La esperanza de un nuevo Colegio de Abogados
De una parte, seguimos siendo orgullosos colegiados y colegiadas porque reconocemos que la institución ha sido, y es, abanderada de la justicia social y los derechos humanos en nuestro país. Apoyamos al Colegio porque es valeroso; enfrenta al Estado, así como a la sociedad en general, cuando lo entiende necesario, y no cuando estima que le es conveniente políticamente.
También seguimos en el Colegio por solidaridad, dado que su valentía le ha pasado factura. Primero eliminaron la colegiación compulsoria mediante las leyes 121 y 135 de 2009. Luego intentaron llevarlo a quiebra y quitarle su edificio, dado que algunos objetaban que el Colegio nos proveyera un seguro de vida. Finalmente, intentan dejarlo sin membresía, dado el incentivo perverso a no colegiarse provocado por la cuestionable dilación del Tribunal Supremo de Puerto Rico en fijar una cuota para abogados y abogadas no integrantes del Colegio. La ausencia de dicha cuota, cuya omisión resulta aún más inexplicable cuando se revela que, si se cobrara, la misma sería utilizada para subvencionar el trabajo de organizaciones sin fines de lucro que proveen representación legal gratuita en casos civiles, ha causado que un número significativo de compañeros y compañeras aliadas al Colegio, pero que enfrentan circunstancias económicas difíciles, se vean obligados/as a no colegiarse. Pese a ello, la membresía en la organización aún supera los 6,000.
Sin embargo, no por apoyar al Colegio dejamos de ser críticos/as y exigir más de la institución. De entrada, la organización no ha sido un modelo histórico de inclusión. Al igual que la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil, así como del gobierno y los partidos políticos, el Colegio ha sido, con excepciones muy honrosas, una organización dominada por hombres blancos heterosexuales provenientes de clases socioeconómicas relativamente altas. Por supuesto, tal realidad no es exclusiva al Colegio. Salta a la vista aquello de las pocas mujeres, negros/as, homosexuales, transexuales, transgéneros, etc., en posiciones de liderato en bufetes, organizaciones u agencias de Gobierno vinculadas al Derecho. Pero la poca representación de poblaciones marginadas en un Colegio que lucha por los derechos de las personas desposeídas es problemática.
En sintonía con lo anterior, impresiona también la poca presencia de juventud en las estructuras del Colegio. Sobre este particular, les remito al excelente y provocador relato de la colega y amiga Verónica Rivera Torres, ofrecido en ocasión de la reunión de la Junta Solemne del Colegio, sobre lo que la abogacía progresista joven espera de su Colegio.
Por último, y quizás producto de que la mayoría de sus integrantes se dedican a la práctica tradicional de la profesión, particularmente aquella orientada al litigio, el Colegio ha demorado en hacer suyo un discurso legitimador de las corrientes alternativas y/o comunitarias de la práctica del derecho, particularmente aquellas que cuestionan el rol que el/la abogado/a debe asumir frente a sus clientes, así como la existencia de jerarquías en la relación abogado/a-cliente/a. Así, si bien el Colegio frecuentemente actúa conforme a su deber de “educar” a la comunidad, pocas veces reconoce o valora la educación que recibe de la comunidad.
Fue este Colegio maravilloso e imperfecto, y no esa institución idealizada o infame que sus más arduos defensores/as o detractores/as suelen describir, el que celebró su Convención el pasado fin de semana. Y fue ese Colegio, o más bien, casi tres-cuartas partes de los más de 1,300 abogados y abogadas que votamos, los y las que apostamos por Ana Irma Rivera Lassén, una candidata, ahora Presidenta, cuyo lema de campaña fue “[u]n nuevo Colegio, siempre tu Colegio”.
Que la nueva Presidenta sea mujer, negra y lesbiana, y que haya dedicado gran parte de su vida a las reivindicaciones feministas del País es una victoria en sí misma. Significa que estábamos listos y listas para enfrentar nuestros prejuicios, de manera que nuestros votos sólo respondieran al juicio sobre las propuestas de los/as candidatos/as y sus posicionamientos en torno a asuntos de interés público. ¿Habría sido ello posible en el Colegio de la colegiación compulsoria? No lo sé.
Pero la victoria de Ana Irma representa mucho más que esto. Optamos también por la candidata combativa, lo que significa que los retos enfrentados por Osvaldo Toledo y el Colegio durante los primeros años de la descolegiación no nos han amilanado. Significa que el Colegio seguirá estando donde se le necesite y que seguirá asumiendo el rol público y firme al que nos tiene acostumbrados/as.
Dentro de todo, debo confesar que fue su apuesta a un “nuevo Colegio” lo que más me convocó a darle mi apoyo. A simple vista, el lema parece curioso si se parte de la premisa de que Ana Irma, la Vice-Presidenta del Colegio entre el 2010 y el 2012, tenía más vínculos con la pasada administración del Colegio que su contrincante. Sin embargo, ambas la trayectoria de Ana Irma como abogada y activista, así como sus propuestas concretas, demuestran por qué nuestra Presidenta nos propone un “nuevo Colegio”.
En primer lugar, Ana Irma trabajará para integrar la juventud al Colegio. Así, por ejemplo, apuesta a la integración de los y las estudiantes de Derecho a la organización, así como a las y los abogados que se graduaron de alguna Escuela de Derecho, pero no han tomado o aprobado la reválida. Las y los colegiados jóvenes, debe decirse, no habían esperado por la llegada de Ana Irma para ‘ocupar’ la institución. Su importancia ya fue demostrada en la reciente campaña electoral por el NO en el referéndum del 19 de agosto, en la que los y las integrantes de la Comisión de Abogados y Abogadas Jóvenes, así como otros compañeros y compañeras de recién ingreso a la institución, fueron instrumentales en el trabajo realizado por el Colegio y el Comité del Pueblo en Defensa de la Fianza. Y fue ese mismo colectivo juvenil activo y productivo, sumado a otros y otras que ocupamos otros espacios de lucha, el que respaldó abrumadoramente a Ana Irma para la Presidencia. Quizás por ello es que ésta expresó recientemente que “dará espacio en la Junta del Colegio a personas jóvenes ‘y a un gran número de mujeres’”.
Me entusiasma también la posibilidad de que una Presidencia de Ana Irma ayude a replantearnos el rol de las abogadas y abogados en el trabajo por la justicia social. Durante el mensaje de la oradora invitada a la Asamblea del Colegio el pasado sábado, Mayra Santos Febles nos relató cómo había dedicado su letra para dar voz a ciertas voces marginadas e invisibilizadas: mujeres, negros/as, judíos/as, homosexuales, prostitutas, travestis. Tal ‘proyecto’ da vida a las expresiones de Jacques Rancière, que expresa que “la política, antes que todo lo demás, es una intervención en lo visible y lo decible”. 1
El Colegio puede hacer mucho en este frente. De entrada, puede, como nuestra oradora invitada, continuar utilizando su rol público para visibilizar la injusticia. Debe seguir abriendo espacios para la discusión pública de las desigualdades provocadas o ignoradas por el Derecho.
Sin embargo, el Colegio también puede y debe provocar a su membresía y a la clase togada en general, a reflexionar sobre cómo debemos relacionarnos con nuestros/as clientes/as, cómo ello impacta la identificación de las causas de las injusticias que éstos/as experimentan, así como el proceso deliberativo en torno a cómo organizarse para luchar contra tales injusticias. El trabajo de compañeras como Myrta Morales Cruz y Maricarmen Carillo Justiniano en Puerto Rico arroja luz sobre esto, particularmente en cuanto al trabajo con comunidades de escasos recursos económicos. Según ambas, ello requiere, en general, abandonar nuestra posición de poder en la relación abogado/a-cliente/a, aplicar técnicas de educación popular en nuestras interacciones con éstos/as, abandonar la idea del litigio como herramienta central de cambio social, evitar sustituir la voz de los/as clientes con la de uno/a, y crear espacios de presión política que visibilicen las identidades y los reclamos de éstos/as. El trabajo de Ana Irma con voces y sectores marginados, particularmente con mujeres víctimas de violencia machista, permite albergar la esperanza de que, como mínimo, este “nuevo Colegio” será sensible y legitimador de estos enfoques.
En camino hacia este “nuevo Colegio”, Ana Irma enfrentará muchos retos. Cambiar la cultura de una organización con más de 170 años de existencia no será fácil. Dos años, lo que durará la Presidencia de Ana Irma, no serán suficientes. Nos toca a todas las colegiadas y los colegiados, particularmente los 948 que la apoyamos con nuestro voto en la convención, a contribuir y trabajar con el Colegio desde nuestros espacios. Sólo así, la promesa de un “nuevo Colegio” será más que una promesa.
Ana Irma ganó, vale la pena repetirlo. Ganamos todos y todas. Ganó el Colegio. Ganó el “nuevo Colegio”. Ahora, a trabajar por nuestra institución.
- Jacques Rancière, “Ten Theses on Politics”, en Dissensus: On Politics and Aesthetics 37 (Steven Corcoran, ed. y trad. 2010) (traducción nuestra). [↩]