¿La esperanza Trump?
La pregunta, luego de los primeros días de shock y de duelo para decenas de miles, evidenciado en las calles de ese país quedó sobre la mesa, ¿por qué ganó Trump? Naomi Klein, una voz importante progresista respondió esta pregunta en el periódico The Guardian (It was the democrats’ embrace of neoliberalism that won it for Trump), señalando que el fracaso de Hillary fue el resultado de la implementación y promulgación de las medidas neoliberales del Partido Demócrata, y la falta de un discurso que apelara adecuadamente al sufrimiento de la clase trabajadora. A esa teoría de análisis postelectoral se le sumó el ex secretario del Trabajo bajo la administración de Clinton, Robert Reich, ambos partidarios del Sanderismo. Bajo esta interpretación de la conducta electoral, los valores sociales de por sí, como lo es la xenofobia y el racismo, quedaron relegados a un segundo plano al momento de sopesar si fueron un elemento movilizador por sí solos como para otorgarle a Trump una mayoría electoral. Para Klein, Trump solamente fue exitoso porque hilvanó un discurso anti-establishment, logrando ponerle cara al sufrimiento económico de la clase trabajadora y señalando convenientemente sus causantes (los inmigrantes por ejemplo), cosa que la elite neoliberalista representada por Hillary no logró por no tener nada que ofrecer como partidaria del neoliberalismo ya institucionalizado por su partido:
“Donald Trump speaks directly to that pain. The Brexit campaign spoke to that pain. So do all of the rising far-right parties in Europe. They answer it with nostalgic nationalism and anger at remote economic bureaucracies – whether Washington, the North American Free Trade Agreement, the World Trade Organisation or the EU. And of course, they answer it by bashing immigrants and people of colour, vilifying Muslims, and degrading women. Elite neoliberalism has nothing to offer that pain, because neoliberalism unleashed the Davos class. People such as Hillary and Bill Clinton are the toast of the Davos party. In truth, they threw the party.” — Naomi Klein
Para estar de acuerdo con Klein, hay que contestar varias premisas no resueltas. ¿Es el valor social o cultural más importante que el valor económico al momento de elegir un candidato en Estados Unidos?¿Es esta la forma de explicar la ganancia de terreno de la derecha en Europa? ¿Cuán distintos ideológicamente son los discursos económicos de cada candidato? ¿Los electores de Trump y de los senadores y representantes republicanos realmente votaron por una agenda económica a favor de la mejor distribución de riquezas? ¿El papel del ataque a los derechos de la mujer, inmigrantes, los negros, la negación del cambio climático realmente no fueron la fuerza movilizadora?
Primero, ambos candidatos proponían agendas neoliberales. En el caso de Trump, a grandes rasgos, hablaba del modelo tan agotado del Reaganomics conocido por reducir los impuestos para las corporaciones, en espera de que su mayor acumulación de riquezas produzca empleos, modelo alabado por el Partido Republicano. También propuso el incremento del gasto público para desarrollar la codiciada nueva infraestructura; apostó a la desregulación de Wall Street a niveles pre-2008 con la derogación del Dodd Frank Act lo que significó el mejor respaldo a Wall Street, a pesar de que su discurso repudiaba la relación Clinton-Street.
Por otra parte, Hillary, quedó como la protectora de los tratados de libre comercio tan naturales para el liberalismo económico. Este asunto, en el momento cúspide de su campaña, le costó el poder proyectarse como una opción radicalmente progresista para los estándares estadounidenses como para persuadir a los seguidores de Sanders. Por lo demás sus agendas económicas variaban en grados. Tanto así que en el caso del gasto de infraestructura, Hillary decía que invertiría una cantidad y Trump el doble.1.
Luego de las primarias, una vez se probó derrotado el discurso populista de izquierda de Sanders dentro del Partido Demócrata, la campaña fue entre un billonario blanco perteneciente al famoso 1% del establishment económico y una mujer blanca del establishment político. Ls que los diferenció fue la variable del ultranacionalismo y el juego del discurso del odio, central en la campaña de Trump acompañado de un discurso populista, en el que por definición se ataca al establishment político y se recurre a promover el autoritarismo. Así Trump se presentó como un actor no-político que repudia la clase política con el “We cannot afford to be politically correct anymore” y Hillary todo lo contrario.
La premisa de que solamente la agenda neoliberal del Partido Demócrata es la fuerza motora del triunfo de Trump, sugiere primero que los republicanos a quienes se les permitió por mayoría mantener el poder en la Cámara y el Senado, no proponían ni representaban la agenda neoliberal, cosa que no hace sentido. La victoria de Trump junto a un Senado y Cámara Republicana, no es más que la culminación de un discurso ultraconservador que ha tomado fuerza y coherencia por los pasados años. Segundo, que fueron electores que más han sufrido el dolor de la inequidad los que acudieron a la esperanza Trump. En otras palabras, son los representantes de la clase marginada, los pobres de ese país, los desempleados, los que serían lógicamente bajo esta teoría, la base mayoritaria del voto Trump.
Ahora bien, esta premisa, aunque lógica, no ha sido probada. Un estudio del Harvard’s Kennedy School of Government, publicado por Ronald Inglehart y Pippa Norris concluyó que a diferencia de décadas anteriores las propuestas económicas no son la razón pivote para escoger un candidato u otro. Al estudiar el caso de Europa, donde la derecha ha ganado más terreno que la izquierda en los último diez años, descubrieron que son los factores no-económicos los que toman mayor importancia al momento de escoger un candidato o partido.
Para descubrir si en Europa la aceptación del populismo ha surgido por razón de la teoría de la incertidumbre económica que ha resentido a los marginados o por razón del resentimiento o backlash de los hoy renegados de formar parte del discurso político en Europa, Inglehart y Norris estudiaron el comportamiento electoral en más de 31 países en Europa y unos 268 partidos. Encontraron que fueron los valores culturales y no los económicos, combinados con varios factores demográficos los que proveían con mayor consistencia la explicación del voto a favor del populismo.
La perspectiva de la incertidumbre económica, propone que en respuesta al profundo cambio en la fuerza trabajadora y la sociedad en las economías posindustriales se crea una clase social desatendida. Según esta teoría, la nueva incertidumbre económica y la marginación social de los que han quedado rezagados como resultado del colapso en la industria de manufactura dado el mayor uso de la tecnología para sustituir mano de obra, la disminución de los poderes de las uniones, el continuo flujo de capital en todas sus modalidades (en especial la entrada de los inmigrantes como recurso humano) crea un resentimiento de clase.
Nos dice Inglehart y Norris que este panorama ha logrado que las poblaciones economicamente menos seguras – los trabajadores menos adiestrados, los que han sufrido el desempleo por tiempo prolongado, los dependientes de las redes de seguridad social, las familias de una sola cabeza, los blancos pobres viviendo en la ciudad- sean más susceptibles al discurso anti-establishment, nacionalista y xenofóbico. Son miedos explotados por los líderes de los movimientos populistas.
Por otro lado, la teoría del cultural backlash explica que el apoyo al populismo no se debe meramente al fenómeno económico. Este argumento sostiene que los niveles de seguridad económica experimentados por los ciudadanos, luego de décadas siguientes a la Guerra Mundial a mitad del siglo pasado, trajo consigo un sinnúmero de movimientos progresistas que abogaban por ejemplo, por la protección de los derechos humanos, la equidad de género y la protección de los negros. Por esto, los sectores culturalmente predominantes en su momento, como lo son los blancos, reaccionan a la erosión de sus privilegios y estatus cuando los valores tradicionales se vieron retados. De ahí nace el cultural backlash o el resentimiento de clase contra los nuevos participantes en la arena política.
Para Inglehart y Norris el apoyo del populismo va arraigado a la apelación de los valores tradicionales que son mayormente acogidos por las generaciones más viejas, los religiosos, las mayorías étnicas y los menos educados de la sociedad, tal como ocurrió en el caso Trump. En palabras de Inglehart y Norris: “We believe that these are the groups most likely to feel that they have become strangers from the predominant values in their own country, left behind by progressive tides of cultural change which they do not share.»
En términos de la composición del electorado, Inglehart y Norris encontraron que en Europa el voto populista fue más fuerte entre los más pudientes y no entre los trabajadores artesanales o de bajo adiestramiento. Los populistas también recibieron un apoyo significativamente menor entre sectores dependientes de ayudas sociales, cuando las ayudas constituían el mayor ingreso del hogar en áreas urbanas, derrotando así la teoría de que el valor económico jugó el papel más importante al momento de escoger a su candidato o partido. En el caso de Trump, este logró acumular la mayor ventaja entre los blancos que tenían un ingreso menor a $50,000 mil dólares pero interesantemente mayor ventaja sobre Hillary entre blancos con ingresos superiores a $50,000.
La victoria de Trump no es ajena a la movida de ese país a la derecha. En el caso de Europa lo hemos visto en Hungría, Italia, Polonia, Eslovaquia, Finlandia, Lituania y Noruega que ahora cuentan con representación de partidos populistas en sus parlamentos o como nuevas coaliciones en el gobierno. Hay una sed por el populismo, y la derecha está ofreciendo de qué beber. También hay países con los mejores índices de distribución de ingresos como Dinamarca y Suecia que tienen sed. El populismo de izquierda no ha tenido el impulso de la derecha. Con toda probabilidad porque los desplazados del discurso político ya resentidos, responden mejor al miedo como instrumento político para evitar la erosión de sus privilegios. Sobre esto Hans-Gerog Betz expresa que:
“It should come as no surprise that the emergence and rise of radical right-wing populist parties in Western Europe coincided with the growing tide of inmigrants and particulary the dramatic increase in the number of refugees seeking, peace, security, and a better life in the affluent societies of Western Europe. The reaction to the new arrivals was an outburst of xenophobia and open racism in a majority of West European countries….This has made it relatively easy for the radical populist Right to evoke, focus, and reinforce preexisting xenophobic sentiments for political gain.”
En el caso estadounidense, esa movida a la derecha no ha pasado desapercibida en los últimos 10 años como menos. Primero, el incremento de grupos internos de derecha terroristas en EE.UU. Según el New York Times, Estados Unidos ha visto el mayor incremento de grupos terroristas americanos, compuestos por una población usualmente blanca y sin educación postsecundaria, muy a tono con el perfil de la población que apoyó a Trump. El Departamento de Homeland Security avisó para el 2009 que debido a una economía débil y la elección de Obama como primer presidente negro, se esperaría un aumento en la reacción violenta de los blancos supremacistas. Asunto que demostró ser cierto, los ataques raciales, xenófobos, homofóbicos se dispararon, cobrando más vidas que cualquier organización terrorista del fundamentalismo islámico dentro de EE.UU. Esto para todos los efectos se trató de una admisión del juego del cultural backlash en Estados Unidos.
Otro factor que iba dando aviso de esa derecha extrema empoderada lo es la creación del Tea Party, que surge luego de la crisis del 2008 y que ha ido poco a poco, alterando las relaciones de poder dentro del partido republicano. Aunque su nacimiento se debió a un llamado económico, un estudio de Theda Skocpol y Vanessa Williamson, concluyó luego de hacer cientos de entrevistas a seguidores del Tea Party demostró que la motivación primaria para ser parte del partido no era económica sino cultural. En otras palabras, fueron los valores sociales naturales del conservadurismo más importantes para estos grupos que los económicos.
Esto coincide con la demografía de las tres categorías más importantes que favorecieron a Trump. Primero, los blancos de las área rurales de Estados Unidos: estos resurgen como fuerza mayoritaria por temor a la pérdida de privilegios raciales producto del progreso de valores culturales como lo son el multiculturalismo y la protección a las minoras raciales. Segundo, los blancos con menos educación, expuestos al mayor desplazamiento y marginación económica, ya resentidos por el cambio de política cultural, como la aceptación de la inclusión como fórmula de progreso socioeconómico en el discurso político. Estos componen la audiencia más apelable por estar expuestos a la continua incertidumbre de un trabajador de salario mínimo y desplazado como resultado del progreso de la tecnología y la globalización en la época de la pos-industrialización. A ellos Trump les dijo “I am your voice”. Y en tercera categoría, los hombres blancos mayores de 65 años, que son al final lo más resentidos por los cambios de las políticas culturales y de fácil convencimiento al apelar a la nostalgia, a los tiempos de pre- globalización, para ellos “Make America great again”.
El discurso populista de odio, tenía una población resentida, dispuesta hace mucho a sentirse atendida, sobre todo luego de ocho años de la victoria de Obama, un afroamericano, tal como lo vaticinó Homeland Security. A ellos Trump, apeló y ganó, mientras Hillary ofreció una propuesta económica de centro, promocionada desde el infame establishment político con miedo al cambio abrupto pero sin renegar el espacio de las minorías en el debate político. A este acercamiento nada mejor que la contestación de Trump para reseñar el miedo del privilegio económico como fuerza política movilizadora:
“Americans want relief from uncontrolled immigration. Communities want relief. Yet Hillary Clinton is proposing mass amnesty, mass immigration, and mass lawlessness. Her plan will overwhelm your schools and hospitals, further reduce your jobs and wages…”
Este resultado electoral lo mejor que prueba es cómo el resultado del miedo, sobre todo en un mundo en donde en un año por consecuencia de las guerras en el Medio Oriente, 65 millones de personas han sido desplazadas de sus países y el terrorismo sigue mutándose. Claro que la desigualdad ha lastimado la clase trabajadora, pero no es lo mismo decir esto, que concluir que un pueblo eligió a quien infundió el odio por rechazo a las políticas neoliberales cuando por ejemplo, la Cámara y el Senado republicana se vio nuevamente con el triunfo en sus manos siendo estos los mejores representantes del conservadurismo económico fracasado pero sobre todo, los más interesados en retroceder en la protección de derechos de las minorías, para esto solamente vale repasar la plataforma del partido oponiéndose al matrimonio gay, promoviendo que se enseñe la Biblia en las escuelas y hasta prohibiendo que las mujeres participen en combate. Se votó en contra del establishment político, en contra de una mujer y a favor del resentimiento contra los grupos que han ganado terreno en las últimas décadas en el discurso político mejor representado por los inmigrantes latinos y musulmanes.
No nos engañemos, millones prefirieron votar por un neoliberal que no atentara con el derecho a llevar su pistola en la cintura para ir a una farmacia aunque no se tenga con qué comprar medicinas, que votar por una mujer identificada con el establishment político que cree que las armas son menos importantes que las medicinas. Se votó entre otras cosas en contra de una primera presidente con serios problemas de credibilidad, una primera mujer abiertamente lesbiana y una puertorriqueña en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, se votó en contra de una reforma de salud que olía a socialismo, porque en palabras de Bill O’ Reilley el Obamacare se trataba de un asunto entre socialismo y capitalismo.
El miedo paga, y en palabras de Fareed Zakaria, columnista del Washington Post: “The anxiety is proving a better guide to voters’ choices tan issues such as inequality of slow growth.» En la misma línea al Obama ser abordado sobre el sobre el resultado de las elecciones, en una entrevista íntima conedida a David Remnick del New Yorker, expresó: “The Republicans don’t care about that (inequality) issue. There’s no pretense that anything that they’re putting forward, any congressional proposals that are going to come forward, will reduce inequality . . .”
Negar que hay un terreno fértil a la hora de la movilización de los electores a costa del miedo exclusivamente, es atender livianamente el papel que jugó el discurso del odio en ese país, y tan peligroso puede ser esto, como negar la angustia de las clase trabajadora y los sobre 45 millones que hoy viven bajo niveles de pobreza en Estados Unidos.
Tanto hay que hablar de los invisibles que hoy sufren los estragos del capitalismo en su peor forma como la fertilidad del terreno para la xenofobia, el racismo, misoginia y todos los elementos de odio que se usaron como mallas de pesca abundante en la campaña de Trump. Lo cierto es que dentro de la era de la desinformación, la gran tarea de ese pueblo es hablar de la mejor distribución de riquezas, y romper con el elitismo liberal que el mismo Sanders ha denunciado, sin negar lo anterior. Entre tanto se eligió a un billonario populista con una agenda de odio y una mayoría en el Congreso federal ultraconservadora que logró capturar a millones de seguidores y no fue porque quedaron encantados por un discurso a favor de la equidad y la justa distribución de riquezas.
- Vale mencionar que Hillary propuso la flexibilización de acceso al crédito para los nuevos comerciantes, lograr nuevos trabajos en infraestructura verde, junto a Bernie Sanders; propuso ofrecer acceso a la universidad gratuito para la clase trabajadora; ofreció mejorar los subsidios para las mujeres trabajadoras (igual que Trump), y la imposición de impuestos a las corporaciones y Wall Street como los súper ricos, atreviéndose atacar esa oligarquía que compone 1% súper rica de la población [↩]