Filosofía y literatura en Bar Schopenhauer, de Juan Carlos Quiñones
Por eso se ruega al lector de este artículo que se tome el tiempo de escanear los códigos que verá aparecer cada ciertos segmentos y escuche las canciones a que conducen, pues siendo intertextos de la novela misma, complementan la atmósfera narrativa (allí), la crítica (aquí).
Y ahora sí: bienvenidos al Bar Schopenhauer.
Del autor/narrador/personaje(s). De todos los nombres el nombre
Resulta innecesario pormenorizar las estrategias autoriales de la carrera literaria de Juan Carlos Quiñones, como si Bruno Soreno y Juan Carlos Quiñones acabasen de estrenarse en las letras del país, porque no. Baste recordar, como le recuerda el narrador al lector de Bar Schopenhauer, que el autor ha sido Bruno por Giordano Bruno, Soreno por Søren Kierkegaard, Juan Carlos Quiñones por Juan Carlos Quiñones.
Que hay una coherencia implícita en los pseudónimos seleccionados.
Kierkegaard, por ejemplo, se distanciaba de sus textos usando una variedad de dispositivos que servían para problematizar la voz del autor. Utilizó seudónimos en muchas de sus obras, dividió sus textos en prefacios, prólogos, epílogos, interludios, apéndices. Asignó la «autoría» de cada una de esas partes a diferentes seudónimos, e inventó nuevos seudónimos para los alegados editores o compiladores de esos textos. A veces añadía su nombre como autor, a veces como la persona responsable de la publicación, a veces no lo añadía. A veces esas partes o incluso esos libros enteros representaban perspectivas sorprendentemente contrastantes. Esta suerte de método de comunicación indirecta de Kierkegaard pretendía minar la confianza del lector en la autoridad del autor y depositarla más bien en la sabiduría misma de la comunidad. Y como valores estéticos, Kierkegaard proponía la inmersión en la experiencia sensorial; la valorización de lo posible (lo especulativo) por sobre la realidad; la superación de la fragmentación de la experiencia y de la ironía y el escepticismo como estrategias nihilistas (McDonald). Todas estas propuestas estéticas, constantes en la obra de Juan Carlos Quiñones y Bruno Soreno, son claves de lectura de Bar Schopenhauer. Apunten.
Por otro lado, Giordano Bruno, cuyo nombre verdadero tampoco era ese sino Filippo, es el filósofo del siglo XVI cuya influencia se hace sentir en James Joyce, en Oscar Wilde. Es el símbolo mismo de la ardiente pasión por la filosofía, sobre todo si recordamos que sucumbió en la hoguera de la Inquisición. Creía que el universo es infinito y que a su vez está formado por infinitos mundos,y que la unidad universal o mónada estriba en que todo está interconectado por el hecho de estar vivo, incluyendo los seres inanimados. También planteabala coincidentia oppositorum: todo poder de la Naturaleza debe generar un contrario con el fin de darse cuenta de sí mismo, y esa oposición genera reencuentro. Quizás la última imagen que produjo para el mundo, la de extinguirse él mismo —el bruno que significa sombrío— en medio de la luminosa pira inquisitorial, es un elocuente homenaje a este principio. Los postulados filosóficos que acabo de resumir son también claves de lectura de Bar Schopenhauer. Apunten.
Juan Carlos Quiñones es escritor. Y ha sido Bruno y ha sido Soreno. Es autor, entre otros libros, de Breviario (Isla Negra, 2002), Adelaida recupera su peluche (La Secta de los Perros, 2011), El tapiz iluminado (SM, 2009) y de Todos los nombres el nombre (Colección Maravilla, 2012). Lo demás ustedes lo saben.
En este libro, su nombre se escinde en tres: Bruno, Sorianus y Calióstrofe. Bruno por Giordano Bruno, Sorianus por Søren Kierkegaard (esta vez Sorianus en vez de Soreno porque el giro latino se parece más a su apariencia oscura y tenebrosa, dice), y Calióstrofe por Juan Carlos Quiñones.
Verán, es que el Dr. Calióstrofe o Cagliostro del Bar Schopenhauer es es el Conde Cagliostro, cuyo nombre verdadero tampoco era ese, sino Giuseppe Balsamo. Alquimista, ocultista y masón del siglo XVIII, en su juventud estuvo asociado a muchos vagabundos. Hoy se le considera un timador y charlatán. La novela insiste en llamarle “falsario, embustero” para que sea evidente que simboliza al escritor de ficción, obsesionado con los métodos ocultistas, con los procesos. ¿No es la escritura de ficción un proceso, y no tiende la buena ficción a ser ocultista, más que transparente? Se le llama también “irónicamente cartesiano”, creo que porque en vez de afirmar “Pienso, luego existo”, solo podría decir “Escribo, luego existo” y continúa la novela afirmando que el doctor vive obsesionado con “su afán de convencimiento, su reclutamiento de aliados, acólitos o alicates”. ¿No busca la literatura aliados, acólitos o alicates, también llamados lectores (a veces presentadores, críticos)?
Aquí tendríamos que añadir que las intervenciones del Dr. Caliostro en la novela se dan por medio de tipografía blanca sobre papel negro, al inverso del resto del libro. Mientras el doctor ejecuta sus rituales alquímicos hace gestos grandilocuentes “como un mago de tercera” (en palabras del narrador), o “como los astrólogos, los hechiceros, los supersticiosos, los falsarios y los locos” (en palabras de Sorianus), sacando de su sombrero (que es negro como el papel que tenemos ante nos) esa liebre (blanca como la letra que también leemos) que suelen sacar los magos. El acto de magia, de prestidigitación, es, pues la escritura misma, el texto. Caliostro deviene Calióstrofe porque el sufijo strofe lo vincula a la retórica, a la cali/grafía retórica: apóstrofe es el acto de dirigirse en segunda persona a seres presentes o ausentes, a abstenciones u objetos inanimados, o incluso a sí mismo. Con esto, la novela propone que el lenguaje, la escritura misma, es proceso alquímico.
Uno de los nombres por los que se le conoce al Dr. Caliostro en sus viajes de reclutamiento por el mundo, dice el texto, es
*/Juan Carlos Quiñones.
*Juan Carlos Quiñones, el escritor, es, pues, el Dr. Calióstrofe.
Si Bruno y Sorianus son uno mismo, escindido (ambos tienen los mismos “grises ojos tristes abismales” y son “dos espejos encontrados”), Calióstrofe también es Bruno y es Sorianus:
- “Soy flecha”, dice el doctor Caliostro (la flecha filosófica de Zenón, capturado su movimiento en un instante).
- “Soy flecha”, dice también Bruno (es la misma flecha, capturado su movimiento en un instante adyacente).
- “Ya ves que todas las líneas no son rectas”, dice una canción de La Unión, epígrafe del texto.
- “Recuerda uno de los epígrafes de este texto”, advierte Sorianus. “Y que hay tal cosa como geometrías no euclidianas”.
- En la geometría no euclidiana (la elíptica, en concreto), las rectas (flechas) extendidas hasta el infinito pueden terminar encontrándose.
- Bar Schopenhauer parte de la geometría griega para llegar a la no euclidiana: Calióstrofe, Bruno y Sorianus son todos la misma flecha, sea porque se captura su imagen en instantes distintos o porque, a fuerza de viajar, terminan intersecándose.
Así, concurren en esta obra, de todos los nombres del autor (Juan Carlos, Bruno y Soreno), el nombre: tres aspectos de un mismo ser, cazándose y devorándose mutuamente.
Para cuando acaba la novela, ya Calióstrofe ha sucumbido. Así tiene que ser, pues terminado el texto, como diría Barthes, el escritor debe morir. El arma homicida (o suicida) es aquí, significativamente, un instrumento de escritura: el estilete. Solo quedan dos aspectos del ser, y la obra, que presenta un final abierto, nos abandona justo al inicio de un duelo entre Bruno y Sorianus cuyo resultado desconocemos.
Ese acto de antropofagia recíproca nos inclina a considerar esta una novela sobre la autodestrucción, pero no del modo que uno podría imaginarse. Volveremos a hablar de ello, pero primero, un anticipo de a qué suena la cacería entre Calióstrofe, Bruno y Sorianus:
Del (De los) protagonista(s) y otros personajes
Bruno, Sorianus y Calióstrofe: tres manifestaciones de un mismo ser.
Unas más oscuras que otras, oscuridad sobre oscuridad, como el espectáculo que se contempla a través del techo del bar Schopenhauer:
uno mira al techo del bar y puede ver el cielo como a través de una telaraña espesa o un vidrio turbio … Uno puede ver cómo una sombra más oscura que la noche atraviesa fugazmente dicho cielo, lo traspasa vertiginosamente como un cometa viajando en fast forward. (29)
Los personajes que pueblan la novela Bar Schopenhauer son clientes del Bar Schopenhauer. Son los sedientos de alcohol, pero también de sangre. Son los vampiros: alrededor del antro, por las calles siniestras de Río Piedras, “cuelgan invertidos los cuerpos de un número indeterminado de ambos tipos de sedientos en diversos estados de tortura y mutilación” (18).
Las putas que trabajan en el Bar Schopenhauer también son chupasangres. Get it? Algunas se llaman Ligelia, Katrina, Beatrice, Margarita, Ofelia o Sabrina; algunas, mientras trabajan en el Bar, Janette. Algunas son rubias. Yo no.
La banda de covers que toca en el Bar Schopenhauer, otro de los personajes de la novela, se llama Aedes Aegypti. El nombre es particularmente apropiado: una banda de covers es, de por sí, vampiresca: se nutre de la savia ajena. “Chupasangres” también, sonríe Bruno (20). Esta en particular se pasea por el espectro oscuro del rock: post punk, new wave, industrial, progresivo, electrónico, gótico, metal y a veces indie, cristiano. O sea, el lado oscuro del rock.
Las canciones que toca la banda también son personajes de la novela. Cada una dice lo que tiene que decir en el lugar del texto donde lo tiene que decir, creando no solo una capa adicional de texto, sino una atmósfera narrativa. “Escuchadas todas con cierta especial receptividad mística y en cierto orden” –advierte el texto– “cuentan una trama, narran una historia arcana y secreta que es un libro o una literatura” (57). Intercaladas en la historia, van tejiendo otra historia paralela de lánguidos o vampiros a la caza, de undeads en espacios oníricos. Ocupan tanto o más tiempo que la lectura del libro, pero son su complemento indispensable.
“¿Cómo cabe tanta canción en tan poco rato?”, piensa Bruno (32). Cabe porque el tiempo en la novela Bar Schopenhauer opera de maneras misteriosas: es cuántico. Es y no es. A veces los personajes reflexionan sobre la pieza que escuchan:
–No es mi estilo –dice Sorianus.
–El mío tampoco, dice Bruno, y palpa el estilete en su bolsillo. (32)
El estilo musical deviene estilete: la música es también instrumento de escritura, arma blanca.
A las canciones se accede mediante códigos QR (quick response), para lo que debe usarse el escáner del celular, lo cual nos lleva a mencionar la inserción de elementos gráficos como personajes adicionales de la novela: códigos y murciélagos. Intenté escanear los murciélagos con mi celular y no me condujeron a ningún portal nuevo, pero los QR sí, esos sí.
Del deseo, o el sustrato filosófico de que se nutre la novela
La filosofía de Schopenhauer está en el corazón de esta novela. Significa una revalorización de laintuición por sobre la razón y el concepto. Es justamente ese intuicionismo
el punto central a partir del cual Schopenhauer desarrolló sus postulados. En El mundo como voluntad y representación, propone que “El hombre, pese a que se considera superior a su entorno, no es sino esclavo de una fuerza ciega que mueve a todo lo que existe: la voluntad. Los actos de todas las cosas obedecen a esta voluntad, que es un impulso ciego, irracional, sin fin, no guiado por la razón ni por el conocimiento. La voluntad se manifiesta como un querer constante, como un deseo nunca satisfecho, pues una vez satisfecho vuelve a desear: de ahí que la vida sea un perpetuo dolor en tanto no satisface su deseo” (Pérez, 12). Y lo que el hombre más desea, dice la novela como Aristóteles, essaber.
El individuo, compelido a obedecer a su voluntad (que quiere sobrevivir a toda costa), mantiene intensos combates con sus semejantes: el mundo vegetal sirve de alimento al mundo animal y cada animal a su vez tiene que servir de presa y alimento a otro animal; de este modo, las voluntades escindidas se devoran sin descanso a sí mismas, en una involución casi antropofágica, como Sorianus, Calióstrofe y Bruno. Por eso, también, en Bar Schopenhauer, como en el cuento “The Cask of Amontillado” de Poe, Bruno y Sorianus, dos aspectos de un mismo ser, caminan entrelazados de brazos por las calles lúgubres de Río Piedras: Montresor embriaga y lleva de paseo a Fortunato para enterrarlo vivo. “Mi tesoro” aniquila al “afortunado” y, como Bruno y Sorianus, ninguno de los dos sabe quién será Montresor, y quién será el borracho afortunado.
Schopenhauer introduce la pesadilla en el seno mismo de su filosofía (Safranski 3). Por eso, “todo allí parece haber sido fabricado con la materia de las pesadillas” (17). Para Schopenhauer, además, el ser humano solo se libera de la esclavitud de la voluntad aprendiendo a suprimirla: suprimir el deseo, elevarse a condición ascética, es la liberación, la única fuente posible de felicidad. Asimismo, los personajes de Bar Schopenhauer suprimen y posponen continuamente el deseo, la descarga sexual. Las prostitutas que, entusiasmadas, se acercan a Bruno o a Sorianus en la barra, los oyen replicar:
—No es esta noche.
—Sí, amor, era esta noche —susurra la cabellera rubia, expectante. —¿Un blowjob al menos? —silba. ¿Un beso?
—No —sentencia Bruno. Esta noche no. (20)
—Tú no. (52)
—Vete, que esta noche sí. (…) Pero no para ti. (30)
El bar Schopenhauer, en fin, es schopenhaueriano porque celebra que solo existe la experiencia estética del mundo, porque afirma que la realidad y la continuidad del mundo son solo una ilusión, “maya” hindú, porque suprime o pospone la sexualidad para negar la voluntad, el deseo…
Pero Schopenhauer no está solo en esta barra. Lo más extraordinario de esta novela es su síntesis filosófica, que abarca y reúne siglos. El Bar Schopenhauer contiene en su interior la armonización de diversas posturas filosóficas, aparentemente lejanas en el tiempo, pero profundamente coherentes, simultáneas. El narrador les llama “distintos modos de mentalidad y de entelequias” (50). Descartes, Berkeley, el Conde de Saint-Germain y la masonería; Schopenhauer, Heráclito, Kierkegaard, Zenón de Elea; Giordano Bruno, Aristóteles: todo coexiste en el bar Schopenhauer, y todo es uno. Por eso en el bar en que transcurre la acción de la novela, “un enorme cuadro del filósofo alemán —grave, ceño fruncido— hace las veces de espejo tras la barra vigilando el antro que lleva su nombre” (16). Todos los personajes son Schopenhauer, de cierta forma. Todos son uno.
Schopenhauer alegaba que “La vista del individuo está enturbiada por el velo de Maya: no ve la cosa en sí, sino su fenómeno en el tiempo y el espacio, individualizado. Por eso el hombre no descubre la unidad de la esencia de las cosas; no ve más que los fenómenos en su múltiple variedad, en su aislamiento, en su lucha inagotable y en su oposición” (Schopenhauer, “Complementos” 157). Pero en el bar, dice el texto, “todo es una borradura impertinente. No están las cosas, sino el fantasma de las cosas” (17). Por eso se ve la unidad: “Cada tiempo es un mundo discreto y monádico. La continuidad es una ilusión” (41), dice Sorianus. En el Bar —en el estado alterado de conciencia que supone el bar— se aprecia la mónada: como la flecha paradójica de Zenón de Elea, que solo está en movimiento si la ponemos en la perspectiva de la continuidad, comparando cada uno de sus instantes “en reposo” con instantes adyacentes, previos y posteriores, en el bar se ve la continuidad, todo confluye. El idealismo de Berkeley, Esse est percipi; el río de Heráclito, que es siempre el mismo aunque distinto; la mónada o unidad intrínseca de todo que planteaban Schopenhauer y Giordano Bruno; la reunión del sujeto que por fin se libera de la fragmentación de la experiencia, como proponía Kierkegaard; el gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a la vez (pronto hablaremos más del gato); los procesos de Calióstrofe para lograr la introspección y la unidad, desde los sacerdotes que practicaban ritos de Eleusis hasta los científicos que administran el acelerador en busca de la partícula Higgs, todos procesos que conducen no a un lugar sino a una forma de ser UNO, dice Calióstrofe en su conferencia que es de filosofía, de física, de cibernética (que son todas lo mismo). Todas las vidas y épocas que ha vivido el vampiro Sorianus son una misma vida. Todos los filósofos aludidos se reconcilian en un mismo planteamiento: todo (los seres, las cosas, todo lo existente) “es una manifestación divergente de lo asombroso” (57). En Bar Schopenhauer, “ese collar de perlas negras que es el tiempo se desgrana”, como dice el texto (27). Borges lo entendió y tradujo así: “Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y solo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y en el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí…” (“El jardín de los senderos que se bifurcan”). La eternidad es una e indestructible, si bien la inmortalidad no. Por eso, en el duelo final entre Bruno y Sorianus, cuando Sorianus afirma que por fin se acerca el fin de la eternidad, Bruno corrige: “la inmortalidad, querrás decir” (55). La eternidad es una e indestructible. Mónada.
Quiñones logra un asombroso aleph filosófico en Bar Schopenhauer, y en esta profunda, asombrosa, retante densidad conceptual, alcanzada en apenas 57 páginas, estriba la enorme importancia de esta novela.
Y como Schopenhauer, esta pieza concibe el arte como el único camino redentor: el bar tiene una función sedativa y redentora, pues libera al hombre de la esclavitud a que lo somete la voluntad, conduciéndolo al conocimiento de lo intemporal. El arte es la actividad verdaderamente metafísica, es experiencia del ser, es la experiencia salvadora, el triunfo sobre la voluntad, dicen Schopenhauer y Juan Carlos Quiñones. No a cualquiera le gustaría estar en el Bar, no es para todos. Aquí no hay entretenimiento, arte fácil: solo seres que esperan el milagro de la iluminación, la revelación de la verdad, como nos recuerda Leonard Cohen.
Waiting for a Miracle, Leonard Cohen
De la estructura narrativa
La novela Bar Schopenhauer, como esta reseña, no se narra en orden cronológico.
La novela Bar Schopenhauer presenta cuatro categorías de narración y un apócrifo:
Nociones del Bar Schopenhauer
Las conversaciones (entre Bruno y Sorianus o con el espejo)
Las porciones del doctor Calióstrofe
La narración directa
Este artículo
En la novela Bar Schopenhauer, la forma es más importante que la historia. Anacrónica… no, mejor sincrónicamente vanguardista, la novela Bar Schopenhauer propone que el espíritu poético, o el cómo se cuenta la historia, es más importante que la trama o la historia en sí. Así lo afirmaba en los años 20 el escritor japonés Ryūnosuke Akutagawa (Hijiya 155), célebre autor del relatoRashōmon, que Kurosawa inmortalizó en el cine y Juan Carlos Quiñones resucitó en Bar Schopenhauer.
La película de Kurosawa es de 1950.
El relato de Akutagawa es de 1915.
La novela de Quiñones es de 2015.
Dicho de otra forma, el orden cronológico en el que ocurren los eventos que se narran en Bar Schopenhauer no pertenece al orden lineal de la escritura o a la apariencia del tiempo. Más se parece al orden cuántico, gato de Schrödinger. Todo es uno, todo a la vez.
Aviso al lector: para entender Bar Schopenhauer conviene entender el experimento del gato deSchrödinger, que procedo a explicar.
El gato de Schrödinger es un experimento imaginario pensado en 1935 por el físico austríaco Erwin Schrödinger (en 2015 por Juan Carlos Quiñones, da igual) para explicar la mecánica cuántica. Se trata de un sistema formado por una caja cerrada que contiene en su interior un gato, una botella de gas venenoso y una partícula radiactiva, con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un minuto. El dispositivo se activa si la partícula se desintegra, con lo que el gas venenoso quedaría liberado y el gato moriría.
Transcurrido un minuto, existe una probabilidad del 50% de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto, y la misma probabilidad de que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo. Según los principios de la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema de Schrödinger en ese momento es la superposición de los dos estados posibles: «vivo» y «muerto». He ahí la paradoja: el gato está vivo y muerto, undead, mientras no abramos la caja… Cuando abramos la caja y queramos comprobar si el gato sigue vivo o no, perturbaremos este estado. Es nuestra curiosidad por saber (diría Aristóteles), lo que fuerza a la Naturaleza a colapsar y escoger uno de los dos estados posibles. En otras palabras, la naturaleza cuántica del universo es la coexistencia, no la elección; la física cuántica, que es la versión moderna de la filosofía, también propone la mónada.
Aclaración: a Bruno Soreno o Juan Carlos Quiñones le gusta la física, pero también la literatura, que es lo mismo:
“Desde chico siempre quise ser científico. Entré a la universidad por física. Quería conocer a las estrellas. Luego estudié filosofía y literatura porque descubrí que las personas me interesaban más. Hoy sé que no hay diferencia: ambos —las estrellas, tú y yo— estamos hechos de la misma materia en diversa manifestación”, dice Bruno Soreno (Facebook).
Cabe agregar que Akutagawatambién escribió en 1927 «Los engranajes» (un breve pero intenso relato autobiográfico en el cual describe sus sensaciones pesadillescas y anuncia su inminente suicidio/autodestrucción/antropofagia). Cuando en 1927, en efecto, se suicidó con una dosis de veneno (gato de Schrödinger), dejó una nota que leía: «un sombrío desasosiego o una leve sensación de incomodidad». “Sombrío”, como de bruno. “Un cansancio lívido, una leve sensación de incomodidad”, como dice Sorianus, cuando quiere describirse a sí mismo. Juan Carlos Quiñones, Bruno, Sorianus, Akutagawa: todos aspectos de un mismo ser.
Otro que se suicidó fue Van Gogh. Sus últimas palabras fueron La tristesse durera toujours, frase que se repite en el texto más de una vez.
Van Gogh y Akutagawa, que se suicidaron, no están muertos, porque eran la tristesse. Y la tristeza dura para siempre.Van Gogh y Akutagawa están undead. Reaparecen no solo en este libro que hoy presentamos, sino antes en otro titulado Todos los nombres el nombre, de Bruno Soreno. Bruno Soreno es Juan Carlos Quiñones.
Juan Carlos Quiñones, Bruno, Sorianus, Calióstrofe, Akutagawa, Van Gogh: todos aspectos de un mismo ser.
La muerte nunca, nunca, nunca es definitiva, no hay tumba que nos retenga, como nos dice ahora la banda Aedes Aegypti (cortesía de Johnny Cash).
Ain’t No Grave (Can Hold My Body Down), Claude Ely (versión de Johnny Cash)
De las coordenadas estéticas en que se localiza el Bar Schopenhauer
Bar Schopenhauer puede inscribirseen la serie de la narrativa gótica, o neogótica, mejor, con la que comparte la ambientación oscura y sobrenatural, y los personajes perturbados o vampiros. A fines del siglo XVIII y principios del XIX, la novela gótica fue una reacción contra la Ilustración, con su logocentrismo del progreso de la ciencia y de la industria. Predominan en ella las naturalezas inexplicables y monstruosas, los vampiros y fantasmas, las personalidades escindidas: el Dr. Jeckyll y el Mr. Hyde, el Bruno y el Sorianus, el Montresor y el Fortunato de Poe, el Abraham e Isaac de Kierkegaard, que también están en esta novela. Predominan en ellas lo irracional, el sueño, las pesadillas, la melancolía, las noches lúgubres, los paseos nocturnos y, en fin, el reino de la noche, y constituyen un discurso de resistencia contra la idolatría a la luz, típica del Siglo de las Luces (Zavala), contra la racionalidad y a favor del intuicionismo.
Como los personajes de Bar Schopenhauer, “la narrativa gótica explora el lugar y el origen del mal en la naturaleza humana y la ferocidad y el deseo en los ojos” (Zavala), en los bellos grises atroces ojos abismales de Sorianus. El mundo gótico, en suma:
Es el reino de la noche … y del silencio lúgubre, con testigos de lo raro que nunca han visto el sol, y no reconocen su propia imagen en los espejos. … Las estrategias especulares en la novela gótica reproducen héroes, heroínas, dobles, castillos desolados, patios oscuros, pasadizos lóbregos, corredores laberínticos, espectros, fantasmas. Son espejos que reflejan imágenes del yo (o de la psique); a veces la imagen se corresponde con la realidad, otras … son inversiones quiásmicas de un «adentro» y un «afuera», un rostro que no reconoce su imagen. (Zavala)
La culpa y los espejos, góticos pero también filosóficos (monádicos), se encuentran en Bar Schopenhauer desde el principio:
Soy hermoso. Esto le dice Sorianus a su espejo. Yo no tengo la culpa de ser tan hermoso, le dice a su espejo Sorianus, como defendiéndose de una acusación, como esquivando el dardo de una deuda incalculable que aquel vidrio le reclamara desde allá, desde el abismo de la superficie. (13)
Y poco después:
Todo aquel tiempo, durante toda aquella multitud de voces y de años, la superficie del espejo había estado vacía. (15)
Bruno se volteaal final del texto y, cuando Sorianus lo mira, son “dos espejos encontrados”(49).
De la novela gótica, Bar Schopenhauer también tiene la ciudad. Aquí es Río Piedras, hábitat de los muertos/no muertos (los undead, gatos de Schrödinger):
En una grotesca imitación del pender que practican los mamíferos alados con los cuales comúnmente se les asocia, cuelgan invertidos los cuerpos de un número indeterminado de sedientos -menor que diez y mayor que uno- en diversos estados de tortura y mutilación. (18)
Río Piedras es aquí la ciudad de calles sórdidas, espectrales, fantasmales. Es la “ciudad de la noche sin luna que era toda un gran quejido sordo”. La ciudad muerta o abandonada de la novela gótica, modalidad del infierno, representa la conciencia, el proceso existencial. Pero en el neogótico, o en el revival del gótico que aplica a cualquier época (esta en particular) puede decirse que la ciudad en ruinas representa la inestabilidad del mundo exterior (que es solo percepción) y que se resuelve en el caos (pero unitario, monádico) interior, que es el Bar Schopenhauer como mundo, según afirma el texto mismo (17).
En la estética gótica, “el espacio puede llegar a ser la razón de la obra, integrarse al personaje, adquirir un aspecto opresor o laberíntico, contrapuesto a otros espacios de felicidad arcádica, elísea o paradisíaca” (Náter 79). Novelas como Aura, El lugar sin límites y Pedro Páramo presentan un espacio infernal, laberíntico, apocalíptico y enfermo que se convierte en el centro de la narración, llegando a fungir como un antihéroe, amenazador y letal, que se contrapone a la ciudad organizada, luminosa, de la que vienen los protagonistas. ¡No en Bar Schopenhauer! Primero, porque el Bar Schopenhauer es como el Hotel California: “Hay quien asegura que algunas noches hay gente y otros seres que entran al Bar Schopenhauer y nunca salen. Nunca” (36). Y viceversa. “del Bar Schopenhauer sale gente y otras cosas, otros seres, que nunca habían entrado. Nunca” (47). Segundo, porque del bar solo se sale (si se sale) a las calles sórdidas o a la trastienda del bar, que es “donde comienza el averno” (53). Un letrero en el dintel de la puerta que conduce a esa trastienda lee “Jesús lloró”, la frase que describe a Jesús ante la muerte de Lázaro, uno de los primeros undead (según me aclara el propio Quiñones). El mundo, pues, reducido metonímicamente a Río Piedras, reducida metonímicamente al bar Schopenhauer, es un mismo espacio: el mundo de los undead, que no es que sean seres muertos y horripilantes, sino seres eternos. Esta neogótica que asume Bar Schopenhauer es sombría, sí, pero redentora. No existe la muerte, todos devenimos lo mismo: una energía indestructible que reaparece en distintas épocas, con distintos nombres.
Pero en el fondo, lo más importante es que Bar Schopenhauer tenía que asumir una estética neogótica porque es una novela sobre la bestia: la bestia de la filosofía. “It smells a bit like the beast”, dice el epígrafe inicial. “What beast? Philosophy. True philosophy. It’s a beast” (Clive Barker).
Por eso, por trabajar lo gótico como homenaje a la eternidad y unidad de todo, en vez de a la muerte, es que esta novela también exhibe características del llamado romanticismo oscuro del siglo XIX, en la tradición de Poe, Hawthorne y Melville.Si la novela gótica tiende más al terror, el romanticismo oscuro se fija preferentemente en el misterio sombrío y el escepticismo sobre la condición humana. Los románticos oscuros (herederos de los novelistas góticos) “adoptan imagénes del mal antropomorfizado en forma de demonios, vampiros, fantasmas o monstruos” (Thompson 6).En esta estética se privilegian como tropos los fenómenos metafísicos e inexplicables; la propensión a una conducta perversa o inmoral, y un cierto innominado sentido de culpa, “con la sospecha de que el mundo externo no es más que una ilusión de la mente”, como señala Thompson (cf. Berkeley, Schopenhauer, Kierkegaard, Schrödinger, etc. Todo es igual). Puro Bar Schopenhauer que, por cierto, forma parte de un próximo texto de Juan Carlos Quiñones o Bruno Soreno titulado, significativamente, El libro de las apariencias.
También es necesario comentar que los personajes de Bar Schopenhauer se autodenominan “malditos”, expresión que no podemos desvincular de la tradición de “poetas malditos” que se inició con Verlaine, y que se usa para designar a todo aquel escritor talentoso que, dotado de un aura y de una voluntad de incomprensión o marginación social y de una tendencia provocativa (o autodestructiva), genera textos que, dado su alto nivel de codificación poética/filosófica, son de oscuros significados. In other words, beasts.
Anécdota curiosa, mónada, sincronía: hacia el final de la Primera Guerra Mundial, decepcionados por el fracaso de la civilización racional y considerada esta como aparato de represión que amordaza el instinto cuya naturaleza impetuosa era preciso liberar, surge en Zurich un club artístico de vanguardia llamado Cabaret Voltaire. Como antro bohemio donde se congregaban quienes combatieran la razón, la disciplina y el refinamiento burgués, los asiduos clientes del Cabaret Voltaire buscaban derrumbar los obstáculos que refrenaran la verdadera naturaleza del ser humano, el ser animal, “aplaudiendo el instinto, el caos, la provocación, la desobediencia y la irracionalidad: en Cabaret Voltaire, los artistas se reunían para leer poesía y hablar de tonterías, gritar, aullar como lo hizo Byron, bailar sin ritmo, al azar, generando una completa y absoluta cacofonía” (Vásquez Roca). En el Caribe del siglo XXI, el Cabaret Voltaire deviene Bar Schopenhauer: los clientes, si bien sumergidos en la introspección más que en el alarido, penetran un espacio borroso y elástico, cuántico, de cualidad submarina u onírica, adormecidos por el alcohol e hipnotizados por las intervenciones de la banda Aedes Aegypti.
CODA: Sobre la autodestrucción
La acción de la novela puede resumirse en un relato de autodestrucción, cierto, pero propone que la autodestrucción es cuánticamente imposible. Al final ha quedado “extinguido” Caliostro, que no es sino la dimensión escribana del protagonista. Es lógico, pues la escritura, en efecto, está a punto de concluir. Sobreviven Bruno y Sorianus, y están a instantes de batirse a duelo con un estilete. Y uno sobrevivirá. No sabemos cuál, pero uno sobrevivirá.
Podría hacerse un psicoanálisis sobre cuál de los aspectos de Juan Carlos Quiñones está aniquilando a cuál, y cuál resistirá. Pero para qué, si acaso no existe la muerte, solo la eternidad, la unidad, la mónada.
La energía durera toujours, comme la tristesse.
Por su poderosa síntesis filosófica; por su prosa impecable, homenaje a la belleza redentora; por su radical depuración de lo que resultaría innecesario; por apostarlo todo a la inteligencia del lector, que es el mayor grado de respeto que puede ofrecérsele, auguro que el Bar Schopenhauer también.
Nota de la autora: Versión adaptada de la presentación homónima que se realizara el 27 de mayo de 2015 en la librería La Tertulia, Río Piedras.
Referencias
Hijiya-Kirschnereit, Irmela . Rituals of Self-revelation: Shishōsetsu as Literary Genre and Socio-cultural Phenomenon. Harvard University Asia Center, 1996. Web. 20 mayo 2015.
McDonald, William. «Søren Kierkegaard», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2014 Edition), Edward N. Zalta (ed.). Web. 20 mayo 2015.
Náter, Miguel Ángel. “La imaginación enfermiza: la ciudad muerta y el gótico en Aura de Carlos Fuentes”. Revista chilena de literatura 64 (2004): 73-89. Web. 25 mayo 2015.
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