La autoayuda es el opio de los pueblos
A Nemesio Canales, ¿Podemos ser felices?
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!–Niesztche
Pensar que Coelho es el escritor latinoamericano más conocido en el mundo es un dato escalofriante. Me temo que cualquier otra cosa que pueda añadirse a ese dato se vuelve puro apéndice. El eje de la discursividad del brasilero es el individuo. Nucleico. Una primera persona singular. Desconectado del entorno social y de sus responsabilidades históricas y ciudadanas. Un yo que descansa en el universo cualquier posible conspiración. Con ello los complots necesarios parecen desaparecer a favor de un enlace mixtificado; en un devenir supremo y ahistórico que hace de un dios facsímil razonable.
El dios de la novofilia es el dios de la autoayuda. El dios de la egofilia es el dios de la autoayuda Un dios facilitador de todas las insignias que comprueban cómo hemos alcanzado la gracia concedida por el cosmos, posibilitador de adquirir lo nuevo en el mercado. El dios que relega al prójimo de camino a la gratificación instantánea, personal y digital. El dios del slogan es el dios de la autoayuda. Sé feliz, tú puedes. Eres único. Cuando quieres realmente algo el universo conspira para que lo logres. Después de la lluvia sale el sol. El pasado pasó.
Verdades tan simples que son mentiras. Verdades truncadas y brevísimas alimentan el cuerpo ontológico de la autoayuda. Verdades meteorológicas vueltas metáforas muertas. “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”. Verdades cronológicas investidas de sabios ecos: el pasado es pasado. Verdades tautológicas. Se perdona perdonando.
La felicidad personal se vuelve una obligación cuya sintaxis es de fácil adopción. Ser feliz en el discurso sin flexiones de la autoayuda supone un acomodo a las contingencias del ser, cito de El alquimista: “Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es”. Una felicidad muy clase media que se concreta al recontar los logros del sueño americano.
Nietzsche advierte sobre el peligro de que nuestro tiempo dé a luz al más bajo de los hombres, al «último hombre», que no vive ya la grandeza alienada del hombre clásico pero tampoco llega a la propia. El «último hombre» es aquel que se conforma con lo superficial. A este tipo de hombre Nietzsche lo considera despreciable. No se limita a una yuxtaposición mecánica de elementos. En el acto de liquidarlos, los supera. se limitaba a seguir la moral y las buenas costumbres, sin imaginación para discutirlas o fuerza para infringirlas: es el paradigma del establishment paternalista.
En el dominio epistemológico de la autoayuda la existencia humana estará dedicada a las pequeñas satisfacciones individuales de ese último hombre. Su felicidad vana y superficial a cambio del sometimiento de la inquietud; de acallar la pregunta sin respuesta, esa que nos angustia.
Para fundar interpretaciones pseudometafísicas y que afirman el valor de los sistemas morales concordes es necesario el acomodo no conflictivo del sujeto en su sociedad, la autoayuda el brazo ideológico que lo alienta. Si 30,000 pierden el empleo, ha de esperarse un colectivo social indignado. En el dominio ideológico de la autoayuda se trata de 30,000 retos personales. Cada uno de los 30,000 implicados descansará en el Universo, quien conspirará para solucionarlo. El desafío social es ahora una ocasión personalísima para el hágalo usted mismo. (Dentro de ti está el secreto, lee una plaquita.)
El bricolaje emocional es el regalo último de la autoayuda, tras la caída en la posmodernidad de las grandes causas. Estrategias personalizadas cuya eficacia única es el empobrecimiento sin transvaloración de nuevos ideales, ni desarrollo de nuevas categorías de acción social.
La autoayuda tiene su geografía ética y estética en el lugar común. Ese espacio intimo apela a un universalismo que posibilita eludir la contingencia trágica de nuestras vidas particulares, el ineludible grito que se llama estar vivos. El universalismo se dirige a una persona en yo singular carente de cualquier coloratura histórica. El momento “ajá” como han llamado a la epifanía de descubrimiento de la verdad personal, es la aceptación de lo expuesto en términos de lo universal como personalizado. Ese “tú eres especial” se atrapa por cada sujeto en yo soy especial. Esa verdad del grano definidor de sujeto es real para cada sujeto en repetición infinita. Cada uno es especial, los siete billones de individuos especiales que pululamos por el planeta. Ese especial lector de autoayuda, una vez degustadas la sopas para el alma, participará de un mundo feliz.
Es especial el niño soldado de la República Democrática del Congo esclavizado por un militar muy especial, para la extracción del coltán, indispensable para que nuestro hijo especial pueda jugar con su consola especial de vídeos. Pero el especial lector de la autoayuda es responsable por la propia ejecución de su ser especial y en nada le corresponde tomar alguna acción social hacia el sujetito especial que a sus siete años cose la camisa que cubre mi yo especial. Ese yo en Indonesia o Ruanda es arquitecto de su destino según la autoayuda, es responsable de sus decisiones. En cualquier caso su estampa le permite dar gracias por la vida, y entender que sus sufrimientos no son tales y que el universo lo prefiere y premia.
La epifanía es personal, la responsabilidad con el yo, el pensamiento crítico aquietado por un slogan. Después de todo: la felicidad no llega de afuera está dentro de ti.
El mundo de imágenes azulozas, líneas borrosas y grandes paisajes intervenidos por el primario abc del photoshop, es el imaginario visual de la autoayuda. A una frase recibida con las vestiduras del powerpoint, embellecida con una gaviota en pleno vuelo, una gota de rocío sobre el pétalo de una rosa, las huellas en la arena, le adjudicamos el poder de crear dirección interna, en los cuadrantes específicos en que nos articulamos como sujetos únicos y felices
La autoayuda es la filosofía del sujeto medicado. Una píldora para dormir, una para despertar, una para olvidar el desamor y otra para no gritar. Con la autoyuda y la medicación sentimental somos igualados al nivel de la mediocridad excepcional. Cualquier valor, templado a un término medio, todo extremo o excepción se hace sospechoso de anormalidad. El individuo excepcional es repudiado, criminalizado, corrompido, normalizado o psiquiatrizado.
La autoyuda pone parchos ante la grieta del amor insuficiente, opiato inservible para la certeza de ser mortales.