La La Land
En un tapón en uno de los expresos que van a Los Ángeles los que están atrapados en los automóviles salen al pavimento a cantar y bailar. En esa celebración de un día soleado se une gente de diversas razas, orígenes y estratos sociales y llenan de alegría lo que debe de ser un agravante continuo (el tránsito y los tapones) de los que viven en esa ciudad. Rápidamente, esa paz se quiebra porque Sebastian Wilder (Ryan Gossling), uno de los conductores, tiene más prisa que nadie y agrede a bocinazos a Mia Dolan (Emma Stone), quien termina dándole el dedo. Es una gran forma satírica de terminar el número musical. Es una advertencia, por si acaso, que viene otros.
Me imagino, que alguien se ponga a cantar y a bailar en medio de una autopista debe parecerle irreal a los jóvenes de hoy día que aceptan como real que el cheche corra más rápido que una bola de fuego o pueda matar 7 asesinos con una pistola de seis balas. Pero Damien Chazelle, el director de la cinta, sabe eso y la idea es educar al nuevo público de “milénicos” que hubo una época en que estos musicales gozaban de gran popularidad.
Para alcanzar su meta Chazelle usa una serie de símbolos y referencias inescapables. Además, a un número en un observatorio le añade elementos extraterrestres y mágicos que no habíamos visto antes nada más que parcialmente. Es una referencia agrandada de la idea de Fred Astaire bailando en el techo en “Royal Wedding” (1951). Antes, un recorrido por la ciudad va mostrando los nombres en luces de neón de los distintos clubes, bares y restaurantes de la ciudad como era casi de rigor en la películas de los 30 y 40 cuando alguien que aún no la conocía hacía algo similar en Nueva York.
También vemos la consabida ristra de copas de champán que se van llenando del líquido espumoso, una secuela que era común en las películas que versaban sobre la Prohibición y la farándula en los años del 20 al 40. En este filme la farándula es parte de la trama pues los dos protagonistas quieren ser parte de ella. Sebastian es un pianista de jazz que lleva una campaña personal para que esa música no muera; Mia quiere ser actriz y persiste en su empeño a pesar de los rechazos que recibe.
Solo revelaré parte de la trama para ir a cosas más importantes: chico conoce a chica; chica y chico se enamoran; chico y chica… (vayan a verla). Sí puedo decirles que esta es una película hermosa y agridulce que devuelve a la pantalla el sentido del romanticismo moderadamente melodramático que nos hace volver a ver el amor juvenil y los sueños compartidos.
Lo más importante de la película, como ya decía, es su homenaje a los grandes musicales. El director, el camarógrafo y el guionista conocen bien el género y rinden tributo a cintas que merecen tributo. El primer momento romántico es cuando Mia escucha a Seb tocar en el piano en un restaurante y nos recuerda que Norman Maine (James Mason) se enamoró así de Vicky Lester (Judy Garland) en “A Star is Born” (1954). Cambio de roles, pero no de intensidad y de presagio. La primera vez que Seb baila con Mia, lo hace cerca de una arboleda y de noche, y sus movimientos recuerdan a Cyd Charisse y Astaire en el baile más hermoso que jamás se haya filmado con la música de “Dancing in the Dark” (“The Bandwagon”, 1953) y, por si acaso se pierde la referencia, Gosling usa zapatos blancos y pardos.
La referencia musical más importante ocurre casi al final del filme cuando estimulada por las notas de la canción que representa el amor de Mia y Seb, esta tiene una retrospección que nos lleva por sus vidas pero que en muchos instantes es un homenaje al ballet, el tour de force, al final de “An American in Paris” (1951). Esta secuela sintetiza la trama y simultáneamente nos explica el título de la película que no es solamente referente a Los Ángeles sino a estar lela o lelo. Lo curioso es que explica también la maldad del triunfo en el mundo del entretenimiento y, como en el caso de “A Star is Born”, que el éxito puede cambiar las vidas y, si existe tal cosa, el destino.
Stone es poco menos que fenomenal en este filme y su voz y sus piernas le permiten cantar y bailar lo suficientemente bien para que su números musicales sean aceptables. Su actuación trasciende el material porque se supone que el material sea tan insulso como en toda comedia musical (exceptuando “Cabaret”, “Chicago” y “West Side Story). A veces se mira los pies cuando baila, pero ese es el punto: si fuera una gran bailarina estaría en la farándula.
Gossling es el centro del filme y su interpretación dramática y musical es superlativa. Su creación de un hombre que tiene pasión por algo y no quiere que nada se interponga entre él y ese deseo es conmovedora.
Como pasa con toda buena música, la de Justin Hurwitz propulsa el sentido de romance y nostalgia del filme, que termina en invierno, y hace sublime los encuentros entre Mia y Seb. Simplemente: ¡una película hermosa!