La mano izquierda de la generosidad
A Eduardo Lalo
“Voy a escribir mi informe como si contara un cuento porque de niño me dijeron que la Verdad es un asunto de la imaginación.”
Ha muerto Picó.
I
En cierta ocasión estábamos sentados Picó, Reynaldo y yo en la Casa Claver (residencia para exconfinados y tutores del Proyecto de Confinados Universitarios) y el sopor de la noche se había apoderado de nuestras mentes generando un vaho de aburrimiento que se podía cortar con un cuchillo. Repentinamente Picó dice, vámonos de camping. Reynaldo y yo lo miramos como quien mira un alien que acaba de llegar al planeta. Eran quizá las 10pm de un martes o un miércoles. Vamos, repitió y bajó corriendo y subió con una caseta llena de huecos que habrá tenido guardada en algún rincón. ¡Vamos!Salimos.
Levantamos el camping –qué bueno que había luna- en una playa cerca de los Tubos de Manatí. Hablamos mucho. Picó hizo una referencia a la historia de Manatí que ya olvidé. Cuando me levanté ya Picó se había metido al agua y estaba sentado frente al mar leyendo un libro. Viejo, el agua está fría y rica. Apenas había salido el sol. Entré al agua un rato. Me senté en la arena con Picó, creo que Reynaldo caminaba por la playa. Recuerdo los cangrejitos por todas partes. Respiré el salitre profundo. Los majes me picaban. El frío de la brisa me levantaba los poros. Pocas veces me he sentido tan vivo.
II
Mi primer encuentro con Picó fue accidental -nunca le pude decir Fernando, quizá un remanente de las monjas carmelitas del Colegio San José que nos llamaban a todos por los apellidos. Mi padre había sido hermano jesuita durante sus años de juventud y se hizo amigo de Antulio Parrilla. A la muerte de Parrilla me llevaron a su funeral –comienzos de enero de 1994- y allí estaba Picó quien era uno de los que cargaba el ataúd. La iglesia estaba repleta y había un montón de sacerdotes. Picó, como con el tiempo sería notable para mí, tenía puesta en la cara esa mirada que llevan las personas que están ausentes y presentes a la misma vez, como si un sueño vivo informara las acciones cotidianas.
Tener dos padres es objetable, dirían los psicoanalistas. Con una basta, ¿no? Yo los tuve, así que hay que bregar; al fin y al cabo acá en las islas la temperatura es otra y urge mejor echar a un lado algunas categorías analíticas europeas. Con el biológico me tomó un rato largo despejar el panorama afectivo, reducir los efectos de los prejuicios y aceptar las diferencias, abrir los ojos y los oídos para salir a andar por el campo en la noche clara, dejar que la generosidad obre. El alma está cubierta de maleza, a veces hay que sacar el machete para llegar al enclave de la conversación. En sus últimos años hablaba con él casi todos los días; conversaciones gratas y honestas.
Con el segundo padre, Picó, el valle estaba semidespejado y tuve la suerte de encontrarme con una mente generosa, intensa, apasionada, ávida de encuentros, rica en expectativas y experiencias. Nadie he conocido que te prestara el oído mejor que Picó, no importaba si le preguntabas sobre la hipótesis lúdica de Huizinga para entender las sociedades medievales o sobre la jevita que acababas de conocer. Aunque, sobre el segundo tema, dejaba claro que los asuntos jevísticos no eran su fuerte; pero siempre te escuchaba.
Mi segundo encuentro con Picó fue aún más accidental. Algunos meses después de la muerte de Parrilla, yo estaba en la casa de mis abuelos en Aibonito (justo frente a la Casa Manresa donde Picó sobrevivía uno de los retiros jesuitas –le encantaba caminar y eludía la rutina de la plegaria con la disciplina de los pasos-) y Picó bajaba por la cuesta con su guayabera blanca llena de libretitas y bolígrafos, como un fantasma flotando en la brea campestre.
Yo quizá salía a botar la basura y el encuentro fue una trampa del azar. Nunca antes había intercambiado una palabra con él. Recordó que me saludó en el funeral de Parrilla. Me dijo que bajaba al pueblo. Le dije que estaba leyendo Vigilar y castigar y que me gustaba mucho. Dijo que Foucault era un grande y que le gustaría regresar al momento cuando lo leyó por primera vez. Y así sin más me preguntó, como quien pregunta qué hora es o si lloverá hoy, ¿quieres ser tutor en la cárcel? Yo tendría 21 años y haber aprendido a amarrarme los zapatos era posiblemente mi logro más significativo. Alguna que otra frase sobre las condiciones y ya. Jamás sabré por qué dije que sí. Las causas materiales debieron haber estado relacionadas a que estaba empezando literatura comparada en la iupi y tener hospedaje cerca era conveniente (tutorear fue voluntario, Picó me ofreció hospedaje gratis en la Casa Claver en Hato Rey), pero las razones afectivas siempre serán un misterio para mí.
III
Vivir con Picó me expuso a un ejercicio intelectual constante, en el mejor sentido que eso implica. La biblioteca era formidable, aunque un caos laberíntico que requería un trabajo extra de la voluntad.
Los gustos de Picó eran extraordinariamente eclécticos. Le encantaba la literatura, en especial la fantasía. Todavía conservo uno de sus regalos “The Worm Ouroboros”, texto denso y lírico sobre una aventura cíclica, un reino que nunca cesa de construirse que propicia la renovación constante de los héroes para resolver los quests inagotables. Según Picó, anticipa a Tolkien.
En esa biblioteca encontré a Ursula K. Le Guin por primera vez. Sentado en el piso leí The Left Hand of Darkness, texto que representará para mí lo que The Lord of the Rings (LOTR) representó para Picó, un episodio de relectura periódica.
La distinción entre literatura e historia es irrelevante, pensamiento embalsamado, taxonomías académicas para allegar fondos para tenure tracks. Pero no son lo mismo, la literatura y la historia son disciplinas con moods particulares, en ambas vibran anhelos singulares. La diferencia entre literatura e historia se encuentra en los matices del enunciado, ambas disciplinas son formas de articulación narrativa pero la historia debe tener mayor control de la incorporación de las fuentes y debe procurar construir una voz narrativa sobria para aludir así a un lector más amplio.
Mucho se dirá sobre la generosidad humana de Picó, su trabajo con los confinados y su profundo e incondicional compromiso con la transformación social de Puerto Rico; su siempre estar dispuesto a la primacía del otro, del prójimo. Y todo eso con razón. Pero quiero comentar brevemente sobre la generosidad intelectual de Picó, su agudo oído, su vasto campo referencial, sus frecuentes invitaciones a siempre leer más, a pensar los enlaces y los vínculos con otros textos.
La generosidad de Picó me acompañó durante todos mis periodos de experiencia académica, especialmente el bachillerato y la maestría. Me acompañó también con ocasionales ayudas económicas. Picó leyó muchos de mis trabajos antes de que los entregara a los profesores y con frecuencia me recomendaba un libro de su biblioteca. Así leí Illuminations y Reflections, recopilaciones de la obra de Walter Benjamin. Mi perfil crítico actual se formó al calor de esas recomendaciones y de esas conversaciones.
Picó adoraba a Tolkien mucho antes de que las películas renovaran el entusiasmo por su obra. Pienso que lo estimulante de LOTR para Picó es la sinergia que se observa entre sus elementos: metáfora medieval, novela de aventuras, especulación lingüística y alegoría moral. Todo tensado a la perfección en el texto para obtener una fábula sobre la amistad y la lealtad.
Varias veces me mencionó que cada 2 o 3 años releía LOTR. Yo medio en broma, medio en serio, le decía que por eso él era muñocista, porque bien en el fondo de su corazoncito Picó era un monárquico abstracto y, al igual que Tolkien, veía en “el regreso del Rey” cierta analogía de armonía social. Mi provocación era, desde luego, una figura de palabra para hacerlo hablar; Picó sabía muy bien que la monarquía desembocó en el colonialismo, que debajo del sistema monárquico se ocultaba la maquinaria de explotación y subordinación que lo sustentaba, y que, por lo tanto, de ese tipo de orden no se podía derivar una comunidad de justicia.
Revisando las coordenadas materiales de la obra de Picó –sus puntos de contacto con el archivo, su examen de los marginados en la historia de Puerto Rico, sus abordajes a eventos emblemáticos de la historia social, económica y política de Puerto Rico- se puede negar categóricamente la posibilidad de que exista una admiración a ciegas por la monarquía. Sin embargo, sí es posible especular que en las instancias en las que Picó habla sobre el Estado ausente en Puerto Rico lo hace en oposición a un Estado fuerte que garantice los derechos y la buena vida de los ciudadanos y que esa idea está en deuda simbólica con el Rey en Tolkien. Ese “rey” no es el rey de las monarquías europeas que Picó tan bien conocía y a las que disecciona con elocuencia en su texto de historia medieval, sino que es una forma colectiva de bienestar organizada en torno a un líder que a su vez representa una red de instituciones y comunidades. El rey deviene figura estatal para echar a andar en el texto una hipótesis de vida examinada y fraternal.
Justo antes de la campaña final contra Sauron que obviamente concluiría con la ascención de Aragorn como rey: “Yet it is not our part to master all the tides of the world, but to do what is in us for the succour of those years wherein we are set, uprooting the evil in the fields that we know, so that those who live after may have clean earth to till”, Gandalf, “The last debate”, The Return of the King; “arrancando el mal de los terrenos que conocemos, para que así los que vengan después tengan buena tierra para labrar”. Esa frase es la frase de un intelectual comprometido con su tiempo, es la frase que ilustra la vida de Picó, una vida en la que coinciden praxis y examinación del documento.
Picó, desde luego, dedujo la noción del Estado ausente de un estudio riguroso y preciso del archivo histórico de Puerto Rico. Es, primero, una herramienta conceptual que utiliza la mente del historiador para desplazar su mirada a lo largo y a lo ancho del archivo; la ausencia del Estado se cifraba en el desperdigamiento de la población al interior de la Isla a donde no llegaban, o no querían llegar, las instituciones del Estado. Segundo, y más importante para nosotros, del Estado ausente se derivó la sociedad puertorriqueña que, como alternativa a los favoritismos otorgados a familias adineradas, criollas y extranjeras, que aprovecharon las injusticias del Capital como la esclavitud y diseñaron modelos alternos de convivencia como el contrabando.
En cuanto a ideología política, Picó era un autonomista radical socialmente liberal pero completamente opuesto al anarquismo. El Estado es importante, es el mecanismo ideal (aunque imperfecto) que la democracia ha diseñado para que la diversidad de los ciudadanos se exprese. No hay nada más abyecto que un líder absoluto; ese tipo de líder se lucraría muy bien con los excesos que se derraman de la mesa del Estado ausente. Es precisamente en sociedades sin Estado –o con procesos institucionales débiles, como son las enormes burocracias o las que asignan recursos excesivos a programas policiales- en donde crece la corrupción, el crimen organizado, o las protecciones extra gubernamentales a compañías súper poderosas. Picó nunca ocultó su simpatía por Luis Muñoz Marín. Yo nunca negué mi sospecha sobre el significado de LMM. Y es que en esas diferencias y respetos se cifraban muchas de las relaciones que establecía Picó.
Ante el Balrog del Estado ausente, mejor la presencia de la hermandad estatal liderada por un líder benévolo y ético. La magia no es la habilidad de mezclar un brebaje maravilloso para transformar o alterar la apariencia de algo o alguien; tampoco es un poder extraordinario para hacer que lo imposible suceda. No es nada de eso. La magia es un pliegue en el texto, una grieta inesperada en el tejido de lo real que permite atisbar otra realidad. Picó fue un mago, fue nuestro Gandalf.
Muchos verán a Picó como Bilbo Baggins. El scholar concentrado en la redacción de los textos, en relación cercana con la tradición y la biblioteca. Y hay mucha verdad en eso. Pero sospecho que él se veía a sí mismo como Sam Gamgee, jardinero, amigo incondicional, el que presta la espalda.
IV
¿Cómo construir una comunidad de verdaderos hermanos en la que el equilibrio de los bienes y los recursos atraviese a toda la población? Esa es una de las principales preguntas de nuestro tiempo, de cualquier tiempo. Dejo a los expertos las genealogías, pero Picó ha sido uno de los pocos pensadores sobre la cosa estatal que ha respondido directa y contundentemente a esa pregunta: hay que eliminar la cárcel.
-Pero claro uno tiene que ser responsable, estar siempre concentrado, trabajar con la palabra y el dato, en la mente hay una relación entre acción y actividad.
-Picó, eso está un poco espeso, voy a tener que procesarlo un poco. Pero, si un cabrón ha violado y matado a una docena de niños y niñas, al no existir la cárcel, ¿la sociedad debería hacerse de la vista larga y dejar a ese individuo al garete por la calle?
-No, Javier, por Dios.
-¿Entonces?
-Es curioso que la gente mencione casos extremos de perversión y depravación a la hora de justificar la presencia de la cárcel cuando la evidencia demuestra lo contrario… Si se agruparan todos los crímenes de violencia extrema, esos que mencionas y otros crímenes como asesinatos, ese grupo compondría menos del 7% de toda la población penal. Entonces, la verdadera pregunta que hay que hacerse es, ¿a quién está encarcelando el sistema?
-Recursos utilizados para controlar no para socializar.
-Exacto… Yo he conocido muchos chamacos que llevan 20 años metidos en el sistema carcelario porque una vez un guardia los fichó por tener encima un pitillo de marihuana. Mala conducta, intentos de fugas, etc., simplemente no encajan ahí. La cárcel subraya la debilidad del Estado actual, el Estado que padecemos es un ente fofo que prefiere usar la plataforma pública para impulsar normativas de supuesto comportamiento cívico. Ciertas conductas desbordan ese comportamiento; pues ‘pa’l presidio’.
La obra de Picó es un esfuerzo por detallar cómo la sociedad puertorriqueña resiste el empeño del Estado por controlarla. Ahora bien, esa resistencia tiene que ver con la ausencia del Estado. Parece contradictorio pero no lo es. Cuando el Estado al que se refiere Picó está ausente, la figura “estatal” que aparece vierte sobre los cuerpos de sus ciudadanos una forma institucional de presencia, una violencia, que logra ocultar su ausencia paradigmática. Para Picó, cuando el Estado deviene controlador lo que se ilustra es su incapacidad (ausencia) por aludir cabalmente a las necesidades y anhelos de los ciudadanos.
V
Ahora vendrán las exequias y los embalsamientos de la obra de Picó, y todo eso imagino que está muy bien. Pero conocí a otro Picó y esto que acabo de escribir es su huella en mi espíritu, marca que espero esté conmigo hasta que sea a mí a quien le toque abandonar esta tierra. Una imagen prevalece en mi memoria. La pongo aquí ahora:
A veces en los veranos la familia de Picó le prestaba una casa frente a la playa de Luquillo. Siempre nos invitaba y habré ido unas 2 o 3 veces. Un día salimos a caminar por la playa por una parte que estaba despoblada, una porción del corredor ecológico del noreste que comienza cerca de la plaza de Luquillo. Caminamos mucho; más de una hora. De pronto Picó miró para atrás, miró para el lado, como un niño que está a punto de robarse un dulce, y sin más se quitó la t-shirt y los shorts y entró al mar tal cual llegó a esta «Tierra Media» caribeña, ebrio de melancolía y esperanza. Yo solo me quité la camisa y entré al agua con él. Al rato se echó para atrás y se puso a flotar en las aguas del Caribe. Su panza húmeda reflejaba los destellos del sol vespertino, como el caparazón a la deriva de un tinglar albino. Se veía feliz.
Invicto.
Libre.
Obras de Fernando Picó consultadas:
Al filo del poder (1993)
El día menos pensado (1995)
Historia general del occidente europeo (1997)
De la mano dura a la cordura (1999)
Vocaciones caribeñas (2013)