Hollywood, Rusia y persecución
Después de una breve carrera en Broadway, delgado como un rifle, y con su voz incomparable de barítono, y su perfil perfecto, Gregory Peck debutó en el cine en la película Days of Glory. Era 1944 y los aliados estaban tomados de la mano, con los dedos entrelazados, con los soviéticos. Aunque se avecinaba el fin de la guerra, la película de los estudios RKO dirigida por Jacques Tourneur, tenía un toque de propaganda pro-Rusia, porque era entonces “amiga” de Estados Unidos. Tourneur y sus guionistas se cuidaron de no ser demasiado proselitistas con los soviéticos. La historia de un grupo de guerrilleros que les hace frente a los nazis pudo haber estado en cualquier país donde se formaron grupos de resistencia. Claro, Peck, es un campesino llamado Vladimir y les dice camarada a los miembros de su grupo. Uno de ellos rescata a Nina, una mujer que resulta ser una bailarina de balé (nada menos que Tamara Toumanova) que se ha separado accidentalmente de un grupo enviado a entretener las tropas en el frente. Inevitablemente, Nina y Vladimir se enamoran. Todos juntos se dan a la tarea de luchar contra los alemanes. En camino al desenlace el más joven del grupo cae prisionero y los nazis lo ahorcan. Es el punto más sentimental y simbólico de la cinta: están aniquilando la juventud del mundo. El filme no fue exitoso y el estudio perdió más de medio millón de dólares, una cifra muy considerable en aquella época. En retrospectiva, podemos decir que la falta de popularidad protegió al director y a Peck de lo que vendría después. Tourneur tendría una larga carrera como director en el cine y en TV, coronada por su obra maestra, Out of the Past (1947), que se considera uno de los mejores filmes en el estilo noir. Peck se convirtió en una estrella indiscutible. Toumanova ya lo era en los escenarios de balé como parte de los Ballet Russe de Monte Carlo de George Balanchine y, aunque hizo otras películas, su vida no era puramente hollywoodiense.
Antes de Days of Glory, Warner Brothers había producido Mission to Moscow (1943), cinta basada en el libro homónimo de memorias de Joseph E. Davies, quien había sido embajador de EE.UU. en Rusia entre 1936 y 1938. Las distorsiones históricas en el filme son abrumadoras. El guion, escrito por Howard Koch, fue dirigido por Michael Curtiz, quien había ganado un Oscar como mejor director por Casablanca (1942) y contó con Walter Houston en el papel de Davies. Si la película de Tourneur se había cuidado de no entrar en la política y la ideología soviética, esta comienza con un llamado por Davies a reconsiderar que es errónea la idea que el americano tiene de los soviéticos, al igual que la visión negativa del comunismo. Sin embargo, el estudio y la oficialidad en Washington sabían que la cinta era un esfuerzo deliberado de propaganda a favor de un aliado que consumiría (como era el caso de Inglaterra) bienes pagados con el dinero de los contribuyentes americanos. Era a esos a quienes estaba dirigida la cinta. La necesidad de convencerlos y tener su respaldo era el propósito central del proyecto. Tanto así que Franklin Roosevelt se reunió varias veces con Davies para discutir el progreso de la película y asegurarse de que se mencionara la necesidad de las Naciones Unidas una vez que terminara la guerra. Además, la oficina de información de la guerra (OWI) revisaba, no solo el guion y las correcciones que a este se le hacían, sino el pietaje según se iba filmando. Un funcionario de la administración aconsejó a los productores de la película que ofrecieran explicaciones favorables sobre el Pacto Nazi-Soviético y la invasión de Finlandia por parte del Ejército Rojo. Después de leer el guion final, en noviembre de 1942, la OWI expresó su esperanza de que el filme haría «una gran contribución al programa de información sobre la guerra». Lo peor de la película es que los infames juicios de Moscú que eran parte de las purgas estalinistas se presentaron como que eran formas legítimas de hacer valer las leyes ya que los encausados eran “quinta columnistas trabajando para los nazis o para los japoneses”. De esa forma se concibió lo segundo peor del filme, maquillar la crueldad dictatorial de Stalin ante el público estadounidense. La propaganda favorable a los soviéticos era también una estrategia para seguir justificando el acto lend-lease que se había aprobado luego del ataque a Pearl Harbor en 1941 y que abastecía las necesidades de países que combatían el Eje. La película no fue exitosa en la taquilla y la crítica anodina. Años más tarde, la crítica sería severa y consecuente.
El mismo año de Mission to Moscow, Samuel Goldwyn y William Cameron Menzies respaldaron la producción de North Star (1943) que, desde el punto de vista artístico, fue la más ambiciosa para una película de propaganda de guerra. Distribuida por RKO la película estaba basada en una historia original y un guion de Lillian Hellman, cuya obra de teatro, “The Children’s Hour”, Goldwyn había adquirido en 1936 y convertido en una película llamada “These Three”. Cuando invirtió en el drama alguien le advirtió que se trataba de lesbianas. Goldwyn, quien era analfabeto, respondió que, en el filme, “las cambiarían a italianas” (cuento verídico). Hellman escribió el guion y suprimió el tema lésbico. Para el filme llamado North Star (1943), la dramaturga simpatizante y activista comunista ideó una aldea ucraniana que, durante la invasión nazi de 1941, se ve abarrotada de tropas alemanas y, por ello, se constituyen en grupos de guerrilleros que se ocultan en las colinas que rodean la aldea. Un elenco estelar que incluye a Dana Andrews, Anne Baxter, Walter Houston, Walter Brennan y Erich von Stroheim, como el doctor alemán que usa a los niños como donantes de sangre para los soldados alemanes heridos. Tanto así, que los desangra hasta que mueren. Considerando que más tarde nos enteramos de los horrores cometidos por Joseph Mengele, este precursor es una concepción que anticipa al llamado Ángel de la Muerte. No solo los actores eran de primera línea, sino que el camarógrafo fue el gran pionero James Wong Howe (fue él que se inventó mojar las calles para que fotografíen mejor en la oscuridad), la música la compuso Aaron Copeland y la dirección estuvo a cargo de Lewis Milestone (quien había nacido en Rusia) y se había ganado dos Oscar como mejor director, incluyendo por el clásico All Quiet on the Western Front. La película tuvo ganancias, pero fue criticada por su interpretación idealizada de las granjas colectivas soviéticas. Más adelante, como veremos, Lillian Hellman sufrió los embates del House Un-American Activities Committee, el infame HUAC, que reinó de 1945 hasta 1975.
El magnus opus de la propaganda pro-soviética en el cine de Hollywood ancló en las pantallas en 1944 y, a pesar de que, contrario a los otros filmes que menciono en este breve ensayo, no lo he vuelto a ver, me parece tener recuerdos vívidos de él (lo que aquí cuento del filme lo he buscado en la red). Cuando la vi tendría 10 o 11 años (durante la guerra las películas se tardaban en llegar a la isla) y mi conexión no solo fue con la historia de amor sino con la música de Tchaikovski, música que a menudo se escuchaba en discos en casa y en la de los tíos. Producida por Joe Pasternak y Pandro Berman, dos productores cuyas películas eran de calidad, encargaron a Gregory Ratoff (el filme lo completó László Benedek, cuando Ratoff se enfermó) con la dirección y pusieron a Robert Taylor a la cabeza del elenco. Aunque no era un gran actor, gozaba de más fama que los actores principales de las otras películas que he mencionado. Como galán, quien había sido motivo de las atenciones de Greta Garbo en Camille (1936) y de Vivien Leigh en Waterloo Bridge (1940), era indiscutiblemente uno de los actores más populares de la época. En esta es John Meredith, un director de orquesta americano quien está en una gira artística de Rusia. Conoce a Nadya Stepanovauna (Susan Peters), una pianista rusa y se enamoran. La invasión nazi comienza y, como es de esperarse, interfiere con el romance. A pesar de la situación y que los conciertos están dirigidos a entretener a los soviéticos, poco pueden hacer estos para que los invasores no interrumpan sus momentos de felicidad. Eventualmente se casan, pero la situación se vuelve más caótica y peligrosa, y la pianista se queda en su país para “ayudar a su gente”. La película obtuvo una ganancia de casi un millón de dólares, lo que hoy sería ¡alrededor de $14 millones!
Una vez terminada la guerra y el soviet querer convertirse en un imperio que compitiera con el británico y el norteamericano, las luchas entre la Rusia de Stalin y el mundo occidental comenzaron a escalar. Ya la propaganda que Hollywood había producido para alentar la relación militar durante la guerra no solo era innecesaria, sino peligrosa. La mayor amenaza era la bomba atómica. De caer en manos de Stalin, el mundo peligraba. Había que deshacerse de toda influencia del comunismo en los Estados Unidos y eliminarla de toda agrupación que pudiera afectar la vida en el país. La infiltración en las uniones y los gremios representaban un desafío para las autoridades, particularmente para los políticos que habían sospechado de los programas de lend-lease de FDR, y, ahora, del expansionismo físico del soviet y de sus doctrinas que eran anatema a su ideología y su religión. Máxime cuando en las elecciones de 1946, los republicanos tomaron el poder de la cámara de representantes y su sector más derechista decidió investigar el problema del comunismo en América.
Investigaron las uniones y las agrupaciones en las que “intelectuales subversivos” participaban y, por supuesto, el partido comunista. Según cuenta Murray Kempton en su magistral libro de ensayos, Part of Our Time (publicado por primera vez en 1953, y reeditado y publicado por The New York Review of Books, 2004) en septiembre de 1947 el HUAC comenzó a repartir citaciones para comparecer ante el comité, dirigido entonces por J. Parnell Thomas, un republicano de Nueva Jersey, archienemigo conservador de FDR, y que incluía al futuro presidente, Richard Nixon, de California. Ante él desfilaron una serie de personalidades del mundo del cinema. Una de las metas del jefe del comité era “probar” la afición comunista del Nuevo Trato.
Jack Warner, productor de Mission to Moscow, se declaró que el cine (en el sentido más amplio) defendía y protegía la defensa nacional y estaba en contra del espionaje y sabotaje de parte de “fascistas, nazis y comunistas”. Mencionó, de forma soslayada, la “interferencia de y presión sobre, ejercida por la Casa Blanca sobre su película”. Sin embargo, dejó claro que la cinta se filmó cuando Rusia era un aliado y, en un argumento genial y de doble sentido, declaró que si hacer una película que su propio gobierno alentaba e impulsaba era subversivo, más lo era haberles mandado comida a los rusos. Fue más allá, y dijo que, en contraste a Rusia, la gente en los Estados Unidos podía quejarse, algo que estaba prohibido en la Unión Soviética y en todas las dictaduras. Que sí había escritores que habían querido colar ideas subversivas en sus guiones, pero que ninguna de esas se le habían pasado y, por lo tanto, esos infractores habituales habían sido despedidos.
Al igual que Dore Schary, quien estuvo a cargo de la supervisión general de North Star para RKO, Warner se negó a jurar que purgaría a los simpatizantes del comunismo de su estudio. Les dijo sin ambigüedades que no veía cómo “un grupo de hombres se reunía para privarles a otros el derecho de ganarse la vida haciendo lo que sabían hacer: escribir”. Schary, el liberal más contundente entre los ejecutivos de los estudios que desfiló ante el comité de Thomas también dejó claro que tampoco despediría a los que tenían inclinaciones “comunistas”. Que no sabía que existiera una forma definitiva de cómo distinguir un comunista de alguien que no lo era y que mantenía, sin duda a equivocarse, el derecho de todos a decir lo que piensa a sus anchas. Es curioso (ya he contado que Goldwyn no sabía lo que era una lesbiana) la ignorancia de los magnates del cine y cómo esta contrastaba con sus convicciones ideológicas. Cuando le preguntaron a Schary –quien solo se había graduado de escuela superior, pero era brillante– si alguna vez había empleado a Bertolt Brecht, pidió que le deletrearan el nombre.
Goldwyn, Warner, Schary, no tuvieron problemas, pero más tarde en 1947, la escritora Ayn Rand fue llamada a testificar sobre Song of Russia.
Las absurdas declaraciones de Rand ante el comité fueron tomadas como información experta sobre Rusia. Rand quien era rusa (nació en San Petersburg), pero había dejado su país hacía 21 años, opinó sobre cómo era la vida en su país en 1940. Por supuesto, era el tipo de conocimiento que pudo haber tenido cualquier visitante y, era cierto: no había lujos para los campesinos, ni tenían tractores en las granjas comunes, ni celebraban bodas a todo lujo en iglesias. Su presencia como testigo tenían que ver más con quién era y qué había hecho al momento. Republicana, virulentamente anticomunista y en contra de la centralización del gobierno, su novela The Fountainhead, la había hecho famosa en el mundo y le había concedido seguridad económica. En otras palabras, era una personalidad y favorecía el punto de vista del comité. Su crítica de Song of Russia, sepultó el filme como simple propaganda, algo que se sabía, pero las declaraciones de que los filmes (incluyendo por supuesto North Star) eran evidencia del “comunismo” de los escritores, fue usada con el propósito de hundir a los guionistas Howard Koch (Mission to Moscow) y Lillian Hellman (North Star). En contraste con los llamados “Los diez de Hollywood” ninguno de los dos fue a la cárcel. Pero, tanto Hellman como Koch, fueron puestos en la lista negra y no pudieron ejercer como guionista o escritores en Hollywood. (El más famoso de “los diez”, Dalton Trumbo, fue representado en un filme con su nombre que reseñé en estas páginas el 29 de enero de 2016)
Es curioso que lo que comenzó como una idea para convencer al pueblo norteamericano de la importancia de ayudar a los rusos en su batalla contra los nazis terminara con la persecución de gente que, en una presunta democracia, no podían ejercer su derecho a pensar por sí mismos. Las cuatro películas que he escogido son de valor histórico precisamente porque son propaganda, tan falsas y tan mal intencionadas como los famosos filmes de Leni Riefensthal, Power of the Will (1935) y Olympia (1938). La diferencia es obvia: la intención de las producciones alemanas era ensalzar la Alemania de Hitler; la de las americanas eran un esfuerzo para asegurar que se derrotara a Hitler. La tirria por una palabra, un concepto, como lo es “comunismo” fue lo que condenó a los vilipendiados por el HUAC. El comité arruinó sus vidas. Lo que en realidad logró probar el HUAC fue que los escritores y el cine son muy poderosos. Los que vean esos filmes hoy día y piensen en su intención publicitaria y propagandista se darán cuenta de ello. También captarán de inmediato cómo los medios electrónicos pueden convencernos de cosas que no son.
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(Para los que les interese, en mi reseña del 11 de marzo de 2016 hablo de filmes recientes que tocan el tema de la persecución de “comunistas” en EE. UU. y Hollywood en los 50 y 60.)