IMALABRA, entre la imagen y la palabra
Así que Imalabra, combinando imagen y palabra… los periodistas de la guardia vieja decimos que una imagen vale más que mil palabras. ¿Esto es cierto, Martorell?
No, eso es una simplificación… no, no, cada cosa tiene su lugar y su poder. Hay cosas que hay que decirlas, más aún, escribirlas, para que tengan un mayor sentido y hay cosas en que la imagen es muy elocuente; yo me di cuenta de eso pronto y como mi norte en el arte es comunicar, decidí que en ocasiones podía hacer una o la otra o fundirlas en una sola entidad, de allí surge Imalabra. Esto no sucedió por accidente o por pensamiento, no, tiene una línea: yo comencé como cartelista, fundiendo la imagen y la palabra. Como en ese momento estábamos saliendo del analfabetismo en el país, era necesario apoyarse en la imagen porque había mucha gente que no sabía leer; luego ilustré portadas de libros, carátulas de discos, pero siempre apoyado en la palabra como mis maestros y mis contemporáneos. Gracias a mi madre, con la que aprendí a leer antes de ir a la escuela, fui un lector temprano y así llegué a escribir, comenzando en la prensa, el mejor ejercicio de síntesis, espacio y entrega inmediata, hasta llegar a los libros en un salto natural y arriesgado.
El pasado, la memoria histórica, ¿cuánto juega en un artista polifacético como usted?
¡Uff, mucho, muchísimo!, pero además aprendí muy temprano que la historia es pasado, presente y futuro y que a veces coincide en un modo tan prometedor como amenazante, porque la historia se repite y hay que tener buena memoria para que se repita lo bueno y no lo malo. Nuestro país, Puerto Rico, por ejemplo, ha tenido todo tipo de turbulencias, no solo las atmosféricas actuales, ahora mismo atravesamos una crisis política, económica, física, moral, social, no solo la escasez de agua por la sequía. Así que sobre la memoria, diría que yo vivo de ella cuando, por ejemplo, estoy pintando y retrato a una persona, un paisaje o un objeto, entre la mirada que enfoca al sujeto y la mano que toma el pincel sobre el lienzo o el carbón sobre el papel, surge una memoria instantánea, visual, pero es memoria al fin. Así que la memoria para mi es fundamental y debe perfeccionarse porque la memoria es saber ver, escuchar y sobre todo, saber vivir.
A propósito de su punto sobre el momento que atravesamos en Puerto Rico y la relación con la memoria, los pueblos, en su mayoría, ¿tienen memoria?
Bueno…tienen la memoria que le permiten tener. Nuestro pueblo, por ejemplo, tiene unas circunstancias muy particulares y lo sé porque me crié entre las décadas de los 40 y 50… y no se puede olvidar aquello que nunca se conoció. Aquí, entonces, la memoria histórica no existía, así que no es que se olvidara, es que nunca la tuvo. Yo vine a aprender nuestra historia a saltos y aún tengo enormes lagunas de la historia de nuestro país. Cuando estudiaba en la escuela superior, se tomaba un semestre, un solo semestre, de nuestra historia y se detenía en el 1898, en la gran ruptura que, eufemísticamente, se llamaba “el cambio de soberanía” como si dos caballeros se quitaban el sombrero para protegerse uno al otro de la lluvia… “cambio de soberanía”…¿qué es eso?, fue una invasión armada, punto.
Entrando a la historia personal, a esta altura de la vida de Martorell, con una gama de facetas artísticas y creativas, ¿dónde se siente más cómodo, donde siente que es Antonio Martorell con mayúsculas?
No sé, fíjate… ahora mismo, hablando aquí, siento que soy… el que quiero ser. Cuando estoy pintando, actuando en escena o frente a cámaras, cuando estoy dibujando en la intimidad de mi taller, ahí me siento… pero yo no creo que uno es uno solo, uno es mucha gente, me encanta por eso citar a Walt Wiltman, “I am multitudes”, y creo que una de las grandes tragedias del ser humano en Occidente con esta tradición judeo-cristiana, es la obsesión por el uno, el monoteísmo, la unidad, que pretendemos cuadrar el círculo y ser la imagen perfecta, sólida, indivisible, cuando uno es una multitud de contradicciones y de vivencias que aprende con el tiempo a tolerarse con esta multitud que vive en uno.
Llegando al final, vuelvo al principio, citando otro dicho popular, aquel “de poetas y de locos, todos tenemos un poco”, ¿qué proporción tiene Martorell, de uno y de otro?
Pues mucho… voy ya para 77 años y he pasado por las butacas y divanes de sicoanalistas y sicólogos y siquiatras de diversas tendencias, froidianos, lacanianos, junkianos, y debo decir que todos esos profesionales del conocimiento me han ayudado mucho, sin duda, porque ese conocimiento de la psiquis propia es parte del crecimiento. Sí, les debo mucho a esos profesionales y también le debo, quizás más, a los maestros que me dieron los conocimientos del arte, a los que me enseñaron a pintar, a leer, a escribir, a actuar, los que me dieron herramientas para vivir mejor, porque el arte no es ornamento, no es una letra de cambio, sino un modo del conocimiento, tanto para el que lo hace como para el que lo recibe. El arte es aprendizaje constante y es tan importante como las matemáticas o las ciencias. Pero los gobiernos no lo entienden o no lo quieren entender, porque el conocimiento es peligroso para el poder.
El arte ilumina.
Claro, el arte es naturalmente subversivo porque busca siempre otra versión de los hechos, propone otra mirada.
Con Imalabra, ¿se subvertirá el proceso, esa es la intención?
Ese siempre es el objetivo, ver las cosas de otro modo, decirlas de otra manera, actuar como si fuera el primer día, reaccionar como si fuera el primero o quizás el último.
Gracias, Martorell, y que no sea nunca el último.
(Suelta una carcajada) Gracias, eso esperamos.
*IMALABRA expone en el Museo de las Américas en el Viejo San Juan hasta el 17 de enero de 2016.
Entrevista publicada originalmente en vivelavidablog.com.