Gone Girl
Decir que esta es una película de extraño suspenso es abrir la puerta a la definición de lo que es suspenso en el cine. Muchos que son conscientes y receptivos al arte de Alfred Hitchcock sabrán que, en su caso, puertas que chirrían y sombras sugestivas no son los elementos más válidos para amedrentar al público. Hitchcock basaba la tensión en cosas con la que el espectador podía relacionarse: el paquete con la bomba que lleva el niño en el tranvía en Sabotage (1936); el vaso de leche con el supuesto veneno en manos de Cary Grant en Suspicion (1941); los periquitos en The Birds (1963). Muchas veces estas cosas eran irrelevantes porque el director nos estaba tomando el pelo, sin embargo, nos llevaban poco a poco al borde del precipicio que era el clímax de la historia. La cámara de Hitchcock nos convierte en fisgones porque muchas veces (la mayoría) estamos viendo algo de lo que no son conscientes los personajes y que, como ya dije, puede que sea inmaterial para resolver el misterio.
David Fincher, el director de Gone Girl quisiera seguir los pasos de Hitchcock con este filme que adaptó Gillian Flynn de su propia novela y, al principio, tiene cierto éxito. De hecho, el director y el guionista van más allá de los trucos que están a plena vista y usan la audaz coyuntura que usó el maestro Hitchcock en Vertigo de resolvernos parte del rompecabezas a mitad de película. El problema es que camino a ese anticlímax hay tantas cosas bastante obvias que se ven venir con bastante antelación (por lo menos en mi caso). Los que han visto los avances ya saben que Amy (Rosamund Pike) la mujer de Nick Dunne (Ben Affleck) ha desaparecido bajo circunstancias muy misteriosas y, por una serie de razones que ya verán, la policía comienza e sospechar de él.
A través de retrospecciones descubrimos qué tipo de vida han llevado estos dos y por qué se han mudado de Nueva York a Missouri. Lo que vemos, ya lo conocemos de los avances (trailers), es que no todo lo que brilla es oro en la vida de estos dos expreppies. La trama se va abriendo y vemos los boquetes y las lagunas en un guión que es en parte una mezcla de Vertigo y Fatal Attraction al revés, y que tiene más inconsistencias internas que las declaraciones de un político a quien han cogido con las manos en la masa.
Uno se mantiene atento a la buena actuación de Affleck, quien representa a un tipo presumido que tiene poco por lo cual serlo y que ha vuelto a su “casa” (por lo menos a su antiguo pueblo) para sumir su vida en un problema mucho más profundo que cualquiera que pudo haber tenido en la Gran Manzana. Affleck muestra con gran tino esa sonrisita despectiva que tiene a veces cuando lo entrevistan en la TV y que puede convertirse en una mueca de rabia a la mayor provocación (como sucedió en el reciente y excitante intercambio sobre el Islam que sostuvo con su anfitrión Bill Maher, en su programa de HBO). Esa ironía de su personaje es el adorno perfecto para las circunstancias en las que está involucrado en la película.
Haber escogido a Rosamund Pike para el papel de Amy es un acierto del filme. Pike, que a veces parece haber sido engendrada de un acoplamiento entre Venus y Proserpina, es el centro de la cinta. Su Amy es feroz y despiadada, pero lo más aterrador es que representa la mentira hecha carne.
Eso, la mentira, es lo mejor de esta película complicada y enredada. La desaparición de Amy desata un frenesí mediático que va formando una imagen fabricada de los dos personajes principales. La desaparecida es la víctima y el que ha quedado atrás el villano. Eso antes de que se sepa qué es lo que ha sucedido. Los medios van explotando a las dos personas como suelen hacerlo en la vida real. La demonización y la beatificación de los lados de un argumento sin que importe la verdad es uno de los mejores temas de la cinta. Lo vemos con frecuencia en CNN y en los programas noticiosos estadounidenses y locales. Peor aún, muchas veces sabemos que el público está “creyendo” que algo es verdad a pesar de los hechos y los datos. Las manipulaciones mediáticas, como nos demuestra la mejor parte del filme, son más reales que la realidad y desatan esa “creencia” a la que he aludido que compara con la creencia y el fanatismo religioso de la audiencia. “Yo creo que es culpable” oímos decir al “pueblo” aunque desconoce las pruebas y las circunstancias. O peor, cuando, a pesar de ser culpable, se absuelve a alguien de sus fechorías por motivos políticos o ideológicos.
Es por esos comentarios sobre la hipocresía de la sociedad idiotizada por los medios noticiosos que se debe ver esta película. La crítica que desata la película a las maniobras que adulteran la verdad o justifican la mentira es muy válida en este lado del globo en el que parece que vivimos en una perenne campaña política que se distingue por la incompetencia de los candidatos y las mentiras que se inventan de sus cualidades o falta de ellas.
Jeffrey Scott «Jeff» Cronenweth, el cámara del filme, y el director, muestran a los miembros de los medios de comunicación como una manada de fieras que quieren conseguir información a como dé lugar, pero es obvio que las fieras son el público que sigue una historia como la desaparición de alguien blanco y rico con más ahínco que lo que sucede en países en los que el hambre y la pobreza minan la vida de seres humanos, y que sí los afecta. Curiosamente, este filme que intenta ser uno de misterio nos abre los ojos a las tramas extrañas que se fraguan tras las noticas y tras las mentiras de los poderosos. Pero ya eso lo sabemos.