La conservación de energía en Puerto Rico: marginada
Aunque aquellos primeros pasos para desarrollar una política energética se dieron previo a la crisis petrolera de 1973 es indudable que dicha crisis marcó, como en muchos otros países, los esfuerzos subsecuentes para concertar políticas energéticas en Puerto Rico. Fue poco después de esa crisis que Ivan Illich (1974) planteó que en respuesta a la misma la relación entre el consumo de energía y el bienestar social o calidad de vida se articuló de tres formas distintas. Desde una perspectiva tradicional algunos equipararon el bienestar social con un alto consumo de energía y propusieron el manejo industrial o corporativo de los combustibles finitos, como el petróleo, para concretarlo. Otros propusieron la innovación tecnológica para garantizar un uso o transformación más eficiente de la energía, particularmente en la producción industrial. Las políticas energéticas reinantes hoy oscilan entre ambas propuestas. La segunda perspectiva apunta hacia una creciente preocupación por la calidad ambiental, cuyo incremento desde los sesenta ha sido notable. Pero, los proponentes de esta segunda propuesta, enfocados en la eficiencia tecnológica, no propusieron el uso mínimo de energía factible como fundamento básico del orden social. No entendieron necesaria la conservación de energía. Para Illich era precisamente la conservación de energía la única alternativa que podía garantizar un orden social más justo y equitativo, y con ello, una mejor calidad de vida. La conservación de energía es precisamente la tercera perspectiva identificada por Illich.
Al presente, décadas después de que Illich publicara sus palabras, la relación entre el consumo de energía y la calidad de vida sigue siendo articulada de formas similares. Pero si la primera propuesta dominó por mucho tiempo el campo de las políticas energéticas hoy es dominado por la segunda, la propuesta de la eficiencia tecnológica. Sin embargo, el constante bamboleo y concurrencia entre ambas propuestas es muy común. La conservación de energía ha sido algunas veces parte de ese vaivén pero continúa siendo una proposición bastante marginada en el campo de las políticas energéticas.
La historia de las políticas energéticas del ELA, iniciada en los setenta, demuestra que estas están incrustadas en el productivismo. Se trata de una creencia, bastante generalizada, que presupone que la alta productividad económica y el crecimiento económico equivalen a bienestar social, y que por ello son el fin último del orden social. En el contexto del capitalismo ese productivismo le asigna primacía a la industria y los servicios y destaca el desarrollo tecnológico. El productivismo está atado a una visión instrumental de la naturaleza como un repositorio de recursos disponibles para la explotación capitalista, el que incluye los recursos energéticos. Diversos actores e instituciones sociales, incluyendo por supuesto el Estado, comparten esa cultura y por lo general apoyan el “crecimiento económico” o acumulación de capital, asumiendo que es el camino al bienestar humano.
El productivismo, también economicista, dicta que el acceso a jugosas reservas de combustible es esencial para el crecimiento económico, la acumulación de capital y el bienestar social. Pero ese no es necesariamente cierto. Diversos estudios han demostrado que en varios países el consumo de energía está bastante desvinculado del estilo de vida, lo que disputa la creencia de que el bienestar humano, confundido con desarrollo, es siempre sinónimo de un aumento en el consumo de energía y otros recursos (Mazur y Rosa 1974; Dietz et al 2012; 2009). Pero esto ni siquiera es considerado al hacer política pública energética en el país.
La Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), productivista y economicista, ha insistido por años que las tecnologías basadas en el uso de las fuentes renovables de combustible no son aptas para garantizar la satisfacción de la demanda energética total. Insiste en el uso de combustible fósiles. En adición, la AEE y el ELA, obstinadas, insisten en aumentar la capacidad generadora de la corporación pública. Aparte de ello intentan disminuir la dependencia en el petróleo, sustituyéndolo con combustibles cuyas características le permita, como el petróleo, satisfacer casi cabalmente los requerimientos de los procesos de la acumulación de capital o el “crecimiento económico.”
Las características físicas y ventajas de los combustibles fósiles los han hecho únicos y prácticamente indispensables para el modo capitalista de producción y acumulación de capital, como evidencia el petróleo (Altvater 2007). Esto explica en parte la adhesión al petróleo en la mayoría de los países del mundo. Para empezar, la tasa de retorno energético (TRE) del petróleo es muy alta, por lo que requiere muy poca energía inicial para obtener un gran excedente de energía, lo que no es cierto de otras fuentes de combustible. El que los combustibles fósiles puedan ser fácilmente transportados también facilitó la expansión global del capitalismo y con ello la transformación rápida de sociedades no-capitalistas. También aceleró, como en Puerto Rico, el proceso en aquellas sociedades ya en vías de desarrollo capitalista. En adición, y contrario a otras fuentes de energía, los combustibles fósiles no están sujetos a muchos cambios de intensidad y pueden ser almacenados con relativa facilidad. Esto significa que pueden ser usados todo el día, ideal para la producción capitalista. Esto permitió la organización de los procesos de producción de forma independiente de otros ritmos temporales, sociales o naturales. Además, permitió acelerar, aumentar y sostener constante la productividad y con ello la acumulación de capital.
Sin embargo, hoy la dependencia en el petróleo amenaza el crecimiento económico y la acumulación de capital, por lo que muchos gobiernos han optado por diversificar sus fuentes de energía, apostándole a otros combustibles fósiles. Por ejemplo, el gobierno del ELA le apostó primero al carbón y en estos días al gas natural. Su apoyo a este último demuestra que aun cuando el gobierno promueve la diversificación de fuentes energéticas, que incluye adoptar combustibles renovables, este sigue aferrado a lo que Altvater (2007) llama el régimen fósil.
La posición del gobierno y sus agencias es la de los que Dunlap y Olsen (1984) llaman expansionistas. Estos enfatizan la necesidad de aumentar las reservas de combustibles para facilitar el crecimiento económico y defienden el desarrollo tecnológico, estimulado por el sector privado, como el medio necesario para asegurar el aumento en las reservas. Los expansionistas también favorecen el uso de fuentes de energía tecnológicamente intensas como el petróleo, el carbón, y la energía nuclear, las que concibe como los mejores prospectos para el crecimiento económico, aun si producen daños significativos al ambiente. Se trata de aquellos que según Illich (1974) identifican el bienestar social con un agudo consumo de energía y que apoyan el control industrial de los combustibles finitos, como el petróleo. Los expansionistas son adherentes a lo que Armory Lovins (1976) llamó la vía dura o difícil al futuro energético (hard energy path en inglés). Estos apoyan la maximización de uso o consumo energético, el que se toma como necesario para el bienestar social y económico. Esta vía depende de fuentes “duras” de energía como el petróleo, el carbón y la fusión nuclear, cuya explotación y transformación requieren de complejos sistemas socio-tecnológicos. Sus proponentes promueven el desarrollo y crecimiento económico continuo, la expansión del consumo, y con ello la explotación de diversos recursos naturales. Defienden la concesión al sector privado de la responsabilidad de satisfacer la creciente demanda de energía, apoyado por subsidios gubernamentales y la regulación de precios cuando sea necesario. También enfatizan el desarrollo de nuevas tecnologías para proveer más energía y satisfacer la demanda. Finalmente, estos apoyan la producción de sistemas altamente centralizados para la producción de energía, estos dominados por los intereses corporativos.
En Estados Unidos estos transeúntes de la vía dura también defienden y promueven la seguridad energética, la creación de reservas estratégicas de petróleo y políticas que fomenten el libre comercio de combustibles en los mercados globales (Lutzenhiser, Harris, Olsen 2001). Estos apoyan además la producción de combustibles sintéticos, la explotación de los suministros de Lutita bituminosa, y el uso de gas natural licuado. Los promotores de la seguridad energética también pasan por alto la presencia de oligopolios en el sector energético, nacional y global, pero se oponen a la intrusión, para ellos ilegítima, de agentes externos como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en esos mercados libres.
En Puerto Rico, conquistar la seguridad energética no puede recurrir a la creación de reservas estratégicas de petróleo, aunque podría reclamar acceso a las reservas estadounidenses. La única opción del ELA es reducir su dependencia en ese combustible. Es otra razón por la que los expansionistas locales apoyan el uso del carbón y el gas natural como alternativas al petróleo. Si bien han recurrido en ocasiones a las tecnologías basadas en fuentes renovables, estas son marginales en la transformación de la energía en Puerto Rico. Las presiones de grupos ambientalistas y conservacionistas, las políticas y leyes ambientales y energéticas estadounidenses y locales, aparte de la difícil dependencia en el petróleo, también han forzado a los expansionistas locales a optar por alternativas para generar electricidad. Pero a pesar del relativo apartamiento expansionista del petróleo una gran parte de los esfuerzos gubernamentales para la materialización de una política pública energética para el país continúan alojados en el expansionismo productivista y economicista de la vía dura.
El productivismo promueve, por supuesto, la innovación tecnológica. Y es por ello usualmente tecnocentrista; afirma que la tecnología es el medio para resolver cualquier problema, biofísico o social. La mayoría de las políticas energéticas propuestas por el gobierno central y otros actores sociales insisten en las soluciones tecnológicas al problema energético. Sus propuestas insisten en la adopción de tecnologías afines al aumento de la capacidad generadora de energía. Pero, dadas las presiones ambientalistas, el avance del capitalismo verde, el crecimiento del consumo verde, políticas públicas ambientales, y la dependencia en el petróleo, estos se han visto forzados a promover la eficiencia tecnológica en la producción y consumo de energía así como la utilización de tecnologías “verdes” y “limpias”. Algo similar ha ocurrido en Estados Unidos y Europa, donde también se recurre a la eficiencia tecnológica (Lutzenhiser, Harris, Olsen 2001). El tecnocentrismo de las políticas energéticas es entonces hoy eco-moderno: propone la eficiencia energética y la adopción y adaptación de tecnologías verdes a expensas de la conservación de energía y de una transición efectiva al uso de fuentes de combustibles renovables. Dejaré la discusión de esa tendencia eco-moderna para un próximo artículo. Por el momento me limitaré a recalcar una de sus consecuencias: el abandono de la conservación como una solución importante al problema energético, esto a favor de la eficiencia energética.
Tanto la conservación de energía como la eficiencia energética representan medios para reducir el consumo de energía y la degradación ambiental. Sin embargo, se trata de estrategias distintas. La conservación de energía envuelve cambios en las actividades o acciones humanas dirigidos a que las personas no usen energía en momentos en que usualmente lo hacen, como usar la bicicleta en vez del automóvil, desconectar los enseres eléctricos al salir de la casa y apagar la luz al salir de una habitación. Por su parte, la eficiencia energética envuelve mejoras tecnológicas que hacen más eficiente el consumo de energía, hacer lo mismo o más con menos energía. Algunos ejemplos son el remplazo de bombillas incandescentes por las fluorescentes o comprar enseres Energy Star. Lo ideal sería una combinación de ambas cosas, que no usemos energía cuando usualmente lo haríamos y que cuando lo hagamos recurramos a tecnologías eficientes. Pero hoy el énfasis de las políticas eco-modernas en la eficiencia tecnológica vis a vis la conservación de energía, es desproporcionado. Además, la eficiencia tecnológica, particularmente a nivel macro, no necesariamente reduce la demanda de energía, lo que ha sido estudiado y discutido por los estudiosos de la “paradoja de Jevons” y el “efecto rebote” (Foster, Clark y York 2010).
Debemos retomar la conservación de energía, la única alternativa que como expresó Illich garantiza una mejor calidad de vida y una calidad ambiental superior. Claro, retomar la conservación no puede ignorar la justicia y equidad energética. Pero, me temo que la crisis económica y política del país redundará en políticas aferradas a la vía energética dura, una vía productivista y economicista que aunque más “eficiente” y “verde” está poco interesada en la justicia social, la equidad y la conservación de energía.
Referencias
Altvater, E. (2007). The Social and Natural Environment of Fossil Capitalism. Sociliast Register, 43.
Dietz, T., Rosa, E., & York, R. (2009). Environmentally efficient well-being. Human Ecology Review, 16, 113-22.
Dietz, T., Rosa, E., & York, R. (2012). Enviromentally efficient well-being. Applied Geography, 32, 186-9.
Dunlap, R., & Olsen, M. E. (1984). Hard-path versus Soft-path Advocates. Policy Studies Journal, 13(2), 413-428.
Foster, J., Clark, B., & York, R. (2010). Capitalism and the Curse of Energy Efficiency. Monthly Review, 62(6). Retrieved August 2015, from http://monthlyreview.org/2010/11/01/capitalism-and-the-curse-of-energy-efficiency/
Illich, I. (1974). Energy and Equity. New York: Harper & Row Publishers.
Irizarry Mora, E. (2013). Fuentes Energéticas. Rio Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
Lovins, A. (1976, October). Energy Strategy: The Road Not Taken? Foreign Affairs. Retrieved August 2015, from https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/1976-10-01/energy-strategy-road-not-taken
Lutzenheiser, L., Harris, G. H., & Olsen, M. E. (2001). Energy, Society, and Environment. In R. Dunlap, & W. Michelson (Eds.), Handbook of Environmental Sociology (pp. 223-271). Wesport: Greenwood.
Mazur, A., & Rosa, E. (1974). Energy and Life Style. American Science, 186, 607-10.