Jojo Rabbit: lo que persiste
Esta película estupenda, que resulta ser una comedia negrísima con toques del teatro clásico griego, tiene en su centro un personaje que, para empezar, desafía la regla no escrita para intérpretes maduros de huir de actores “infantiles” precoces y hermosos. Johannes “Jojo” Beltzer (Roman Griffin Davis) es un chico de diez años que es tan fanático del Reich y de Hitler (Taika Waititi, quien también escribió el maravilloso guión y dirigió el filme) que este último es su amigo imaginario. Convencido de la grandeza de su país y de la supremacía aria sobre el resto del Mundo, Jojo echa de menos a su padre que, supuestamente, está de soldado en la campaña italiana, y vive con su madre Rosie (Scarlet Johansson, en una actuación hermosa, llena de matices y sorpresas) en una Alemania que pronto recibirá a los rusos por el norte y a los americanos por el sur.
Los primeros minutos del filme fueron recibidos por la audiencia con silencios interrumpidos a veces por mi risa irreverente. Los detalles de la conversación de Jojo con el Hitler imaginado son cómicos, pero repelentes. Son temas de extremos escabrosos, mas burlarse de dementes como Hitler y de bestialidades como las de los nazis, es uno de los propósitos de la farsa y la sátira. Particularmente en este caso. Una de las características del Führer imaginario es su infantilismo intelectual y sus rabietas inapropiadas (que sabemos que tenía de adulto). Está orgulloso que Jojo y su mejor amigo Yorki (Archie Yates) han de participar en un campo de entrenamiento de la “Juventud Hitleriana” (Deutsches Jungvolk) en el que le enseñarán a usar pistolas, rifles, ametralladoras, granadas y el puñal. El capitán Klenzendorf (Sam Rockwell, excelente como siempre) que ha perdido un ojo en la guerra, está a cargo del campo. Una serie de situaciones resultan en un nuevo encuentro con el Hitler imaginario, quien le da a Jojo unas instrucciones que han de complicar su situación y lo lanzarán a una aventura que jamás consideró.
Su madre Rosie, quien lo adora, trata sin éxito de disuadirlo de sus ideas nazis y sus actitudes, pero ella es una persona un tanto escurridiza que pasa bastante tiempo fuera del hogar. A veces, participa en una representación en la que toma el papel del padre ausente y hace que Jojo responda a algunas de sus quejas y reparos por su “nazismo”. Un día, llega a su casa y va al cuarto de su hermana Inge, que murió no hace mucho de influenza. Algo le llama la atención. Encuentra una puerta secreta en la pared de la habitación y, al abrirla, descubre una muchacha, Elsa Korr (Thomasin McKenzie) escondida allí. Es una judía a quien su madre le ha ofrecido albergue. Es el modesto equivalente a Anne Frank en Ámsterdam, y permite que afinásemos en nuestras mentes la posición anti nazi de Rosie. Lo que sucede por ello es parte del suspenso que genera el filme sin recurrir a obviedades.
Reírse del nazismo y de Hitler no es cosa nueva. Están las dos versiones de To Be or Not to Be: una dirigida por Ernst Lubitsch en 1942 y la version de Mel Brooks, dirigida por Alan Johnson, de 1983. En esas dos, se puede encontrar la semilla de la escena incendiaria de Inglourious Basterds (2009) de Tarantino. La referencia es importante porque en “Basterds” también se parodia a los nazis y hay una joven judía escondida. Antes, Brooks había creado The Producers” (1967) y su escandaloso “musical” Springtime for Hitler que, por ser tan vulgar y kitsch y usar payasadas, fue más allá —y con gran efectividad—, desde el punto cómico, que nada que hubiéramos visto antes. En un largo etcétera de cortos, incluyendo a los Chiflados (Moe, Curly y Shemp), y en TV, el bigotito y el mechón de pelo planchado han sido motivo de burla (y siguen siéndolo) desde que el Führer llegó al poder. No obstante, la cumbre de las cintas en la que Hitler ha sido parodiado y satirizado en la forma más elegante y aterrante es una de las obras maestras de Chaplin: The Great Dictator (1940).
La diferencia entre esas y “Jojo” estriba en que (aparte de Basterds) la guerra y el adoctrinamiento de la juventud no están presentes, mucho menos la sarta de vituperios antisemitas que transitan por esta. Esto último les parecerá deleznable a una gran parte de los que vean el filme. No dejen que eso los aleje. No hay que estar de acuerdo con todo lo que uno ve y oye en la película. Tal y como reza parte de la cita de Rilke al final de la cinta, en ella hay “belleza y terror”. Vayan porque es, sí, perturbadora, pero además, hermosa, cómica, reveladora, acusadora y dulcemente triste. Más que nada vaya a ver a Roman Griffin Davis (Jojo) y a Archie Yates (Yorki). El primero (que en realidad tiene 12 años) es una maravilla de expresiones y sentimientos. Su actuación está a la par de cualquiera (que no sea Joaquín Phoenix) este año. El segundo es tan gracioso, tan buen amigo, tan leal que uno se siente orgulloso de él y quisiera adoptarlo. La amistad entre ambos es como deben ser las que duran para siempre; como la que también se desarrolla entre Jojo y Elsa. Son las cosas que eventualmente se sobreponen a cualquier dictador. Es lo que persiste.