La genealogía del biopoder como hilo narrativo de la historia
A la huelga estudiantil de la UPR, de la EAPD
y del Conservatorio de Música:
defensa de la educación superior pública
y vanguardia de la resistencia en Puerto Rico.
Al leer y evaluar un texto en el que se propone un acercamiento a uno de los momentos más trascendentales en la trayectoria histórica de nuestra Isla (el siglo XIX) siempre es recomendable que nos dejemos guiar por, al menos, 3 preguntas básicas: la primera sería, ¿cuáles son las hipótesis de su investigación y qué es lo que quiere demostrar?; la segunda, ¿cuál es su perspectiva historiográfica y cuáles los recursos de su fundamentación?; y la tercera, ¿cómo se relacionan sus resultados y aportaciones con el corpus historiográfico disponible sobre el mismo tema y con las propuestas de otras disciplinas relacionadas?
En el caso de la más reciente publicación del Dr. César A. Salcedo Chirinos, Las negociaciones del arte de curar: los orígenes de la regulación de las prácticas sanitarias en Puerto Rico (1816-1846)1 las respuestas a estas preguntas nos exigen un enfoque interdisciplinario. De una parte, porque como podemos leer en la contraportada del libro, su autor, tiene estudios formales en Historia, Filosofía y Teología. De otra parte, si nos acercarnos a algunas de sus investigaciones y publicaciones anteriores, inmediatamente podemos notar que nunca ha abandonado ni separado las múltiples confluencias entre estas disciplinas. Títulos, por ejemplo, como: Sin delitos ni pecados: clero, transgresión y masculinidades en Puerto Rico o “Midiendo con distintas varas: las representaciones del honor en la vida cotidiana del Puerto Rico del siglo XIX; o su ensayo: “Estragos tropicales de la lujuria” incluido en el reciente volumen, El sexo en la Iglesia editado por Samuel Silva Gotay y Luis Rivera Pagán. Debemos inferir, entonces, que el Siglo XIX se ha constituido en el espacio temporal en el que se concentran sus principales investigaciones. Pero también ha dirigido su mirada hacia un aspecto de gran riqueza interpretativa: lo que Michel Foucault bautizó como “dispositivo de la sexualidad”.
En las páginas finales de “Scientia sexualis”, tercera sección de La voluntad de saber, primer volumen de la Historia de la sexualidad (1976), el filósofo francés introduce la idea de que:
Mucho más que un mecanismo negativo de exclusión o rechazo, se trata del encendido de una red sutil de discursos, de saberes, de placeres, de poderes […] toda una titilación visible de lo sexual que emana de la multiplicidad de los discursos, de la obstinación de los poderes y de los juegos del saber con el placer […] (92)
Sin embargo, también encontramos publicaciones que sugieren otras preocupaciones. Por ejemplo, “Travestido para narrar: el dato histórico como argumento literario”, que apareció en la Revista de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, y “Un voyerista en el archivo: estrategias para documentar aspectos sobre la sexualidad en el Puerto Rico del Siglo XIX”. Son ensayos que apuntan hacia las posibles estrategias del historiador como investigador y los procesos de trasladarlos a la escritura para su divulgación. Esas relaciones con el texto literario también se han manifestado en otras direcciones. Recientemente, por ejemplo, Roberto Ramos Perea y la Compañía Nacional de Teatro del Ateneo Puertorriqueño se han nutrido de los resultados de sus investigaciones sobre un caso de sodomía en el siglo xix para una de sus representaciones.
De primera intención, debe ser obvio, entonces, que esta preocupación por la literalidad en el texto histórico y su posible relación, a través del discurso, con ciertos modos de subjetivación, colocan a nuestro filósofo/historiador dentro de los márgenes de la conocida como “Nueva historia” o “Nueva historiografía”. A diferencia del paradigma positivista, todos los trabajos mencionados son esfuerzos en los que quiere inferir la mentalidad colectiva de la sociedad a partir del corpus documental de la investigación.
Que estos sean los elementos que están presentes en la investigación del doctor Salcedo está indicado desde el mismo prólogo de Fernando Picó:
Conocemos la historia de la medicina en Puerto Rico por los trabajos de Manuel Quevedo Báez, de José Rigau y de muchísimos estudiosos que han vertido sus esfuerzos por iluminar este u otro aspecto de la profesión médica en la Isla. Esos focos de luz son unidos ahora por un hilo narrativo2 conductor que ofrece al lector interesado en una visión panorámica […] (11)
Identificar ese hilo narrativo conductor es una de las aportaciones sobresalientes de este texto.
Según los datos que provee Antonia Rivera Antonia Rivera3, a comienzos de 1808 la población de Puerto Rico apenas llegaba a 158,000 habitantes. Sin embargo, hacia 1841 la Isla contaba con 383,148 habitantes, y en 1888 con 806,708 Más allá de lo que significa en términos de crecimiento económico “la falta de personal sanitario para atender a la población rural enferma”, escribe Salcedo en la página 16, “fue uno de los grandes problemas que enfrentó el Estado en el Siglo XIX”. A pesar de que establece que solo “existían 76 hombres facultados para ejercer el arte de curar”, comienza su introducción evidenciando que en noviembre de 1845 se anunció la supresión de la Cátedra de Medicina que se había establecido en 1816 en el Hospital Militar. Según el autor, esta obvia contradicción parece explicarse porque durante ese tiempo no se había logrado cumplir con sus expectativas. ¿Cuáles eran esas expectativas? No tan solo estandarizar los criterios de la formación médica, sino también hacer posible que el Estado controlase el arte de curar desde una perspectiva moderna para así lograr eliminar la existencia de los curanderos que, por la necesidad se habían multiplicado, principalmente, entre los más pobres y en los campos. (18)
Una mirada aguda de estos objetivos, especialmente cuando se trata de la de un historiador con formación filosófica, de inmediato puede identificar la exigencia de ir más allá de una explicación político/institucional para intentar abarcar todas sus dimensiones. ¿Cuáles? Primera: simultáneamente y desde el ejercicio del poder se establecen dos procedimientos de subjetivación: la del facultado para ejercer el arte de curar y la de su potestad para definir las condiciones de subjetivación del enfermo y las posibilidades y circunstancias de su encierro. Segunda dimensión: a través de instituciones como la Cátedra de Medicina, en el Hospital Militar, de la Subdelegación de Medicina y Cirugía establecida en 1839, y de la Escuela de Medicina y Cirugía, simultáneamente con aquellos procedimientos de subjetivación se estableció un orden discursivo de un dominio de saber. Finalmente, pero no menos importante, la necesidad de dirigir al País por el camino de la modernidad. Todos estos conceptos: procesos de subjetivación, orden discursivo, dominio de saber y la modernidad vista como un período histórico y como manifestación de un particular desarrollo del conocimiento apuntan, como hemos sugerido que sucede en sus anteriores investigaciones, hacia el corpus crítico sugerido en la obra de Michel Foucault.
De ahí que, como establezco en mi título, para el doctor Salcedo, la genealogía del biopoder será el hilo narrativo conductor al que se refería Fernando Picó y que le va a permitir esa visión panorámica que simultáneamente se infiere de pero que trasciende a la mirada socio/política.
El ámbito en el que se enmarca esta investigación es el que Michel Foucault llama biopoder, una forma de gobernar que se desarrolló en Europa durante el siglo XVIII, cuando el Estado asumió las tareas relacionadas con la administración de la vida. (21)
Biopoder, literalmente es poder sobre la vida. Salcedo cita directamente de Seguridad, territorio, población, volumen en el que se recoge el curso que el filósofo francés enseñó en el Colegio de Francia entre enero y abril de 1978. Allí se refiere al concepto de biopoder como:
El conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello, que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder […] (21)
El concepto de biopoder, entonces, incluiría todos los recursos económicos, geográficos y demográficos que puede usar y establecer el poder para aumentar su control en la sociedad. Es por ello, que cuando Salcedo infiere que la genealogía del biopoder debe ser el hilo narrativo conductor en su acercamiento a la historia de la regulación de las prácticas sanitarias también logra crear las aperturas necesarias para que tengamos que incluir otros procedimientos de subjetivación.
El tema de la subjetivación es uno que de por sí se ha convertido en uno de los más comentados en la obra de Foucault. Sabemos que, en oposición a la tradición cartesiana, para el filósofo francés el sujeto no es una sustancia independiente ni permanente. Uno de los objetivos más destacados en sus investigaciones y cursos sería el de historiar la evolución de las que llama “formas del sujeto” a través de los procedimientos que identifica como de “modos de subjetivación” o las “prácticas de su constitución”.
No debemos pensar que para Foucault el “cuidado de sí” y el ejercicio estatal del poder son operaciones excluyentes. Como nos dice Carlos Rojas Osorio, en el curso que corresponde al año de 1977 y 1978 cuando desarrolla el concepto de gubernamentalidad, queda claro que será el gobierno de sí mismo, lo que interese a Foucault en su reflexión sobre los problemas éticos. Rojas Osorio cita del Vol. III de Dichos y escritos (1994):
Por gubernamentalidad yo entiendo el conjunto constituido de instituciones, procedimientos, análisis y reflexiones, cálculos y tácticas que han permitido ejercer esta forma específica y muy compleja de poder que tiene por blanco la población, por forma principal de saber la economía política, y por instrumentos técnicos esenciales los dispositivos de seguridad.4
El doctor Salcedo en su investigación nos lleva a examinar ese ejercicio moderno del poder, esa normalización de los individuos y de las poblaciones a través de los procedimientos de medicalización en Puerto Rico desde finales del siglo XVIII hasta la década del 40 del Siglo XIX. Siguiendo de cerca Foucault nos dice que:
[…] el ejercicio de este poder sobre la vida se sustentó en unos cambios importantes que se dieron en el mundo médico a mediados del Siglo XVIII. Por una parte, hubo un aumento en el número de las instalaciones dedicadas a defender la salud, como hospitales o dispensarios, en donde se atendían a miembros de diferentes clases sociales; y por otra, se desarrolló una estandarización de la formación médico-quirúrgica que terminó por favorecer la confianza en el saber y en la eficacia de este personal. (22)
Entonces añade que: “el desarrollo de este poder sobre la vida puede relacionarse fundamentalmente con la medicalización del hospital, que fue el primer paso para la medicalización de la población”. Así nos irá presentando los detalles de los esfuerzos gubernamentales desde las Juntas de Sanidad o Juntas Sanitarias en 1766, el establecimiento del Real Hospital Militar (Hospital de la Concepción El Grande) en 1780, la presencia del Real Tribunal del Protomedicato, la Real Junta Superior de Medicina (en 1804), y el Reglamento de Medicina y Cirugía para Cuba y Puerto Rico de 1844.
El concepto de medicalización es mucho más amplio de lo que parecería a primera vista. Edgardo Castro en El vocabulario de Michel Foucault: Un recorrido alfabético por sus temas, conceptos y autores, por ejemplo, nos aclara que “no se trata exclusivamente de una intervención vertical y uniforme del Estado en la práctica de la medicina”. Se trata, también, de “la aparición del problema de la salud en diferentes niveles de la estructura social”5. Es así que, según la interpretación que ofrece Castro, desde esta perspectiva “el problema básico en las sociedades modernas ya no sería la acumulación de capital sino el problema de la población, la acumulación de seres humanos para la producción de ese capital”6. A partir de los Dichos y escritos Castro puede concluir cómo “la medicalización y la importancia que se le otorga a la higiene se convierten en instancias adicionales para el control social”7.
De acuerdo al conocimiento que el profesor Salcedo evidencia de estas relaciones, ya al comienzo de su texto nos describe el objetivo central de su investigación:
A partir del concepto de biopoder, esta investigación relaciona dos temas que han permanecido separados en la historiografía decimonónica insular: el funcionamiento del Estado y la salud de la población. […] (24)
El concepto de modernidad que predomina en la investigación que comentamos puede evidenciarse en varios pasajes. Cuando describe, por ejemplo, los detalles del inicio de las labores del Hospital Militar (3 de junio de 1780) escribe que:
Con este hospital llegó a Puerto Rico la administración médica, el servicio a los enfermos, el registro de datos, la comparación de síntomas, las estadísticas de los muertos y de los curados: es decir, llegó un atisbo de la medicina clínica. Como afirma Foucault, durante el siglo XVIII, el hospital se convirtió en un aparato de medicalización colectiva. (63)
Para entonces señalarnos que como parte esencial de la regulación institucional también se establecieron los mecanismos de control del discurso del saber correspondiente. Al citar la Real Cédula para el régimen y gobierno de los colegios de medicina y cirugía (1827) escribe:
[…]que en lo sucesivo se denominen médico cirujano, se enseñe la medicina en todas partes, para que los que emprendan la causa de la ciencia de curar puedan adquirir toda la instrucción necesaria para llevar con acierto sus deberes. (p. 69)
Obviamente, entonces los procedimientos de medicalización y el establecimiento de la medicina clínica, como bien nota Salcedo, se constituyen como configuración de un saber/poder (y de ahí la necesidad del acercamiento arqueológico) y como dispositivos de poder (y de ahí la necesidad del acercamiento genealógico). Escribe Salcedo:
Como dice Foucault, ‘la mirada clínica tiene esa paradójica propiedad de entender un lenguaje en el momento en que percibe un espectáculo. En la clínica, lo que se manifiesta es originariamente lo que habla. (84)
Es así que este texto que presentamos hoy es como una vitrina a través de la cual podemos asomarnos al momento del nacimiento de una nueva epistemología médica en Puerto Rico. Una forma de conocimiento que desde entonces quedará fundamentada en la observación directa de la enfermedad lo que va a requerir de la reclusión del paciente.
Esta nueva forma de hacer medicina era un saber práctico que se perfeccionaba con la experiencia, por eso era importante estar al lado de la cama del enfermo; eso es lo que precisamente significa clínica en griego: cama. (p. 85)
Según nos dice Salcedo en su introducción, es ese el programa que sigue en los primeros capítulos de la exposición de su investigación: en la primera parte, las manifestaciones iniciales del biopoder en Puerto Rico; en la segunda parte, el Hospital Militar como la vía de entrada de la medicina clínica en la Isla como expresión de la Modernidad.
Nos enseña Paul Ricoeur en La memoria, la historia, el olvido (2000), que se pueden identificar tres segmentos o fases en el plano epistemológico de la operación historiográfica. La primera, la fase documental se extiende desde la información recopilada de los testigos oculares hasta la constitución de los archivos. La segunda, la fase explicativa, consiste en el intento de inferir los por qué a partir de los hechos establecidos documentalmente. Finalmente, en la tercera, la fase representativa, trata de alcanzar una configuración literaria para los lectores. Añade que esta última fase, la narración que trama el historiador, es la herramienta cognitiva que le permite explicar la acción humana, hacerla coherente y plausible, comprender su sentido8. En este nuevo libro, el doctor Salcedo, sin lugar a dudas, ha logrado hilvanar estos niveles hasta alcanzar una valiosa aportación como herramienta para el conocimiento del desarrollo de la mentalidad en Puerto Rico durante el siglo XIX.
- César Augusto Salcedo Chirinos. Las negociaciones del arte de curar. Los orígenes de la regulación de las prácticas sanitarias en Puerto Rico (1816 – 1846). Lajas: Editorial Akelarre, 2016. [↩]
- Las itálicas son nuestras. [↩]
- “Pobreza, locura y género en el Puerto Rico del siglo XIX”. En: Irma Rivera Nieves y Francisco José Ramos (editores). Foucault. La historia de la locura como historia de la razón. San Juan: Editorial Tal cual, Editorial Postdata, Sociedad Puertorriqueña de Filosofía, 2002. (p. 251). [↩]
- Carlos J. Rojas Osorio. Michel Foucault Años tras Año (Libros y cursos). Hato Rey: Publicaciones Puertorriqueñas, 2016. (p. 244). [↩]
- Edgardo Castro. El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas, conceptos y autores. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2004. (p. 242). [↩]
- Edgardo Castro. El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas, conceptos y autores. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2004. (p. 243). [↩]
- Edgardo Castro. El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas, conceptos y autores. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2004. (p. 243). [↩]
- Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Editorial Trotta, 2003. [↩]