La ecopsicología para humanizarnos
(segunda parte)
Para la mayoría (me disculpan los no identificados) estar en contacto con la naturaleza se ha vuelto un asunto de vacaciones programadas, campamentos ocasionales, pasadías esporádicos o prácticas deportivas en el mejor de los casos. Esta ruptura física con el entorno ecológico nos parece “natural” puesto que las demografías contemporáneas cada vez son más urbanizadas o “céntricas” —como dicen cínicamente quienes pasan muchas horas en el tapón cotidiano—. Este estilo de vida trae como secuela el exceso de la producción del cortisol, conocida como la “hormona del estrés” (véase columna anterior sobre el tema, «La ecopsicología: una ciencia en ciernes») y otras enfermedades neurodegenerativas. De otro modo, disfrutar de lo rural se torna cada vez más inadecuado u obsoleto, una declaración lamentable para nuestro bienestar integral.
Si abandonamos los aspectos de la naturaleza ecológica de la Tierra a favor del mundo digital artificial nos arriesgamos a convertirnos en humanoides que se relacionan con cuestionada eficiencia. No es exagerado ni ciencia ficción, es lo que pasa frente a nuestros ojos. Basta con mirar alrededor para darse cuenta de las relaciones autistas predominantes en la actualidad. El psiquiatra Gary Small, autor de iBrain: Surviving the Technological Alteration of the Modern Mind (2008), explica que hay un aumento entre las personas que adiestran su cerebro para la pericia tecnológica pero no desarrollan las redes neuronales que modulan el entrenamiento perceptivo, el contacto visual en las conversaciones, por lo tanto no reconocen gestos y se les hace dificultoso transmitir empatía ante la vida.
En la columna anterior expuse el modo en que nuestro cerebro se va degenerando si estamos sometidos al estrés y cómo la inmersión tecnológica, además de provocarnos ansiedad, redunda en sentimientos de infelicidad y depresión. Igualmente elaboré sobre qué espacio ha venido a ocupar la ecopsicológica en nuestras vidas.
La ecopsicología se puede definir como una nueva vertiente que propone rescatar los principios básicos de la existencia humana y proveer alternativas para restaurar u optimizar el bienestar del ser humano a través de la reconexión con la naturaleza (Roszak, 1992 y Harper, 1995). De acuerdo con la tesis del único ecopsicólogo puertorriqueño, Dr. Gerardo Estrada Ferrer, “es una visión sistémica del mundo que reconoce que es necesario considerar las interrogantes que han sido tradicionalmente atendidas por ramas como la filosofía, economía, biología, teología e historia”.
Por un lado, une los principios básicos de la psicología y la ecología para ofrecer, a raíz de la degeneración psicológica y ecológica que enfrenta la sociedad, una alternativa de análisis y entendimiento de la dinámica actual entre el ser humano y el planeta. Asimismo propone una formulación teórica. La ecopsicología pretende despertar en la persona la noción de que es parte de su hábitat y lograr que asuma responsabilidad por lo que sucede a su alrededor.
Entre los proponentes de la ecopsicología, el filósofo ambiental Paul Shepard es considerado como el pionero. En su trabajo Nature and Madness planteó la relación entre la psicología humana y la dinámica del deterioro ecológico. A través de sus copiosos escritos Shepard teorizó en torno a la interrupción de la “ontogenia” natural humana que se ha desarrollado a través de la historia, desde sus orígenes de cazadores-recolectores y que ha sido reprimida por el modo de vida sedentario. Sus trabajos sostienen que para entender el desarrollo psicológico sano, los seres humanos deben estar inmersos en ambientes ecológicos.
La postura radical de Shepard hizo que se le vinculara con el anarquismo primitivista, tendencia que critica los orígenes y el progreso de lo que conocemos como civilización desarrollada. Sin embargo sus textos se han convertido en puente entre ecologistas y psicólogos, lo que ha ayudado a pavimentar la visión moderna de esta ciencia en ciernes.
La ecopsicología hecha raíces en la Isla
La ecopsicología presenta una alternativa, pero más que eso, un llamado para que los procesos de sanación se lleven a cabo en espacios exteriores que se encuentren en armonía con la vida silvestre. Los resultados de la investigación Retornando a Nuestras Raíces Ecopsicología y Terapia en espacios naturales como estrategia de sanación: Un Estudio Exploratorio con una Muestra de Psicólogos(as) en Puerto Rico (2006), a cargo del doctor Estrada, revelan que un por ciento mínimo (7.1%) de psicólogos(as) puertorriqueños(as) conoce sobre ecopsicología y utiliza la terapia en espacios naturales (wilderness).
Los trabajos terapéuticos que realiza el propio Estrada desde los talleres Retornando a Nuestras Raíces en San Germán tienen como propuesta cardinal la conexión innata entre la persona y la naturaleza. Debido a que cada vez se reporta mayor fragmentación entre la psiquis (adentro) y la naturaleza (afuera) es que los talleres ecopsicológicos trabajan con una serie de elementos orgánicos –cero químicos- para rescatar la sabiduría y espiritualidad indigenista, fundamentada en la cosmovisión holística y ecológica de la persona y el planeta.
“Puedo sacar al participante de la oficina y ponerlo debajo de un árbol, pero no está haciendo wilderness therapy. He dado muchas conferencias en Universidades en Puerto Rico y fuera de aquí, me place explicar cómo es que funciona la ecopscilogía, pero siendo franco, la única forma de comprenderlo es teniendo una experiencia ecopsicológica”, recomienda.
Expedida por la Universidad Carlos Albizu, la tesis doctoral de Estrada arroja que la mayoría de los psicólogos entiende que el deterioro ecológico sí afecta a la persona, aunque sólo el 41.4% considera este factor al momento de diagnosticar o tratar a sus clientes. ¿A qué se debe entonces que la ecopsicología tenga tan poca aceptación en la Isla entre los profesionales psicólogos y a qué atribuye este escepticismo ante las terapias en la naturaleza?
“Es complejo dar una sola respuesta, porque son una mezcla de factores culturales, económicos e ideológicos. A mí me parece que muchos no están dispuestos a salir de la zona cómoda a embarrarse las manos en la Tierra”, sostiene y añade que la esencia basal de la ecopsicología no responde al modelo de la psicología moderna de industria y desarollo.
“Una terapia en espacios naturales justa y honesta es larga, estoy 12 horas con un participante. El lucro no es mi misión ni filosofía profesional. La mayoría de las terapias convencionales son de aproximadamente una hora, o menos. Si multiplicas 70 dólares (por dar un ejemplo) por 12 horas, que es el tiempo que acostumbro trabajar, versus los 350 a 400 dólares que cobro por una terapia en la naturaleza, es evidente que es muy por debajo de lo que factura un psicólogo de 8 a 5”, detalla Estrada.
De la disertación realizada entre 2004 a 2006 se desprende que casi el 50% de los psicólogos puertorriqueños entrevistados reconocía que la oficina no era el mejor lugar para realizar terapia. No obstante pensaban que podía ser “antiético” salir fuera del espacio de la oficina. En otros casos reportaron que no habían lugares preparados en la Isla para dar terapias en el exterior. “Lo cual es totalmente falso”, aseguró Estrada. Otros dijeron que no se sentirían “cómodos” haciendo terapia fuera de la oficina y otros que les producía “miedo” y hasta “vergüenza”.
Sin embargo el 34.1% indicó haber realizado alguna terapia en la naturaleza. Todas las personas que señalaron haber realizado algún trabajo terapéutico en dicho entorno reportaron beneficios significativos en sus clientes.
Los tratamientos ecopsicológicos son especializados y personalizados. En la mayoría de los casos se emplean técnicas de sanación, uso de plantas psicoactivas “para que la persona logre trascendencia espiritual”.
“Es un principio estudiado y muy respetado en culturas milenarias como la asiática y europea, que abrazan la herbología, reflexología y otros modos holísticos”, refiere el médico. En Estados Unidos la práctica ecopsicológica comenzó en 1940 por medio de excursiones para tener experiencias de vida y los resultados fueron tan exitosos que varios centros para adictos las incorporaron.
El año pasado se inició en Aguadilla un programa piloto con adictos y deambulantes, del cual Estrada formó parte. “Fue fascinante ver el progreso de estas personas”, recuerda. “Es que lo que te toma seis meses en una oficina, en ambientes naturales comienza a florecer. Como guía no te separas del participante durante el proceso, añades la dimensión espiritual y la desconexión de la tecnología y observas los resultados”. El programa lamentablemente no tiene vigencia por falta de fondos.
Estrada especificó que si alguno/a de sus participantes desea hacer terapia dentro de la oficina no tiene inconvenientes. “Como todos los profesionales de la salud tengo que bregar con planes médicos, seguros de responsabilidad para las terapias en la naturaleza, soy muy ético y responsable. Si el participante desea quedarse dentro, respondo a su voluntad, aunque siempre tengo una mochila preparada por si en algún momento la persona se siente lista para ir a la naturaleza a darle un giro distinto a la terapia”, afirmó optimista.
Nuevos términos de la ecopsicología*
Aprensión global (global dread): Temor persistente en torno al estado natural (ecológico) del planeta.
Ecoparálisis (ecoparalysis): La sensación de que nuestros problemas ecológicos son insuperables. El ejemplo que ilustra este concepto es la clásica noción de que “hace falta mucho más que cambiar las bombillas regulares por halógenas”, para ir en la dirección adecuada de cuidar el planeta. Sin embargo, este sentimiento de impotencia redunda en apatía, complacencia y poco o ningún compromiso.
Solastalgia (solastalgia): Neologismo acuñado en 2003 por el filósofo australiano Glenn Albrecht que se refiere a la tristeza por el medio ambiente. Algunos ecopsicólogos le llaman la nueva nostalgia (homesickness) que sienten algunos al enterarse de que el lugar donde crecieron está siendo intervenido por determinada industria y que pronto no existirá.
Biofilia (biophilia): Literalmente significa amor por la vida o sistemas vivos. Conexión con la naturaleza y otras formas de vida cuya supervivencia depende de la estrecha conexión entre ambas.
Solifilia (soliphilia): Responsabilidad proactiva y colectiva por salvar un lugar, ya sea la región biológica o el planeta. La unidad de intereses de algunos unidos en colectividad.
*Los ecopsicólogos Glenn Albrecht y E.O Wilson desarrollaron esta terminología para dar cuenta de la emergente experiencia humana en este ámbito.
Para la mayoría (me disculpan los no identificados) estar en contacto con la naturaleza se ha vuelto un asunto de vacaciones programadas, campamentos ocasionales, pasadías esporádicos o prácticas deportivas en el mejor de los casos. Esta ruptura física con el entorno ecológico
nos parece “natural” puesto que las demografías contemporáneas cada vez son más urbanizadas o “céntricas” —como dicen cínicamente quienes pasan muchas horas en el tapón cotidiano—. Este estilo de vida trae como secuela el exceso de la producción del cortisol, conocida como la “hormona del estrés” (véase columna anterior sobre el tema, http://www.80grados.net/2010/12/ecopsicologia-una-ciencia-en-ciernes/) y otras enfermedades neurodegenerativas. De otro modo, disfrutar de lo rural se torna cada vez más inadecuado u obsoleto, una declaración lamentable para nuestro bienestar integral.