Hello, My Name Is Doris: Nunca es tarde
La Doris del título (Sally Fields) acaba de enterrar a su mamá, y ya su hermano y su mujer están codiciando la propiedad que ocupa. Es una casa lo más aquel en Staten Island, Nueva York pero está llena de cachivaches y cosas innecesarias. Doris, como se pueden imaginar es de una generación en la que algunas mujeres se sacrificaban para cuidar a sus padres. Trabaja en una agencia de publicidad en Manhattan y tiene que tomar el transbordador, además del metro, todos los días. Tiene un grupo reducido de amistades entre las que está su mejor amiga, Roz (Tyne Daly) y la nieta de esta Vivian (Isabella Acres). Ellas son su “familia”.
Entonces, una mañana en el ascensor de la oficina, la tímida y reprimida Doris queda frente a frente a John Fremont (Max Greenfield) y un flechazo que hacía demasiado que no sentía la estremece: ¡ha vuelto a la juventud! El joven, que resulta ser uno de sus jefes que se ha transferido de California a Nueva York, tiene un sonrisa irresistible. Doris decide que este es el hombre para ella.
La situación de una mujer mayor que está enamorada de un joven que podría ser su nieto hubiera sido tal vez embarazosa si no fuera por la admirable actuación de Sally Fields. Hay que recordar que Fields fue de serie televisivas como Gidget y La monja voladora a fines de los cincuenta y principios de los sesenta a ganarse dos premios de la academia (Oscar) y otros premios de actuación. Siempre ha tenido un encanto supremo que está a plena vista, particularmente en una de mis favoritas, Murphy’s Romance (1985). No hace mucho volvió a mostrar su talento cuando hizo de Mary Todd en Lincoln (2012). Aquí con peluca y vestimentas de los años sesenta, Fields nos convence de sus sentimientos, sus frustraciones y sus fantasías con una actuación cuya gama de emociones va desde los sueños de adolescente hasta las realidades que traen consigo la edad.
El guión de Michael Showalter (quien dirigió) y Laura Terruso logra que el personaje se mantenga alejado de la caricatura a pesar de ser una especie de arquetipo. Esta “vieja” no es la exigente y un poco demente Mary Shepherd de The Lady In The Van, ni la afectada por demencia en Away From Her (2006). Más bien es una mujer vital que tiene un renacer que la despierta del marasmo que ha inducido una vida confinada a dos jaulas: su casa materna y el cubículo que ocupa en su oficina. Su amor parcialmente correspondido la revive para confrontar los hábitos y las situaciones que han impedido que tenga una vida más variada y más divertida que la que tiene.
Cuando están juntas Fields y la gran Tyne Daly se echan la película en el bolsillo y nos divierten con sus atinadas lecturas de las líneas llenas de humor que les han escrito. Daly es una especie de fuerza volcánica que es imposible detener, y tiene la capacidad de mezclar el sarcasmo con la ternura, como cuando está dando la oración del día de acción de gracia y echándole en cara su ausencia a su mejor amiga.
La peliculita es encantadora y divertida y, aunque no pontifica, nos deja ver cómo algunos miembros de la familia pueden conspirar en contra de la felicidad de otros a los que se supone quieran. Muy sutilmente el filme trae a la pantalla (creo que por primera vez, aparte de documentales) el problema emocional del “acaparador” (hoarder, en inglés), personas que acumulan cosas y no pueden desprenderse de ellas sin entender porqué. Cuando está ligado a algún hecho emotivo el problema puede ser devastador porque reduce el espacio en que vive el que lo sufre, lo que puede incidir negativamente en su salud. En el filme esto se trata con gran atino y compasión y nos sugiere que tiene el potencial de cura con consejería y la motivación correcta. El filme lleva el mensaje que nunca es tarde para sentir amor romántico ni para corregir estilos de vida. Lo hemos oído antes, pero no viendo a Sally Fields interpretándolo.