que la obra representa un enorme gasto, superfluo por demás, en el contexto de una fuerte crisis económica. ¿Qué opina usted?
Silencio. La estatua de Colón exhala lentamente.
Numerosos autores han replanteado la figura de Cristobal Colón como un genocida despiadado, más que como un venerable descubridor. ¿Tiene alguna reacción?
La estatua comienza a hacer hummings.
La brisa soplaba fuerte, y el cielo en el horizonte azul se oscurecía con un aguacero que se aproximaba. Súbitamente, sonó el estruendoso golpe de un coco que cayó sobre una plancha de metal mohoso que había tirada en el suelo. Entonces, la estatua de Colón rompió el silencio.
“¡¿Crisis?! Permítame cuestionarle, ¿qué saben ustedes de crisis? Yo nací en medio de una crisis verdaderamente monumental. El año en que yo nací, fue justamente el año en que cayó la Soyuz Sovétskij Sotsialistícheskij Respublik…”
A partir de este punto, la estatua de Colón comenzó a gritarme en ruso. Traté de tranquilizarla, pero me resultó imposible. Lo único que llegué a comprender fue el dato de que Tsereteli la había construído el mismo año en que cayó la Unión Soviética, en 1991. Ante la imposibilidad de continuar con la entrevista, me limité a observar el monumento, preguntándome cuántos secretos guardaría, más que la estatua, todo ese volumen de bronce. ¿Cómo se llegó a consolidar todo este metal en un país al borde de la extinción? ¿Habría salido de minas, de objetos empeñados, o confiscados? ¿Quiénes esculpieron todo ese material? ¿Bajo qué condiciones? Una vez disuelta la Unión Soviética sus territorios fueron violentamente saqueados. Oportunistas, estratégicamente ubicados en distintas áreas del gobierno, se beneficiaron inmensamente: la clase alta se redistribuía la riqueza, exagentes de la KGB capitalizaron el mercado negro, y un viejo amigo del alcalde de Moscú llamado Zurab Tsereteli, artista de dudosa reputación, se convirtió en el presidente de la Academia de Artes Rusa.
“¿Qué saben ustedes de crisis?” Resuena su voz metálica en mi cabeza. Probablemente, sabemos más de lo que la estatua se imagina, pero nos falta mucho por aprender.