La isla del cordero entre la iglesia y el estado
“El autor los miraba con objetividad pero era partícipe de una subjetividad conflictiva”.
–Carlos Fuentes en su libro Personas, 2012.
En busca de tomas apocalípticas bien dramáticas, típicas del día de Clamor a Dios en año electoral, tu compañero fotógrafo, Herminio Rodríguez, fue el primero y el único gentil que capturó para la posteridad la importancia del círculo de oración presidido por el evangelista internacional Jorge Raschke que parecía despedirse de este mundo frente a El Capitolio a las 6:30 en punto de la mañana.
Mientras aún te preparabas para llegar a esa trigésimo novena edición de ese legendario evento, que ya no es lo que era pero que conserva su esencia, tomando café y poniéndote cremitas para bloquear el sol castigador –y esquivabas tentaciones lujuriosas que te salían al paso en el Paseo de los Bugarrones de Puerta de Tierra–, el reverendo Raschke, ataviado con ropa casual y chaleco de bolsillos, aprovechaba el breve fresco del inicio de aquel Día del Trabajo de septiembre del 2012 para reafirmar lo más básico de su credo.Una docena de hermanos pentecostales se tomaron de las manos para orar y, en esa profunda comunión espiritual minimalista, cual iglesia primitiva simple y llana, invocaron la repetición del incidente bíblico de pentecostés en el que originalmente se manifestó el Espíritu Santo: ¡Manda fuego, señor. Manda fuego!
Ese avivamiento madrugador, ese fuego pentecostal que ha emanado todos los años de ese círculo de oración iniciático, es el combustible virtual que necesita la nave imaginaria para zarpar del mundo hacia el cielo de papito Dios con los elegidos a bordo durante el rapto apocalíptico, al tiempo que es también la energía necesaria para activar al sólido ejército de hormigas de Cristo que organiza la actividad.Luego de que Raschke se retiró a la comodidad de su hogar, mientras comenzaba a llegar la feligresía de todas partes de la isla, a las 7:30 a.m. de ese día santo en el calendario aleluya –como los puertorriqueños apodamos a los miembros de la secta y estos se apodan entre sí en una especie de tripeo interno muy cariñoso–, uno de los ancianos jerarcas de la congregación dio instrucciones para colocar las sillas en la explanada capitolina.Al son de la salsa clásica cristiana, y asistidos por los coquipelaos restaurados de las garras del demonio de las drogas a fuerza de Biblia y pandereta en los Hogares Crea, el ejército trepó bocinas en grúas mecánicas, transportó cajas de agua y montó carpas con distintos tipos de oasis, mientras el Ministerio Musical de la Iglesia El Calvario de Country Club desmontó pianos, baterías y el resto de los instrumentos que pusieron a la gente a gozar mientras un niño predicador que hablaba bonito convocaba a las masas desde Radio Clamor 89.3 FM.
En el ínterin, una hermana cocinera de pinchos y bacalaítos de la iglesia Monte Moriah de Naguabo les explicó que el Ministerio les encarga 300 almuerzos diarios para alimentar al ejército de Cristo durante los tres o cuatro días que dura el montaje y el desmontaje.Cada detalle está fríamente calculado desde hace décadas y es parte de un libreto, tan rígido como efectivo, que incluye la perfecta continuidad estructural entre el templete de madera que sirve como púlpito y el escalón de mármol que da a las puertas abiertas del templo de las leyes.
El templete, montado sobre andamios, está medido con perfección masónica y sobresale del Capitolio con una naturalidad impresionante.
Así, al menos por un día, templete y templo se funden en un mismo contubernio arquitectónico a pesar de la advertencia del patricio Luis Muñoz Rivera que está esculpida en el friso en letras mayúsculas: “El derecho, la libertad y la dignidad por encima de todo”.
No obstante esa raya laicista incrustada en la conciencia nacional por el muñocismo decimonónico, el ejército de las hormigas de Cristo cubrió la columnata neocorintia del Capitolio con un enorme billboard con ilustración de ídolos babilónicos y versículos del libro de Josué.
“Escogeos hoy a quién sirváis. Mi casa y yo serviremos a Jehová”. Ése era el contramensaje teológico impreso, definitivamente opuesto al muñocismo, lema de la predicación de Raschke a las huestes sedientas de interpretación de la palabra divina y la palabra electorera.
Ante ese lema tan bipolar y castrista (con Jehová todo, sin Jehová nada), la pregunta que te hiciste de inmediato con Herminio fue la siguiente. Estos aleluyas, como Josué, ¿a quiénes entregarán sus votos y el destino del país adjudicándoles la jehovatura del estado; a los populares o a los penepés?Pero en todo el día, desde el templete, nadie se permitió admitir una simpleza maniquea tan burda como esa.
Todo lo contrario, luego de una intensa sección de cánticos y alabanzas, comenzaron los clamores protestantes enfocados en peticiones especiales al altísimo. Sobre todo, súplicas para los de abajo.
El primer Clamor multitudinario del día se le dedicó a los servidores públicos del Estado Libre Asociado, para que Dios guíe su servicio a la ciudadanía. A ese le siguió un Clamor por la liberación espiritual de los confinados, a cargo del gran predicador de estilo hard core Milton Rivera, del Ministerio Evangelístico Apocalipsis 22:12. Luego, otro clamor por la centralidad de la clase trabajadora en la construcción de la obra cristiana y uno penúltimo por la expansión de las misiones evangélicas en la Latinoamérica papista.Ahora bien, más allá de conectarse con la electricidad revuelta por los clamores oficiales, la gente se dio cita allí más bien para clamarle al Padre, por medio de gritos individuales, que aterrice hecho Espíritu en la zona del desastre de sus vidas para que les ayude a resolver todo tipo de problemas.Uno de los presentes, con espejuelos de pasta algo sofisticados y orgulloso de su camiseta impresa con el mensaje “God belongs in my city”, les explicó que desde pequeño su padre lo llevaba a Clamor a Dios sin falta y que este año, en comparación con los actos anteriores, “se veía poca gente”. No obstante, surgió que si “Dios es parte de mi ciudad”, no hay por qué preocuparse tanto por los números: los que faltaban se conectarían al círculo mediante la tecnología de los medios de comunicación y las redes sociales. Sin duda, estábamos en victoria.
Entonces fue que te pegaron en las sienes las imágenes de los brincos, saltos y meneos de los hombres y mujeres que viste caer en trance místico desenfrenado durante tu niñez en la Iglesia Pentecostal Movimiento Internacional de la calle Américo Miranda y la Iglesia Discípulos de Cristo de la calle Matadero.Regresaron a tu memoria todas aquellas razones que te presentaban en secreto tus amiguitos creyentes como humildes motivos para doblar rodilla y pedir clemencia por su condición imperfecta para que desde esa humillación salvadora sobre las sábanas de Pac Man nos hiciésemos niños de bien y hombres de provecho.
Vinieron las visiones pasadas de los porqué de las escuelitas bíblicas o los cultos tres veces en semana.Desfilaron a las doce en punto de la tarde bajo un sol terrible por tu mente confusiones de fe encarnadas en una mujer sudada con estola judía a la que se le transformaba su lamento en baile a medida que bajaba el fuego transformador, un muchacho con uniforme militar del Golfo con banderitas de Israel y “Cristo Viene” que hacía un performance aeróbico en una batalla contra uno o muchos diablos invisibles, así como cientos de personas entregadas sin escrúpulos a un potente histrionismo liberador de cuerpos y almas que siempre envuelve apretar los puños, alzar los brazos, aplaudir, hablar en lenguas, reprender demonios, tirar besos al aire, agitar pañuelos, vociferar coritos, dar patadas, repetir las palabras de los predicadores y, más que nunca, salir de sí para dejarse poseer por otro.Te devolvieron de la divagación a lo mundano de la jornada tres asuntos clave.
Primero: aquello también fue un gran pasadía en el que las personas compartieron anécdotas sentadas en la grama o en la baranda que bordea la estatua acusadora de San Juan Bautista, la lomita de los Tres Reyes Magos y hasta bebieron Cool Aid del mismo termo tranquilamente tras bastidores como aquella otra secta en aquella otra tarde fatídica en Guyana.
Segundo: desde el cantante de música pop cristiana Abraham hasta el mismo Raschke, los voceros del Ministerio resaltaron, en mensajes de consenso nacionalista, de una forma u otra, que esta isla fue prometida al Rey de Reyes en el instante mismo en que fue bautizada por Fernando e Isabel como la isla del cordero.Tercero: la hora de la ofrenda al hermano Raschke, como decía Sunshine Logroño y el Combochorno del hermano Emanuel, no es esa hora sin que se abran los corazones, también las carteritas… porque para sostener el Ministerio, sus canales de televisión, sus estaciones radiales, sus aires acondicionados, se aceptan los cheques y también las tarjetitas.
En específico, la llegada de los políticos robacámara y soplapotes del gobierno de turno al templete, como la senadora Norma Burgos, el alcalde de la capital Jorge Santini, la aspirante al senado María Milagros “Tata” Charbonier, el senador Larry Seilhamer y el primer ejecutivo Fortuño, entre otros, –más allá de la una de la tarde– provocó un revolú de tragicómicas escenas, en las que estos interactuaron con la reverenda Wanda Rolón, miembros del comité organizador como el pelotero Carlos Baerga, el reverendo Otoniel Font y el propio Raschke, que develaron algunas fisuras y fugas de la mentada promesa al Rey de Reyes de la isla del cordero.Raschke y el pentecostalismo proponen una especie de teocracia, en la que a los gobernantes electos los guíen al ejercer el poder los preceptos deuteronómicos que decreten las oficinas centrales y en cada municipio que “coordinan” la acción estatal encaramada en la agenda de los proyectos de las organizaciones con base de fe (al-qaeda, dicen los árabes). Pero sobre esa base de fe se erige un enorme falo autoritario, que es el Ministerio: “Nosotros vamos a mantener este faro de luz ardiente para que Puerto Rico no se llene de tinieblas”, proclamó el predicador Raschke.Así que el viaje retrospectivo tuyo a la infancia no te activó el recuerdo de las revelaciones proféticas y su valiosa utilidad en el sermoneo de varones de Dios como Yiye Ávila y Torres Ortega. Raschke, tan pronto pudo, recurrió a ese recurso básico para echarnos en un bolsillo como a los cubanos Fidel se los echa.
Sorpresa.
Impresionado, atribulado, dramático, Raschke contó que la noche anterior tuvo una guerra espiritual. Una tentación. Mientras oraba, el diablo le susurró que lo dejara todo, que olvidara a su pueblo, que se rindiera al descanso y al retiro, y no compareciera a esa edición electoral de Clamor. ¡Igual que en el Paseo de los Bugarrones de Puerta de Tierra a ti te habían tentado para que no lo reportaras!A lo último, de ese fiero combate él salió fortalecido, apoyado en los hologramas de Yiye y Torres Ortega, confiado en que las nuevas generaciones, Wanda y Otoniel, por ejemplo, continuarían su legado, advirtiendo que Clamor no es un mitin del Partido Nuevo Progresista, que “la iglesia no es roja, ni azul, ni amarilla. Es la iglesia de Jesucristo”.
Acto seguido, el reverendo pidió que el pueblo cerrara las sombrillas que lo guarecían. Que se pusiera todo el mundo de pie para alabar a Cristo en el Clamor Masivo final. Entonces fue cuando su voz se transformó en trompeta, habló en lenguas y derrumbó las murallas de Jericó para estimular un soberano grito general de reclamo electorero al país que duró más de cinco minutos: “Aleluya… Aleluya… Aleluya… Si usted no vota, hermano, hermana, el diablo, el inmoral, el ateo, va a votar por usted”.
Y con ese juicio moralizante, Raschke estremeció a su enorme rebaño, llevándolo hasta el éxtasis del fundamento pentecostal; dirigiéndolo hacia el debate público sobre las cruces electorales, transformado El Capitolio una vez más, sin oposición alguna, en un santuario del Espíritu Santo.
Después de esa sacudida brusca y larga en la que bailaste, brincaste, murmuraste coritos por lo bajo y por poco coges una insolación terrible a las cuatro y media de la tarde por no hacer caso en cuanto al bloqueador, terminaste con Herminio bebiendo cervezas frías en el “bajo mundo” que es la calle San Agustín de Puerta de Tierra para aplacar, a lo laico y a lo macho, las quemaduras reales y virtuales del alma.
“God belongs in my City”, repetían eufóricos, contentos, asimilando ese sentido de pertenencia, mientras les servían la primera ronda de Medallas. Definitivamente, luego de casi doce horas de “recogimiento espiritual” era momento de ahogar las revoluciones apocalípticas en alcohol y, ese brindis pagano, entre tantos deseos de escapar al Paraíso, falsamente los consolaba en lo que tramaban la próxima misión.
*Las fotografías utilizadas en esta columna son de la autoría de Herminio Rodríguez.