La cultura, sus máscaras y el ICP
Cultura es la suma de las acciones de la mente humana que impulsan al hombre a crear formas expresivas para manifestar sus inquietudes en un afán por conocerse mejor, sintetizar y organizar la naturaleza y todo lo que le circunda para comprender un poco más el mundo en que vive.
Manuel Martínez Maldonado
Las gestiones culturales evolucionan a través del tiempo a pesar de que chocan con sus enemigos naturales. Los enemigos de la cultura son la institucionalización exagerada, el provincialismo cultural, la intransigencia, y la exclusión. El nacionalismo fácil y estridente es también enemigo de la cultura porque la encajona y la reduce a eslóganes. Los antagonistas de la cultura laboran en todos los países no importa a qué continente pertenezcan, pero principalmente residen en aquellos en que, lo que hoy llamamos cultura, creció y se organizó a través de siglos al amparo de prelados, obispos, papas, condes, duques, príncipes, reyes y emperadores. También existen con distintos ropajes y máscaras en países de desarrollo reciente que, como Puerto Rico, fueron colonias y su cultura fue reprimida o aplastada desde la metrópoli. Allí, algunos individuos que quieren controlar las manifestaciones culturales han tomado el puesto de los antiguos mecenas. La falta de recursos agrava los problemas que confronta la cultura porque, para crecer y evolucionar, vive a la merced de influencias que muchas veces son controladoras pero disfrazadas de altruismo.Origen y mal uso del término cultura
La cultura, como la entendemos hoy, es un fenómeno relativamente reciente, aunque los elementos que la componen son tan antiguos como el ser humano. Hasta donde he podido descubrir, la palabra cultura fue usada públicamente por primera vez por Cicerón, quien hablaba de “cultura animi” (o el cultivo del alma), pero por mucho tiempo su significado estuvo circunscrito al cultivo de la tierra, de donde la tomó prestada el famoso orador romano. La usó públicamente Thomas More en el siglo XVI, “to the culture and profit of theyr myndes”, dándole a la mente la capacidad de cultivarse o hacerse culta. No es hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, después de las revoluciones francesa, norteamericana e industrial, y el desastre del Grande Armeé, que esa palabra caprichosa, que puede ser abarcadora o limitante, comienza a tener el significado que tiene hoy día. Por lo tanto, se puede argumentar que la cultura, en el sentido que ahora la entendemos, es un fenómeno reciente y moderno, que llega a su pináculo entre 1815 y 1830, según lo ha argumentado persuasivamente Paul Johnson en su espléndido libro The Birth of the Modern.1
La palabra cultura se ha usado (y se sigue usando) para distinguir clase y posición social. Partiendo de ahí, la palabra fue engendrando imaginarios que, a través del tiempo, les pusieron máscaras a distintos quehaceres sociales y a múltiples hábitos de comportamiento tratando de revestir esas actividades con una pátina de intelectualidad. Así fueron creándose términos referentes a fenómenos socioantropológicos con ese nombre mágico, cultura, con apellidos como “de la pobreza”, “del crimen”, “de los negocios”, “de la vagancia” y un largo y aburrido listón. ¿Queremos cultivar el crimen o la vagancia como quisiéramos cultivar, por ejemplo, la danza? La idea subliminal es darle posición jerárquica a situaciones para subirlas de categoría infundiéndolas con valor intelectual para poder estudiarlas, lo que a su vez, en la mente de muchos, las eleva al nicho de cultura con “c” mayúscula. Son en realidad idiosincrasias de grupos o grupúsculos de enorme interés social, pero muchas veces secundario o banal. Enmarcarlas bajo la cultura central de un país no tienen más sentido de lo que otorga unas oraciones o un párrafo, y no debe turbar a nadie que pretenda ayudar al desarrollo de una política cultural.
No obstante, echando a un lado estas aberraciones conceptuales, no hay duda de que se tiene una noción bastante clara de aquello que, por lo general, se percibe como alta cultura. Está, además, lo que se puede llamar cultura complementaria o alterna, o artes populares. No creo que aquella sea mejor que esta, pero difieren en que las tradiciones las han separado, muchas veces injustamente, pero siempre a lo largo de líneas predecibles: una por lo general es paradigmática de las altas clases socioeconómicas, la otra está accesible a todos.
La alta cultura, la música de Mozart, la pintura de Goya, los murales de Miguel Ángel, la poesía de Juan Ramón Jiménez, tienen para muchos su contraparte en contextos populares como la plena, el arte naïf, el grafiti, y las décimas. Siempre hay algún artista cuya estética particular llena las necesidades anímicas de otros. Si le es difícil al pueblo ir a la sala de conciertos o no le apetece entrar a un museo, el arte público, la música al aire libre y el grafiti son legítimos puntos de partida para ir exponiendo al pueblo a componentes de la expresión artística e intelectual que, con el tiempo, puede que se incorporen a la cultura.
Valoración de la cultura
La valoración de la producción artística varía por épocas y puede estar notoriamente errada. Shakespeare, por ejemplo, sufrió 300 años de abandono. De modo que la producción artística tarda en incorporarse a la cultura.
Por lo general, aunque piense en cuál va a ser su legado, al artista lo que le importa es el ahora porque le es imposible predecir cuál será el futuro de su obra. Por eso la ayuda que espera requiere inmediatez. Hoy día, particularmente en Puerto Rico, escasean los ricos mecenas de la antigüedad, y es necesaria la existencia de una entidad valuadora (a pesar de todas sus limitaciones) que le ofrezca al artista un sostén, ya que son pocas las probabilidades de subsidio. Muchos piensen que el subsidio debería venir del gobierno porque lo que hacen esos artistas populares es “cultura”. Dudo que ningún escritor o artista, digamos del Renacimiento, pensara que estaba haciendo cultura.
Lo que hacían, es de suponerse, estaba propulsado por sus impulsos creativos y por la necesidad de ingresos económicos. No es muy distinto a lo que ocurre hoy día, ya bien sea en la alta cultura o la cultura popular. En vez de reyes y prelados, el artista depende de un público que compra sus cuadros o serigrafías o sus libros o sus CDs o los va a escuchar al teatro o la sala de conciertos. El público se ha convertido en el mecenas de los artistas exitosos. En otras palabras, hoy día la cultura lleva la máscara que decida su consumidor. Y una vez que el artista asegura sus ingresos y su fama, evade las garras de la cultura centralizada, institucionalizada, autócrata o burócrata para perseguir sus instintos creativos sin que nadie lo dirija. Máxime cuando deja de tener fronteras nacionales y se sacude o se desarticula de “ismos” y rechaza tendencias restrictivas.
En Puerto Rico, tal y como aún lo es en otros países pobres, muchos artistas que crean los elementos de nuestra cultura acuden a buscar recursos a la fuente que perciben es la más caudalosa: el Gobierno. En esa dependencia centralizada y burócrata se arriesga el creador a caer en la trampa del dirigismo ideológico estatal. Me parece necesario que el Gobierno provea un nivel de subsidio que sostenga el progreso cultural sin que ese mecenazgo atente contra la libre expresión ni conduzca a un arte ni tan siquiera parcialmente comprometido desde un punto de vista ideológico. Pero, como ya he indicado, tiene que haber una valoración juiciosa y transparente de qué se respalda y porqué. Para eso se necesita una institución que sea responsable de parte de esa evaluación.
Internacionalización de la cultura
Puerto Rico es un país pobre en el que no hubo un museo de arte significativo hasta 1965 y que no tuvo una política cultural hasta los años cincuenta del siglo XX. Nuestra nación, atada a la situación fiscal de los EEUU –lo están todos los países, pero el nuestro sufre más sus temblores, que resquebrajan nuestra economía– no tiene una tradición de donaciones y respaldo individual para la cultura. El sector privado ayuda, pero no hay una masa significativa de donantes para que se impulse que algo verdaderamente emocionante, desde el punto de vista cultural, ocurra aquí. Por ejemplo ¿dónde están las exhibiciones itinerantes? Agustín Arteaga comenzó tratar de hacerlas en el Museo de Ponce, pero desafortunadamente ya no está allí un director de museo que tenía el enfoque que se merece nuestra Isla. Puerto Rico necesita integrarse al arte mundial para dar a conocer el suyo. Es evidente que eso es lo que tenía presente Arteaga. Sin esto no vamos a alcanzar los niveles de reconocimiento que nos merecemos y merecen nuestros artistas. ¡Hay que insertarse en el plano internacional para internacionalizarnos! ¡Hay que dejar atrás el provincialismo aislante! ¡Hay que competir con los mejores del resto del mundo si queremos que nos reconozca el resto del mundo!
Política cultural en Puerto Rico
En Puerto Rico no existe una política cultural coherente y, en su lugar, periódicamente, con predecible aburrimiento, se presenta el programa de un partido que inmediatamente es atacado por los otros dos. Desde los años cincuenta se ha insistido en querer enmarcar la cultura en los paradigmas de esos años, lo que ha creado la falsa imagen de que hay alguien o un grupo –una especie de imperio u oligarquía cultural– que decide cuándo y cómo se alimenta la cultura puertorriqueña. La cultura desmerece cuando se le trata de esa forma y no crece si unos pocos tratan de opinar y pontificar en un intento de controlar lo que es ya incontrolable.
La cultura puertorriqueña fluye por sí misma, pero hay que evaluar y alimentar los nuevos talentos. Y que no quepa duda de que nuestra cultura es incontrolable: ha sobrevivido el asedio de sus peores enemigos, los anexionistas. Es algo que debe de seriamente considerar la mal llamada “Comisión para el desarrollo de la cultura”. No se necesita una comisión para “desarrollar” una cultura tan madura y vibrante como la nuestra. Lo que se necesita es respaldo para la creación artística y una plan definido para cómo mejorar la función del Instituto de Cultura, si es que ha de sobrevivir los embates de la idea centrista y peligrosa de crear una posición que politice más de lo que está esa institución. Lo mejor que puede hacer la Comisión es apartarse de mecanismos que pondrá en manos de burócratas partidistas quienes piensan que la cultura es un negocio para ser manejado por negociantes y burócratas en Fortaleza y la legislatura.
Por lo general, los miembros de la oligarquía cultural que pretende mejorar la gestión cultural en Puerto Rico no son los de la oligarquía económica, a la que le competería reunir el dinero necesario para importar exhibiciones importantes y mejorar las colecciones de artes plásticas que existen en nuestros museos más visitados. Peor aún, ambas oligarquías ven el arte desde el punto de vista de la alta cultura y conceptualmente de forma estrecha: se valora —en las artes plásticas—, la pintura, por sus posibilidades económicas, y, en la música, la ópera, por su caché y la notoriedad musical de alguna estrella que viene a la isla más como cometa que como sol. Mas, ¿dónde está el compromiso con el teatro y la danza? ¿Con la literatura? ¿Por qué nunca se habla de la ciencia (la verdadera, no la imaginada) como parte de la cultura? Los grupos de poder, por lo general, son reacios a reconocer múltiples logros creativos que abundan al acervo cultural.
Economía y educación
En países más ricos o de mayor población estos efectos elitistas se diluyen por los esfuerzos de personas de la clase media alta, que es más numerosa de lo que es aquí, donde escasamente el 1.5% de los que rinden planillas contributivas ganan más de $100,000 anuales. Pero el dato más contundente es que aproximadamente el 80% de los que rinden planillas ganan menos de $30,000 anuales, y que la deserción escolar es abrumadora. Como diría Cantinflas: ahí está el detalle. Somos pobres y poco educados. Por eso no hay público consistente y creciente para el teatro (las artes representativas), la música llamada clásica, ni para los museos, y no existe la estructura contributiva ni el deseo para que se estimule que haya donativos para el enriquecimiento cultural de Puerto Rico.
La cultura alterna o complementaria que entreteje la alta con aspectos marginados de nuestra cultura es la que más está al alcance de esos grupos económicos de bajos ingresos, no por que no haya ofertas culturales para ellos sino porque la educación y la situación económica del pueblo van de la mano. Eso hay que fomentarlo y respaldarlo, porque por ese hilo es que el pueblo comienza a entender cosas más complicadas.
El costo es parte de lo que evita que muchas personas se interesen en las delicias de la alta cultura, porque cada se encarece más el poder consumirla (si no hay financiación, aumentan los precios). Hay datos sociológicos que demuestran una concordancia entre el nivel educativo y el ingreso de los individuos. De igual forma se conoce que existe una relación estrecha entre el nivel educativo y la aceptación de que los elementos culturales enriquecen la vida cotidiana. Los elementos definitorios de la cultura, ya bien sea la alta o la complementaria, requieren educación, siendo un requisito mínimo el saber leer y escribir. Sin este elemento, no podrían argumentar, como lo ha hecho Hannah Arendt, que es necesario aprender a pensar cómo pensaría otra u otras personas para poder llegar a juicios y conclusiones más válidos, para poder analizar los símbolos que nos rodean e interpretar la naturaleza y la creación humana.
El reto de la cultura en Puerto Rico, sea alta o alterna, es la educación, que de mejorar y ser eficiente, particularmente en los años formativos de nuestros niños mejoraría a su vez la condición económica y social de nuestro pueblo. Un pueblo que se denomina a sí mismo democrático tiene, dijo Woodrow Wilson, que poder dedicarle tiempo al análisis y al pensamiento profundo para que pueda tomar las mejores decisiones políticas, morales y sociales que le competen. Se le puede añadir a esta lista la apreciación de la cultura en sus manifestaciones más amplias. Ese es el verdadero indicio de la vitalidad de la libertad y la democracia.
Para sostener nuestra democracia y sus aspectos más importantes no necesitamos que todos los que vayan a la universidad se conviertan en empresarios. Lo que sí es necesario es que aprendan el valor de las humanidades y las artes para que puedan disfrutar la vida sin tener que ir a comprar algo todos los días, a menos que no sea un libro.
El Instituto de Cultura y el fisco
Las limitaciones económicas de Puerto Rico y sus ciudadanos obligan a que sea el gobierno quien invierta sus escasos recursos en sostener muchos aspectos de la cultura. A través del Instituto de Cultura Puertorriqueña se fomentan las artes plásticas y las populares (Centros Culturales en los pueblos), la creación y la publicación de obras literarias2 , la danza, la música (plena y bomba), el teatro (Festivales de Teatro Puertorriqueño e Internacional) la fotografía, se opera el Archivo General de Puerto Rico, varios museos, y una multiplicidad de actividades que caen bajo la rúbrica de cultura, pero que el escaso presupuesto del Instituto sólo puede acariciar de lejos en vez de abrazar fuertemente.
Las exigencias de la burocracia gubernamental y los vaivenes políticos que exigen con demasiada frecuencia cambios de planes y de estrategia cultural evitan que se desarrolle un mapa económico para una política cultural coherente y visionaria que le permita al ICP generar ingresos3 que provengan de su patrimonio y bienes culturales, y cuyas ganancias se puedan invertir en nuevas metodologías de comunicación (como la red), investigación sobre la cultura y cómo difundirla, y el entrenamiento de trabajadores de la cultura para construir los pilares culturales del futuro.
Es necesario entender que la cultura no puede tratarse como un negocio. Más bien hay que ayudarla como se estimulan las industrias que contribuyen a mantener empleados a gente con destrezas especiales. Una vez calculé que el ICP recibe 0.12% del presupuesto gubernamental. ¿Cómo puede afectar el fisco un aumento, digamos, al doble de eso? Recientemente se anunció el donativo de $1 millón a la Fundación Ricky Martin, lo que me parece estupendo, pero ¿no se pueden encontrar $5 millones para estimular la cultura?
Renovación de las ideas del siglo pasado
Nuestra cultura es rica en su variedad étnica y racial, y la multiplicidad de sus manifestaciones y su alcance son enaltecedoras. La pugna ideológica que ha persistido en Puerto Rico desde el coloniaje español hasta nuestro presente inestable, nos ha vendado los ojos, lo que impide que reconozcamos y apreciemos esa riqueza cultural que el pueblo puertorriqueño ha engendrado y que puede ser estimulada e impulsada, pero que ya no puede ser encajonada ni controlada por nadie ni por nada.
Nuestra cultura anda disfrazada de programas políticos mal pensados, de intereses particulares que persiguen beneficios personales antepuestos a los del pueblo, de caprichos de Ícaros de papel que se acercan a la llama engañosa del poder transitorio o la fama transitoria. Más dañino aún es el hecho de que nuestra cultura oficial todavía tiene la misma máscara de hace cincuenta años sin darse cuenta de que ha pasado de moda. Hay que quitarse las máscaras sin dañar la comedia. Si queremos promover e impulsar nuestra cultura en el mundo hay que cambiar nuestros paradigmas presentes y deshacernos de esos viejos enemigos, el provincialismo cultural, la institucionalización excesiva, la exclusión y la intransigencia. Necesitamos simultáneamente el desarrollo de estrategias gubernamentales para acabar con la corrupción, mejorar la pobreza y la educación. Si no triunfamos sobre estos enemigos estamos condenados, o al limbo o al fracaso.
- Paul Johnson, The Birth of the Modern: World Society 1815-1830, HarperCollins, New York, 1991 [↩]
- Hay que terminar la denominación “internacional” de los concursos literarios del ICP. El ICP es para impulsar y premiar a los puertorriqueños. Si se quiere internacionalizar la producción literaria de Puerto Rico, que el ICP haga convenios de publicación de sus libros con España, México y Argentina, para mencionar solo tres países. [↩]
- La creación de una corporación dentro del ICP que trace un plan para la comercialización de libros, discos, copias de artefactos arqueológicos, etc., cuya junta de directores (ad honorem) esté presidida por la directora ejecutiva y esté compuesta por tres miembros de la junta del ICP y tres otros miembros, sería un ejemplo de una forma de crear ingresos para el ICP. [↩]