Insuperable concierto de la Orquesta Sinfónica
El concierto empezó con el opus 10 de Antonin Dvorák (1841-1904), su Sinfonía número 3 en mi bemol mayor. La obra es una real maravilla por su forma-estructura y su armonía. La orquestación es más que admirable. Los contrastes de las dinámicas y entre los distintos movimientos fueron realmente magistrales por parte de nuestra orquesta y su director (para este concierto) Guillermo Figueroa. Se notó un constante propósito firme de interpretar la partitura y la intención del compositor. Esta obra es un modelo superior para cualquier estudioso de la composición musical porque es comparable a una gran obra arquitectónica; la obra misma tiene su impresionante y admirable arquitectura. Muy posiblemente esa interpretación de esta obra del gran compositor checo decimonónico fue un estreno en Puerto Rico según se desprende de conversaciones sostenidas con el maestro Ernesto Cordero y con la clarinetista maestra Kathleen Jones, integrante de nuestra orquesta sinfónica nacional. La Sinfonía número 3 en mi bemol mayor (1873) no fue interpretada muchas veces mientras vivió Dvorák; por causa de crítica adversa, el compositor la guardó después de su estreno. Esta sinfonía fue dirigida por Bedrich Smetana (1824-1884) durante el estreno en 1874.
La segunda obra, después del intermedio, fue con la orquesta completa, igual que para la obra de Dvorák. Esta primera obra de la segunda parte del concierto fue el puertorriqueñísimo Mariandá (ver aquí) ) del profesor Ernesto Cordero (n. 1946). Este muy exitoso compositor y embajador cultural de nuestro país basó su obra principalmente en el seis mariandá, un seis borincano con un ritmo sincopado y muy alegre, irresistible para el bailador. Se incluyeron pasajes de variaciones, viaje y regreso, contrapunto y fantasía como una distracción para volver cada vez con más brío al tema del seis mariandá. La obra empezó con una creativa y misteriosa emulación del conjunto de sonoridades de la noche puertorriqueña que paulatinamente se convirtió en un amanecer y en el pleno día. Se oyeron grillos, coquíes, múcaros, lluvia y truenos. El canto de las aves anunció la salida del sol. De manera sorpresiva se oyó el tema del seis mariandá como una cálida explosión de luz y alegría por la Vida. Aparece una sección lírica que contrasta con el rítmico seis aunque es el mismo seis presentado con notas más largas. Con esa aumentación del ritmo melódico (y de sus figuras escritas) el compositor garantizó una unidad y cohesión de la obra con todas sus partes. Pianos y fortes, lirismo y síncopas, pulsaciones firmes y accelerandi fueron maneras de crear contrastes dentro de esa imprescindible unidad. El bajo sincopado propio del seis que nos concierne aparece en los violonchelos y contrabajos que hacen las de los bordones de muchas guitarras bordonudas o bordonúas. Diversidad de variantes aparecen en distintos instrumentos durante el rico tejido de armonía, contrapunto y modulaciones que se fueron erigiendo hacia un clímax de sol, Vida y puertorriqueñismo.
Mariandáde Ernesto Cordero es alegre, fino y pueblerino a la vez. Es una obra idónea para atraer a un público más amplio que muchas veces desconoce las bondades y posibilidades de una excelente orquesta sinfónica como la de nuestro País, institución capaz de interpretar gran diversidad de repertorios desde los mambos y chachacháes de Tito Puente, los merengues dominicanos y bachatas de Juan Luis Guerra, boleros, rock, música cinematográfica o de los juegos electrónicos hasta la plena, bomba, seises, aguinaldos y danzas puertorriqueñas, entre otras posibilidades. Mariandá también una obra fascinante para el que tiene sólida educación musical; puede atraer a un público diverso.
Desde el punto de vista musicológico el concierto descrito fue un verdadero magno y regio evento por incluir música que no se escucha frecuentemente. Además de poder escuchar la enorme y sólida orquesta que requiere la obra de Dvorák y la de Cordero tuvimos oportunidad de escuchar una orquesta más propia del siglo XVIII con todo y el clavecín o clave. El Concierto en do mayor de Domenico Cimarosa (1749-1801) adaptado para trompeta por Arthur Benjamin (1893-1960). Cimarosa, un contemporáneo de W. A. Mozart (1756- 1791), fue un compositor muy respetado y prestigioso en su tiempo. No hay que dudar que Ennio Morricone se haya inspirado en la música de Cimarosa para componer la banda sonora de la película The Mission (1986). El oboe fue sustituido maravillosamente por el gran maestro trompetista Francisco “Pacho” Flores (n. 1981). Su interpretación fue impecable. Su dominio del instrumento, su trompeta piccolo, y su conocimiento-entendimiento de la obra son más que admirables por el indiscutible virtuosismo que manifestó y proyectó. Como si fuera poco, Pacho Flores (con nuestra orquesta sinfónica) también interpretó una obra del compositor checo Johann Baptist Georg Neruda (c. 1711-1776). Esta obra, el Concierto en mi bemol para trompeta de caza, es interesantísima porque representa la continuidad o enlace entre el estilo barroco y el clásico. El sonido de la trompeta de caza es muy reminiscente del onóveno por su registro. Por su particular o relativa brillantez en los agudos además de su fuerza y oscuridad en los graves le recuerda al oyente a una trompa. La interpretación de Pacho Flores fue inspirada, virtuosa y excelsa. El solista Flores y nuestra orquesta presentaron una pieza adicional muy moderna y bella. La pieza se titula Soledad. Su compositor es el flautista uruguayo-venezolano Efraín Oscher (n.1974). Fue una muy acertada decisión el añadir tan hermosa obra. Los que asistimos a este concierto tuvimos la rara oportunidad de presenciar que un solista tocara tres obras distintas durante el mismo concierto.
Para terminar este concierto tan estupendamente concebido, la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico interpretó la Bacanal de la ópera Sansón y Dalila del prolífico y muy longevo compositor Camille Saint-Saens (1835-1921). Nuestra orquesta con su director interpretaron una obra difícil, exótica y fascinante. Fue una insuperable selección para un inolvidable fin de fiesta por sus ritmos y melodías orientalizantes. Fue una ocasión musical inolvidable. ¡Enhorabuena a la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, al maestro Figueroa, al solista Flores y a todos los compositores, muy especialmente a Ernesto Cordero!