Her: el amor en los tiempos digitales
Ciudadano de un futuro no muy lejano, Theodore Twombly (Joaquín Phoenix) es un hombre incoloro y solitario que trabaja en una compañía que le escribe cartas conmovedoras a gente desconocida. El tipo es como los que hoy escriben los contenidos para las tarjetas “Hallmark”, un poeta muy menor de perfecta técnica. Ese futuro indefinido que habita parece estar poblado de más gente solitaria que la que ahora vive en el planeta y la dependencia de aparatos electrónicos ha llegado a un extremo aterrador. La vida depende de sus teléfonos inteligentes. No solo eso, el tiempo que los rodea es uno de juegos electrónicos con hologramas con los que pueden interactuar y tener conversaciones.
Theodore no puede dormir porque se está divorciando y aún quiere a su esposa Catherine (Rooney Mara). En sus peores momentos de insomnio, hace el amor por teléfono con mujeres también solitarias con resultados tan estimulantes como graciosos. Estos son el equivalente a los “one-night stands”, tan comunes hoy día, que no proveen satisfacción más allá del momento. La ventaja parece ser que no hay que viajar de vuelta a la casa desde un apartamento desconocido, ni despertar con alguien que cuando ves, te (o ella) arrepientes de lo que ha sucedido. Theodore ve un anuncio de un nuevo sistema operativo de avanzada que promete ser interesante y único. Al inscribirse (una escena de gran humor) pide que la voz del sistema sea de mujer. Le pregunta a la voz que cómo se llama, y el sistema escoge Samantha (Scarlett Johansson) de nombre. Lo que continúa es una épica romántica de una nueva versión de la relación del ser humano con la máquina. Esta vez la máquina no solo puede pensar, sino que tiene la capacidad de crecer emocionalmente, y de tener una relación tanto sexual como intelectual con su utilizador.
Theodore es el hombre pos-1984 a quien vela, no el estado, sino su propia mente controlada como está por sus deficiencias emocionales y, súbitamente, por un ser incorpóreo que solo existe en una computadora. Es un hombre rodeado de amigos cuyas vidas son también víctimas de situaciones incomprensibles y tan banales que, en el caso de una pareja amiga suya, el matrimonio depende de si alguien se quita o no los zapatos en un lugar predeterminado. El guionista Spike Jonze (también dirigió) ha creado un personaje paradigmático de la cultura norteamericana: aquel que vive rodeado de los más avanzados sistemas que facilitan la vida sin tener una vida que vivir.
La relación de Theodore con Samantha va creciendo de una exclusivamente práctica (ella le corrige y edita sus cartas, le lee y responde a sus correos electrónicos, y muchas otras cosas que una secretaria súper eficiente haría), a una intensa amistad; más tarde, a intimidades sexuales. Es una visión refinada, poética y antitética a la del onanista “Don Jon”, quien tiene una relación virtual consigo mismo. Theodore se enamora profundamente de algo que no ve, que solo se imagina. Tanto así que lleva de picnic a Samantha, personificada como una voz que emerge de su celular, a conocer sus amigos. Jonze aprovecha el momento para demostrar lo difícil que es cuando alguien presenta a su pareja a un grupo establecido y no encaja, no tienen nada en común. Además, ¿cómo se puede relacionar un humano con una abstracción que habla y piensa? Y que piensa más y más rápido que nadie; después de todo es una base de datos en una computadora.
Samantha desarrolla su relación con inventivas que solo la tecnología avanzada puede proveer. Le envía una sustituta a Theodore: una mujer de carne y hueso lista para compartir el amor emocional y el deseo carnal que sienten la computadora y el cliente enamorado. La mujer viene armada con una pequeña cámara (que lleva como un lunar) que le permite a Samantha presenciar el acto. Sin percatarse de ello, Theodore ha estado teniendo el más sublime y enamorado sexo telefónico jamás imaginado, y ahora su querida imaginaria le envía a alguien a la casa. Su enamorada quiere iniciarlo en un menage-a-trois cibernético con ella como mirona. La diferencia emocional estriba en que el amor de Theodore es tan puro que le es fiel, a pesar de que Samantha insiste en satisfacerlo de forma carnal sustituta. Es la escena cumbre de la película y la convierte en un poema de amor a la imaginación. Con su intensa fidelidad, Theodore da un salto de ser un poeta menor a uno de temas Dantescos (me refiero a la distancia de Beatriz, no al infierno, aunque hay algo de eso). El amor es devuelto por el ser amado, pero es un amor que no podría consumarse. Theodroe mantiene su entereza de carácter y su fidelidad a la idea del Amor. Sin embargo, ese salto no dura mucho porque, como es inevitable, hay que regresar a la realidad de la vida, y la soledad. Además, Theodore es una persona inconsecuente y estático, mientras Samantha, es demasiado hábil y en constante evolución.
En un año de mucho logro artístico y de gran avance en el cine, tanto técnico (“Gravity”) como de contenido (“The Wolf of Wall Street”), ninguna película tiene un guión tan original, profundo y hermoso como el escrito por Spike Jonze (su primero sin ayuda), quien también dirigió de forma magistral. La cinta es tierna, dulce, cómica, brillante y, lo digo sin ruborizarme, romántica. Los colores del filme están suavizados por la cinematografía de Hoyte van Hoytema de modo que, con pocas excepciones, vemos el personaje principal a través de una especie de bruma urbana en la que sobresale el anaranjado de su chaqueta, que lo hace resaltar como el proverbial pulgar martillado. Se destaca porque es el único entre la muchedumbre que está en una cita amorosa con una computadora. En una secuencia, hace con su teléfono inteligente lo que haría un adolescente con su primera novia: da giros y saltos con la alegría del amor recobrado. Jonze mantiene la cámara en el rostro de Phoenix y nos transmite su alegría y su júbilo enamorado. También nos recuerda que Theodore es presa de muchas aves de rapiña, incluyendo la tecnología. Sentado en una plaza, la pantalla a espaldas de Theodore muestra un búho halcón gigantesco que va con sus garras abiertas hacia él. Es como si el hombre fuera un ratón de campo a la merced de esa ave de rapiña que llamamos amor y que, en este caso, como muchos amores, existe más intenso en la imaginación y en la nube de una computadora. La gran pregunta del filme, sin embargo, es si algún día sustituiremos el amor real por las fantasías que sin duda se nos ofrecerán.
Todos los actores en el filme tienen participaciones destacadas. Tanto Rooney Mara como Catherine, y la cada vez más sorprendente Amy Adams, como Amy, la amiga de Theodore, son notables en sus papeles. El filme, sin embargo, es del guión y de sus protagonistas. Joaquín Phoenix (le añado el acento porque sí y porque así debe estar su certificado de nacimiento expedido en San Juan, donde nació) es un actor que sorprende cada vez que le da la gana y aparece en pantalla. Es como Daniel Day-Lewis sin los Oscar, pero eso me parece inevitable si la suerte lo favorece. Con un bigote rojizo tapando su labio leporino y sus ojos de un azul penetrante que pueden ser duros como el acero o tiernos como los de un bebé, su Theodore es una encarnación perfecta del tipo que se ha adentrado en aguas muy profundas sin saber nadar. Su actuación, junto a las de “Walk the Line” (2005) y “The Master” (2012), lo ponen en la lista de los mejores actores del cine. Entonces está la maravillosa actuación vocal de Scarlett Johansson. Con su voz seductora, tierna y sensual, y sus inflexiones sugestivas, uno se convence de que no es tan difícil enamorarse de una computadora que lo comprende y que hace lo indecible por uno con la gracia y la precisión de Samantha. Además, si pudiera ser que la voz y Samantha, se convirtieran en alguien de carne y hueso, sería Scarlett Johansson y uno podría exclamar sin exageraciones: ¡Tal y como me la imaginaba!