La femineidad prohibida
La rehabilitación como ocupación del cuerpo de las mujeres confinadas
Si con las portadas de los periódicos y en los titulares de las noticias más leídas trazáramos las coordenadas para una radiografía de Puerto Rico, habría que concluir que el paciente agoniza y que se arrastra, con rumbo fijo y parsimonioso, a la nada de los nunca país y de los siempre sin nombre. Nos madruga el siguiente titular: “Confinadas se retratan en poses sugestivas”, en la versión digital de uno de los principales periódicos del País. En el artículo se reseña cómo varias mujeres confinadas en la cárcel de Vega Alta presuntamente se tomaron fotos en ropa interior y en poses eróticas. Varias cosas resaltan en esta nota, que desde la fotografía seleccionada anuncia que el artículo será cuando menos voyerista, sensacionalista y codificador, idóneo para todo aquel que murmurando expresiones de reprobación y censura andaría, de no estar ahí el enlace para las fotos, buscando en alguno de los principales metabuscadores palabras clave como “mujeres”, “confinadas”, “desnudas”, “vega alta”. El enlace está al pie de la página. Lo que está al inicio es la comparación que hace el periodista entre el suceso y la serie Orange is the New Black, creando un paralelismo entre el despliegue de lo prohibido y lo que desea la gente en la comodidad de su casa: mujer, semidesnuda, en jaula. Mía. Tuya. Suya nunca.
Acto seguido, el periodista narra con lujo de detalles el contenido de cada una de las fotos, multiplicando exponencialmente su contenido erótico para convertirlas en imágenes en movimiento, susceptibles a la mano y al desgarre del que censura y apetece. No solo hay una erotización particular de la imagen de la mujer que se toma las fotos detrás de las rejas, sino que hay una cosa morbosa con reclamar y sobre exponer al cuerpo ya expuesto, como si lo que le diera rabia al que escribe y al que comenta es que las confinadas se apropiaran de sus cuerpos y de su sexualidad -sin entrar en el contrabando- y se quisiera demostrar que estas mujeres encarceladas, enjauladas, son del ojo que censura, castiga y desea. Más aún, instruye al lector para que le acompañe.
Procede entonces a indagar acerca de ese lector, imaginado también por la redacción del periódico. ¿Quién será? La línea introductoria de la nota nos ayuda a trazar un buen boceto: “Cual si fuera sacado de la serie de televisión”. Cabe señalar cómo cualquier referencia al espacio de la prisión de inmediato remite al afuera donde se fabrican ficciones acerca de lo que “verdaderamente sucede” allí. Quien mira, entonces, no supone tener referentes propios de la vida en una prisión de mujeres; no conoce el espacio, ni a quienes lo habitan o habitaron. No tiene conexión vivida con él ni con ellas. Por tanto, el hecho de que nuestra sociedad encarcela un por ciento altísimo de su población supone entonces no tener efecto real en la vida de hombres y mujeres. Quien lee no supone haber pasado por una experiencia similar a la de esas mujeres ni conoce a nadie más en esa situación. Se presume que lo narrado en la noticia únicamente es accesible al lector mediante los dramones televisivos que consume en la comodidad de su casa. Quien lee, entonces, conoce de imágenes y consumo, mas no de las condiciones en que viven las personas que sirven de objeto y/o inspiración para su producción. Es un lector -en masculino- enajenado a tal nivel del país en que vive, que la redacción presume, podrá instantáneamente obviar la condición de encarcelamiento para imaginar el cuerpo femenino como objeto de su deseo. Un deseo que es, en tanto institucionalizado, superior y paralelo al juicio de las agencias de Gobierno que deben estar consternadas por el evento. Hay una referencia a personal del Departamento de Corrección en las últimas líneas, prometiendo frenar y castigar el contrabando y tal conducta, justo arriba del enlace con las fotos, que dice “haga click aquí”. Todo invita. Compele. Al deseo. A la violencia.
Y ese deseo violento de cosificar o apropiarse de la sexualidad y reclamar titularidad de macho cabrío sobre el cuerpo de las confinadas ha encontrado espacio en los discursos públicos que se repiten y se manejan en distintos espacios.
En octubre del año pasado, el Gobierno de turno anunció con bombos y platillos que, como entonces leía un titular, las “[r]eclusas camina[ría]n la pasarela de la rehabilitación”. En la actividad, un grupo de 16 mujeres confinadas disfrutó el “privilegio” de participar de un desfile de moda donde vestirían creaciones de algunos diseñadores y diseñadoras del patio. Cónsono con el discurso que el Gobierno deseó transmitir para esta actividad, la “metamorfosis” –provisional- de las compañeras confinadas fue el foco de atención de la prensa. En las reseñas del evento, abundaron frases como “se despojaron de sus uniformes carcelarios para modelar”, “la cárcel es un enorme reto para la feminidad” y esta oración, que por elementos que la lectora de este artículo podrá identificar, debe ser transcrita en su totalidad: “en un abrazo a su vanidad, recuerdan la diversidad de maquillajes, las piezas de vestir –fuera de los sombríos uniformes de color crema, azul o gris, con los que su peligrosidad queda etiquetada en prisión-, los tacos e, incluso, el tratamiento del cabello a los que estuvieron acostumbradas en el pasado.”
La evidente escenificación de una política pública que solo se liga a la rehabilitación en el montaje superficial y cartonero de unas confinadas que pasan a saborear -por unos cuantos minutos-, obliga a preguntarse la lógica y mirada detrás de estos intentos de rehabilitar y a quién es el interlocutor a quien se busca aleccionar, premiar y/o cosificar mediante tal puesta en escena. Sin negar la emoción de los familiares y amigos o la que manifestaron sentir algunas de las participantes, cabe preguntarse cómo se ha llegado a articular la rehabilitación de estas compañeras confinadas como esta diferenciación entre la reclusa –animal extraño e indeseado- y el afuera –donde único la belleza es posible y pulula vestida de diseñador en una pasarela estratégicamente ubicada en uno de los teatros más antiguos del País. Cabrá preguntar qué miraban los guardias correccionales que compartían, junto a miembros del público general y funcionarios, celebraban con risas y chiflidos la aparición de las reclusas, qué intentan hacer ver los medios cuando publican una galería con un antes – de uniforme monocolor- y después -vestidas de libertad policromática-, o si el final del desfile debe narrarse como ese momento donde dan las doce y la Cenicienta vuelve a su calabaza, su ratón y sus vestidos viejos.1 O si lo que se espera es que nos tiremos a las calles -las reales o virtuales- denunciando lo desagradecidas que son las presas esas que además de costarnos, nosotros les damos una probadita de femineidad y les prestamos sus cuerpos –que son nuestros, porque los hemos comprado con nuestras contribuciones que las alimentan y las dejan votar- y aun así no se rehabilitan. No sé. En fin, que las estrategias de rehabilitación aquí son cada vez más confusas, más teatrales, más vacuas y sin son. Al mismo tiempo, la trivialidad ha permitido sobrecargar el ambiente de una violencia y odio a las personas confinadas que ya no se contiene. Se expone. Se exhibe. Se comparte.
Mientras algunos marchamos contra la Pena de Muerte, la Liberación de Oscar López, el Detente a la Violencia de Género, la Paz de Gaza y otras tantas causas, la población confinada no tiene quién proteste por ella o sus condiciones. Lo que se le reconoce –regalao’ y sin que se merezcan na’, dirían por ahí- es una porción de un algo indecible, muy parecido al odio, que se disfraza de una generosidad forzada y aleccionadora y que intenta encerrar todos sus males en esta gran celda de concreto y rejas con 37 sucursales alrededor de la Isla. Habría que ponerse camisas que digan “todas somos ellas” o mejor aún, una honesta que diga “no somos ellas pero somos con ellas” y salir a las calles –las reales y las virtuales- a defender con ellas sus cuerpos y a repeler toda ocupación rehabilitacional. Desde adentro y desde afuera.
Para algunas coordenadas sobre la persona confinada y la rehabilitación, según esbozada en los medios y la política pública, véanse los siguientes escritos:
- “Voto inconcebible el del confinado”, Editorial de El Nuevo Día, 10 de octubre de 2013.
Sobre cómo la prensa hace el papel de carcelero y juzgador:
*Publicado originalmente en Derecho al derecho, el 23 de julio de 2014.
- El antes y después es real. Todo lo demás también. Ver «Belleza que rehabilita». Para más discusiones sobre el evento “Belleza que Rehabilita” véase el artículo de la Dra. Edna Benítez, en 80grados y el del Dr. Guillermo Rebollo-Gil, en Derecho al derecho. [↩]