La extravagancia
what breeds where dirtiness is law
what crawls
below
-Charles Olson, “The Kingfishers” (1949)
Llama al tropiezo de una nueva manera, llámalo gladiola, pastillero, trompeta glissant.
Mi traspié como el más hermoso de amuletos, promesa de almendras y menta bajo la lengua, como la sonrisa que escapa lenta de la boca cuando se quita la ropa.
Eres tú esa extravagancia: lo constata el bucle de aire fresco y glacial en la boca.
¿Adónde fui en ese segundo, estrella de pregunta, girando puntas que rozan duro la constelación de culebras sobre la piel? Entresaqué los pequeños montoncitos, les hice una esquina de calor, un diminuto jardín para dormitar en la tranquilidad vaga de la tarde.
Se dora. El hueco, la sombra,
se dora.
No darás nunca aliento que caiga estrepitoso de la boca⏤ jamás vas a alimentar. Darás sed, cuadrícula redonda.
Abajo los espejos, susurro.
Tu animal tonto es el mío bestializado y opto por frotar la muesca de este órgano dormido: ALGO HABRÁ DE TRAGAR.
Volver a la lengua y no al dato, a los dedos pero no al acto de pasar las páginas: volver a la vírgula de la palabra.
Qué otro mundo se despliega en las cartas:
basta con una lectura a las de mis padres,
entre sus huecos de comunicación se asoma
un cielo biselado.
Pretende ser tan llana como una piscina de niños pero hasta los corresponsales en algún momento fueron parte de la noticia. También la armaban con cariño, envalentonados con el miedo de abismos.
Lo único que quisiera es ser la sombra que derrama sombra sobre las paredes: varita mágica, champán, alumbrado, sonda, tiza, oscuridad. Ese aquelarre deshabillé le costó tanto escribir que hizo parto en partida doble.
¿Será imposible disipar la niebla desde el alminar?
Ya no quiero ser parte de la llamada,
la melodía no es más que un ruido mosca.
Volver a la vírgula de la palabra.