La escritura de lo (in)visible: Eduardo Lalo
En uno de los incontables momentos en que se ofrecen posibles definiciones de la invisibilidad en el texto leemos que esta “no es exclusivamente una función ocular o relativa a otros sentidos sino que es un lugar en la historia, la posición que se ocupa en una estructura ante los discursos de dominio y estos, aunque tienen obvias manifestaciones económicas, tecnológicas, militares, etc., son primero que todo formas que adquiere la escritura” (28). La invisibilidad queda atada aquí a la escritura, en su vertiente disciplinaria (discurso de dominio) que produce y reproduce a su vez el posicionamiento en una estructura de sujeción que se asocia al lugar asignado por la historia y el poder. En otras palabras, y como ejemplo, paralelo al orden de existencia con que se representa a los bárbaros desde Heródoto en contraposición a la cultura griega. Lalo apunta, desde una perspectiva de longue durée, que dicha estructura de dominio occidental se ha perpetuado y reproducido hasta el presente. De acuerdo al escritor, “Las desigualdades, las luchas sin resultados, esta gran cultura del fracaso del cambio del mundo, se deben a esta lengua de piedra que ha escrito la realidad para los ojos y los demás sentidos. […] La historia, tanto antigua como reciente, muestra con contundencia su inmovilidad estructural” (29). Ante la solidez del dominio occidental y la imposibilidad de un cambio estructural llevado a cabo por “quien esgrime una pluma” (29), se plantea el pensamiento y la escritura como un acto de supervivencia, “como respuesta vencida ante la vida” (30). Si los discursos y las disciplinas reinscriben una y otra vez esa estructura milenaria de invisibilización, entonces quien escribe no puede pretender transformarla desde dentro. La sobrevivencia plantea asumir “la práctica de un heroísmo inútil” (30) aceptando que la escritura no cambiará nada pues de antemano se acepta la condición de la pérdida. Esta sería, hasta cierto punto, una propuesta de escritura que se plantea desde el locus del vencido y desde una heroicidad que corre el peligro de ser inútil, pero que sin embargo se concibe como absolutamente necesaria si recobramos la perspectiva política del grito que, por ejemplo, esgrime Antígona en contra de los dioses (véase Hannah Arendt).
El aspecto más llamativo de esta propuesta seguramente reside en el hecho de que esa superviviencia del sujeto llamado a vivir una vida literaria se debe lograr en un contexto de negatividad. La literatura vivida desde la inutilidad de los espacios (sean estos Venecia, Valencia, Madrid o San Juan), manifestada gracias a las semejanzas producidas por el mercado, con sus ofrecimientos siempre iguales (las mismas tiendas, lugares para comer, medios de comunicación, etc.). En última instancia, ¿qué tiene entonces que ofrecer la escritura? Si el autor “no se condena a sí mismo y sobrevive a la inutilidad de su labor” (145), entonces la escritura sería un “acto sin posibilidades, sin normalidad, sin fin, sin mirada ni lectura”, […] que “nunca llega a ser una derrota. Es, en cambio, un territorio óptimo e iluminado, un espacio de visión; el punto privilegiado de los hombres y mujeres del desierto o las islas, donde se crea la intensa brevedad de los apotegmas” (146). Sin duda juega aquí Lalo con la etimología de apotegma (apo: aparte, afuera, lejos; y phthengesthai: declarar, o sea, declarar desde una lejanía, desde un afuera). El acto de escribir, si es que se puede sobrevivir a él (a su naturaleza inútil), posibilita el surgimiento de un territorio que se asocia a una visión ligada a los creadores del desierto o las islas lejanas. Me interesa detenerme en esta propuesta sobre la gente del desierto y las islas como creadores de un espacio asociado a cierta visión y escritura, es decir, al arte. Tanto la mención de Homero como del desierto me llevaron a reflexionar sobre la posibilidad de poner en contacto Los países invisibles con el pensamiento de Hannah Arendt.
El libro titulado ¿Qué es la política? de Arendt recoge los fragmentos de un proyecto de entre los años 1956-59 que su autora no pudo terminar y que fueron finalmente publicados en Alemania en 1993. En este libro Arendt le otorga mucha importancia a la literatura en el momento en que nace la política en Grecia y Roma. En particular, a Homero y su manera singular de rescatar del olvido a los vencidos. Muchos siglos después de la destrucción de Troya, el autor de La Ilíada decide volver sobre los hechos, y lo que resulta crucial de su representación literaria de la aniquilación es que incluye al bando de los vencidos en su representación, lo cual quiere decir que, según Arendt, en el poema épico se incluye la “salvación retrospectiva de los aniquilados y abatidos” (108). Esto solamente puede ser posible gracias a una “imparcialidad” inherente a la figura de Homero, una especie de “libertad de intereses” y también una “independencia de juicio” que Arendt puede identificar en el momento en que Heródoto escribe que quisiera evitar que “las grandes y maravillosas gestas tanto de los helenos como de los bárbaros, cayeran en el olvido” (108). En otras palabras, en los albores mismos de lo político y lo literario aparecen aspectos narrativos como el punto de vista y el narrador, en el sentido que en la misma decisión de Homero y Heródoto de incluir a los bárbaros o los vencidos se muestra una particular necesidad de no destruir por segunda vez a los derrotados y de incluir a un otro que nos confronta con un aspecto diferente de los acontecimientos y que debe ser recuperado y nunca olvidado. A mi modo de ver, lo que esto quiere decir es que Arendt ha logrado rescatar de la tradición histórica invisibilizadora que propone Lalo un momento en que al otro no se le invisibiliza completamente, sino que se le incluye en su derrota y estaría al mismo nivel que el vencedor. Como señala Arendt, “es de decisiva importancia que el canto homérico no guarde silencio sobre el hombre vencido, que dé testimonio tanto de Héctor como de Aquiles y que, aunque los dioses hayan decidido de antemano la victoria griega y la derrota troyana, estas no convierten a Aquiles en más grande que Héctor ni a la causa de los griegos en más legítima que la defensa de Troya” (108). Si en la modernidad la experiencia de la guerra total nos confronta con la posibilidad de eliminar a pueblos enteros o, incluso, que la humanidad perezca debido a las armas nucleares, entonces la experiencia política de los griegos y romanos le proporciona a Arendt la oportunidad para proponer unas condiciones políticas mínimas que puedan evitar el desastre del exterminio (hay que entender que el pensamiento de Arendt está ligado al contexto de los desastres de la segunda guerra mundial). A nivel de la representación, la imparcialidad y la capacidad de pensar al vencido de esta manera se proponen como modos de no eliminar enteramente al otro, aunque sea en términos de su representación. Obviamente esto no cancela el funcionamiento de la estructura de dominio occidental planteada por Lalo. Sin embargo, tanto la reflexión de Arendt como de Lalo participa del reconocimiento del vencido como figura necesaria para la sobrevivencia en el mundo, lo cual permite ir más allá de un planteamiento estructural fijo e inamovible de lo que se llama cultura occidental. En Arendt la memoria poética e histórica homérica revierte la aniquilación total de los troyanos y sirve de ejemplo para la sobrevivencia de lo político y la política. En Lalo, en cambio, sobrevive, gracias al pensamiento y la escritura, el vencido mismo que ofrece su “respuesta vencida ante la vida”. En el caso del autor de Los países invisibles, existe una interdependencia clara entre la máquina invisibilizadora de occidente y la constitución de una subjetividad vencida que nunca pierde de perspectiva su lucha continua por ofrecer un testimonio tanto de esa invisibilidad (aunque sea en forma del grito de Antígona) como de la batalla por la capacidad para responder y articular un lenguaje contestatario. La lucha por lo lejano e invisible va a ser lo que constituya al sujeto en autor.
Al final de sus fragmentos, Hannah Arendt recurre a la metáfora del desierto y el oasis para hablar de su contexto contemporáneo. El desierto es el estado latente que produce la posibilidad de la aniquilación (por ejemplo, el estado totalitario), un hecho que en definitiva destruye al mundo y lo empequeñece porque produce efectos “desertizadores” (muertes masivas). Sobre las consecuencias de la aniquilación comenta Arendt: “Si es aniquilado un pueblo o un estado o incluso un grupo determinado de gente, que –por el hecho de ocupar una posición cualquiera en el mundo que nadie puede duplicar sin más– presentan una visión del mismo que solo ellos pueden hacer realidad, no muere únicamente un pueblo o un estado o mucha gente, sino una parte del mundo –un aspecto de él que habiéndose mostrado antes ahora no podrá mostrarse de nuevo. Por eso la aniquilación no lo es solamente del mundo sino que afecta también al aniquilador” (117).
Frente al desierto Arendt propone el oasis en tres fragmentos muy cortos pero que ilustran una función política del arte y que se acercan bastante a las propuestas de Eduardo Lalo, como explicaré más adelante. Cito uno de los fragmentos: “Los únicos que todavía creen en el mundo son los artistas –la duración de la obra de arte refleja el carácter duradero del mundo. No pueden permitirse la alienación del mundo. El peligro es arrastrarlos a la descolocación, o sea, desertizar los oasis” (142). Para Arendt el arte no participa de la vulnerabilidad de los objetos producidos, sino que forma parte de ese hablar y actuar que hace eternos a los pueblos. En este sentido, la literatura, el arte, se postula como un oasis en el desierto político, presta a salvaguardar la humanidad política (su actuar y su hablar juntos), a la vez que se concibe como una fuerza en contra del desierto pero que podría ser deslocalizada y movida al espacio desértico (por ejemplo, la quema de libros en la Alemania nazi, o la persecusión de escritores, pero que no dejaría de impugnar la destrucción de monumentos arqueológicos que testimonian la vida de los pueblos). Este aspecto del arte “en contra del” desierto aparece en otro fragmento fundamental: “si salimos del arte, de los oasis, para aventurarnos en el desierto, o mejor, para hacer retroceder al desierto, podemos apelar a Kant, cuya auténtica filosofía política se encuentra en la KU [Crítica del juicio] y se inspira en el fenómeno de lo bello” (144). Es decir, la belleza como arma política frente al desierto. Si para Arendt, en su momento, de lo que se trataba era de detener el avance del desierto o la aniquilación humana, para Lalo, en el siglo XXI, el proceso de desertización o invisibilización se ha consumado gracias a la globalización o mundialización, aquí equivalente al triunfo del reino de lo visible, del espéctaculo, del consumo, de la oferta de todo y la supuesta “igualdad” lograda a través del mercado. Si bien no se trata del exterminio de la humanidad, sí de la aniquilación cultural(o como diría Clastres, una especie de etnocidio. Aunque no únicamente ejecutado contra las culturas dominadas si no al interior mismo de los dominadores). Es lo que hace que las diferencias queden invisibilizadas, relegadas a desaparecer de la historia. No obstante, según Lalo, el mundo visible “no es el único mundo” (66): “Desde muy antiguo, […], están los desiertos, los lugares vacíos, los sitios donde aparentemente nadie quiere ir ni nada crece. Esos desiertos pueden ser indistintamente el Sahara, Patagonia o un cuarto en una ciudad perdida” (66). En su texto Lalo decide recuperar la tradición iniciada por los llamados padres del desierto del siglo IV quienes ante el triunfo del cristianismo oficial deciden retirarse al desierto, “ese horizonte sin prestigio” (66). Se plantea que desde ese momento quedó demostrado que “ser invisible no es necesariamente una condena sino que es, si se entiende y se acepta su destino, una condición y una perspectiva, que fuera del mundo es también una forma de vivir en el mundo” (66-67). Este mundo, invisibilizado ante la hipervisibilidad globalizadora, se convierte en una opción de vida para los “nómadas […] en busca de las palabras escritas que son su vida” (52). Si Arendt registraba el avance del desierto como fuerza aniquiladora, aquí se trataría de habitarlo y sobrevivirlo desde el reconocimiento de lo que posibilita. Esta es una gran diferencia entre las posturas de Arendt y Eduardo Lalo. En ambos casos, sin embargo, esa sobrevivencia está ligada a la imagen de los oasis. Si como había señalado antes, para Arendt la literatura, el arte, se postula como un oasis en el desierto político, presta a salvaguardar la humanidad política de una invisibilidad total (la desaparición absoluta de un actuar y de un hablar juntos), en Lalo encontramos que los oasis “son esas ciudades del desierto, importan poco los monumentos, los palacios, las palmeras de dátiles, los preciados y escasos huertos. Mas los oasis son la intensificación de la experiencia, porque allí se encuentran las minas de libros. Y yo, nómada isleño, acudo aquí a cargar la sal de la escritura, sin la cual mi vida sería imposible” (52). Para Lalo, la escritura posibilita la supervivencia en medio del desierto. El oasis vendría a ser la imagen, tanto en Lalo como en Arendt, de ese espacio donde se produce una visión particular ligada a lo artístico, que le ofrece un lugar de resguardo a las culturas invisibilizadas, a “los hombres y mujeres del desierto o las islas” (146). Como el mismo Lalo apunta, se trataría de “la perspectiva que produce una mirada que no es reproducible en otro lugar” (80) para escapar de la hegemonía de un discurso, en este caso global, para acceder a un punto de vista único que de otra manera quedaría invisibilizado. Así como lo hizo Homero, Lalo edifica trabajosamente un punto de vista, no para incluir al otro vencido en una batalla, sino para edificarse a sí mismo como otredad sobreviviente en medio de un desierto. De existir una diferencia entre Lalo y Arendt, diría que se podría identificar en el hecho de que, al parecer, el escritor no busca un oasis para detener el avance del desierto. Más bien de lo que se trata en Lalo es de concebir el oasis como algo inseparable del desierto. Es como si el desierto al que debe aspirar el escritor lograra desde esa casi nada la perspectiva y la intensidad de la experiencia que le da vida, que lo rescata del desierto mismo a medida que se adentra más profundamente en sus dunas. El oasis es el resultado de la escritura en el desierto como modo de acceder a una perspectiva distinta a la de la visibilidad consensuada. En este sentido, para entender lo que posibilita la escritura es fundamental la siguiente aseveración: “Escribir desde la invisibilidad significa ampliar el campo miope de lo visible. Así puede sacarse, aunque sea mínimamente, a las tradiciones hegemónicas, a las literaturas narcisistas, a los centros literarios del mundo y a las grandes capitales, […], de sus pretensiones de totalidad” (128-129). Escribir en el desierto es alejarse de las trampas del mercado y del éxito, entre muchas otras cosas.
La escritura, la literatura, el arte siempre han poseído una relación entrañable con la diferencia y la otredad. El acto literario es, por consiguiente, una voluntad de exilio, para volver a recuperar el epígrafe de Imre Kertész. Es ese movimiento hacia el desierto (o el reconocimiento de que tal es el lugar desde donde se escribe, los llamados países invisibles). Lo invisible es aquello que se visibiliza en la escritura, en lo literario, así como Homero rescata a los vencidos y olvidados para Arendt. Lo invisible, la invisibilidad, es también el instrumento de una totalidad vencedora contra la cual lucha el escritor. Si sobrevive a esa lucha logra construir un oasis precario desde el cual proponer una visibilidad alterna desde el lado del vencido. La alteridad que introduce el arte y la literatura en la cultura expande las esferas políticas y éticas de los seres humanos, puesto que, como planteaba Arendt sobre la política, provoca el hablar juntos y genera acción y movilidad en la vida. Es el oasis frente al desierto moderno y nos brinda sorpresas inesperadas que ayudan a salvar a los seres humanos de su propia destrucción.
Para concluir, quisiera proponer que existe una cronología muy clara entre la invisibilidad y la escritura en los textos de Eduardo Lalo. Esta consiste de varias etapas que quisiera desglosar aquí. Ante la visibilidad compulsoria y dominante de una cultura mediática que lo domina todo, el escritor debe iniciar una búsqueda de un lenguaje propio. En el caso de la propuesta de Lalo, este encuentro con un lenguaje alterno puede darse luego de aceptar la subjetividad del vencido y la condición invisible del yo ante una cultura que lo domina todo. Ante ese lenguaje hipervisible, el escritor invisible busca su respuesta. De esta manera, el escritor inicialmente vencido se ve obligado a recuperar nociones negativas como la inutilidad para dar expresión a esta etapa inicial de búsqueda ysu alejamiento premeditado de las prescripciones culturales que se entienden desde una perspectiva asfixiante.
El escritor se convierte en nómada e inicia un movimiento del pensamiento hacia espacios discursivos que se encuentran en los límites y alejados de lo hipervisible como imposición prescriptiva de una cultura. Quien escribe entonces puede recuperar y recuperarse a sí mismo en la marginalidad de un sentido de vencimiento y pérdida, moviéndose en su tránsito nomádico en busca de un lenguaje fuera de cualquier centro. Para manejar el ahogo de lo visible y su carácter totalizador, se inicia una búsqueda personal que implica también una recuperación de la propia vida. El oasis del nómada escritor será el manantial lingüístico que le permitirá no sucumbir y sobrevivir a la muerte simbólica del centro y de lo visible entendido como realidad no solamente impuesta, sino insoportable.
Gracias a esta búsqueda Lalo ha explorado en su obra esas culturas marginalizadas que han permanecido fuera del foco de atención occidental, para así entender mejor su propia condición nomádica y liminar. Por eso su interés en la antropología y la etnología, en particular al hacer referencia a las culturas amerindias. Más importante aún, Lalo también le asigna esta condición de las culturas invisibles a Puerto Rico. En esta exploración cultural y del lenguaje es que Lalo no solamente puede encontrar sus propias formas de expresión, sino que es la búsqueda misma uno de los temas fundamentales de su proyecto de escritura. Los efectos de la hipervisibilidad en Lalo se traducen en una exploración de la exploración misma o, digamos, de un comentario consistente sobre la escritura misma y su relación con lo visible y lo invisible. Por ende, se entiende mejor una subsiguiente etapa en la cronología que estoy describiendo: la reinserción de la escritura de Lalo desde una periferia, luego de haber encontrado su propio lenguaje. Esa escritura, de tener la posibilidad de incertarse en el mundo visible del que se ha desplazado, solamente lo puede hacer al introducir una diferencia notable en ella. Según Attridge, sería esta una de las funciones más importantes que definirían lo que es la literatura, la introducción de elementos que la cultura todavía no atisba y que han permanecido fuera de su horizonte de expectativas. Aquello que aparece en el texto es algo a la vez familiar y distinto, y siempre inesperado. O, como diría el mismo Attridge, es la aparición de una alteridad ocasionada por sus resistencias.
Hay dos aspectos de esta cronología que debo aclarar. Primero que nada, el movimiento fuera de lo visible en busca de una escritura propia podría parecer un desplazamiento que se aleja de consideraciones políticas. Las referencias a la escritura inútil y el carácter de “vencido” que se asigna el autor podrían interpretarse como evidencia de ello. Pero esto no es así. Es simplemente un acto inicial necesario donde el escritor se enfrenta con la cultura y con el lenguaje mismo para así asumir su condición de vencido. Como ya he indicado, en ese acto de auto-definición el autor deja testimonio de su queja (el grito de Antígona), lo cual, desde una perspectiva arendtiana, es en sí un acto político. Al momento de escribir desde el oasis, la aparición de esta nueva escritura dentro del campo literario representa una aportación política en el sentido de que trae diferencia a la cultura. Este segundo desplazamiento (el de la obra finalizada que se presenta a los lectores)no puede ocurrir sin el primero. Una prueba de este surgimiento de diferencia inesperada ha sido la forma dispar, controvertida y en ocasiones injusta en que los textos de Lalo han sido recibidos dentro del campo intelectual en Puerto Rico. Se ha cuestionado por el hecho de su “origen cubano” (su supuesta diferencia con respecto a la cultura puertorriqueña); se le ha aislado de actividades culturales; permaneció por mucho tiempo fuera del radar de la crítica; se ha desvirtuado consistentemente su definición de invisibilidad y sus aportes a la exploración profunda de lo que significa vivir en la isla; se ha comentado que su escritura no parece puertorriqueña, que es demasiado melancólica y que se fija desmedidamente en lo negativo dejando fuera, entre otras cosas, la jocosidad que algunos han propuesto como uno de los paradigmas de la escritura del Caribe (veáse al respecto el comentario de Quintero-Herencia). Por otro lado, estas recepciones sucitadas por la obra de Lalo revelan a su vez posicionamientos literarios e ideológicos no solamente ante un autor sino ante la comprensión amplia de lo cultural. Si la invisibilidad, como propuesta de interpretación cultural, incorpora aspectos tan importantes como el cuestionamiento de las visibilidades mediáticas y políticas que impone la cultura globalizada, también supone la recuperación de lo invisible, de ese material cultural oculto o rechazado. De esa manera, la diferencia que incorpora la obra de Lalo, en nada desdeñable, amplía los puntos de vista y perspectivas de la creación literaria en el Caribe. Es en la lucha desde lo invisible donde se pone en juego el lenguaje como opción contestataria ante la fuerza de imposiciones, recetas y paradigmas anquilosados.
Obras citadas
Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? Buenos Aires: Ediciones Paidós, 2005.
Attridge, Derek. The Singularity of Literature. New York: Routledge, 2004.
Avilés Bonilla, Javier. “Profeta del ocaso inmóvil: entrevista a Eduardo Lalo”. 80 grados. 28 de junio de 2013.
Clastres, Pierre. “Of Ethnocide”. Archeology of Violence. Semiotext(e), 1994. 43-51
Lalo, Eduardo. Los países invisibles. Buenos Aires: Corregidor, 2014.
Quintero-Herencia, Juan Carlos. “La literatura como des-creencia”. Boca del cangrejo: manglaria. /delmangle.blogspot.com/8 de junio de 2013.