Guailimanai: un huerto de niños para el futuro
El camino hacia el encuentro con la futura generación de Borikén lucía desde el inicio promisorio y lleno de verdor. Los árboles creaban sombras que desaparecían por momentos dando paso a una luz tenue entre arbustos a la orilla de la carretera. Caminos que de repente se tornaban sinuosos, con tímidas subidas que me llevaban a preguntar en qué momento logramos mayor altura. Cuando finalmente se detuvo el carro, y el portón de metal cedió para abrir camino, entré a un lugar donde el amor a la naturaleza y el deseo de mostrar lo que hacen se sienten desde el primer saludo. Allí, en el barrio Mucarabones de Toa Alta es donde se siembra cada martes la esperanza a manos de niñas y niños guiados por cuatro madres que educan a sus guailíes, que es el vocablo taíno para referirse a los infantes. En sus casas aprenden de cómo construir un Puerto Rico mejor, con la misión de alimentarse saludablemente conservando el suelo patrio.
El proyecto Guailimanai lleva apenas unos cuatro meses, pero gracias la dedicación de estas madres el taller parecería llevar más tiempo. Zorayma Navarro explicó que el propósito del proyecto es crear un espacio de educación ecológica donde los niños aprendan haciendo. Además están enfocadas la educación para la paz y filosofía para niños. Además de ser madres, las fundadoras de este proyecto educan a sus hijos en sus hogares. La reunión semanal en la finca del barrio Mucarabones es parte integral de esta educación en casa.
Las miradas de estos guailíes reflejan la alegría de aprender haciendo y jugando. El juego, ese espacio único para la educación y formación de todo ser humano, es protagonista en el Proyecto del Huerto de Guailimanai, que en lenguaje taíno es algo parecido a «futura generación», me explicó Adriana Vélez, una de las madres forjadoras de la iniciativa.
La rutina y la disciplina son parte esencial en la educación en este hogar. Cada martes en la mañana, como inicio del día, y en honor a los que nos precedieron, las actividades comienzan guiadas con música, danzando alrededor del pequeño huerto que comienza a despuntar en Guailimanai. Juana Pérez, otra de las madres, percusionista y bailadora de bomba, está a cargo de dirigir la música utilizando como marcador un instrumento de origen taíno llamado mayuacán. Y con sentido profundo e inspirador, toca el instrumento y le saca la melodía. Siguiendo los acordes, los integrantes de Gualimanai entonan canciones en honor al agua, que este día era el invitado especial, por ser el Día Mundial del Agua.
Mientras entonaban las canciones, estos niños y niñas con sus voces, se hizo presente el agua en forma de llovizna resplandeciente, tibiada por un sol que poco a poco se apagaba entre nubes grises. Completadas las canciones, cede la música y se inician las sesiones educativas del día. Primero, a señalar en el mandala lunar la fase de la luna, guía inefable que utilizan quienes conocen la tierra para sembrar.
Vanessa Arjona, otra de las madres guías de este proyecto, continúa revelando a los pequeños en el tema de la importancia del agua, su conservación y sus usos. Los niños y niñas son estimulados a pensar más allá de la inmediatez; no sólo ellos necesitan el agua, otros en algún punto del planeta necesitan de ésta y no necesariamente la pueden obtener con facilidad. Aquí entran la solidaridad y la empatía con el otro, fundamentales para formar seres humanos responsables con los recursos naturales y sentir la hermandad hacia la naturaleza. La disciplina es la base de la enseñanza, y en Guailimanai se siente con amor, firmeza y sentido de compartir. Aquí se siembran plantas medicinales como los distintos tipos de albahaca, especias como el orégano y el limoncillo, árboles frutales como la guanábana y la guayaba, entre otros. También preparan su composta, que como explicó el niño Diego, se va preparando en tres etapas, en las que se va removiendo hasta que esté lista.
Los inicios de Guailimanai se remontan al proyecto CasaEscuela en Jardín Botánico de la Universidad de Puerto Rico, el cual duró dos años y era parte de la Asociación de Homeschoolers. Luego del cierre del programa las participantes entendieron que los objetivos del proyecto estaban claros y desde octubre del año 2010 el proyecto volvió a tocar tierra en una finca propiedad de los padres de Zorayma Navarro, madre de otro de los niños. Ella cuenta que ve a estos niños convirtiéndose en líderes y educadores para transmitir el respeto hacia la tierra.
Luego de impartir la clase del día, es momento de un receso para fomentar el juego y la interacción entre los pequeños y los adultos. Una de las niñas llamada África dice que lo más que disfruta es que puede jugar, y Diego cuenta cómo ha aprendido a conocer la tierra y habla de las plantas que reconoce. Zeus e Isis aprovechan también que la lluvia se ha ido para acercarse a una pequeña piscina y luego deciden trepar a los columpios. Sophy camina entre las plantas, observa las formas de las hojas y explora el estanque de agua.
Llega la hora del almuerzo y todos comparten alimentos, fruto de la finca, que recargarán las baterías de sus mentes ávidas de aprendizaje. «Los niños consumen lo que siembran, pero su dieta no está determinada por el huerto. El huerto aún no es uno sostenible» explicó Zorayma y añadió que esto se debe a su tamaño y a la juventud del proyecto. En un futuro cercano esperan comenzar a dar talleres de botánica y artesanías, además de un gazebo para ofrecer sus productos a la comunidad.
«No sabemos a dónde llegaremos», comenta Juana Pérez, al recordar los inicios del proyecto en los terrenos del Jardín Botánico. «No depende del conocimiento del destino», pensé, «sino de la voluntad y la creatividad», reflexioné. Llegarán lejos. Me despedí, llevando conmigo regalos de la naturaleza… un arbolito de guanábana, otro de guayaba, una albahaca medicinal y dos «lucky bamboo». Llevo también el recuerdo de sus canciones, en honor al líquido del que emana la vida; el recuerdo de las miradas de los guailíes, y el amor y dedicación de cuatro mujeres que forman nuevos seres humanos.