Festival Internacional de Poesía conmemora centenario de la muerte de José de Diego
José de Diego representa uno de los valores más profundos en el cariño de nuestro pueblo y, desde luego, de la cultura que ha forjado a Puerto Rico. No es sin motivo que llevan su nombre muchas de las principales avenidas que cruzan como arterias el país. Poeta de entre siglos, José de Diego representa en el plano político la misma tierra fértil que representa en el plano cultural. Antes de finalizar el siglo XIX, ya había sido fiscal, subsecretario de Gracia, Justicia y Gobernación y magistrado de la Real Audiencia Territorial. Tras la invasión norteamericana De Diego fue designado miembro del Consejo Ejecutivo creado por la Ley Foraker, y desde el 1903 fue electo a la Cámara de Delegados, de la que fue presidente entre el 1907 hasta el 1917. Tras de Ley Jones de 1917, De Diego fue electo a la Cámara de Representantes, que también presidió. En consecuencia, se puede afirmar que de Diego fue durante más de diez años la figura electa de más alto rango en Puerto Rico.
De Diego, además, gestionó la creación del Colegio Universitario de Mayagüez, presidió el Ateneo Puertorriqueño, la Sociedad de Escritores y Artistas y fundó la Academia Antillana de la Lengua. Se le adjudicó como atributo admirativo el sobrenombre de Caballero de la Raza y del idioma por su defensa de la enseñanza obligatoria en español –en los tiempos en que el invasor había impuesto el inglés– y de los símbolos patrios de raíz hispánica. Se le ha considerado como padre del independentismo del siglo xx, y promovió un proyecto de unión antillana de raíz martiana y hostosiana.
La imaginación popular se alimentó durante muchos años de su devoción por la novia de sus años mozos que dio a conocer en su elegía “A Laura” y que tejió en susurros tormentosos una leyenda. En su tiempo el poema se propagó de manera tan extraordinaria que convirtió a De Diego, aun en vida, en un clásico nacional.
Durante su estadía como estudiante Derecho en España, de Diego se vinculó con tendencias aun románticas, radicales y anticlericales. Su poema dramático “Sor Ana” se mantuvo en el exilio de las imprentas por el carácter sacrílego con el que aborda el tema de un erotismo perturbador ubicado en el silencio oscuro de un convento. Junto al cuaderno de sonetos “Los grandes infames”, que lo llevó a presidio en España y que también fue objeto de ostracismo en sus obras completas, creó, por otra parte, lo mismo poemas de aire alegre y juvenil recogidos en sus cuadernos “Jovillos” y “Pomarrosas”, muchos de ellos precursores del modernismo puertorriqueño. Tras la conquista de Puerto Rico por Estados Unidos, De Diego, como se ha dicho, consagró su vida a la defensa de la nación. Acorde con ello, su obra poética tomó un sesgo de agresividad civil y de resistencia libertaria. Ese es el eje central de sus libros “Cantos de rebeldía” y “Cantos de pitirre”.
Este año el Festival Internacional de Poesía celebra con José de Diego el décimo aniversario de un esfuerzo que lleva la poesía de manera gratuita, como ofrenda, a numerosas instituciones y comunidades de todo el país. El comité organizador se ha esforzado por seleccionar como poetas internacionales invitados, a uno de cada edición del festival y de cada país de habla hispana. El cartel que nos honra es obra de Antonio Martorell.
La sede de este festival se ubica en el Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana en San Juan, donde se realizará la apertura el sábado 10 de marzo, con la participación de Roy Brown.
La selección de José de Diego como poeta homenajeado este aZo se hizo con motivo del centenario de su muerte. Entonces no teníamos idea de lo providencial que sería esa selección respecto a los acontecimientos recientes que experimenta el país entero ante la doble debacle de la quiebra del gobierno y de los estragos inconmovibles del huracán María que nos ha dejado ciegos durante muchos meses.
De Diego es el poeta que enseña a decir “No”. Aquel que se lamentó un día de esta manera por no haber podido alcanzar la meta de sus propósitos:
“¡aún no he podido, por desgracia mía,
«encampanar» el volantín de un sueño,
sin que el demonio, que me tiene rabia,
me corte el hilo en el azul del cielo!”
Aquel que exhorta a todos a perseverar en la resistencia en uno de los sonetos más enérgicos y perfectos de la lengua española: “¡embiste!” (“En la brecha”).
Ante el túmulo funerario de José de Diego y de la bandera tricolor que lo acompaña, leeremos en compañía de los poetas de los países hermanos el poema que representa el lecho de su descanso:
“Colgadme al pecho, después que muera,
mi verde escudo en un relicario;
cubridme todo con el sudario,
con el sudario de tres colores de mi bandera.
Sentada y triste habrá una Quimera
sobre mi túmulo funerario…
Será un espíritu solitario
en larga espera, en larga espera, en larga espera…
Llegará un día tumultuario
y la Quimera, en el silenciario
sepulcro erguida, lanzará un grito…
¡Buscaré entonces entre mis huesos mi relicario!
¡Me alzaré entonces con la bandera de mi sudario
a desplegarla sobre los mundos desde las cumbres del Infinito!” (“Última actio”.)