¿Inferiores a las bacterias?
Cuando escribí arriba “ciertos puertorriqueños”, me refiero a ciudadanos comunes que se confiesan adictos al ELA territorial, es decir al ELA como está, y otros, que aunque se confiesan adictos a la fabulación estadista, admiten que —de no conseguirse la estadidad federada, o demostrarse imposible o muy difícil de conseguir— confiesan que su “segunda opción” es… ¡el ELA como está! Es decir, requintan hacia el ELA territorial demostrando que en el PNP hay demasiada gente que de anti-colonialista no tiene nada. El adjetivo “adictos” no es casual ya que esta forma de adherirse al apoyo a la condición colonial o territorial de Puerto Rico forma parte del conjunto de adicciones patológicas posibles para el escapismo que padecen algunos en estas islas de Borikén. Veremos por qué.
Antes, debo aclarar que a estos hallazgos llegamos porque preguntamos sobre opciones de estatus en una forma diferente, como no preguntan nunca las encuestas políticas de los periódicos o de los partidos: primero, preguntamos, como todos, por la primera preferencia de cada quien, segundo preguntamos por una segunda preferencia en caso de que su primera preferencia no pueda permanecer o conseguirse, según el caso, y tercero, preguntamos por la opción que les es más lejana y que tal vez no apoyarían nunca. Más importante aún, preguntamos los por qué de todas esas respuestas que son los que realmente revelan lo que la gente piensa y razón por la cual con entrevistas profundas y preguntas abiertas logramos más que con las preguntas cerradas de a cinco segundos por pregunta que caracterizan muchas de las encuestas políticas que se realizan en el país.
Más importante que los datos puramente cuantitativos es esta observación: muchos de los entrevistados estadolibristas conservadores que dan como primera y segunda preferencia al ELA como está, entran en narraciones que justifican su posición inamovible por diversas razones entre las cuales surge preponderantemente que en el estatus actual “los americanos nos dan ayudas y los puertorriqueños ya estamos acostumbrados a esas ayudas, por lo que ya no podríamos vivir sin ellas”. No por casualidad el mismo discurso resulta evidente de las razones que proveen los estadistas que dicen preferir el “ELA como está” si la estadidad federada no se logra. Las otras opciones, las de soberanía propia, no se pueden apoyar porque los puertorriqueños ya estamos acostumbrados a las ayudas estadounidenses y sin ellas, no podríamos vivir, o el país caería en un caos total.” Algunos incluso usan la frase de “más vale viejo y malo conocido que experimentos nuevos por conocer”. Aunque algunos otros aluden a no perder la ciudadanía de Estados Unidos, lo que está detrás de este deseo es, además de poder viajar libremente a Estados Unidos y buscar empleo allá, mantener las ayudas estadounidenses. Entre 157 estadistas cuyos datos están procesados en este momento, un 41% requinta al “ELA territorial” como su segunda opción de estatus, la mayoría de ellos por miedo al cambio o por creencia en la incapacidad de cambio en los puertorriqueños. Y entre 157 estadolibristas del PPD un 15% insiste en el “ELA como está” como “segunda opción” por razones como las mencionadas, además de repetir el slogan de que es “lo mejor de dos mundos” y que “nos ha llevado a un gran progreso”. Aún entre los 144 que se identificaron con el ELA soberano o libre asociación como primera opción, un 24% dice que regresaría al apoyo del “ELA como está” si no se pudiera lograr su primera preferencia, el ELA soberano. En este grupo las razones son más variadas, pero también existen casos que aluden a la incapacidad de cambio por parte de los puertorriqueños “ya que están acostumbrados a lo que tenemos”. Generalmente no se incluyen ellos mismos en esa apreciación pero sí lo dicen de lo que juzgan es «la mayoría de los puertorriqueños». Aquí, empero, se observa más a menudo la consideración de que “por ahora” o “por el momento” los puertorriqueños “no estamos preparados para un cambio”. Estos, al menos, dejan la puerta abierta a un cambio futuro. No niegan del todo la capacidad humana para el cambio y la adaptación.
Los que más preocupan son quienes dudan por completo de la capacidad de ellos mismos y de los demás puertorriqueños para superar el “miedo al cambio” o para vivir “sin las ayudas estadounidenses a las cuales estamos acostumbrados”. El subrayar el factor costumbre reduce la percepción de estas personas de sí mismos y de los demás puertorriqueños a algo menos que “animales de costumbre”. Y es que aún entre los animales, se muestra en la naturaleza una amplia capacidad de adaptación al ambiente, a las circunstancias, capacidad que es en parte explicativa de la teoría de la evolución. Estos datos, para que conste, se han recogido en 2011 y 2012, es decir, luego de haberse iniciado el proceso de recesión económica en Puerto Rico y aunque se ha visto que en Washington no se ha hecho nada especial para extraer a Puerto Rico de su crisis económica o de la crisis fiscal que ha bajado la clasificación del crédito al Gobierno de Puerto Rico. Tampoco el gobierno federal hará nada especial por los que se quedaron en Detroit. Es así que funciona el sistema, aunque haya estadistas que no se dan por enterados. Por supuesto, han seguido llegando fondos federales, pero también ha habido recortes y reducciones. ¿Y cuántos puertorriqueños no han tenido que cambiar, reinventarse, o montar un negocio propio como resultado del abandono del país de muchas de las industrias que se marcharon del país con el fin de la Sección 936 del Código de Rentas Internas de Estados Unidos?
A no dudar, Wilda Rodríguez podría señalar que esas actitudes que muestran las entrevistas profundas en que se basan mis datos son prueba del nursery. Pero es peor que eso realmente. Aunque las percepciones comentadas, además de distar de la realidad empírica, demuestran la parvulez mental y actitudinal en adultos colonizados, demuestran algo más de esa mentalidad del colonizado que tan bien describió Albert Memmi: la inveterada interiorización psicológica de lo que se conoce en la literatura de la psicología como la “indefensión aprendida”. Esta es de tal naturaleza entre algunos puertorriqueños —afortunadamente una minoría, pero desgraciadamente una minoría demasiado grande y con bastante peso electoral—que implica prácticamente la negación de una de las cualidades más típicamente humanas: la capacidad de adaptación y cambio. Y esto a contrapelo del hecho histórico de que el pueblo puertorriqueño sí ha hecho numerosas adaptaciones y cambios —algunos bastante drásticos— a lo largo de su historia: desde las adaptaciones al cambio de soberanía de principios de siglo hasta las del tránsito de una sociedad tradicional, agrícola y rural a una urbana, industrializada y más moderna en las décadas del 1940 y 1950.
Cualquiera que observe los niños del nursery podrá captar su capacidad natural de adaptación al cambio y lo observará también en las escenas domésticas de los infantes que los anglosajones llaman “toddlers” porque están pasando del gatear al caminar. Su “paso incierto” —que es lo que significa en inglés el verbo “toddle”— se va haciendo más certero a medida que aplican su inteligencia natural para su adaptación a los obstáculos que representan para ellos, por ejemplo, los muebles y escaleras de la casa. De modo que respecto del patético modo de pensar que vengo comentando mediante el cual personas adultas niegan su propia capacidad para cambiar sus costumbres, atavismos y manías —y de paso se la niegan también a los demás puertorriqueños— lo de que vivimos en un “nursery” sería un híper halago de Wilda, o como dirían en inglés “a super compliment”. Porque en el nursery hay niños y los niños tienen una clara y demostrada capacidad para la adaptación al ambiente y para el cambio. Como se señaló antes, hasta las especies animales la tienen, con lo que demuestran muchos de ellos ser menos irracionales de lo que habíamos supuesto.
En estos días en que desgraciadamente la prensa puertorriqueña ha tenido que dar cuenta de la grave situación de un brote bacteriano en el Hospital Universitario de Carolina, se ha comentado públicamente además sobre la capacidad de adaptación de las bacterias, muchas de las cuales han ido aprendiendo a hacerse resistentes a los antibióticos. Tanto es así que se prevé que podamos llegar pronto a una situación en que no existan antibióticos conocidos que sean efectivos para atacar enfermedades causadas por la sobre concentración en los organismos humanos de ciertas cepas bacterianas que han logrado desarrollar defensas y resistencia al efecto de los antibióticos. De modo que hasta las bacterias tienen capacidad de adaptación ante los cambios en los medios en los cuales habitan. ¿Cómo entonces estos puertorriqueños adultos se niegan a sí mismos lo que poseen los microorganismos? Así las cosas, la visión de que hay que vivir en ELA territorial con todas sus debilidades porque “estamos acostumbrados” a vivir así y a las “ayudas federales” coloca a los puertorriqueños que muestran tal mentalidad no en un nursery sino en una especie de sub plano o sub mundo… ¡inferior incluso al de los microbios! Nada, que como dicen: “El colonialismo es cosa mala”.
Una variante de ese mismo discurso conservador y deshumanizante menosprecia o minimiza además lo que se ha logrado en Puerto Rico con la producción propia, con las empresas de capital puertorriqueño o con un sistema cooperativista que mueve $5,000 millones al año. Sobre todo entre los estadistas, una razón para revertir al “ELA como está”, territorial —si no se pudiera obtener su opción primaria de la estadidad federada— es que en las fórmulas de soberanía puertorriqueña, independencia o libre asociación, Puerto Rico, según ellos, no tendría cómo aprovechar los poderes de hacer tratados comerciales porque en Puerto Rico “no se produce nada o casi nada”. En otras palabras, muchas de estas personas están tan totalmente enajenadas de las verdaderas condiciones actuales del país que ignoran, por ejemplo, que en 2012 Puerto Rico exportó más de lo que importó con una balanza comercial en superávit de $12.3 millardos. Esta otra dimensión de la indefensión aprendida que padecen muchos puertorriqueños, sobre todo los estadolibristas más conservadores y los estadistas, amerita un examen por separado y deberá esperar a un artículo futuro. Porque si bien es cierto que por nuestras crisis, tanto la económica y la financiera como la social no cabe aplaudir la fábula de que “Puerto Rico lo hace mejor” ni tampoco la de que somos la “isla estrella” cuando desde afuera, incluso en Washington, nos perciben como la Grecia de América y la isla “estrellada” y reventada, no podemos tampoco ignorar, como si no existieran, los éxitos económicos de las empresas puertorriqueñas que ya llegan a tener en sus manos cerca de una tercera parte de nuestra economía. Dicho sea en honor a la verdad, sí es cierta la publicidad del gobierno en esas carteleras gigantes donde se promueve la “isla estrella” y se dice que llegan a Puerto Rico más de 4 millones de turistas al año. Doy el dato exacto: en 2012 el turismo representó el 7% del Producto interno bruto (PIB) de Puerto Rico, atendió 4.7 millones de turistas y empleó más de 60,000 puertorriqueños. Eso no excluye que con el turismo podríamos hacer mucho más de lo que hacemos mañana mismo —y mucho más todavía si tuviéramos los poderes de la soberanía, un buen gobierno con un buen plan estratégico en esa área de la economía y planes de ejecución efectivos. Hay países soberanos de nuestras dimensiones que atienden más de 6 millones de turistas al año y emplean a más de 200,000 personas como Irlanda. O consideremos Singapur, que siendo 14 veces más pequeño que Puerto Rico, empleó en 2011 a 119,000 personas en el turismo y recibió 19 millones de personas que gastaron y aportaron al nivel de un 32% del PIB de ese país.
De que necesitamos mejorar, lo sabemos todos, pero tampoco debemos permitir que tantos puertorriqueños ignoren las historias de éxitos de nuestra propia economía. Cuando las conozcan, probablemente habrá menos boricuas, de todas las ideologías, que piensen que no producimos casi nada o que todavía, en pleno siglo XXI, no estamos preparados para la soberanía.