“La Iguana en la Guajana”, sobre un libro de Wenceslao Serra
Casi en silencio, casi, pues más allá del propósito de editar humildemente y sin buscar los paparazis que hacen del libro mercancía, Reynaldo Marcos Padua y Margarita Maldonado se han dado a la tarea de producir, solidaria y misteriosamente, una constelación de libros nuevos. A la lista se le añaden últimamente muchos títulos que bien pudieran haber sido acuñados por la célebre Colección Guajana, pues si bien, por una parte, Padua se doctoró con una tesis dedicada al estudio de algunos de los poetas fundamentales del grupo y se ha dedicado a recopilar sus datos y sus obras, a antologizarlos, y a integrarse al Grupo Guajana que sobrevive a los heraldos negros, por otra parte, las actividades conmemorativas del cincuentenario de la revista Guajana incluyen la edición de nuevas obras de los integrantes del Grupo. Varios títulos han lucido sus sorpresas. Hoy me ocupo brevemente de un libro raro de Wenceslao Serra Deliz: “La memoria que no cesa” (2011).
Wence es uno de los poetas fundamentales del núcleo de Guajana. Desde “Memoria”, libro de versos de 1970, hasta este libro de prosas, marcha una serie de publicaciones de carácter diverso que incluye varios otros libros de poemas, como libros para niños, y también investigaciones como las dedicadas al refranero puertorriqueño (2002) y “El libro del falo: un bosque de símbolos” (2007). Su dedicación al arte literario, a la cultura, y a las luchas sociales, ha sido una constante sin tregua.
Acertado resulta el título que parodia un famoso libro de Miguel Hernández. Pues este libro pone en evidencia un esfuerzo constante y tenaz por preservar la memoria de la historia, personal y colectiva, y el registro minucioso de lo vivido. “La memoria que no cesa” tiene 392 páginas infatigables, documentadas, más allá del registro antojológico de la memoria.
Está el libro divido en dos partes fundamentales. La primera, que aunque sin título corresponde evidentemente al texto en prosa que titula el libro, es una extensa narración de casi 175 páginas en las que el autor, nacido en el 1941, revisita los recuerdos de la infancia, la adolescencia y la primera madurez. Esta visita se detiene alrededor del año 1976, tras la etapa de fundación de la Hermandad de Empleados Exentos No Docentes y la decisión de mudarse de una casa adquirida en un campo de altura en Aguas Buenas. Asombra la cantidad de recuerdos de un mundo que desvaneció hace más de sesenta años. La segunda parte recopila 36 artículos, la mayor parte de ellos publicados en revistas y en la prensa, con el título sugestivo de “La fuerza de los signos”. En esta serie de trabajos Wenceslao amplía muchas de las experiencias narradas en la primera parte y añade otras.
Aunque conocemos a Wenceslao, personalmente, desde principios de los ochenta, y de manera más intensa y constante desde principios de los noventa, son muchas las sorpresas que este libro ofrece. Desde las menos personales, que corresponden al retrato de una vida ya perdida para siempre y ofrecida con el curioso y poco frecuente contrapunto de haberla experimentado en la dualidad del mundo pueblerino de Quebradillas, por una parte, y del capitolino Santurce, por la otra, hasta la relación de las notas más privadas, algunas simplemente anécdotas que retratan un mundo perdido, y otras, de gran impacto dramático.
Wence ofrece este relato sin mayores pretenciones retóricas, casi como quien las refiere a un amigo con quien comparte en una mesa. Pero no cabe duda de la importancia de los hechos, más allá de lo personal, como retrato de una época en el que aparecen poco a poco muchos hechos y personajes de indudable importancia histórica. Wenceslao no se detiene en este libro a hacer la historia del grupo Guajana, pero, como es natural, no dejan de aparecer las circunstancias y los personajes que forjaron esa generación de indudable protagonismo histórico.
Ya se anunció la presentación del libro. Se efectuará el 29 de marzo en la Casa Aboy a las 7:00 pm. La misma estará a cargo de Enrique Ayoroa Santaliz