Juan Santiago Nieves: notas para celebrar su vida
«El camino del amor es difícil de seguir porque en el mundo se cree poco en el amor y se tropieza por doquier con la desconfianza… Tenemos que seguir hasta el final el camino iniciado, el difícil y solitario camino de la sinceridad y el amor… El amor es la superioridad, la capacidad de comprender, la capacidad de sonreír en el dolor…» Herman Hesse, “El camino del amor” citado por Juan Santiago Nieves (2008)
Cuando me enteré que Juan estaba muy enfermo fue muy tarde para volver a conversar con él usando palabras. Tuvimos que hablar en el lenguaje universal de la amistad. José Juan, su amigo del alma y de mil batallas, me advirtió, con lágrimas, que el asunto era serio. “Juan se nos va”, me dijo, así ¡de golpe!, como uno de esos parecidos a la ira de Dios. Cuando llegué al hospital ya estaba muy débil para hablar pero cuando entré al cuarto alzó el brazo unas pulgadas y los ojos le brillaron. Fue importante saberlo alerta y que entendiera como su vida era vital para los que apostábamos a que diera la pelea y tratara de ganarla como había podido ganar tantas otras, para otros y otras, en su corta vida. Entre los tubos y los sueros nos comunicamos. Juan nos hacía un último regalo.
No pudo ser. Se nos fue temprano y sin avisarlo mucho. Los misterios se apoderaron de la agenda y decidieron marcar esta historia con letras muy intensas, esas de las muertes súbitas, inesperadas, insensatas.
Empezaron, entonces, a golpear los recuerdos y los viejos amigos nos reunimos a consolarnos, a enhebrar recuerdos, a celebrar su vida, a ver si había modos de sentirse menos a la intemperie en medio de su partida. Era el momento, no el esperado ni mucho menos el deseado, en que nos obligaba a hacer balance de su camino de amor por este mundo.
Juan era un ser muy especial, único, terco, irrepetible, leal, con una sensibilidad humana de ese otro mundo posible que todavía es proyecto. Se crió en un barrio pobre de Naranjito, estudió toda su vida en la escuela pública y fue presidente de su clase graduanda Agustín Stahl. Fue un líder estudiantil universitario que se opuso con vigor a las propuestas de aumento de matrícula que no tenían en cuenta el efecto perverso sobre los estudiantes pobres. Por eso ya en 1981 estaba activo en la huelga estudiantil de ese año. Fue, desde joven, un líder de esos que nacen y se hacen. Se hizo abogado a pulmón, a puro talento.
Para Juan la independencia y la justicia social eran la misma cosa. Su sensibilidad ante el dolor humano del otro era ejemplar y ejemplarizante. Su vida fue un testimonio vivo de solidaridad, de entrega absoluta. Hay mucho que aprender de su vida. Juan no asumió el tema de la justicia social de forma arrogante o mirando por encima del hombro a los demás. No estaba eso en su naturaleza. Su vida fue un ejemplo sobre cómo se puede vivir la vida en correspondencia con la propia identidad de uno, con su propia esencia intacta. Si representó con fuerza a los niños y niñas más vulnerables en la Isla lo hizo por esa condición humana propia que define al cristianismo auténtico. Muchas veces compartí sus frustraciones frente a un sistema educativo que no era capaz de poner sus prioridades en orden.
Luego de salir de la escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico trabajó en el Tribunal Supremo bajo la dirección del Juez Antonio Negrón García con quien desarrolló una amistad en el curso de los años. Juan fue uno de esos oficiales jurídicos que se distinguió desde temprano por una capacidad de trabajo envidiable. Su paso por el Tribunal Supremo dejó huellas. Allí estuvo, junto a su inseparable José Juan, con quien abrió, luego, una oficina de servicios profesionales que se convirtió, al mismo tiempo, en un proyecto independentista y de justicia social.
Tuve el privilegio de compartir con Juan en distintos momentos. Cuando regresé de Boston de realizar mis estudios graduados en ciencias políticas, José Juan y Juan me reclutaron para que ayudara en el proceso de radicar la primera demanda de clase del pleito de las carpetas. Fue un privilegio colaborar en aquel esfuerzo intenso de iniciar la litigación de ese importante caso de derechos humanos y civiles. Aquello me permitió entrar en contacto con buena parte del liderato independentista carpeteado. De esa colaboración surgió el libro Las Carpetas editado por Ramón Bosque Pérez y yo. Juan nos distinguió al escribir el prólogo del libro junto a José Juan.
Ahora que repaso todo aquello me doy cuenta de lo privilegiado que fui al poder compartir con esta persona excepcional que podía intercalar reflexiones sobre Freud con las obras de Herman Hesse, las teorías de Marx o las normas taxativas del derecho internacional. Su ámbito de preocupaciones intelectuales era muy amplio. Juan era un pedagogo por naturaleza y le gustaba compartir su saber. Su curiosidad intelectual era envidiable y era, en el buen sentido de la palabra, un lector voraz. La periodista Yolanda Vélez Arcelay, una buena amiga de Juan, me decía en la funeraria que conoció la obra del novelista checo Milan Kundera por su recomendación. Las tertulias con Juan eran ejercicios intelectuales de alto vuelo. Era un abogado de otro tiempo: un letrado apasionado por todo aquello genuinamente humano.
Juan se destacó en todo lo que hizo. Sus alegatos jurídicos fueron siempre enjundiosos, profundos. Su defensa de la ciudadanía de Puerto Rico, magistral; su esfuerzo en contra de la represión política, intachable; su compromiso con la excarcelación de los presos políticos, ejemplar; su colaboración con todas las organizaciones que vinieron solicitando consejo y representación, constante; su compromiso con preservar un alto sentido de orgullo nacional, excepcional. Pero hoy quiero recordar al buen amigo que disfrutaba la buena conversación y que no cesaba de imaginar estrategias y formas nuevas de acercarnos a un futuro más justo.
Ahora nos queda un legado de ejemplos, de solidaridades, de retos, de buenos recuerdos. Ahora nos queda saber que su acción no fue en vano, que su espíritu solidario, noble, ese que tuvo el valor de tomar el camino del amor, no estará nunca realmente solo. Estoy seguro de que si llenamos los días de tareas de justicia podremos también contagiarnos de esa alegría cristalina que nos dejó también como legado, reto y agenda.
Ya lo dijo William Fred Santiago: «no hay dolor inútil, en algún lugar se esconde una razón redentora».
* Estas palabras se escriben en homenaje póstumo a Juan Santiago Nieves, fallecido el pasado 10 de junio.