Estructuras cambiantes, imaginarios desfasados e ingobernabilidad de los afectos
Este título de la obra de Donzelot La policía de las familias es importante porque nos convoca a reconocer que el proyecto político de Estado fue, y hasta cierto punto sigue siendo, justamente gobernar a través de las familias, todo un proyecto de gobernabilidad en el sentido foucaultiano de manejo y administración de las poblaciones, incluyendo el imaginario de una mentalidad de gobierno.
¿Por qué no decir también que el título de esta obra de Donzelot constituye una denuncia en torno al emerger del trabajo social en tanto conjunto de saberes cuya concreción supone un desarrollo incontrolado del Estado, una extensión de lo judicial y una manera del Estado procurarse un brazo policíaco el cual no tiene otra intención que no sea una de gobierno. Al decir de Donzelot, la Modernidad en su trayecto no hace otra cosa que no sea intervenir con aquellas familias que se distancian del modelo de familia a emular no empece a que, al decir de Gilles Deleuze (1991), transitamos por el fin de todas las instituciones de encuadramiento forjadas en la temprana Modernidad por lo que la crisis por la que estas instituciones atraviesan no es otra cosa que la expresión de su presente agonía. En este sentido lo que urge es un cambio paradigmático.
Todo un conjunto de transformaciones inciden con el emerger de nuevas organizaciones de lo doméstico, nuevos imaginarios, nuevas semánticas y nuevas subjetivaciones las cuales, a manera de irritaciones, buscan abrirse un espacio de legitimidad en clave de la comunicación social, política y jurídica.
II.
Al nivel estructural, el fenómeno de la destradicionalización de la familia se vincula a un nuevo estado de cosas que concede a la erosión de las rígidas categorías de género, de las moralidades y de los imaginarios de familia, de maternidad y de sexualidad convencionales. Como sabemos, la modernización reflexiva hizo que las desigualdades vinculadas a la división sexual del trabajo se coloquen en abierto conflicto con el imaginario de igualdad moderno (Beck, 1992). Los incrementos en longevidad han extendido el tiempo de vida de las mujeres (y de los hombres) más allá o más acá de sus años reproductivos abriendo el espacio para el emerger de formas de sexualidad antagónicas a los imaginarios masculinos. El uso generalizado de anticonceptivos junto con las tecnologías reproductivas produjo el desacoplamiento del binomio sexo/reproducción abriendo espacios de libertad personal cada vez mayores1. A su vez, y al decir de Zygmunt Bauman (2001), asistimos a un desarrollo sin precedentes del erotismo-divorciado ya tanto de la sexualidad instrumental como del amor- el cual se “engancha químicamente” con diversidad de terrenos que lo potencian. A este cuadro de transformaciones habría que añadir los efectos de una sociedad de mercado que, al decir de Urlich Beck, promueve, cada vez más, la presencia de un sujeto con alta mobilidad social y personal capaz de ajustarse a sus demandas. En este contexto los niños se convierten en un obstáculo a la individualización moderna, si bien y al mismo tiempo, se constituyen en el último refugio afectivo de los adultos dadas las altas tasas de divorcio propias también de este trayecto evolutivo. Imperan las biografías múltiples y se prolonga el tiempo de cohabitación de los hijos con los padres, en parte por la crisis económica y en parte como efecto de la zona de confort propiciada por un patrón de permisibilidad cada vez mayor hacia los hijos2. A su vez, el fenómeno de la aceleración del mundo ha dislocado la estructura de las edades, haciendo de la infancia y de la juventud un fenómeno indeterminado. Al decir de Zygmunt Bauman, ¿qué hacemos con niños que quieren ser adolescentes y adolescentes que no quieren ser adultos? A esto se añade un fenómeno de infantilización de los adultos y de los propios aparatos de gobierno ante los cuales “mamá’ y “papá” se convierten en identidades sólidas al punto de que mujeres y hombres sólo pueden fungir como tales3.
Al nivel de los imaginarios y de las subjetivaciones, este cuadro de transformaciones estructurales propicia un estado de incertidumbre y toda suerte de conflictos de expectativas familiares y de género, propicia también lo que Gilles Lipovestky (1994) llama el derecho individualista al hijo y la ubicación del niño al centro. Esto es, se refuerzan los círculos concéntricos alrededor de la figura del niño, el niño es rey, su felicidad legitima un conjunto de presiones que se colocan en abierta tensión con el derechos de los adultos a una vida soberanamente constituída y emerge, al decir de Lipovestky, el “bebé ciudadano” (1994:166) quien demanda conversación y atención constantes. Todo lo anterior tiene implicaciones sociales y psicoanalíticas profundas las cuales, al presente inciden, con una promoción inadvertida de subjetivaciones de corte totalitarias. Esto es, subjetivaciones ancladas en la posibilidad de un deseo que siempre pueda seguir su curso, sin pasar por el otro, sin negociar con el otro, al tiempo que paradojalmente se denuncia un maltrato de carácter generalizado. Es un contexto donde la familia se ha convertido en un espacio hiperemocional, volcada a la hipervigilancia de sus miembros (Lipovetsky, 1994:169) La semántica de la vigilancia (eufemistamente llamada prevención) lo inunda todo: todo debe ser materia a vigilar e intervenir en las familias: paradoja de un enfoque policíaco que se complementa con la sociedad terapeutizada pues, al decir de Yves Michaud (1989), se trata de un contexto donde la menor pelea requiere de la intervención de la policía, el menor comportamiento violento en familia lleva al psiquiatra en el caso de los sectores medios o bien a la activación del trabajo social (colonizado- casi de forma inmediata- por las instancias penales vía el traspaso de jurisdicciones4) en el caso de los más empobrecidos. Paradojalmente- y al mismo tiempo- la violencia regresa a los lugares de donde hemos querido extirparla. Esto es, al ámbito de las relaciones familiares e interpersonales en tanto expresión parcial del propio sofocamiento de las relaciones a partir de esa vigilancia extrema y del sobrepeso de las instancias religiosas y morales.
Este es el contexto amplio de lo que considero son tres de las fuerzas más erosivas confrontadas por imaginario histórico de familia a emular: el problema de la amalgama de posiciones y lugares, el abuso sexual de los niños y la amenaza de las relaciones de intimidad no tradicionales.
a. Sobre la amalgama de posiciones y lugares
El imaginario del niño-rey, junto con los elementos entrópicos propios de la democracia tendientes a la ingobernabilidad, propician un contexto de igualamiento familiar que erosiona tanto las relaciones de autoridad tradicionales como el sentido que tiene el lugar en clave psicoanalítica5. Después de todo, hay padres que parecen los hijos de sus hijos e hijos que parecen los padres de sus padres. Este fenómeno extremo de igualamiento y este disloque de relaciones que he imbricado previamente a las subjetivaciones totalitarias y a un “se vale tó” queda equívocamente representado como fenómeno al cual se le confiere standing político vía una lectura, a mi modo de ver, distorsionada de la democracia.
b. Sobre el abuso sexual de los niños
Es en el contexto de esta compleja escena política donde la figura del child molester y con ésta el abuso sexual de menores se convierten en toda una obsesión política y social. Contrario a una vigilancia que en la fase temprana de la Modernidad tuvo como objeto proteger al niño de los peligros que éste representaba para sí mismo, ahora la vigilancia está puesta en el adulto y en el peligro que éste representa para el niño (Bauman, op cit. ). A mi modo de ver, lo política y socialmente preocupante aquí tiene que ver con las maneras en que la semántica en torno al abuso sexual de menores provoca un estado de indiferenciación que ubica en un mismo plano de intervención y de problematización la sexualidad de niños con niños, de niños con adultos, de niños con hermanos o hermanas igualando de esta forma todo con todo desde una moralidad que, representada con el único political correctness posible, fuerza a reportar/criminalizar cualquier asunto que se considere anómalo sin una ponderación detenida sobre aquello que se reporta6.
b. Sobre la amenaza de las relaciones de intimidad no tradicionales.
Plantea Niklas Luhmann (1998) que la tarea política más importante de nuestros tiempos es controlar el parásito de la moral, la forma en que la moral se infiltra y pretende controlar todos los demás sistemas sociales. Por qué no decir aquí, que es precisamente en el contexto de la presencia de un poder que aspira a un control cada vez más profundo de la vida social donde se desata una renovada virulencia contra el otro. Esta vez por la vía de aquello que se nos representa como “la verdad de la familia”. Esto es, su heteronormatividad canónicamente establecida ((Luhmann plantea que la contingencia va absorbiendo los criterios de verdad del mundo por lo que se trata de un contexto donde la verdad sólo puede establecerse canónicamente.)). Esto al tiempo que las vidas singulares de la gente hace evidente que, familias hay muchas y muy diferentes, que hay más cosas en el mundo que en toda nuestra filosofía y que hay una ingobernabilidad de los afectos que desborda todo decreto de ley7. Es esto lo que comunican las familias que están siendo y lo que estamos convocados a asumir si es que queremos que el significante familia sea uno políticamente relevante para nuestros tiempos. En este sentido, y como señalé recientemente en otro contexto, la decisión del Tribunal Supremo de Puerto Rico de no permitirle a una mujer adoptar a la hija biológica de su compañera tiene que ser objeto de profunda consternación para todos aquellos que, reconociendo esa errada trayectoria política y jurídica, sean capaces de reconocer en este caso la vida mas allá de lo que ha sido y sigue siendo la desprotección de la ley. ¿Qué política pública que opere sin reconocer esta disonancia profunda puede preciarse de encarnar “nuevos rumbos”?
Finalmente y, a mi modo de ver, decir que el problema de la familia no es el de su conservación sino el de su transformación supone el reconocimiento de que todo este cuadro de transformaciones expresa una complejización de lo social no susceptible de ser reconducida para refundar la familia nuevamente. No se trata ahora de sustituir la familia convencional por la familia diversa, ni la familia heterosexual por la familia lésbica u homosexual sino de conceder a la reflexión sobre un significante familia que opera como el punto ciego que no permite ponderar la fuerza de los elementos entrópicos que caracterizan a todos los sistemas y que erosionan “la familia” independientemente de lo que sean sus modalidades de expresión.
Estos son, a mi modo de ver, los desafíos que políticas públicas cuyo deseo sea instituir “nuevos rumbos” tendrían forzosamente que asumir.
* Ponencia presentada en el Foro Nuevos rumbos de las políticas públicas en Puerto Rico, conmemorando el 110 aniversario de la Universidad de Puerto Rico y el 70 de la Facultad de Ciencias Sociales, 28 de abril del 2013.
- Como es planteado por Rossi Braidotti en su libro Sujetos nómades, con los anticionceptivos pudimos tener relaciones sexuales sin hijos y con las tecnologías reproductivas pudimos tener hijos sin relaciones sexuales. [↩]
- Es evidente que si la persona (en este caso el hijo/a) no paga casa, ni carro, ni teléfono celular, se le suministra dinero para gasolina, para sus actividades sociales y además de esto puede sostener relaciones sexuales con quien quiera en la casa de sus padres, ¿qué incentivo puede tener esa persona para irse? Lo que en contextos previos era una reinvindicación central (irse de la casa de los padres, independizarse) hoy resulta ser algo que no se considera igualmente central. [↩]
- Nótese que hay una manera infantilizada de las agencias de gobierno dirigirse a los hombres y mujeres en tanto padres, usualmente con el calificativo de “mamá” y “papá” aunque no esten los niños presentes. En este sentido, estos significantes se vuelven identidades soberanas. Al parecer esto es lo único que la persona es. [↩]
- Nótese que una parte considerable de los casos con los que interviene el Departamento de la Familia, por ejemplo, son inmediatamente referidos a las instancias penales. En este sentido, la ley y la criminalización inmediata cancelan la ponderación de situaciones-problema mas allá o mas acá de sus implicaciones legales. [↩]
- El cual está vinculado al principio de la división entre el yo y el otro y a la imposición de un límite al deseo absoluto. [↩]
- En este sentido, asuntos que podrían ser resueltos terapéuticamente y al interior de la propia familia son lanzados al aparato penal, teniendo el efecto de grandes disloques en la vida psíquica y social de los sectores concernidos. Digamos que no es lo mismo la experimentación sexual entre los propios niños (bien sean hermanos, familiares, amigos y/o conocidos) que contextos que envuelvan un adulto. No es lo mismo contextos que envuelven familiares a contextos que envuelven conocidos. [↩]
- Podríamos decir que la familia, canónicamente establecida, representa el mundo de los afectos obligados, esto es, afectos a las personas que desde la normativa impuesta a la observancia de todos, estamos obligados a querer. Pero el mundo de los afectos desborda sus posibilidades de gobierno sobretodo en el contexto de la sociedad individualizada donde los imaginarios de autodeterminación de los sujetos son cada vez más centrales. [↩]