La era sombría del capitalismo (II)
Había pensado otro título para este escrito: La llegada, el saqueo y la promesa. Finalmente, dicho título ha quedado para la foto del encabezamiento. He decidido continuar lo planteado en la anterior columna para contribuir a elucidar la situación actual de Puerto Rico, pero en el contexto amplio del capitalismo que rige y administra la vida y la muerte de la primera civilización mundial que es la nuestra. Ante la prevaleciente pusilanimidad e histórica sumisión política de nuestro país, no basta con indignarse ni con padecer. Hay que esforzarse por entender y generar las condiciones para salir de la enredadera de la impotencia. Paso a explicar los términos del título inicial y entrar de lleno en el asunto.
La llegada alude a la novela de José Luis González con ese mismo nombre. Esta breve pero intensa «crónica de “ficción”» transcurre durante los primeros días de la invasión estadounidense de Puerto Rico en 1898. En las primeras páginas aparecen estas reveladoras líneas: «…de suerte que la guerra hasta entonces había enfrentado con mayor frecuencia a puertorriqueños contra puertorriqueños que a españoles contra norteamericanos…». La invasión y el dominio de los EE.UU. sobre nuestra isla ha sido un exitoso experimento colonial, pues ha perpetuado dicho enfrentamiento por más de un siglo.
En cierta manera, se trata de una vieja estrategia de dominio, practicada por el imperio británico, como por ejemplo en la India; pero puesta en vigor por una nación que habiéndose emancipado de aquel imperio, se propuso en su momento no proseguir el lastre colonial europeo. Sin embargo, como bien se sabe, ese no fue el caso. No hay que perder nunca de vista los cimientos históricos de su fundación, condujeron a la formación del primer imperio americano, el último heredero de la vocación hegemónica de los viejos imperios europeos.
El genocidio de los pueblos autóctonos norteamericanos, para apropiarse de sus amplios territorios; la conquista militar de las tierras mexicanas; la compra de las posesiones norteamericanas a Francia y Rusia; la forzada guerra contra España; la invasión de las islas del Pacífico y la incorporación de Hawai, luego de prácticamente liquidar su cultura indígena; la imposición de su poderío militar-económico, luego del lanzamiento del bombardeo atómico en Japón y el fin de la segunda guerra mundial, hasta la guerra genocida contra Laos, Vietnam y Camboya; las más recientes invasiones de Irak y Afganistán: son esos los referentes históricos que permiten comprobar de qué manera los ideales emancipadores de la nación que nos gobierna, y que dieron luz a la primera gran constitución republicana de América, está al mismo tiempo fuertemente anclada en el imperialismo y el capitalismo, pero pasados por el tamiz bondadoso de la democracia representativa y liberal.
A la luz de lo anterior, cabe afirmar también que la actual crisis económica de Puerto Rico no es más que la más evidente manifestación de un colapso institucional generalizado, fruto del fracaso jurídico-político que hasta ahora ha hecho posible la dominación imperial a través de la fórmula eufemística del ‘estado libre asociado’. Sin embargo, el interés de los EE.UU. de prevalecer en su dominio, no responde tanto al anhelo de ‘perpetuar la colonia’, como a algo todavía más grave: el desprecio institucional en función del cual la ‘isla’ no se considera nada más que una ‘posesión territorial’ que es manejada como un asunto ‘doméstico’ por el Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes estadounidense o, en su caso, como un asunto ‘extranjero’. Nada de extraño tiene que se insista en mantener la fachada del ‘gobierno propio’ del ‘estado libre asociado’, aún en medio de su debacle con motivo de la imposición por parte del Congreso de la Junta de Control Fiscal y –esto es lo último–, una vez tomada la decisión de dicha Junta de acudir a la corte federal para reestructurar la deuda, dejar en manos de la ‘sensibilidad’ de un juez designado por el Tribunal Supremo Federal, discernir qué servicios públicos son esenciales para la isla.
No se puede perder de vista que EE.UU. es un «imperio inconfesado» (undeclared Empire, la frase es del historiador inglés John Darwin) que se resiste a reconocer la situación de la isla como una colonial, al igual, por ejemplo, que el ex gobernador Rafael Hernández Colón y el sector más anquilosado de su partido. Al respecto, quien tuvo a su cargo la coordinación del proceso legislativo de la ley PROMESA, el Sr. Rob Bishop, declara ante el periodista José A. Delgado: «Aunque la autoridad del Congreso nunca ha variado, ¿está de acuerdo en que el proyecto 5278 mata el concepto –o la ilusión–, de gobierno propio en Puerto Rico?» Responde el político: –Eso es una exageración inflamatoria. (Hoy) vuelve la discusión sobre el caso de Puerto Rico ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas. ¿Le parece razonable que ahora se diga allí que EE.UU. finalmente ha admitido que Puerto Rico es una colonia? Respuesta: –Me parece eso igual de tonto1.
No deja de llamar la atención la soberbia ignorancia por parte de los EE.UU. de la experiencia histórica y de la riqueza cultural del país caribeño que los mismos puertorriqueños se resisten a reconocer. El hecho es que la isla, desde sus tierras hasta sus playas, son un emporio del capitalismo. La democracia ha sido en la isla la fachada para la codicia más rapaz y para los intereses militares más mezquinos. Así lee el titular de un interesante artículo en The Nation: «After a Century of American Citizenship, Puerto Rican has little to show for it. Puerto Rico has never been more than a profit center for the US. Now an unelected board governs the island as a de facto collection agency for hedge funds and Wall Street speculators.»
El saqueo se consolida sobre todo cuando a partir de los años ‘60 del pasado siglo, se hace la reforma constitucional que instaura la política de la deuda pública en Puerto Rico, bajo el mandato de Luis Muñoz Marín, y los mandarines de su partido2. No es casual que sea precisamente en esa década que se dispara la deuda pública, se amplían las ayudas federales con la consecuente y creciente dependencia de las dádivas del gobierno de EE.UU.; así como las estrategias financieras del crédito para alentar el consumo y disminuir el ahorro, el despunte de un urbanismo ligado a los grandes intereses comerciales, el paulatino abandono de la agricultura, empezando por la industria azucarera, el desaliento de la productividad y, con ello, la degradación de la propia fuerza de trabajo que conduce a un creciente sector de la población a vivir del mantengo, de la economía subterránea o, en su caso, del siempre pujante negocio del narcotráfico.
Despunta así la decisión de distanciarse de la independencia, haciendo de la dependencia el recurso idóneo, y patológico, para no tener que hacerse cargo de sí mismo. Todo en nombre de un ideal de progreso y bienestar, pero sin un adecuado desarrollo de las fuerzas productivas ni de un desarrollo de las fuerzas creadoras del archipiélago puertorriqueño del Caribe. Esta tendencia se verá reforzada con la mutación neo-liberal del capitalismo a partir de la década del ’70. Esa es la transformación de la lógica del capital que habrá de consagrar –en el sentido más religioso del término–, el capitalismo mundial. En este contexto, el significante saqueo quiere indica también la corrupción estructural del capitalismo. Son muchos los que están guisando con la crisis. Desde las compañías de asesores, economistas y bufetes legales hasta los miembros de la Junta de Supervisión Fiscal y su recientemente nombrada directora ejecutiva, hasta llegar a los cabilderos del Partido Nuevo Progresista o del Partido Popular Democrático. Todos están siendo y se verán muy beneficiados en aras de la «preservación de la santidad de la deuda garantizada»3. Recordémoslo: en la lengua alemana, ‘deuda’ se dice Schuld, que significa también ‘culpa’. Santificar la deuda es perpetuar la culpa. Mea culpa, mea maxima culpa.
Como ha declarado el ex juez Gerardo Carlo, con la aprobación de PROMESA, «ahora participan en la reestructuración de la deuda los que ayudaron a creerla.» No solo no es legítimo pagar deuda ilegal, como bien ha señalado el abogado Luis F. Abreu Díaz, sino que el propio concepto de deuda debe hacer pensar en el carácter usurpador del capital financiero.
La patética situación de Puerto Rico no es fundamentalmente económica ni un problema de ‘identidad nacional’. Se trata, sobre todo, de una gran confusión política ligada a una desconcertante falta de sentido histórico. Esto es algo que ha sido muy discutido entre nuestros historiadores e investigadores sociales desde hace décadas. Para no decir nada de la manera en que nuestros artistas, poetas, pensadores, juristas y escritores han sacado a relucir lo que todavía muchos se resisten a reconocer. A este respecto, hay que destacar la extraordinaria proliferación de iniciativas en todos los planos de la cultura viva de nuestra isla en contraposición con la casi inefable mediocridad de la mayoría de los miembros de la clase política y el recalcitrante anquilosamiento de los que todavía, como buenos creyentes, defiende la aberración semántica, y no sólo jurídica-política, del ‘estado libre asociado’.
Todo sucede como si se quisiera arropar con esa vivacidad la hermoso e indeleble experiencia histórica de Puerto Rico en medio de una deriva que no debe pensarse exclusivamente en términos insulares. Basta con tener en mente lo que sucede, por ejemplo, en Francia. Para cuando esto escribo, los franceses no tienen otro remedio que escoger entre una candidata filo-nazi y un prominente banquero ‘socio-liberal’, ese nuevo political marketing label mediático, como lo es la cantaleta con el vocablo ‘populismo’ o la estúpida noción de ‘post-verdad’.
El mencionado patetismo se pone en evidencia si se hace el simple ejercicio de detenerse y elucidar el lenguaje en que se plasma la Constitución de Puerto Rico, la ley PROMESA, la reciente carta del departamento de Justicia del gobierno federal y el Amicus Curiae del Tribunal Supremo de EE.UU. con respecto al célebre caso de L. Sánchez Valle. Aprovecho para exhortar a la lectura de estos documentos, y cualquier otro concernido, atendiendo el sentido etimológico de la palabra inteligibilidad, es decir, leer entre líneas, para alcanzar a dar, no sólo con el significado de las palabras, sino con el sentido de lo que se dice y, más aún, con el silencio sigiloso de lo que se calla4.
A través de todos ellos salta a la vista la subordinación y sumisión política del pueblo puertorriqueño a los dictámenes del poderoso engranaje capitalista de la democracia formal, pero no real, estadounidense. La supuesta democracia de ese país es, desde hace tiempo, una auténtica plutocracia, liderada por una oligarquía financiera y militar con muchos cómplices en el mundo. La situación política de Puerto Rico es, habiendo entrado ya el siglo XXI, un anacronismo y una aberración que hay que denunciar, por más sordo y mudo que sea el ‘socio’, o precisamente por ello5. Aunque, en realidad, no puede ser ‘socio’ quien dispone absolutamente de los términos, plazos y maneras de una ‘asociación’. Por eso el ‘estado libre asociado’ es lo más ajeno que pueda ver a los conceptos de gobierno propio, autonomía, soberanía y libre asociación. También lo es, dicho sea de paso, la integración definitiva al sistema federal de los Estados Unidos, lo cual implicaría la desintegración de la nacionalidad puertorriqueña y la disolución de su singularidad histórica. A diferencia de España o Rusia, los Estados Unidos no son un estado plurinacional sino uno fundado en base a la uniformidad cultural anglo-sajona y el poder avasallador del dinero y los negocios que el actual presidente Donald Trump encarna como nadie nunca antes (Mind your own Business).
A estas alturas del año 2017, Puerto Rico sigue siendo una propiedad territorial del Congreso, por obra y gracia de la célebre cláusula territorial de la sección 3 del artículo cuarto de la Constitución redactada en 1787 que reza así: «The Congress may shall have the Power to dispose of and make all needful Rules and Regulations respecting the Territory or other Property belonging to the United States.» ¡Patético!
A este respecto, la propaganda del actual gobierno de Puerto Rico dominado por los anexionistas para el plebiscito del próximo mes de junio era inicialmente un llamado a la descolonización. Luego, como bien se sabe, a raíz de la carta mencionada, los EE.UU. imponen, una vez más, los términos en que debe celebrarse dicha consulta. De una parte, el afán de ‘descolonización’ de los anexionista está motivado por su identificación con el poder dominante. Esto explica las persistentes referencias a su propio país como una simple ‘jurisdicción’ estadounidense por parte del actual gobernador. Eso explica también el imperioso anhelo asimilista de destruir cualquier resquicio de nacionalidad puertorriqueña y cualquier marco institucional que pueda servir de referencia para ello, como por ejemplo, la Universidad de Puerto Rico. Como si con ello se allanara el camino para la anexión. Solo la más profunda ignorancia de la historia propia y de la historia de EE.UU. puede adscribirse a una empresa de tal imbecilidad.
A mediados de la década del ’50 del pasado siglo, escribió el argelino-francés Albert Memmi: «Al esfuerzo obstinado del colonizado por superar el desprecio (que merecen, como termina por admitir, su atraso, su debilidad, su alteridad), a su sumisión administrativa, su aplicada preocupación por confundirse con el colonizador, por vestirse como él, por hablar, conducirse como él hasta en sus tics y su manera de hacer la corte, el colonizador opone un segundo desprecio: la burla.» Marcadas la distancia cronológica y la profunda transformación de la cultura planetaria hasta nuestros días, no deja de ser ridículo, que una vez realizado el procesos de descolonización mundial, que en su momento la propia Francia terminó por patrocinar, en Puerto Rico todavía se hable del ‘problema del estatus’ y se convoque al Comité de Descolonización de la ONU para que se reconozca lo que a partir de 1952 se quiso escamotear. Por eso, los EE.UU. no dejan de burlarse, una y otra vez, de aquellos puertorriqueños que, con su vocación de mendicidad, no dejan de hacer, una y otra vez el ridículo. Basta con percatarse de la incongruente, acomodaticia y oportunista línea editorial de El Nuevo Día. Menos mal que hay el recurso de esta revista digital 80grados. Felicito desde aquí, a propósito, a Luis Fernando Coss por la publicación del libro De El Nuevo Día al periodismo digital, por dar cuenta de esa trayectoria.
A todas luces, se vive en el planeta entero, la bancarrota de la democracia representativa, la irremediable decadencia de los partidos políticos y el desprestigio de la figura del Estado en tanto que garante de la convivencia humana. Discrepo de no pocos de los planteamientos de Alain Badiou, quien fuera mi profesor en los tiempos de la memorable Universidad de París VIII (Vincennes). Pero concuerdo con él en que hay que concertar una genuina acción política de cara a la lucha por la eventual extinción del aparato de Estado, pero también de la lógica del Capital. No se trata de un ideal ni de una utopía. Se trata de una idea filosófica, es decir, asentada en el amor a la sabiduría y la fuerza del pensamiento, y cuya noble aspiración tiene como horizonte crear las condiciones para transformar esta primera civilización mundial en una pluralidad de comunidades autónomas e interdependientes en todos los rincones de este maravilloso planeta. Se podría entonces desde ahí lidiar con el dolor del mundo y con la ineludible conflictividad e insatisfacción inscrita en la condición humana, propia de un animal hablante cuya esencia o potencia es el deseo, y no ya una ‘naturaleza corrompida por el pecado’, como nos ha enseñado la implacable «metafísica de verdugo» (la frase es de Nietzsche) y el «ángel del sufrimiento» (la frase es de la psicoanalista María de la Paz Ferrán) que ha regido la historia de Occidente desde hace más de dos mil años.
- El Nuevo Día, 20 de junio de 2016. [↩]
- Véase al respecto el interesante y esclarecedor estudio del abogado constitucionalista Carlos E. Ramos González en Heinonline, 85 Rev. Jur. U.P.R. 705, 2016. [↩]
- La frase es de Matt Rodrige (sic), en su columna La deuda que sentará el futuro, El nuevo Día, 27 de abril de 2017. Son curiosos los títulos de algunas columnas de ese gran Shopper engalanado de noticias que es dicho periódico, como por ejemplo: El momento mágico de Puerto Rico, de Jon Borschow, la cual va muy bien acompañada con la contrastante y valiosa columna de Pedro Reyna Pérez, La tienda y la letrina (21 de abril de 2017). [↩]
- Remito al magistral discurso ante la Academia Puertorriqueña de Jurisprudencia de Efrén Rivera Ramos, titulado, El derecho y el silencio, leído en el acto de su instalación como Académico de Número de la Academia Puertorriqueña de Jurisprudencia y Legislación celebrado el 16 de febrero de 2017 en el Aula Magna de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico. El texto será publicado próximamente en la revista digital de la mencionada Academia. Agradezco al distinguido jurista y querido amigo haberme compartido la copia de dicho discurso. [↩]
- Hago alusión a la excelente columna de Benjamín Torres Gotay, El socio sordo y mudo, aparecida en El nuevo día, el 8 de febrero de 2017. [↩]