José Humberto Cáez, un poeta que enamora al mundo
“Maretazo”: Mar, marea, mar grande a retazos, retos y golpes que recibes del mar y del amar… el mundo de la lírica vista desde una isla, un archipiélago, un mundo compartido con nosotros a través de palabras en canto y el encanto de las palabras. Un libro erótico explícito, pero sin despliegues gratuitos de carne, ni nostalgias ni sensiblerías, que surge de un autor en su segunda década de vida y, al parecer, siglos de cultura a nivel nacional e internacional intuidos sensual e inteligentemente. El poeta que nos invita a ver que…
… es el agua que se viste
de tu nombre para mojarme
o soy yo que me disfrazo de pez
para respirarte
hondo en las branquias…
Mojado de amor y con el nombre del ser amado al borde de sus labios, el protagonista se inviste de pez, invitando a los lectores a nadar con él. Sin embargo, Cáez va mucho más allá: se zambulle mar adentro para respirar “con agallas” contra viento y marea, desafiando con su tanteo emocional y su sagacidad intelectual la gramática prescriptiva, los códigos oficiales y, de paso, los presuntos confines de la cultura puertorriqueña.
No en balde el escenario por excelencia de “Maretazo” es el espacio de “lo azul“, que evoca el referente “azur” de los poetas simbolistas franceses (del cual se hacen eco los modernistas hispanoamericanos), así como el “blues” de la filosofía existencial oriunda de África (que se nos filtra como composición musical por vía de los Estados Unidos). Ahora bien, los europeos ligan el “azur” a “lo sublime” y los norteamericanos a las sublimes repercusiones de ¨la nostalgia” o al género musical afroamericano que propone un diálogo con el destino. Además, los hispanoamericanos personalizamos y politizamos dicho espacio para hacerlo más nuestro. Revisemos la conclusión de la poesía “Azul” de “Maretazo”:
el azul tu silenciomar
tu nombre
El nombre de la persona que uno ama, pero tiene que (o prefiere) callar, se hace sugestivamente público en vez de publicarse abiertamente. El poeta prefiere nadar en el “silenciomar” de dicho nombre, proyectándose en la sugestiva mudez y el controlado azar que brinda el ambiente semiótico en el cual él nos inmerge. “Maretazo” va más allá; no sólo hace desafiantemente suyos el “azur,” el “blues” y el “azul” para a la vez disimular y diseminar mensajes, sino también se suscribe a la más amplia y duradera tradición mundial del arte lírico. Dicho arte, etimológicamente asociado al acompañamiento de la lira, se propone enamorarnos con una musicalidad sobrenatural, que lleva la comunicación poética más allá de la semiótica de la escritura.
La expresión lírica más auténticamente caribeña en “Maretazo” es de origen africano. Tanto el “son” cubano como la “bomba” puertorriqueña aproximan filosófica y nominalmente la noción de intencionalidad que precede y suplanta la verbalización de las lenguas oficiales, haciéndose eco “rítmico” de la voluntad de una pareja o de un grupo. Pensemos en el ritmo como expresión de la esencia lírica de las palabras predichas, no dichas, sobredichas o que no se pueden de otro modo decir. Esto lo sugiere la noción de “vibraciones interiores” tan esencial en la expresión lírica a través del mundo. En las culturas africanas y neoafricanas dicho concepto lo ejemplifica el vocablo “sō” (aproximadamente pronunciado “son”) de la lengua fon, y su contrapartida congolesa “mba”–este último combinado en la palabra “bomba” con el prefijo “bâ” (aproximadamente pronunciado “bo”), que indica “comunidad”. En uno u otro caso, se trata de un ejemplar modo de “tramar” o “hablar por señas”, como tan a menudo demandan los bozaleados por la sociedad o los que, consecuentemente, optan por expresarse a través de la música, el baile y otros modos de expresión que no obedecen la reglas verbales del código oficial.
Es más, el punto culminante del “son” y de la “bomba” se construye a partir de lo que los musicólogos llaman “ruptura”, es decir un momento de inercia y de silencio, o vacío preñado de sentido, que irrumpe el flujo de los mensajes consabidos para proponer alternativas. “Maretazo” contiene tales rupturas, incluso un poema en que prácticamente se define dicha estrategia, por cierto de nuevo bajo la rúbrica de “Azul”:
Cuando el sonido del oleaje
rompiéndose entre las rocas
y el del aire danzando sobre la espuma se mezcla,
puedo jurar
que escucho tu nombre
La manipulación verbal descrita también trae a colación el libro lirico “juvenil” de Dante Alighieri “La Vida Nueva”, en el cual el bardo que anuncia el porvenir del renacimiento europeo nos revela la pasión que siente por un ser amado que alcanza solamente con su imaginación. Queda así Dante endeudado al “amor cortés”, por estar su intento de amar celosamente escondido en la trastienda de las palabras. A pesar de que en el caso del italiano sabemos que el proyecto de amor “inconcluso” lleva el nombre de Beatriz, sabemos que se trata no tanto de un ser amado como de un ideal inalcanzable o que si alcanzase el amante disimularía. En el caso del puertorriqueño, no sabemos a quién nombra “tu nombre”.
El amor cortés, que tan bien aprovecha Dante en su expresión lírica, propone tantear con gran gusto y con sumo “tacto” la carga erótica de la poesía. Y, por lo tanto, no le resultaría a Cáez problemático considerar que en el idioma español la palabra “tacto” se refiere tanto a un grado de relación física como a un sentido de modesta distancia entre dos seres que se quieren. Llega a ser la palabra “tacto” en sí un verso de la poesía caeziana. Me refiero a la que lleva el evocador nombre de “Un dedo, otro dedo…” En dicha composición se nos presenta un par de apéndices humanos conectados no tanto por su intrínseca continuidad o su deseo mutuo, sino por el rico e inevitable sentido del tacto que de ellos emana. La sutileza aquí pide a gritos nuestra complicidad.
Si bien “Maretazo” construye su lirismo al borde de la manipulación verbal, también explora el precioso minimalismo conceptual de la lírica clásica del Japón, tales como lo demuestran el “Libro de Genji” de Murasaki Shikibu y la obra poetica del maestro del haiku Matsuo Bashō.
Murasaki y Cáez publican sus intenciones a la vez que cuestionan la habilidad que tienen las palabras en sí y el papel sobre el cual se palabrea, de permitirles presentar su amor abierta y completamente. A continuación, un momento en “Maretazo” en que metafóricamente Cáez, como lo “hace” en la realidad Shikibu, poetizan lanzando su poesía al agua. De nuevo citando de “Azul”, la incertidumbre del azar y del vacío que afectan el tránsito de la poesía no ha de impedir que el mensaje de amor llegue a su destino:
esa sensación de incertidumbre
que mueve en ondas
hacia el vacio de lo oscuro
mi cuerpo
y también el tuyo.
Más que hablar de amor, “Azul” refleja el quehacer de amar que depende del acto de callar lo innecesario y comprometedor, tanto como el de hablar lo necesario y prometedor. Más allá de los signos gráficos, la poesía se comunica a través de los intersticios del azar y las pausas del silencio o del vacío representados tipográficamente en la página o revividos como pausas preñadas de sentido a través de la lectura (el “kiru” o “corte” japonés en que descuella el “haiku”). A través de estos signos metaverbales el deseador se encuentra con lo deseado.
Finalmente, en “Contigo”, se nos regala el equivalente a una serie de “haikus”, que evocan a su manera composiciones japonesas como la de Bashō. Cáez, como lo hizo de antemano el maestro nipón, concatena momentos poéticos para narrar un amor a través de impresiones compartidas (en japonés “haikai no renga”). En otras palabras, los fragmentos liricos se suceden, entrando y saliendo como si fuesen mareas poéticas que bañan la conciencia del lector. Según la última estrofa o “haiku” de la composición de Cáez:
Contigo todas la veces
tu tigo fugado en el vapor
del viento
La frase “del viento” literalmente se dispersa en la página. Aunque no está a mi disposición la reproducción de la tipografía original, ésta evoca vagas figuras genitales, una que semeja un “uno” y otra semeja un “cero”, Ambas figuras se tiran, esta vez al viento en vez de al agua, con la esperanza o certeza que se han de unir.
José Humberto Cáez no tiene que desenraizarse, o volver a campos trillados, ni para darse tonos nacionales ni para retoñar como poeta de aspiraciones internacionales. Más bien, independiente del origen de lo que lo inspira, el joven hace suya la cultura que le precede y la que se inventa. Por último, el no decir a quien ama en particular, le facilita el seducir a sus lectores en general.