La muerte del detective privado
En la película “A Walk Among the Tombstones” hay un intento de llevarnos a los años gloriosos cuando el detective privado se movía entre los ricos excéntricos descubriendo sus pecados y sus corrupciones. El “private eye” o “gumshoe” tenía un trasfondo de investigador en la oficina del fiscal, como era el caso de Marlowe, o en la policía, como Spade y Hammer. Por eso tenían fuentes de información y contactos con la oficialidad. Esa pseudolegitimidad vicaria los conducía a situaciones en las que podían ver cuán torcida era la moral, si así se le podía llamar, de los poderosos. En esa gente adinerada veíamos el símbolo del poder que tiene el Estado (el gobierno) para manipularnos.
El detective de “Tombstones” es una especie de paria que huye de un pasado turbulento. Ha sido policía hasta su retiro, en parte involuntario. Durante un asalto a un bar en el que se encontraba mató a dos de los asaltantes e hirió a otro pero una bala perdida mató a alguien que no debía (todo esto se ve en el trailer, de modo que no estoy revelando nada que no se deba saber de antemano). Más que los detectives que ya mencioné, quienes eran bebedores, Matthew Scudder (Liam Neeson) es un alcohólico que asiste a reuniones de AA. Han secuestrado a la mujer de un hombre que le pide ayuda al detective sin licencia quien, según dice él mismo, le hace “favores a gente que paga”. De primera intención acepta, pero se percata que quien lo empleó vive de negocios turbios que van más allá de lo que su ética personal le permite aceptar. Ya no es necesario descubrir las maldades de los que buscan ayuda del “detective privado” porque están a primera vista. En esta postura moral Scudder se semeja tanto a Spade como a Marlowe. Sin embargo, los tiempos han cambiado mucho desde que los dos detectives de traje, corbata y sombrero recorrían las calles de las grandes ciudades y Scudder, sin chaqueta ni corbata, es más Mike Hammer que otra cosa: es juez y jurado.
La trama del filme tiene las curvas y retrocesos que mantienen nuestra atención adherida a la pantalla. Hay personajes fascinantes y extraños, crueles y misteriosos. Todos tienen el propósito de captar nuestro interés y hacer que nos preocupemos por lo que le ha de suceder a las víctimas de los secuestros y al protagonista. Un personaje en particular tiene la función de remitirnos a la era de los detectives paradigmáticos del género. TJ, un adolescente negro (Brian “Astro” Bradley) con quien Scudder desarrolla una relación filial, hace también las veces de secretario. Los detectives tenían una secretaria que les era más fiel que un cónyuge. El chico lee las novelas de Dashiell Hammet (creador de Spade) y las de Raymond Chandler (creador de Marlowe), pero no nombra a Mickey Spillane, el creador de Mike Hammer, porque no es eso lo que el filme quiere evocar. TJ quiere ser detective y para ello quiere cambiar su nombre a Daunte Culpepper (jugador de fútbol norteamericano) que le parece más propicio para un detective privado. El diálogo en la escena donde queda revelado el deseo de TJ es el único momento de humor en el filme.
Esas referencias a los detectives clásicos son la clave del tono elegíaco de las escenas de esta cinta que va rememorando a los detectives privados antes de que hubiera ataques urbanos con Uzis y AK 47. Hoy día el terrorismo y el narcotráfico se ha posesionado de las calles y la sociedad y los investigadores privados poco pueden con el problema. Lo único que resta para el detective investigar son casos de adulterio o situaciones tan turbias que solo aquellos que no tienen licencia como Scudder pueden hacerlo. Desde la Guerra Fría el panorama de las investigaciones se han desplazado al tablero mundial de los espías y agentes especiales como James Bond, Jason Bourne y Peter Devereaux (el The November Man de Pierce Brosnan). Para alertarnos de la enfermedad terminal del género del detective privado está el final sorpresivo de esta película excitante que resulta ser más “slasher” que misterio.
Liam Neeson está en muy buena forma y establece una relación creíble con TJ, quien se convierte en su protegido y “hombre viernes”. El desarrollo de la relación no evita todos los clichés que se cuelan en otros aspectos de la película. También hay que mencionar que la cámara de Mihai Malaimare Jr. nos da visiones de Nueva York que no conocíamos y ayuda a mantener el aire de maldad y locura que el director Scott Frank correctamente eligió para el filme. Se destaca además la música sugerente y discreta de Carlos Rafael Rivera, de quien estoy seguro oiremos más en el futuro.
El título del filme es del libro de Lawrence Block quien ha escrito una serie de novelas con Scudder como protagonista. De seguro que no consideró en 1976, cuando este detective atormentado hizo su debut, que un título treinta y ocho años después nos hiciera conscientes de que la metodología investigativa y los clientes han cambiado de moral y de propósito. El detective privado que una vez conocíamos está muerto.