Himno a la obediencia
Las aulas están llenas. Entre clase y clase, los pasillos de las facultades se inundan de estudiantes y profesores. La normalidad se dilata por el Recinto. Ya las clases se reúnen, puntualmente. Los prontuarios se cubren, según dispuesto. Los comités deliberan, según su agenda. Por la oficina de seguridad viaja un tranquilizador mensaje: sin novedad en el portón. Los docentes fungen como docentes. Los estudiantes fungen como estudiantes. Cada cual funge como debe fungir. El coro ensaya. Los atletas entrenan. El Senado sesiona, cada mes. El individuo que toca el carillón de la Torre todos los viernes a las cuatro de la tarde toca el carillón de la torre todos los viernes a las cuatro de la tarde. Por el correo interno ya fluyen, sin interrupciones, memos y circulares. Todo se mueve, ordenadamente, por el canal institucional correspondiente. La huelga se va olvidando, como un mal rato. La cuota se va aceptando, como un hecho. Los 10,000 ausentes no fungen, pero no cuentan. Ya está en sesión la fiesta de los saberes, el banquete de los cuestionamientos, el gozo de la crítica: la subversión, ¡sí!, pero como universitarios. Las aguas a su nivel. Los incompletos buscan el porcentaje normal. Las notas se calcularán y se entregarán, según previsto. Las intenciones del Gobierno se estrellan contra el muro de nuestra bien articulada crítica, a la vez que no caemos en la trampa de –con la protesta— darle excusas para imponer su agenda. Agradecemos a la Administración que removió los portones del Recinto. Agradecemos a la Policía de Puerto Rico: cuerpos regulares, motociclistas, División de Operaciones Tácticas, equipo de arrestos especiales, Policía montada, pilotos de helicóptero, equipo SWAT. Agradecemos a Capitol Security. Agradecemos las prohibiciones de piquetes, festivales, marchas, mítines y «otras actividades de participación masiva». Agradecemos a todos los profesores que insistieron en reunir sus clases: verdaderos docentes. A los que advirtieron a sus estudiantes sobre las consecuencias de no asistir al aula: centinelas del saber. A los que desde un principio denunciaron la intransigencia estudiantil y sus fotutos entre los profesores: conciencias independientes. A los que aprobaron resoluciones advirtiendo que su único lugar en este momento es el salón de clases: verdaderos intelectuales. A los que se empeñaron en disipar la conflictividad: verdaderos pacificadores. A los que removieron barricadas a la fuerza: paladines de la cátedra. A los que denunciaron la intransigencia de la Administración y los estudiantes: maestros del equilibrio. A los que advirtieron sobre la catástrofe: verdaderos profetas. Sin ustedes, ni paz reconquistada en la UPR, ni normalidad reconstruida, ni el reino reinstalado del calendario académico. Gracias a ustedes, ya sabemos: el que propone huelga es que no quiere estudiar; el que habla de movilización es porque desprecia el pensamiento; el que promueve sindicatos trafica con su desprecio a la docencia; el que hace huelga se convierte en nueva fuerza de choque. La línea de piquete es violencia. Quien la cruza, un demócrata. Cantemos, unidos, un himno a la obediencia…