¿Gobernar es encuestar?
El sábado pasado sentí un fuerte deseo de vivir en otra época histórica. En una calurosa y soñolienta tarde en el suroeste del país, de momento apareció una guagua “tumbacoco” con estruendosas canciones electorales y una caravana de carros que espantaron la posibilidad de tranquilidad en el barrio. Ahí me invadió el deseo de vivir en la época de Platón, cuando se defendía la idea de que la clase de los filósofos debería ser quien rigiera el estado y se entendía que filosofar era inherente a la gestión de gobernar. Lamentablemente, en nuestra era estadística, la clase de los publicistas expertos en identificar la opinión pública son quienes realmente gobiernan en Puerto Rico, poniendo en práctica la fatídica idea de que gobernar es encuestar.
La estridencia de la caravana me hizo pensar en ese partido tradicional que funciona sin primarias, en el que la clase de los publicistas, cual consejo de sabios, por tener el don de conocer cuál es la opinión pública, pone y quita candidatos al puesto de la gobernación sin consultar democráticamente a los miembros del partido. Aducen que después de realizar una encuesta científica, las leyes probabilísticas sugieren con toda la confianza posible que la candidatura de X es la mejor opción para el partido, un resultado usualmente adornado con un etéreo nivel de 95% de confianza que nadie explica, ni entiende, ni resulta relevante. No sé si se debe a que nuestra cultura democrática es muy primitiva o si la que es primitiva es la voracidad por allegarse una jugosa tajada de los fondos del presupuesto nacional, pero estas encuestas científicas terminan cerrando toda posibilidad de debate dentro de ese partido político. Y con ganas o sin ganas, simplemente se pasa a apoyar al candidato electo por los publicistas. Siempre me resulta curioso el calificativo de “científicas” para designar estas encuestas, pues si se ofrecen resultados que nunca se revelan al público, los encuestadores se alejan del ideal de transparencia de la ciencia y se acercan al oscurantismo.
Cuando ya una estentórea voz con guille de Shakira se puso a cantar el tema oficial de la campaña a gobernador e hizo retumbar el techo de zinc de mi casa, tuve que abandonar la ilusión de la siesta de la media tarde de aquel sábado. Aproveché para hacer varias lecturas que tenía atrasadas y desafiando toda ley de probabilidades me topé con un escrito que me hizo escoger este tema de la encuestas para la columna de hoy. Hace justo cuarenta años, en 1972, el eminente sociólogo francés, Pierre Bourdieu, dictó una conferencia con el perturbador título de La Opinión Pública No Existe. En dicha conferencia el sociólogo afirmó que “El equivalente de ‘Dios está de nuestra parte’ es hoy en día ‘la opinión pública está de nuestra parte’ ”. Los planteamientos de Bourdieu son útiles para ilustrar la insensatez de quienes insisten en que gobernar es encuestar. Con toda intención de alejarme del tema electoral, el cual se nos atosigará por las próximas semanas, utilizaré una reciente encuesta de opinión pública sobre el derecho a la salud para ilustrar el desatino de ignorar cuarenta años de advertencias y terminar creyendo y apoyando ficciones estadísticas que resultan en una “encuesta boricua à la Bourdieau”.
Encuesta sobre el derecho a la salud
El Colegio de Médicos Cirujanos de Puerto Rico, actualmente presidido por un valiente defensor del derecho a la salud, el Dr. Eduardo Ibarra, comisionó un estudio a la firma Custom Research Center, Inc., para auscultar el sentir de la ciudadanía con respecto al sistema de salud y al derecho a la salud. Esta encuesta fue realizada en la primera semana de septiembre de este año, para la cual se entrevistaron a 1,000 personas de 18 años o más en diversas áreas de Puerto Rico. Sin entrar en consideraciones de asuntos metodológicos que ameritan discutirse en toda encuesta (diseño de muestreo, idoneidad del cuestionario y tasa de respuesta, entre otros asuntos), utilizaré los siguientes resultados de la encuesta para ilustrar los planteamientos de la crítica de Bourdieau:
- 75% de los entrevistados prefiere un sistema universal de salud.
- 91% de los entrevistados expresó que votaría a favor de enmendar la Constitución de Puerto Rico para que se incluya el derecho a la salud.
Me temo que este tipo de estudio sigue el enfoque tradicional de las encuestas de opinión pública, ampliamente mayoritario, que de acuerdo a los profesores Perrin y McFarland tiene dos deficiencias fundamentales: (1) entienden que la opinión pública es la mera agregación, libre de problematización, de las opiniones privadas de los ciudadanos que cayeron en la muestra (deficiencia ontológica); y (2) asumen que las respuestas reflejan el sentir auténtico de los entrevistados, el cual resulta ser relativamente estable (deficiencia epistemológica).1 En este enfoque tradicional típicamente se concibe la encuesta como un retrato de la realidad en el cual la tecnología utilizada para fotografiar, la cámara, no interviene con el objeto del cual se toma la foto.
Bourdieu interroga a las encuestas
A los estadísticos se nos suele entrenar en primer lugar para hacer análisis de datos y en segundo lugar, para diseñar instrumentos y métodos con el rigor necesario para la generación de nuevos datos. Bourdieu implícitamente le pide a los estadísticos interesados en asuntos de opinión pública que antes de prender sus computadoras para diseñar un cuestionario, se detengan y analicen asuntos relacionados al contexto social de eso que llaman opinión pública. Nos dice que si los estudios estadísticos parten de las premisas de que: (1) “la producción de una opinión está al alcance de todos”; (2) “todas las opiniones tienen el mismo peso”; y (3) “existe un consenso sobre las preguntas que vale la pena plantear”, entonces esa opinión pública no existe, lo que resulta es una ficción o artificio estadístico.
¿Contestar sin saber?
Pocas cosas pueden aparentar ser más elitistas que cuestionar si la producción de una opinión está al alcance de todos, pues implica de antemano descartar la opinión de algunas personas. Sin embargo, este planteamiento no tiene nada que ver con elitismo, pues descartar la opinión de algunos no es un asunto de identificar características de los individuos, sino de identificar la existencia (o ausencia) de procesos sociales que inciden en la formación de la opinión individual de los ciudadanos. Bourdieu sustenta que “[u]no de los efectos más perniciosos de la encuesta de opinión consiste precisamente en conminar a las personas a responder a preguntas que no se han planteado”. Antes de imprimir cuestionarios, o su equivalente digital para artefactos electrónicos, se hace esencial preguntarse si en la sociedad a encuestar ha habido un debate público que facilite la formación de una opinión. En ausencia de procesos deliberativos, cuando las opiniones individuales no se han formado y pueden cambiar considerablemente, las encuestas de opinión pública no ofrecen la opinión pública.
Luego de la contundente derrota de la propuesta de enmienda constitucional del 19 de agosto de 2012 (55.2% a favor del NO y 44.8% a favor del SÍ), se ofrecieron razones para argumentar cómo es que la encuesta publicada por el periódico El Nuevo Día (pulse aquí para acceder a los resultados), con una semana de anticipación, ofreció resultados totalmente distintos (27% a favor del NO, 59 % a favor del SÍ, 14% de indecisos). Una de las razones que se debe considerar para explicar la errática encuesta de El Nuevo Día es precisamente la falta de un amplio proceso de discusión pública previo a la encuesta. El legislador que le concedió total credibilidad a la encuesta de El Nuevo Día, no tan sólo evidenció no haberse leído a Bourdieu, sino que puso en ridículo a su jefe de partido político al proclamar que el 57% a favor del SÍ demostraba el liderato de su candidato a la gobernación. Luego de la estrepitosa derrota del SÍ, muchos comentaristas políticos concordaron con el legislador en su evaluación del liderato de su jefe político. La expresión más genial relacionada a la desacertada encuesta la escuché de boca de Jose (Ché) Paraliticci precisamente al día siguiente de publicarse el pronosticado 57% a favor del SÍ. Este dijo ante una encendida asamblea del Movimiento Unión Soberanista: ¡Esta no será la primera vez que los puertorriqueños saldremos a derrotar una encuesta!
¿Todos pesamos igual?
Si hay alguna ficción que permite a los estadísticos y encuestadores representar a su disciplina como eminentemente democrática, es la idea básica de que en una encuesta, al igual que frente a una urna electoral, cada persona cuenta igual. No es difícil imaginarse a un astuto estadístico que al reconocer que los desaventajados económicamente están desprovistos de poder político, argumentaría ante un potencial cliente de una encuesta de opinión pública, que la encuesta puede ser más democrática que una urna electoral. Inspirado por un pensamiento dialéctico, Bourdieu impugna este razonamiento al afirmar que la opinión pública no es la suma de las opiniones individuales, pues cuando se enfrentan “situaciones reales, las opiniones son fuerzas y las relaciones entre opiniones son conflictos de fuerzas entre los grupos”.
En lugar de creer y apoyar ficciones de igualdad, la fenecida Iris Marion Young en su libro Justice and the Politics of Difference, entiende que en los procesos sociales en los cuales cada cual pesa lo mismo, se terminan ahogando las voces de los grupos abusados. Mucho más democrático sería reconocer las diferencias y crear mecanismos para que las voces de cada grupo no se fundan con las de los demás, como pasa en una encuesta de opinión pública. Aterrizando en suelo boricua se hace relevante presentar los resultados de dos preguntas de encuestas de opinión, ambas publicadas por el semanario Caribbean Business.
- ¿Con respecto al asunto del aborto, usted se considera pro-vida (pro-life) o pro-derecho a decidir (pro-choice)? Pro-vida, 63%; pro-derecho a decidir, 18%; Sin opinión, no sabe o no responde 19%. 11 de octubre de 2010.
- ¿Está usted a favor o en contra de la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo? En contra, 62%; a favor, 12%; sin opinión al respecto, 26%. 18 de noviembre de 2010.
Si todas las opiniones tienen el mismo peso, el convicto senador Jorge de Castro Font sería el paradigma de la democracia con su Resolución 99 que pretendía elevar a rango constitucional la prohibición del matrimonio para parejas del mismo sexo. La voluntad del pueblo estaba de su parte. Igual de democráticos serían los legisladores que han sometido proyectos para restringir el derecho al aborto. Lejos de encarnar la democracia a través de las encuestas de opinión pública, estos legisladores le temen a la fuerza, más imaginaria que real, de la opinión de los grupos religiosos.
Una prominente médica, quien reaccionó a la presentación de los datos de la encuesta del Colegio de Médicos Cirujanos de Puerto Rico, indicó que si la encuesta se hubiese realizado entre los médicos del país, seguramente otro fuese el resultado. Ella tenía la impresión de que los médicos, por desconocimiento y miedos infundados, no apoyarían un sistema universal de salud. No es necesario abundar sobre el enorme peso que tiene la opinión de los médicos cuando de reformar el sistema de salud se trata. Aquí vale traer a colación la ausencia de procesos deliberativos sobre un sistema universal de salud y sobre un pagador único como prerrequisito para la formación de una opinión pública, aún en las clases profesionales
¿Quién escoge la pregunta?
¿Y quién escoge las preguntas a hacer en una encuesta de opinión pública? ¿Y cuáles son las consecuencias de escoger una pregunta en particular? Me parece que este es el punto más provocador de las ideas de Bourdieu, el cual escapa del análisis estadístico del más avezado de los encuestadores. Cierto “efecto de consenso”, obviamente fabricado, resulta al crear la impresión de que existe un consenso sobre la deseabilidad de inquirir al público sobre un asunto en particular. En este sentido, quien escoge las preguntas para una encuesta de opinión pública induce una opinión pública que no existe.
En la encuesta del Colegio Médico se hace la pregunta sobre si el entrevistado votaría a favor de enmendar la Constitución de Puerto Rico para que incluya el derecho a la salud, la cual obtuvo un contundente 91% a favor. Esta enmienda constitucional no es un asunto que estaba actualmente bajo debate público, o por lo menos no desde que Pedro Roselló abogó por la misma, me parece que para su campaña primarista del 2004. Aunque es claro que el derecho a la salud estaba incluido en nuestro proyecto de Constitución (Sección 20) y que el mismo fue eliminado unilateralmente por el Congreso de Estados Unidos, una enmienda constitucional a tales efectos sería un ejercicio impertinente. ¿Por qué enfocar un debate público en la Constitución y no en las compañías privadas de seguros de salud que generan una cuantiosa ganancia para sus altos ejecutivos y accionistas, a costa del sufrimiento humano de quienes se les priva del acceso a tratamientos médicos y medicinas? Aunque en principio sería apropiado recuperar los derechos suprimidos de la Sección 20, en este momento histórico mover la opinión pública a esos fines resulta pernicioso. Me gusta la explicación de los profesores Perrin y McFarland, previamente mencionados, quienes afirman que éste no es un asunto de manipulación de la opinión pública. Ellos afirman que al igual que otros tipos de tecnologías, estas encuestas crean unos públicos de una forma particular, que evocan ciertos modos de conducta ciudadana, relativamente pasivos, como participar en encuestas, mientras desalientan otros modos mucho más combativos, como la organización de grupos de presión y la participación en demostraciones masivas.
Conclusión: Encuestas performeras
Una de las cosas que deben quedar claras en esta discusión es que muchas encuestas de opinión se realizan como un ejercicio para legitimar una acción y utilizar la opinión pública como una estrategia de persuasión. Una visión más realista de las encuestas (o más ontológicamente apropiada) consistiría en entender el carácter perfomativo de las encuestas de opinión, como nos dicen los profesores Perrin y McFarland. Por una parte, las encuestas de opinión crean y organizan identidades y públicos a través de los mismos medios que utilizan para describir la opinión pública. Mientras, por otra parte, los entrevistados responden a preguntas teniendo la imagen de que son miembros de un grupo que es a su vez creado por la propia encuesta. Si los estadísticos entendiesen que las encuestas de opinión hacen siempre una puesta en escena a varios niveles, tendrían un sentido más crítico de la propia actividad de encuestar la opinión pública.
Un problema inescapable es la existencia de gobernantes y candidatos que actúan y elaboran un performance poniendo en escena su adhesión a una opinión debido a que los encuestadores y publicistas decidieron por ellos el discurso a utilizar para maximizar sus oportunidades electorales. Si Platón viviese en nuestros tiempos, afirmaría que cuando se pone en práctica la idea de que encuestar es gobernar, nos alejamos del gobierno democrático y nos acercamos al gobierno de la demagogia. No tengo duda de que, como anuncia el Partido del Pueblo Trabajador, poco a poco el país va abriendo paso y rompiendo el cerco electoral para eventualmente eliminar, de una vez y por todas, las probabilidades de que resulte electo algún candidato a gobernador performero.
- AJ Perrin y K McFarland, Social Theory and Public Opinion, Annual Review of Sociology. 2011. 37:87-107. [↩]