La jaula de oro
Hacía un tiempo que no se presentaba un filme sobre las vicisitudes que sufren los emigrantes indocumentados que quieren llegar a los Estados Unidos desde Centro América y México. Este filme tajante y terrorífico lo hace con gran soltura cinemática y con aciertos de actuación de un elenco no profesional que, muchas veces, parece irse incorporado a la película según esta va desarrollándose.
Juan (Brandón López), Sara (Karen Noemí Martínez Pineda), quien va disfrazada de muchacho para evitar lo obvio, y Samuel (Carlos Chajon), se van de su natal Guatemala con la intención de llegar a ese “oro” que es en su mente Estados Unidos, sin saber que es también “jaula”. Al cruzar la frontera mexicana se les une Chauk, (Rodolfo Domínguez) un indio tzotil que no sabe español y que desarrolla un vínculo especial con Sara. Juan lo discrimina y tiene celos de él porque Sara lo protege. Pero le permite que los acompañe luego de que Sara intercede por el indio.
Durante los primeros 10 ó 15 minutos de la película se oyen pocas palabras. En cambio, se escuchan los ruidos: de la naturaleza, del fluir del río y de un barco que por él navega, de los recogedores de basura en los vertederos, el ruido de la tijera que corta el cabello de Sara, y el cerrar y abrir de puertas burdas, que van creando una atmósfera de soledad y de carencia. Estos chicos no tienen posesiones ni quienes los reclamen. Son la personificación del desamparo. Y lo poco que poseen se lo alimentan a sus mochilas hambrientas y desnutridas para comenzar su recorrido.
A cada paso que dan algo se interpone en su camino, pero consiguen avanzar hacia su meta viajando en el techo de los vagones de un tren que va por vías que delatan la pobreza de la que quieren escapar. La serpiente de acero la encabeza una locomotora que parece una reliquia mohosa de un tiempo muy lejano cruzado por vías inseguras. Al principio, pensamos que el tren ha de ser un vehículo de transportación fácil y espacioso, solo para descubrir que docenas de otros emigrantes, la mayoría más adentrados en edad que los protagonistas, usan también esta forma de transporte para cruzar fronteras y campos inhóspitos.
No pasa mucho tiempo antes de que alguien se raje y decida que no vale la pena continuar el arduo camino que espera. Esa separación muestra de forma aguda la soledad en que viven estos jóvenes y la desdicha que los rodea. Es un momento duro y triste que augura lo que ha de venir.
El director y guionista (junto a Lucía Carreras y Gibrán Portela) Diego Quemada-Diez va llevándonos por las distintas fases de la migración dejándonos ver los extremos a los que se exponen los indocumentados. Desde ser víctimas de la policía a ser cazados (literalmente) por psicópatas que saben que no tiene que responderle a nadie por lo que hacen. La función del prejuicio en la vida de aún los desamparados está muy bien trabajada sin que esté matizada de sentimentalismo. De hecho, la ausencia de emociones innecesarias es uno de los logros más notables de esta película sorprendente y dura.
Junto al debut notable de Quemada-Diez como director hay que reconocer la cinematografía de María Secco, que nos pasea por paisajes hermosos y situaciones escabrosas y horríficas con la seguridad y talento para la composición visual de un Néstor Almendros. En una escena de inusual hermandad y de solidaridad humana los campesinos les tiran frutas a los indocumentados que van en el techo de los vagones del tren, para que tengan algo que comer. Secco toma el plano desde arriba, y lo que vemos son las manos de los necesitados agarrando lo que pueden, y los que tiran las frutas, resultan ser redentores breves y anónimos. Las tomas en una carnicería al final de la cinta son, y valga la ironía, desgarradoras. No estoy familiarizado con el trabajo anterior (mayormente en documentales y cortos) de Secco, pero, con escenas brillantes como la que acabo de describir, me encantaría ver lo que puede lograr (o ha logrado) en otros largometrajes.
Es imposible ver esta película sin que uno sufra por la suerte de un grupo de seres humanos que, al fin y al cabo, son suspiros transitorios sobre la faz de la tierra. El abuso de los humanos por los humanos no tiene nombre aún cuando no es organizado. Uno piensa en los grandes genocidios de la historia perpetrados por Nazis, soviets, chinos, turcos, Hutus, etc., y no se percata que hay masacres de pocas personas que suman a cifras que rebasan lo sucedido en pequeñas guerras. Este filme poderoso lo demuestra.
“La jaula de oro” se suma a cintas como “El norte” (1984), “The Three Burials of Melquiades Estrada” (2005), un filme subestimado, y “Lone Star” (1996) como un documento de lo que muchos tienen como meta y como sueño dorado y que se convierte en la realidad de ser indocumentado sin educación en la “jaula de oro”. No hay duda de que los EEUU tiene que desarrollar una política migratoria coherente y justa, particularmente para los emigrantes de países Centro Americanos y de México. Todos a los que les interesen los derechos humanos deben de ver esta película.