La independencia catalana: una constelación histórica
“You have to think of democracy as an opposition movement”
—Sheldon Wolin
Los activistas civiles Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, también enfrentan cargos por su defensa del referéndum. El ex-presidente del gobierno regional catalán, Carles Puigdemont, huyó a Bruselas, país que hasta el momento se ha negado a extraditarlo a España para el juicio. Los fiscales del llamado procés están solicitando una sentencia de 25 años en prisión para Junqueras además de prohibirle ejercer cargos públicos durante 25 años. La acusación popular que ejerce el partido VOX le imputa 74 años de cárcel. Los fiscales también están buscando 17 años de cárcel para Sànchez y Cuixart, y para la ex-presidenta del Parlament de Catalunya, Carme Forcadell. Otros acusados enfrentan sanciones que van desde multas económicas altísimas hasta penas de prisión de 16 años. El juicio comenzó el 12 de febrero de 2019.
Desde el 21 de septiembre de 2017, unos 800 guardias civiles llevaban viviendo en lo que algunos de ellos habían llamado “una cárcel flotante”. A la historia del puerto y la ciudad de Barcelona se le añade otro nombre: Piolín, cuyo nombre oficial es Moby Dada. Se trata del barco que estuvo anclado en el puerto de la Barceloneta por casi sesenta días, y en el que se alojaron las fuerzas de seguridad del Estado a las que el Ministerio del Interior ordenó la intervención violenta al referéndum y la confiscación de las urnas el 1ro de octubre. Sin lugar a dudas, el autoritarismo del Estado español y el uso de la fuerza el día del referéndum muestran, por un lado, la obstaculización del voto, una de las condiciones necesarias (entre tantas otras) para que un sistema político sea democrático. Por otro lado, testimonia el impedimento del derecho a la autodeterminación de los catalanes. La condonación y el uso de la violencia durante la celebración del referéndum es un ejemplo de lo que el historiador Enzo Traverso ha denominado como “mutaciones post-fascistas” que emergen de una “matriz fascista” previa en la historia. Se trata de una mutación ideológica que está actualmente llevándose a cabo a causa del gran vacío sociopolítico en distintos países Europeos.[2]
El documental de Netflix Dos Cataluñas, dirigido por Gerardo Olivares y Álvaro Longoria “explica” el procés, mediante el uso de esta plataforma estadounidense que se decanta por la neutralidad y la pluralidad. El documental presenta dos horas de entrevistas —a los principales líderes políticos de Cataluña y a otros politólogos y periodistas que viven en España— y de contexto del conflicto, desde la Diada del 11 de septiembre de 2017 hasta los eventos del 1ro de octubre. Llama la atención, por una parte, el uso de la violencia estructural del Estado español contra los ciudadanos catalanes para impedir el referéndum. Por otra, impacta la condonación de la violencia por figuras políticas en contra del referéndum según las cuales el uso de la fuerza era necesario para que se respetase la autoridad del Estado español.
Igualmente, el presentismo que emana de las entrevistas en el documental a los líderes de Ciutadans (uno de los partidos que más ferozmente se opone a la independencia de Cataluña) específicamente a Inés Arrimadas (líder del partido en Cataluña) es una muestra absoluta de que existe una clase política en España que quiere que la historia y el pasado estén bien enterrados. Refiriéndose a Oriol Junqueras y los demás políticos catalanes encarcelados, Arrimadas (epítome del sujeto posmemoria)[3] pregunta retóricamente en una de las entrevistas: “¿Después de todo lo que has hecho, creías que no te iba a pasar nada?”. Planteo otra pregunta a la de Arrimadas: ¿Después de cuarenta años de una brutal dictadura, en la que no solo se obliteró la posibilidad de autonomía para Cataluña, sino que además se cancelaron todas las garantías civiles para los españoles, cómo es que nunca pasó nada? ¿Por qué nunca se enjuició a quienes brutalmente violaron derechos humanos y civiles durante el franquismo?
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, es una de las voces internacionales en oposición a la independencia de Cataluña y que simpatiza con Ciutadans. En un artículo escrito el 28 de octubre de 2018, en contestación a otro de Antonio Elorza sobre el concepto de hispanidad, el escritor peruano apunta:
[Antonio Elorza] explica el disgusto que le causa la palabra Hispanidad, que asocia al racismo nazi y al franquismo (diario El País, 17 de octubre, 2018). A mí su texto me recordó a los indigenistas, que la asociaban sobre todo a los “horrores de la conquista española,” es decir, a la explotación de los indios por los encomenderos, a la destrucción de los imperios inca y azteca y al saqueo de sus riquezas. Quisiera discutir esos argumentos negativos y reivindicar esa hermosa palabra que, para mí, más bien se asocia a las buenas cosas que le han ocurrido a América Latina, un continente que, gracias a la llegada de los españoles, pasó a formar parte de la cultura occidental, es decir, a ser heredero de Grecia, Roma, el Renacimiento, el Siglo de Oro y, en resumidas cuentas, de sus mejores tradiciones: los derechos humanos y la cultura de la libertad.[4]
Igualmente, en la marcha convocada por Societat Civil Catalana en Barcelona el 9 de octubre de 2017 a favor de la unidad de España, Vargas Llosa declara que la demanda de los catalanes por la independencia está movido por la pasión, el fanatismo y el racismo, mas no por la razón. España es un país democrático y moderno, por lo tanto, según Vargas Llosa un país democrático y moderno no puede admitir la separación. Para el escritor peruano, independencia y democracia son conceptos políticos antagónicos. Paradójicamente, en el mismo discurso público en Barcelona, el autor peruano desvela las razones instrumentales por las que no se acepta la independencia de Cataluña:
No queremos que los bancos y las empresas se vayan de Cataluña como si fuera una ciudad medieval acosada por la peste. No queremos que los ahorristas catalanes retiren su dinero por la desconfianza, por la inseguridad jurídica que les merece el futuro de Cataluña. Queremos, por el contrario, que los capitales y las empresas vengan a Cataluña para que vuelva a ser, como tantas veces en su historia, la capital industrial de España, la locomotora de su desarrollo y su prosperidad. Queremos que Cataluña vuelva a ser la Cataluña capital cultural de España.[5]
El reclamo por la independencia de Cataluña va más allá del nacionalismo catalán o del catalanismo. Es por ello que, entre muchos otros aspectos que el nobel de literatura olvida se encuentran: 1) el hecho de que la Constitución de 1978 todavía conserva aspectos reaccionarios del régimen anterior;[6] 2) que se trata de un estado nación y un modelo político-territorial que no funcionan. Sin lugar a dudas, tres décadas más tarde de haberse declarado el punto final de la evolución política y económica de la humanidad, la demanda separatista de los catalanes socava los discursos del fin de la historia.[7] Ante la aparente imposibilidad de que surja algo distinto en el futuro —puesto que se ha entendido el capital liberal como modelo económico y político irrebasable— la demanda por la independencia abre múltiples escenarios ciertamente inéditos en el presente.
Históricamente, el Estado español se ha negado a reconocer los proyectos políticos y sociales de los catalanes, siempre vistos con el lente de la homogeneidad política y cultural. Sin embargo, desde la Edad Media ibérica, la lengua catalana tuvo un papel relevante en su literatura, su producción intelectual y sus relaciones culturales. La Edad Media en Cataluña fue, de hecho, un período de formación literaria e intelectual que, incluso cuando no atestigua exactamente una formación nacional, debe entenderse como la génesis de una sociedad y cultura en particular. La Cataluña medieval ya había formado un legado literario e intelectual que no puede imaginarse aparte de la lengua catalana ya que esta literatura, y el idioma en que fue escrito, no son una colección aleatoria de distintivos en la historia.
Sin embargo, en la España medieval, Castilla expandió su poder e influencia sobre los otros territorios de España mediante el proyecto político unitarista, tanto por alianzas dinásticas como por la fuerza.[8] La formación política y cultural catalana ha sido constantemente deslegitimada a través de la historia. En el siglo dieciocho, los catalanes se vieron privados de los usos educativos y religiosos de la lengua catalana a través del Decreto de Nueva Planta en 1714. Mediante este decreto las últimas instituciones políticas catalanas fueron abolidas por los Borbones. Más adelante, ya en los albores de la llamada “era del nacionalismo” (siglo diecinueve), España era una de las unidades políticas más antiguas establecidas en una región de Europa, ideológica y políticamente anclada en los conceptos de hispanidad y unidad, este último conocido como integrismo en España.
Asimismo, Cataluña no sólo experimentó la represión de sus proyectos políticos y culturales a principios del siglo veinte, sino que, al final de la Guerra Civil española, fue tomada por las tropas franquistas como parte de una cruzada contra todas las formas de ideología política de izquierda (socialismo, republicanismo, comunismo y anarquismo) y porque era una sociedad diferente al hispanismo de la cruzada nacional franquista. La influencia de la propaganda franquista residía en su énfasis en un concepto inequívoco de nacionalismo español que enfatizaba el unitarismo y un legado histórico y cultural idéntico. Después de la Guerra Civil, Francisco Franco propagó un mito represivo de una nación monolítica española, nacida en el siglo quince con los Reyes Católicos (1492), durante una época en que la jerarquía y la homogeneidad cultural, garantizada por el catolicismo integrista, engendraba la grandeza imperial española.
Por lo tanto, los vencedores de la guerra eliminaron la posibilidad de autonomía política, económica y cultural catalana y, de manera similar, se negaron a aceptar a los ciudadanos catalanes y la cultura catalana en el nuevo Estado español, ya que se consideraba que sólo podían existir los “ciudadanos españoles”. En consecuencia, una de las principales diferencias que podrían considerarse al abordar el tema del nacionalismo catalán, es la que existe entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán la cual reside en sus respectivos orígenes y formaciones históricas. Mientras que la semilla del primero se encuentra en el surgimiento del absolutismo en España y se forja el espíritu del Unitarismo, el último surge en un zeitgeist (espíritu o forma) histórico y político diferente que adquirió formas menos unívocas y más variadas.[9] De la misma manera, es necesario señalar que quienes apoyan la independencia catalana no son necesariamente nacionalistas catalanes o catalanistas. Un ejemplo de ello el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós, autor de De la identidad a la independencia: la nueva transición (1999) y una de las voces más elocuentes y lúcidas sobre la independencia catalana. El pensamiento de Rubert de Ventós imagina la posibilidad de una libre y civil independencia, en un mundo plural, separada de nacionalismos y discursos identitarios.
En el espíritu que informa estas páginas: el de que la historia sí puede iluminar el presente y orientar una trayectoria futura, quisiera recordar que el Decreto de Nueva Planta 1714 supuso una transformación socio-política profunda en Cataluña ya que mediante el mismo quedaron abolidas, desde el siglo dieciocho, sus leyes e instituciones propias. Como apunta Fontana, Cataluña perdió un sistema de gobierno representativo que entre 1702 y 1706 figuraba entre los más avanzados y democráticos de Europa[10] Indudablemente, respecto al reclamo de independencia de los catalanes debemos considerar la relación que históricamente ha tenido el Estado español con Cataluña; es decir sus relaciones dentro de una historia más amplia y más antigua. En lo que sigue, ofrezco una constelación histórica de dos momentos en la historia de Cataluña y España: la declaración del Decreto de Nueva Planta en el contexto de la Guerra de Sucesión y el final de la Guerra Civil española y comienzo de la dictadura franquista. Considero que estos dos momentos muestran significativas rupturas y continuidades en su devenir histórico. En otras palabras, estos momentos históricos no muestran paralelismos, sino más bien puntos de encuentro, de rupturas y continuidades.
Cataluña 1714, Barcelona 1939[11]
“Cataluña 1714, Barcelona 1939” es una constelación histórica cuya conexión con el devenir histórico no es teleológica. En otras palabras, esta constelación histórica no revela una ideología de progreso histórico entendido como lineal e inexorable, influenciado por una causa final o determinada. Por el contrario, las raíces históricas que la forman revelan continuidades y discontinuidades en el devenir histórico. El referente principal de la teorización de las constelaciones históricas es el filósofo alemán Walter Benjamin, específicamente sus Tesis sobre el concepto de historia. En sus tesis, escritas a principios de 1940, Benjamin propone que la tarea del historiador es sacar una época específica del curso homogéneo de la historia y trazar las constelaciones que su propia época ha formado con las raíces de una época anterior. Para Benjamin, un aspecto intrínseco a esta idea de constelación histórica es: un principio continuidad que, asimismo, presenta espacios de discontinuidad a través de los cuales la reivindicación en la historia es posible.
La investigación de los historiadores Josep Fontana, específicamente “España y Cataluña: trescientos años de historia” y Joaquim Albareda en su libro: La guerra de sucesión en España 1700-1714, exponen las raíces históricas de esta constelación. Ambos historiadores recuerdan que en 1714 la monarquía hispánica era compuesta (los Habsburgos). Al morir el último rey de los Habsburgos, Carlos II, su testamento aseguraba: 1) la conservación de la vieja planta política (de las leyes y las instituciones catalanas) de la monarquía: “observar las leyes, fueros, constituciones y costumbres [de los] reinos” (375); 2) la permanencia de los mismos tribunales y formas de gobierno. Es decir, el mantenimiento de una estructura polisinodial (un estado formado por diferentes consejos y leyes), lo cual no fue respetado por Felipe V, sucesor de Carlos II.
La violación del testamento de Carlos II implicaba no únicamente la destrucción de la monarquía compuesta, sino además del constitucionalismo catalán, en específico, y el constitucionalismo “por la libertad de todos los españoles,” en general, según explica Josep Fontana.[12] Se trataba de un grado de modernidad política del parlamentarismo frente al absolutismo. Como señala Joaquim Albareda, Felipe V aplazó las posibilidades de evolución política incluso en toda España porque estableció un dinastismo propietarista de corte oligárquico a costa de la destrucción de un orden constitucional que ya era vigente en la Corona de Aragón. Este dinastismo propietarista, de corte oligárquico estaba reñido con el austracismo (compuesto por partidarios de la Casa de Austria que creían en la preservación de sus sistemas constitucionales) y con el constitucionalismo en Cataluña, los cuales adquirieron una base social más participativa.[13]
Asimismo, hasta el 11 de septiembre de 1714, el sistema político catalán había alcanzado un elevado desarrollo constitucional. La defensa del marco jurídico-político propio se convirtió en un eje indiscutiblemente vertebrador del austracismo, en la medida en que ofrecía márgenes de participación a diferentes clases sociales y barreras al creciente poder del rey, obligándolo a respetar las leyes, lo que redundaba en los ámbitos de la fiscalidad, la guerra, la justicia y la economía. Todo ello conllevaba una idea plural de la monarquía (Joaquim Albareda). En el terreno económico, el proyecto político catalán defendía un programa económico en la línea del mercantilismo industrialista. Propiedad y libertad caracterizaban la participación política del “hombre común,” lo cual en este contexto se consideraba como modernización del Estado “desde abajo”. De este modo, la cultura política se convirtió en la piedra angular de lo que se entendía como “patriotismo catalán” en los siglos modernos y alimentó un sentimiento incuestionable de identidad y de adhesión política a las leyes propias. Así, la fidelidad a la patria no estaba desvinculada de una visibilidad política (Josep Fontana 2).
El Decreto de Nueva Planta en 1714 fue acompañado de una sistemática y brutal represión y una falta de reconocimiento explícito de los derechos de los catalanes. ¿En qué consistió dicha represión y que perdió Cataluña? Los catalanes perdieron los órganos de gobierno, las Cortes y la Generalitat; todas la instituciones seculares de gobierno desaparecieron (se salvó el derecho civil catalán); el poder de los municipios, puesto que los ayuntamientos debían ser dirigidos por regidores castellanos; los bienes y haciendas que pertenecían a los austracistas, mientras se les pedía un oneroso tributo para mantener el ejército. Durante el felipismo, el ámbito cultural y lingüístico se centró en la lengua castellana y la interpretación de la historia mediante la Real Academia de la Lengua y la Real Academia de la Historia.
Primera constelación: destrucción y bombardeo de Barcelona
1714:
La artillería borbónica bombardea Barcelona en el mes de abril de 1714. Felipe V destroza mediante el bombardeo gran parte de la ciudad. Sobre las ruinas de un millar de casas de la Ribera se construyó La Ciudadela, símbolo por excelencia de la represión borbónica.
El duque de Berwick llega a la ciudad con instrucciones específicas de Felipe V sobre el trato que debía dispensar a los resistentes: “se merecen ser sometidos al máximo rigor de las leyes de guerra para que sirva de ejemplo para todos mis súbditos que a semejanza suya persisten en la rebelión” (Albareda 375).
1939:
- Barcelona fue bombardeada constantemente. Aunque la mayoría de los atentados fueron cometidos por las fuerzas italianas, la famosa fuerza alemana Legión Cóndor bombardeó Barcelona en ochenta ocasiones, cuarenta de ellas entre el 21 y 25 de enero 1939 con el propósito principal de destruir la zona del puerto. Los barrios más afectados fueron los barrios obreros. Ramón Serrano Suñer, que más tarde se convertiría en Ministro de Interior de Franco, recomendaba “un castigo bíblico (Sodoma, Gomorra) para Barcelona” ya que era necesario “purificar la ciudad roja, sede del anarquismo y el separatismo a través de una termocauterización destructiva e implacable.”[14] El proyecto de transformación de Barcelona en uno de los epicentros de la cultura moderna se detuvo durante la Guerra Civil española y la posguerra mediante una serie de prácticas políticas: el éxodo de la élite intelectual y política, la prohibición del uso público del catalán, la destrucción de una gran parte del legado literario e histórico, la confiscación de los archivos para su uso en la represión de los catalanes y la depredación fiscal de la economía catalana.[15]
Segunda constelación: La caída de Barcelona
1714:
El alcance de la represión se batió sin paliativos en Cataluña, bastión de la resistencia austracista. La impronta normativa entre la reciprocidad del monarca y la fidelidad de los súbditos quedaba manifestada en obligación de lealtad al rey, pues había que: “redimensionar la obediencia como obligación ya no meramente moral sino también jurídica de carácter civil,” […] además, quienes habían incurrido en el crimen de “lesa majestad y felonía,” tenían por condición que “sin omisión ni tardanza alguna” reconocieran al rey borbón como “su legítimo rey y señor natural.”[16]
1939:
Dicha reciprocidad entre vencedores y vencidos, queda tácitamente exigida – eufemísticamente – en el discurso radial del general Juan Bautista Sánchez el 26 de enero de 1939, el mismo día que el ejército de Franco ocupó Barcelona: “Os diré en primer lugar a los barceloneses, a los catalanes, que agradezco con toda el alma el recibimiento entusiasta que habéis hecho a nuestras fuerzas. También digo a los españoles, que era un error eso de que Cataluña era separatista, que era antiespañola… En ningún sitio, os digo, en ningún sitio nos han recibido con el entusiasmo y la cordialidad de Barcelona.”[17]
Tercera constelación: la obliteración de un proyecto político
Cataluña 1714:
Se perdió un proyecto político que por cuatrocientos años había elaborado un gobierno representativo que figuraba entre los más democráticos de Europa. Felipe V expresa su voluntad de destruir este proyecto ya que los catalanes contaban con demasiadas libertades. De acuerdo a Josep Fontana el conjunto de leyes libertades y garantías que integraban este proyecto político era necesario para asegurar la continuidad del rumbo que estaba siguiendo la sociedad catalana, que a comienzos del siglo XVIII parecía dirigirse hacia una forma de evolución similar a las que seguían Holanda o Inglaterra, asociando un proceso gradual de democratización al desarrollo de una economía capitalista (es decir el capitalismo agrario que socavaba el dominio feudal). Además, se aniquila la estructura constitucional en que se basaba la Corona de Aragón. En un amplio sentido el Estado catalán dejaba de existir. En 1715 se proponían las siguientes medidas de gobierno:
Que universalmente todo lo que sea procurar borrar lo que tenía la Corona de Aragón antes de la conquista será muy conveniente, no sólo ante el rey y la monarquía, sino ante ellos mismos … Y así mudar los nombres de reinos en provincias… y será útil especialmente en estas que tienen humos de repúblicas para que se allanasen. (Albareda 381)
Cataluña 1939:
Francisco Franco firma la anulación del Estatuto de Cataluña que se había aprobado durante la Segunda República española (1931-1936). Durante el llamado “bienio reformador” (1931-1933) fue creada una nueva Constitución sobre el modelo de la de Weimar, hasta entonces considerada como la más democrática en Europa, en la que se declara Cataluña como región autónoma. El Estatuto de 1932 le daba a Cataluña gobierno, parlamento, administración, justicia, presupuesto y cultura.[18] No fue hasta 1979, durante la transición a la democracia, que se vuelve aprobar el Estatuto, pero no igual al del 1932.
Cuarta constelación histórica: derrota y posibilidad
1714:
El capitán general, el marqués de Castel-Rodrigo temía que la esperanza de los catalanes un día habría de revivir, razón por la cual había que abatir “por cuantas partes se [pudiera] las esperanzas malignas de los naturales” (Albareda 385). En consecuencia, sugería que se celebrara un acto público y solemne de abolición de todos los privilegios de Barcelona y del Principado para que “se cancelaran, borraran y quemaran los que fueren contra la regalía[19] y no quedase memoria de ellos.” Además, sugería que un verdugo quemara las Constituciones catalanas delante de la muralla de la ciudad (Albareda 391).[20]
1939:
Manuel Azaña reconocía la pérdida del proyecto político republicano en Cataluña y su resonancia en la España republicana: “el último estado peninsular procedente de la monarquía católica que sucumbió al peso de la corona despótica y absolutista fue Cataluña y el defensor de las libertades catalanas pudo decir, con razón, que era el defensor de las libertades españolas.” (Fontana 2) Además, reconocía la pérdida de “las libertades de un Estado moderno, que nosotros hemos venido a realizar. ”[21] (Albareda 393)
¿Finale?
La demanda de Cataluña por su independencia, forma parte de una constelación histórica que va más a fondo del auge de la discusión sobre el futuro político de Cataluña en el siglo XIX, donde la noción de federalismo inicia una reflexión sobre la composición plural de la sociedad española y se desarrolla en una discusión más compleja sobre el particularismo, el separatismo, el “Estat propi” (Estado propio), y el “Estat compost” (Estado compuesto). Se trata de una problemática política que será central en la sociedad catalana del siglo XX (1917-1930), preocupada por la legitimación de “l’Estatut” (el Estatuto) durante la Segunda República española. El filósofo español Reyes Mate ha articulado una postura dialógica con respecto a la independencia de Cataluña, y lo relaciona con el deber de la memoria, la cual “[no] consiste [únicamente] en acordarnos de lo que pasó, sino en repensar asuntos como el del nacionalismo, teniendo en cuenta lo que pasó.”[22] Ello también significa, enfatizaría, tener en cuenta la historia de Cataluña desde el inicio del proceso de construcción del Estado en España y su aspecto unitarista. También significa tener en cuenta que el franquismo fue ese momento decisivo en la historia de España del siglo veinte en que cristalizaron dos fracturas, todavía hoy presentes: la de los proyectos políticos de la Segunda República española y de Cataluña, y la fractura de una conciencia cívica de lo político en un país que ha sido tremendamente marcado por continuidades y discontinuidades en su historia.
Por último, quisiera formular las siguientes preguntas: ¿Es realmente el reclamo de autodeterminación un acto contra la democracia? ¿Cómo sería la República catalana?¿Sería un país en el que las potencias económicas y estatales bailarían la danza del neoliberalismo y del capitalismo tardío?[23] Es decir, un país cuya forma de gobierno esté organizada por grupos que responden muy vagamente a las necesidades y las demandas populares. ¿O sería un país verdaderamente democrático, es decir, uno en el que sus ciudadanos puedan ejercer también poder? En otras palabras, una República inspirada en uno de los legados que siempre ha estado presente en la historia de Cataluña: el liberalismo clásico europeo y su énfasis en los derechos del ciudadano. Ciertamente, estas son demasiadas preguntas para un sólo final.
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[1] Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas. (Artículo 155 Constitución española de 1978). De hecho, parte de la discusión sobre el independentismo en Cataluña se centra en los conceptos constitucionalismo y autodeterminación.
[2] Ver, Enzo Traverso. Les nouveaux visages du fascisme, Paris, Textuel, 2016. Como mutación, de lo que se trata es de un cambio o una variación del fascismo, mas no de fascismo en sí mismo. Sobre todo, en el caso de España es una mutación del autoritarismo. Las dictaduras en España no fueron regímenes fascistas genuinos como la Italia de Mussolini o la Alemania de Hitler. Fueron, sin embargo, Estados tremendamente autoritarios, católicos y tradicionalistas. Tanto en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) como en la de Francisco Franco (1939-1975) se llevó a cabo “limpieza” política mas no “limpieza” étnica.
[3] En varias ocasiones Arrimadas ha declarado rotundamente que a ella la historia no le interesa. Tal vez esa sea la razón por la que le dijo a los catalanes que en Francia y en Alemania no se atreverían a faltarle el respeto a la monarquía. Ambos países, sin embargo, son Repúblicas. En Francia llevaron a la guillotina a su último rey absolutista en 1793.
[4] Ver, Mario Vargas Llosa, “Hispanidad, ¿mala palabra?”
[5] Ver Mario Vargas Llosa, “Discurso íntegro de Mario Vargas Llosa en la marcha de Barcelona a favor de la unidad de España”.
[6] Ver, “La Constitución española: sólo dos reformas frente a cientos de sus hermanas europeas.”
[7] Ver Fukuyama, The End of History and The Last Man.
[8] Ver, J. H. Elliot, Scotts and Catalans.
[9] El pensamiento político de Francisco Pi i Maragall, Valentí Almirall y Antoni Rovira i Virgili constituyen el surgimiento de un catalanismo político y cultural progresista, cuyo pensamiento más articulado fue el de Rovira i Virgili. Además, vale la pena señalar que hubo apoyo de las clases populares y los trabajadores a los proyectos políticos radicales de Francesc Maciá, aunque fueran transitorios, los cuales defendieron tanto a los industriales catalanes como una forma de nacionalismo pequeño burgués que estaba a favor de la independencia. La Renaixença catalana también tuvo cierta influencia como plataforma política a principios de la década de 1870, coincidiendo con la crisis general de la monarquía borbónica y la consiguiente efímera República. Fue influyente asimismo el nacionalismo catalán clásico, mejor representado por los escritos de Enric Prat de la Riba de fines de la década de 1880 y principios de la década de 1890.
[10] Ver, “España y Cataluña: trescientos años de historia,” (1).
[11] Final de la Guerra Civil y comienzo de la dictadura franquista.
[12] “España y Cataluña: trescientos años de historia,” (1).
[13] La guerra de sucesión, 385.
[14] Ver Joan Ramon Resina, Disremembering Dictatorship
[15] Íbidem, Disremembering Dictatorship.
[16] Albareda, 385
[17] Ver, Jennifer Duprey The Aesthetics of the Ephemeral, 128.
[18] Ver Pierre Vilar, Historia de España.
[19] Es decir los privilegios de la Corona.
[20] En esta época, las constituciones catalanas eran normas promulgadas por el conde de Barcelona y aprobadas por las Cortes catalanas.
[21] Azaña se refiere a la Segunda República española 1931-1936.
[22] Ver Reyes Mate, “La cuestión catalana en tiempos postnacionales”.
[23] Un excelente libro sobe esta relación es el de Edgar Illas, titulado Thinking Barcelona: Ideologies of a Global City (2012). Este trabajo examina las transformaciones simbólicas y materiales que redefinieron Barcelona durante la década de 1980 en preparación para los Juegos Olímpicos de 1992, evento mundial que, según argumenta Illas celebró la unión neoliberal del capitalismo y la democracia.